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Voto de Ferdydurke:
7
6,3
2.691
Thriller. Drama
El conocido abogado Shigemori defiende a Misumi, acusado de robo con homicidio, que ya cumplió pena de cárcel por otro asesinato hace treinta años. Las posibilidades de que Shigemori gane el caso son escasas, ya que su cliente reconoce ser culpable, aunque esto probablemente signifique la pena de muerte. Pero a medida que desentraña el caso y escucha los testimonios del propio Misumi y de su familia, Shigemori empieza a dudar de la culpabilidad de su cliente. [+]
4 de noviembre de 2017
59 de 70 usuarios han encontrado esta crítica útil
Algunas personas no deberían haber nacido. Por dos posibles razones:
- Por el mal extraordinario e irreparable que producen en su entorno.
- Por el mal extraordinario e irreparable que les produce su entorno.
Víctimas y victimarios condenados sin solución. Desde antes de aparecer (en escena), desde antes de nacer. Nuestra voluntad da igual. No cuenta. Todo está decidido. No sabemos ni cuándo ni por quién ni desde dónde, pero es un hecho evidente, e injusto.
Nietzsche, si mi memoria no me traiciona, lo decía de otra manera; él hablaba de que los actos que realizamos o cometemos, aunque sean crímenes nefandos, eso en esta caso no varía el sentido, son sola una pequeña, ínfima y prácticamente invisible parte de una cadena de hechos que se suceden en el tiempo y que no tienen ni principio ni fin. Causas y efectos que se enredan, dan la vuelta y pierden en un laberinto inextricable e imposible de desanudar. Por lo tanto, desde ese punto de vista, es una idiotez, una barbaridad, el enjuiciar, la legalidad, la penalidad, el meter a la cárcel o condenar a quien sea esta vez. Es imposible, ridículo además, determinar la criminalidad de nadie, su auténtica responsabilidad.
Esta película es especial, increíblemente intensa, ambiciosa y hermosa. Dudo un poco más sobre sus resultados. Logra crear un espacio tranquilo, profundo y denso, cuestionador, y eso es de un valor incalculable, por escaso y precioso, lo quizás más problemático sea averiguar cómo se llega a conseguir ese efecto, si es todo pleno o hay más de un rasguño, desperfecto, desvarío o mal defecto. Diría que está, como es normal, un tanto desequilibrada, que sigue diferentes surcos según se mueve y no siempre tienen estos salida ni son los más adecuados, ya que están preñados de pistas falsas, contradicciones y pequeños exabruptos.
Pero dejemos las pegas y vayamos a lo bueno o más complejo. A sus muchos planteamientos y vericuetos:
- La Justicia es una trama falsa, llena de mentiras y espantajos. Una representación torticera. Una pantomima. Una farsa en la que es imposible distinguir lo espurio de lo verdadero, en la que la estrategia legal (sea eso lo que Dios quiera; más bien trapicheo, trueque y negocio de mercaderes funestos) siempre se impone a la (de verdad, la que merece tan alto nombre) justicia, el rigor o la humanidad. Un trampantojo enrevesado, obtuso y malintencionado.
- Si Dios, debemos darle un nombre a ese vacío en el cielo, es el juez supremo, los jueces con toga de la tierra son sus delegados, y los hombres cuando actúan, sus emisarios. Tres planos diferentes para una misma conclusión. La justicia divina como designio inescrutable y absurdo. La judicial como ciego azar interpretado por necios y malvados. La más humilde y ciudadana a expensas de fuerzas superiores que nos controlan, desbaratan y gobiernan.
- Relaciones paterno filiales. Imposibles. O, siendo generosos, muy dificultosas. Una distancia radical separa las dos generaciones. Una necesidad (de afecto) truncada por diferentes anhelos y un mismo agujero (de feroz, fría desesperación). Separación, incomunicación, abuso, desconcierto, también algo de cariño y mucho miedo.
- La invención de relatos. Hay cuentos buenos y cuentos malos. Los buenos suelen ser los que más nos creemos, no los mejor contados. Es decir, nosotros ponemos, a través de nuestros deseos, lo que no está en los hechos. Nos mentimos, creamos los sucesos, los adoptamos y deformamos para quedarnos satisfechos. Actúan esos relatos como tranquilizantes, consoladores y, sobre todo, tremendos simplificadores de unos elementos indescifrables, terriblemente complejos.
La realidad o el criminal (¿chivo expiatorio?) en el hecho judicial son unas vasijas vacías que deben ser rellenadas por el resto de los actores en juego. Esa vasija no tiene criterio, peso ni verdad, es una construcción del cuerpo penal, lo mismo que el mundo real es una elaboración de toda la sociedad. El pacto es tácito y nada tiene que ver con los ideales o los hechos materiales. Es otra cosa: suma caótica de intereses, encontronazos, cegueras, perdiciones, redenciones, inmolaciones, chapuzas y casuales colisiones.
- La identificación entre el bien y el mal, entre el representante de la ley y el posible asesino. Son lo mismo. Coinciden en lo humano y lo indefenso ante el mismo destino, en el dolor compartido y el abismo.
- Pena de muerte. Sí o no. ¿Es necesario eliminar a seres que en el caso de que sigan vivos son potencialmente susceptibles de aumentar su número de crímenes? ¿O por el contrario, a pesar de todo lo anterior, hay que tener más fe en el hombre y pensar que es posible el libre albedrío, la reinserción o resurrección, el cambio, el arrepentimiento o la transformación sanadora?
La película plantea todo lo mentado, y más, para no acabar de pronunciarse claramente al respecto de ninguna cuestión. Lo cual, evidentemente, es un gran acierto (con la otra cara al acecho, el peligro ya citado de la confusión inane y relamida). Esa espectacular ambigüedad deja al espectador todo su lugar (zona difícil pero estimulante y enriquecedora); él puede ahora llenar a su gusto su vasija más querida, la del cine, el arte o lo que demonios sea eso que tanto nos engatusa.
- Por el mal extraordinario e irreparable que producen en su entorno.
- Por el mal extraordinario e irreparable que les produce su entorno.
Víctimas y victimarios condenados sin solución. Desde antes de aparecer (en escena), desde antes de nacer. Nuestra voluntad da igual. No cuenta. Todo está decidido. No sabemos ni cuándo ni por quién ni desde dónde, pero es un hecho evidente, e injusto.
Nietzsche, si mi memoria no me traiciona, lo decía de otra manera; él hablaba de que los actos que realizamos o cometemos, aunque sean crímenes nefandos, eso en esta caso no varía el sentido, son sola una pequeña, ínfima y prácticamente invisible parte de una cadena de hechos que se suceden en el tiempo y que no tienen ni principio ni fin. Causas y efectos que se enredan, dan la vuelta y pierden en un laberinto inextricable e imposible de desanudar. Por lo tanto, desde ese punto de vista, es una idiotez, una barbaridad, el enjuiciar, la legalidad, la penalidad, el meter a la cárcel o condenar a quien sea esta vez. Es imposible, ridículo además, determinar la criminalidad de nadie, su auténtica responsabilidad.
Esta película es especial, increíblemente intensa, ambiciosa y hermosa. Dudo un poco más sobre sus resultados. Logra crear un espacio tranquilo, profundo y denso, cuestionador, y eso es de un valor incalculable, por escaso y precioso, lo quizás más problemático sea averiguar cómo se llega a conseguir ese efecto, si es todo pleno o hay más de un rasguño, desperfecto, desvarío o mal defecto. Diría que está, como es normal, un tanto desequilibrada, que sigue diferentes surcos según se mueve y no siempre tienen estos salida ni son los más adecuados, ya que están preñados de pistas falsas, contradicciones y pequeños exabruptos.
Pero dejemos las pegas y vayamos a lo bueno o más complejo. A sus muchos planteamientos y vericuetos:
- La Justicia es una trama falsa, llena de mentiras y espantajos. Una representación torticera. Una pantomima. Una farsa en la que es imposible distinguir lo espurio de lo verdadero, en la que la estrategia legal (sea eso lo que Dios quiera; más bien trapicheo, trueque y negocio de mercaderes funestos) siempre se impone a la (de verdad, la que merece tan alto nombre) justicia, el rigor o la humanidad. Un trampantojo enrevesado, obtuso y malintencionado.
- Si Dios, debemos darle un nombre a ese vacío en el cielo, es el juez supremo, los jueces con toga de la tierra son sus delegados, y los hombres cuando actúan, sus emisarios. Tres planos diferentes para una misma conclusión. La justicia divina como designio inescrutable y absurdo. La judicial como ciego azar interpretado por necios y malvados. La más humilde y ciudadana a expensas de fuerzas superiores que nos controlan, desbaratan y gobiernan.
- Relaciones paterno filiales. Imposibles. O, siendo generosos, muy dificultosas. Una distancia radical separa las dos generaciones. Una necesidad (de afecto) truncada por diferentes anhelos y un mismo agujero (de feroz, fría desesperación). Separación, incomunicación, abuso, desconcierto, también algo de cariño y mucho miedo.
- La invención de relatos. Hay cuentos buenos y cuentos malos. Los buenos suelen ser los que más nos creemos, no los mejor contados. Es decir, nosotros ponemos, a través de nuestros deseos, lo que no está en los hechos. Nos mentimos, creamos los sucesos, los adoptamos y deformamos para quedarnos satisfechos. Actúan esos relatos como tranquilizantes, consoladores y, sobre todo, tremendos simplificadores de unos elementos indescifrables, terriblemente complejos.
La realidad o el criminal (¿chivo expiatorio?) en el hecho judicial son unas vasijas vacías que deben ser rellenadas por el resto de los actores en juego. Esa vasija no tiene criterio, peso ni verdad, es una construcción del cuerpo penal, lo mismo que el mundo real es una elaboración de toda la sociedad. El pacto es tácito y nada tiene que ver con los ideales o los hechos materiales. Es otra cosa: suma caótica de intereses, encontronazos, cegueras, perdiciones, redenciones, inmolaciones, chapuzas y casuales colisiones.
- La identificación entre el bien y el mal, entre el representante de la ley y el posible asesino. Son lo mismo. Coinciden en lo humano y lo indefenso ante el mismo destino, en el dolor compartido y el abismo.
- Pena de muerte. Sí o no. ¿Es necesario eliminar a seres que en el caso de que sigan vivos son potencialmente susceptibles de aumentar su número de crímenes? ¿O por el contrario, a pesar de todo lo anterior, hay que tener más fe en el hombre y pensar que es posible el libre albedrío, la reinserción o resurrección, el cambio, el arrepentimiento o la transformación sanadora?
La película plantea todo lo mentado, y más, para no acabar de pronunciarse claramente al respecto de ninguna cuestión. Lo cual, evidentemente, es un gran acierto (con la otra cara al acecho, el peligro ya citado de la confusión inane y relamida). Esa espectacular ambigüedad deja al espectador todo su lugar (zona difícil pero estimulante y enriquecedora); él puede ahora llenar a su gusto su vasija más querida, la del cine, el arte o lo que demonios sea eso que tanto nos engatusa.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
Ver todo
spoiler:
- La metamorfosis del protagonista parece clara. Al comienzo de la historia, se ríe cuando le hablan de la verdad o le comentan que hay que comprender al acusado. Después, pone su vida entera en ello, en comprender, en saber, en entender. A partir de un momento, es a él mismo a quien quiere conocer a través del que tiene al otro lado del cristal (preciosistas, exactos planos). Su espejo, su reflejo.
- Quizás nos gustaría creer, y es posible que sea así, que el asesino lo hizo para salvar a la niña del padre cruel (esa versión truculenta). Sería épico, redentor, esperanzador. Muy hoolywoodense, certero y morboso. O tal vez que fueron las malditas etiquetas falsas (fallida y quizás hasta ridícula subtrama) las verdaderas culpables las traidoras. O la madre consentidora, la amante (sexo pecaminoso para que no falte de nada) y pagadora, la más pérfida y lamentable. O la niña coja inventora de mil cuentos, fantaseadora nada sincera. O el móvil del crimen fue un simple robo. O él, en otra opción casi al final, quién sabe pero no lo parece, no lo mató, ni siquiera estaba allí, y vete tú a saber quién fue.
¿Importa? Sí, mucho. Y no, nada. Ahí está el quid. Y el matiz.
De eso se trata en esta obra valiosa saturada de inspiradas, un tanto rebuscadas y hasta delirantes, enjundiosas mañas.
Finalizo con un par de consejos:
- Esta película requiere de un ritmo diferente en los ojos del espectador. Te cambia el paso y los segundos, los detiene y expande. Seguro que al principio te sientes molesto y extraño, perdido incluso. Es territorio desconocido, desierto, un lugar ignoto. Es solo un rato. Tras ese sufrido paso o mal trago, el director te guiña un ojo y te lleva de la mano al huerto de sus fértiles enredos.
- El mismo título de la película, descriptivo y aséptico, indica por donde van los tiros. Por el camino más ascético y riguroso, por el despojado ascesis, por la mirada llana, estoica y sabia. Hay que aguantar la apuesta y disfrutar de un anti-espectáculo, de un ejercicio poético de cine (¿nada?) claro.
- Quizás nos gustaría creer, y es posible que sea así, que el asesino lo hizo para salvar a la niña del padre cruel (esa versión truculenta). Sería épico, redentor, esperanzador. Muy hoolywoodense, certero y morboso. O tal vez que fueron las malditas etiquetas falsas (fallida y quizás hasta ridícula subtrama) las verdaderas culpables las traidoras. O la madre consentidora, la amante (sexo pecaminoso para que no falte de nada) y pagadora, la más pérfida y lamentable. O la niña coja inventora de mil cuentos, fantaseadora nada sincera. O el móvil del crimen fue un simple robo. O él, en otra opción casi al final, quién sabe pero no lo parece, no lo mató, ni siquiera estaba allí, y vete tú a saber quién fue.
¿Importa? Sí, mucho. Y no, nada. Ahí está el quid. Y el matiz.
De eso se trata en esta obra valiosa saturada de inspiradas, un tanto rebuscadas y hasta delirantes, enjundiosas mañas.
Finalizo con un par de consejos:
- Esta película requiere de un ritmo diferente en los ojos del espectador. Te cambia el paso y los segundos, los detiene y expande. Seguro que al principio te sientes molesto y extraño, perdido incluso. Es territorio desconocido, desierto, un lugar ignoto. Es solo un rato. Tras ese sufrido paso o mal trago, el director te guiña un ojo y te lleva de la mano al huerto de sus fértiles enredos.
- El mismo título de la película, descriptivo y aséptico, indica por donde van los tiros. Por el camino más ascético y riguroso, por el despojado ascesis, por la mirada llana, estoica y sabia. Hay que aguantar la apuesta y disfrutar de un anti-espectáculo, de un ejercicio poético de cine (¿nada?) claro.