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El increíble hombre menguante

Ciencia ficción. Fantástico Scott Carey (Grant Williams) navega con su mujer en una lancha motora y, mientras ella va a buscar una cerveza, se ve envuelto en una extraña nube. Unos meses después, empieza a notar extraños cambios en su cuerpo: poco a poco va perdiendo peso y altura hasta hacerse casi invisible. A partir de entonces, su vida será una pesadilla, una lucha constante por la supervivencia, en la que lo cotidiano (un gato, una araña) representa para él ... [+]
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Críticas 98
Críticas ordenadas por utilidad
20 de julio de 2009
10 de 12 usuarios han encontrado esta crítica útil
Esta película, tan sencilla y tan surrealista, es el placer de ver unos efectos visuales sin ordenador y que encima parezcan reales. Yo me pregunto, ¿cómo es posible en el año 1957 que se hiciera esa araña tan perfectamente hecha, ese hombre que va menguando poco a poco y todo lo ve colosal? Esas son mis preguntas; cómo es posible que esté tan sumamente bien hecha. Y la escena del gato, o cuando se inunda el sótano y nadie le ve nadie y el chilla y chilla inutilmente... no sé, es todo genial. Se sufre horrores, sudas y estás hasta incómodo.

La recomiendo a toda esa gente maniática que dice pestes del cine en blanco y negro. Pues yo creo que para que esa gente vaya acostumbrándose, esta es una de las primeras que podría ver, y después probar con una de Hitchcock.

Y a quien no la ha visto, por supuesto, sin dudarlo a verla, ya que no hace falta ser un entendido ni nada por el estilo. Solamente, verla porque saboreas la frescura y la inocencia de los primeros tiempos del cine de ciencia ficción con efectos muchísimo más que aceptables.
Aluminio92
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1 de septiembre de 2009
9 de 10 usuarios han encontrado esta crítica útil
Qué entrañable película. Recuerdo como si hubiera sido ayer la impresión que me produjo la primera vez que la vi, en “Mis terrores favoritos”, aquella estupenda selección de clásicos del cine fantástico, el terror y la ciencia ficción que presentaban Chicho Ibáñez Serrador y Luisa Armenteros allá por los primeros 80, y aunque no estoy muy seguro, creo que hasta hace unos días no había vuelto a verla. No me ha defraudado. En el interior del bonito estuche metálico con libreto incluido con que la han reeditado, se oculta una película que apenas necesita de sus simpáticos efectos especiales o de giros argumentales sorpresivos para trasladar al espectador a un territorio de horror primigenio, al tuétano mismo de uno de los miedos primordiales del ser humano: su completa desaparición física (vivida aquí, en una cruel vuelta de tuerca, a cámara lenta) y su disolución final en el universo.
La excusa argumental, como en tantas otras películas de género de la época, es lo de menos y se despacha en unos pocos fotogramas: la exposición de protagonista, durante unos breves segundos, a una extraña nube tóxica, que aparece súbitamente enmedio del mar y con cuyo origen apenas se especula, es la culpable de que el pobre Scott Carey vaya encogiendo hasta quedar reducido al tamaño de un diminuto insecto. Lo que me ha parecido más interesante de la película, sin embargo, no ha sido tanto, vista ahora, la parte fantástica del brillante guión de Richard Matheson, que no deja de ser una mera convención del género al cual pertenece, sino el alto grado de amargo realismo de sus consecuencias, el drama doméstico que desencadena la enfermedad de Carey, los cambios de humor y la irascibilidad del protagonista, su inmensa soledad, solo aplacada por el breve oasis que supone su amistad con una enana de circo, las trifulcas conyugales con una esposa tan estoica y sacrificada que el espectador siente que la supuesta muerte de su marido es para ella más una liberación que una tragedia. Este realismo adquiere, además, tintes de cruda sátira social si pensamos en el perfil del personaje principal, el típico americano nacido y educado para triunfar en la vida, un exitoso y acomodado publicista, con una hermosa esposa, una bonita casa con jardín y un adorable gato, muy en la línea de los protagonistas de las novelas de Richard Yates o los cuentos de John Cheever y semejante a personajes como el de Dennis Quaid en “Lejos del cielo”, que ve cómo su vida pasa de ser un plácido crucero en yate a un espantoso e interminable naufragio en el sótano de su casa, donde se ve obligado a despertar su ingenio, adormecido por la clase de vida que la sociedad le había impuesto hasta entonces, para no correr el riesgo de ser aniquilado y reducido a la nada por un universo hostil que conspira constantemente contra su existencia.
Tres hurras, pues, por esta película, y un minuto de silencio por el alma del pobre Scott Carey, esté donde esté y sea cual sea su tamaño.
Normelvis Bates
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5 de diciembre de 2013
9 de 10 usuarios han encontrado esta crítica útil
El primer mérito de la película, como en su momento el de la novela, consiste en convertir en verosímil una historia tan extraordinaria.
Maravillosamente contada y cargada de un profundo calado psicológico, el argumento se desarrolla ayudado por ese justo ritmo mediante el que consigue el máximo grado de tensión, de desconcierto, de desazón y de angustia.

Esta pesadilla en los márgenes de la locura avanza durante toda la proyección sin perder ni un momento su interés y sitúa al espectador en la dinámica de dramatismo que el director desea.
Le obliga a implicarse y a tomar parte.
Le ubica en perspectiva.
ABSENTA
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4 de septiembre de 2012
8 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
Sólo con observar el trabajo de los efectos ópticos de la época ya vale la pena esta historia extraña e increíble, el amor vacacional y la espesura de la niebla maldita, primeros síntomas y razones médicas en un esfuerzo por explicarlo, la gente no mengua pero los besos no lo arreglan, lo que puede ser un disparate en el cine actúal, encuentra el remedio porque va más allá del caso concreta y busca en lo inevitable de la vida, en la degradación irreversible que carga de drama a la ciencia ficción y a la vez le aporta mucha vitalidad en la lucha por la supervivencia.

Un caso sin precedentes, una investigación sin explicaciones hasta encontrar un extraño elemento llamado anticáncer que le proporciona una configuración diferente, una exclusiva del ser humano a la que se sabe sacar partido con la fama y la falta de elección, la esperanza y el sufrimiento, la antitoxina y la vergüenza, garantías y aislamiento, la cólera y el despecho harán desaparecer sino conserva su alma y su espíritu, una aventura que puede coger el camino de la feria pero que se relaciona con ella a la vez que creer en dejar de esconder la cabeza.

Una persona que adquiere una monstruosa desdicha con su paciente amada para alcanzar lo existencial del humano, el ataque del gato le interna en una lucha de valor y voluntad, un pozo gigante de inmensos escalones y limitados recursos, una auténtica historia de supervivencia de clavos y alfileres, de agotamiento y de aceptación, una prisión hostil con vistas al jardín y dominio de la oscuridad, el enemigo y el desagüe, todo tiene su valor en ese sótano.

El ejemplo de mantener el aplomo en situaciones extremas y fuerzas todavía más increíbles que su propia enfermedad en la lucha del ser vivo por el alimento, la inteligencia del hombre y el instinto del animal se unen en un impulso de lucha a muerte, lo pequeño y lo grande tienden al infinito hasta poder abrazar el mundo desde una caja de cerillas, "El increíble hombre menguante" es, en resumen, el enigma de las limitaciones del humano y el miedo a la aceptación de ellas, es, por tanto, la majestuosidad de la creación de la vida.
stikma
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27 de septiembre de 2005
11 de 15 usuarios han encontrado esta crítica útil
Original, innovadora, con un ritmo trepidante y a veces angustiosa.
Son inquietantes las sucesivas fases por las que pasa el protagonista, pasando de un primer estadío de rechazo social, a unas terribles situaciones en que los objetos y animales cotidianos se convierten en terribles amenazas (su manso gato doméstico por ejemplo pasa a convertirse en un terrible depredador)
Destacable su pertinaz pugna con la araña del sótano.
El final, que en un principio parece un poco traído por los pelos, si reflexionamos, probablemente sea el mejor de los posibles.
Una delicia.
Sugarfoot
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