Amor a colores

Comedia fantástica que si bien no inventa la pólvora en su temática, entretiene al espectador con un comienzo bastante gracioso.
Al promediar la película, se produce un notorio decaimiento al intercalar en su resolución un mensaje de lectura múltiple, a gusto del espectador.
El superficial piensa que es una crítica a las viejas series acartonadas.
El fascista cree ver una clara alusión a la lucha contra el comunismo monocromático.
El activista social no duda en la claridad del mensaje anti - racista.
Y el zurdo tiene claro que es una crítica al modo de vida burgués americano.
Quizás ninguno de ellos esté equivocado o lo estén todos, lo que es cierto es que para los agrios como yo, el final es una cursilería, sea cual sea la motivación.

El cine tiende a ser más o menos disfrutable dependiendo del nivel de empatía que se establezca entre la película y el espectador. Si te quedas fuera de la película el que ésta pueda ser una aparente obra maestra devendrá en indiferencia y a su vez una película aparentemente menor puede convertirse si se produce la conexión adecuada en una experiencia maravillosa.

Desde esta crítica humilde y partiendo de la distinción anterior les invito a que entren con el corazón abierto en esta pequeña gema elaborada por el entonces debutante Gary Ross. Bienvenidos a Pleasantville el diminuto mundo en blanco y negro que se irá transformando en un arco iris multicolor tras la llegada de dos inesperados visitantes.
La premisa parece inocente y la metáfora obvia pero bajo esa aparente sencillez un hechizante cuento de hadas desplegará todo su encanto tanto a nivel visual como narrativo y es relativamente fácil que nuestro latido se deje llevar y se entremezcle con la espiral de acontecimientos que en Pleasantville van a tener lugar.

Película bálsamo, que redime y contagia su apuesta por el disfrute de la vida, ideal como medicina del alma. Fábula que exalta el amor y los buenos sentimientos, la búsqueda interior, el conocimiento, la ruptura hacia lo positivo, el riesgo por descubrir y experimentar. Viaje iniciático no sólo para todos los que habitan en Pleasantville si no también para los dos elementos desestabilizadores que se cuelan en él y por extensión para nosotros los espectadores porque como ellos aprenderemos y creceremos y terminaremos la película amando y apreciando un poco más las cosas hermosas que rodean nuestra vida, a las que en ocasiones no prestamos atención y tratamos con injusta indiferencia.

Y de entre todas las maneras de adentrarse en Pleasantville no será si no naturalmente la más inolvidable si es de la mano de una persona que sea importante para ti. Prueben a verla en compañía con alguien querido, con alguien especial. Alguna vez les he dicho que pocas cosas hay que sean más hermosas que la sonrisa de una mujer. Con esta película ella sonreirá, se emocionará y el arco iris empático que supone Pleasantville alcanzará entonces todo su esplendor pues el solo gesto de su rostro iluminado eleva la obra de Ross a la altura de lo extraordinario.


Para María, desde el verso que siempre duerme bajo su almohada.

https://corazonesenelprecipicio.blogspot.com

En el año 1998, cayó en manos de Gary Ross una inesperada joya: "Pleasantville", la historia de dos jóvenes que entran por arte de magia a formar parte del mundo en blanco y negro de una serie de televisión de los años 50. En manos de otro director, "Pleasantville" quizás hubiera rozado la categoría de obra maestra. Aunque Ross cumplió como pudo y el resultado fue una obra tan curiosa como la que nos ocupa.

La mejor baza de "Pleasantville" es su alegato -claro, diáfano y conciso - por el individuo en detrimento de la falacia social. Mediante los dos protagonistas foráneos, se juega a introducir la semilla de la pasión en el paraíso de la conformidad. Poco a poco, el mundo en blanco y negro empieza a cobrar vida: y en esta tesitura resulta que cada personaje empieza a despertar su conciencia individual y a hacerse cargo de su necesidad de expresarse, a través del amor, de la rebeldía, de la provocación o del arte mismo.

"Pleasantville" es una fábula sencilla, pero eficiente e incluso poética, que trata sobre cruzar el umbral donde la supervivencia empieza a transmutarse en existencia. En el que un puñado de personas se remueven sobre sus cómodos sofás, descubriendo que a fin de cuentas, no eran tan cómodos. En "Pleasantville" se habla sobre todo de elegir sentir, ese sentir que puede ser doloroso, o maravilloso, el sentir sin el cual la propia vida carece de sustancia, propósito o sentido. Porque eligiendo sentir, los personajes, o nosotros elegimos (parafraseando a los Rodríguez), disparar contra el olvido.

Reese Whiterspoon asume el papel del príncipe que despierta a la durmiente Pleasantville empezándolo todo con un beso. Y a partir de ese beso, la emoción empieza a traer el color a la vida gris y blanca de la ciudad aparentemente perfecta. Pero ¿podrían volver a dormirse aun después de haber despertado?

Deberían existir más historias como ésta.

La premisa era jugosa sin duda alguna: trasladar a dos jovenzuelos actuales al epítome del sueño americano, un pueblecito ficticio de los años 50 que, no olvidemos, representa el núcleo de la invasión cultural de los EEUU al resto del mundo de la última mitad del siglo. Como era lógico, se exageran la gazmoñería, la sonrisa forzada y la corrección política de los perfectos habitantes de Pleasantville pero, y aquí está el error garrafal de la película, en vez de hurgar en la herida y demostrar de forma salvaje (y por tanto divertida) lo absurdo de este modo de vida, tanto Gary Ross como su guionista acaban siendo más pazguatos aún, lo cual tiene su mérito. Aunque se explotan correctamente las posibilidades visuales y narrativas de una realidad en blanco y negro que va tornándose coloreada, es inconcebible que el mensaje final sea tan ñoño, bienintencionado y"americano" en mal sentido de la palabra, y el reparto de secundarios es desaprovechado en una inofensiva historia, casi una fábula infantil diría yo; por otra parte, la perenne cara de pánfilo de Tobey Maguire ayuda poco. Lo dicho, con otro a los mandos la cosa podía haber sido una antología de la sátira.

Es bonita, nostálgica, bien ambientada, con elementos narrativos perfectamente anclados en el final de los años 50 en América... Pero... pero, buscando la originalidad dentro de una trama clásica, estropean el destino.

Al cabo de una media hora, de pronto te encuentras con una parodia hueca; pues el conservadurismo de sus protagonistas, que al principio te hacía gracia, se atranca con la llegada de los hermanos, que intentando abrir los horizontes de los habitantes de la serie, acaba por convertirlos en un generalizado y absurdo esperpento.

Conclusión: Entretenida; produce curiosidad durante no más de 45 minutos.