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En la ciudad blanca

Drama A su paso por Lisboa, un marinero suizo decide desertar e ir a vagar por la ciudad. Abstraído de obligaciones y del transcurso del tiempo, pasea por los barrios viejos y conoce a Rosa, una mujer fascinante de quien se enamora... Un aclamado drama con una conmovedora interpretación de Bruno Ganz. (FILMAFFINITY)
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Críticas 8
Críticas ordenadas por utilidad
30 de diciembre de 2005
33 de 36 usuarios han encontrado esta crítica útil
Escrita y dirigida por Alain Tanner, se rodó en el puerto y el antiguo barrio marinero de Lisboa. Fue nominada al Oso de oro de Berlín. Ganó el Cesar a la mejor película en lengua francesa y el Fotogramas de plata a la mejor película extranjera.

La acción tiene lugar en Lisboa en el curso del rodaje (1982). Narra la historia de Paul (Bruno Ganz), un marino mercante suizo, que al llegar a Lisboa abandona el barco y se toma unas vacaciones sin planes, sin reloj, sin obligaciones y sin rutinas, salvo la de escribir regularmente a su esposa, que vive en Ginebra (Suiza). Le envía, además, imágenes filmadas de si mismo y de los lugares que visita. Se enamora de Rosa (Teresa Madruga), empleada de la Pensión en la que se aloja, con la que mantiene un idilio sin compromisos, sin explicaciones y, por ello, difícil para ella. La película describe la fascinación que Paul siente por el puerto, la desembocadura del Tajo, los puentes que la cruzan, las calles de la vieja ciudad, su gente modesta y amable. Aquí encuentra el marco adecuado para recuperarse anímica y físicamente, tras una vida de agitación, soledades clamorosas, escenarios tediosos y un espacio vital propio (su camarote) reducido y claustrofóbico. En Lisboa encuentra compañía, amistad, belleza natural, calor humano, amor y algunas dificultades, en las justas proporciones que precisa para impregnarse de belleza, empaparse de humanidad y renacer a la vida. No quiere compromisos ni con el tiempo ni con las personas. No quiere recordar el pasado, fuente de obligaciones, apremios y exigencias. Desea permanecer sin calendario, respirando los aires de Lisboa, la ciudad blanca y pura. Desea detener el tiempo, abrir un paréntesis vital, en el que los relojes dejen de acortar con furia la vida, la alegría, el gozo, el amor. Es emblemática la escena en la que el minutero de un reloj marcha en sentido inverso al habitual: es lo que sus ojos le hacen ver, es lo que desea ver.

La música hace uso de la armónica y del saxo alto en momentos que jalonan, sin saturaciones, el desarrollo de la acción. La fotografía describe con acierto el paisaje urbano de la vieja ciudad, el ajetreo sosegado de los vecinos, la ausencia en ella de tráfico rodado, la amable antigüedad de las casas, la tortuosa continuidad de las calles, las escaleras intrincadas. Durante el rodaje, los vecinos espontáneamente retiraban los coches aparcados y detenían el paso de los que se acercaban, erigiéndose en colaboradores desinteresados del equipo técnico. El guión, muy sencillo, explica la relación de Paul con la fascinación de Lisboa y su proceso de interiorización de la misma. La interpretación de Bruno Ganz es magnífica y la de la portuguesa Teresa Madruga rebosa naturalidad y verismo. La dirección construye una obra en la que se implica personalmente: explica su propio relato de fascinación y curación.

Una de las películas mejores de Alain Tanner, que descontamina los sentidos y purifica el espíritu.
Miquel
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7 de diciembre de 2005
14 de 15 usuarios han encontrado esta crítica útil
Quince años antes de rodar de nuevo en Lisboa y con parecida estructura dramática la espléndida "Réquiem", el suizo Alain Tanner realizó "En la ciudad blanca": una gran película, que desarrolla la historia de un marinero (magistral, imponente Bruno Ganz) anclado en la ciudad de Lisboa, al que le espera su mujer en Suiza, con la que se comunica a través de epístolas e imágenes que la envía, mientras inicia una complicada relación con la camarera del hotel dónde se aloja.
Una obra autoral, muy bien armada y razonada, que desprende talento y capacidad para crear imágenes y cine de alto nivel, reflexionando sobre la capacidad/dificultad de amar, la soledad, las dudas de la madurez. Gran fotografía de Acacio de Almeida, para la mejor película de Tanner junto con la mencionada "Réquiem", entre ambas un díptico excelente de la fascinante capital portuguesa.
kafka
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29 de agosto de 2009
12 de 14 usuarios han encontrado esta crítica útil
Avanzándose a Wenders y su Lisboa Story, el realizador suizo Alain Tanner se enfrasca en circunloquios portugueses acerca de caracteres distantes, sin motivaciones, apenas apuntados… Fragmenta la linealidad en la presentación de escenas mediante anotaciones de diario o lectura de cartas. Sus escenas inciden en la dilatación del tiempo cinematográfico representado, y muestran la parálisis del protagonista (“Soy una persona con ganas de dormir, de no moverse”), su olvido, su eterna noche calurosa revelada a partir de un reloj que funciona al revés. Es ahí donde cobra importancia el acopio de datos para no quedar desarmados ante el efecto de cine repleto de reflexiones, en mi opinión, malogradas. Y es que la impresión de prolongada cesura y pause constante se corresponde con la propia gestación de la película, con la obsesión de Tanner por lanzarse a rodar a ver qué sale, alterando el proceso creativo al escribir el guión tras contratar al actor y componer la banda sonora, no antes; una película improvisada, que busca más que ofrece con ansia indagatoria, planteando cuestiones sobre sus personajes como si se cuestionara a sí misma.

Diremos que todo ello parece una buena idea que en manos de Tanner no obtiene óptimos resultados debido a su plano y astroso nivel visual, no consiguiendo apuntalar el misterio que debe quedar entre lo mostrado y lo sugerido. Y es que el suizo acabará agotando probablemente más paciencias de las debidas, cargando las tintas del uso y abuso de los peores recursos del arte y ensayo de impostada y falsaria morosidad (con un divagar entre pulsiones de vida y muerte de indiscutible efecto relleno).

Tanner fue marino, así que por ahí es comprensible ese acercamiento de primera mano al abismo del mar pasando, el grano del super 8 grabando adoquines y calles de tiempo alternativo… Hasta reducir el espacio al misterio, casi, de lo que está sin estar en una región de la pecera. Eso quizás nos dé la pista a la hora de rastrear al propio Tanner en las frases que va desgranando Bruno Ganz como si ambos se confundieran en un mismo rostro.

El plano final, sin embargo, sí es una interesante idea para arrimarnos al universo creativo del suizo; la mirada de la cámara y la mano que la mueve, separada, diferente de la mirada del actor en un relato que pasa a ser delatado, subrayado su mecanismo de artimaña ficcional. Imagen que se mira a sí misma como un axolotl mira un rostro ajeno que el instante anterior fue propio, alejándose entre créditos finales.




Es que no nos gusta movernos mucho, y el acuario es tan mezquino; apenas avanzamos un poco nos damos con la cola o la cabeza de otro de nosotros; surgen dificultades, peleas, fatiga. El tiempo se siente menos si nos estamos quietos.

Julio Cortázar.
Bloomsday
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12 de enero de 2009
6 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
Si tuviera que poner solo unas palabras que definieran de que va la película, diría:
-soledad,
-crisis de la madurez

Película de contrastes: entre la luz del exterior y la penumbra de los interiores.
Muchos planos "estáticos", largos, algunos de gran belleza, como ése de la cortina rojo pasión movida ligeramente por el viento de la ventana abierta: afuera la luz, dentro la penumbra intimista. (Me llamó la atención que hay muchas imágenes en que se ve ropa tendida, secándose al sol, casi siempre ropa blanca, sábanas blancas mecidas por la brisa de la ciudad blanca.)

Me gustó la música. Y cuando el protagonista toca la armónica.

Por momentos me recordaba la manera de hacer cine de algunas películas Dogma (las cintas de vídeo domésticas y sin sonido que el protagonista envía a su mujer)

Pocos sitios reconocí de Lisboa por donde se mueve el protagonista (elevador de Santa Justa, algunas calles tortuosas y la inconfundible arquitectura popular)

Somos las personas las que mezclando lo exterior con lo interior construimos lugares llenos de magía, poesía, belleza. Los paisajes y las ciudades cambian según la mirada y el sentido que les da quien los mira, y en este caso no creo que nqdie pueda ver lo que "espera ver" de lisboa, sino la mirada personal de Alain Tanner
Zeltia
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2 de febrero de 2010
2 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Parece una película de Herzog (Bruno Ganz), o una película de Wenders (Lisboa, Bruno Ganz) pero no, es una película Alan Tanner. El director suizo, que bien podría estar en el mismo saco que estos dos alemanes y que algún centroeuropeo más (¿Kieslowski también, quizá?) en cuanto a un determinado tipo de cine de autor. Cineastas muy personales pero que tienen elementos en común.

El universo Tanner que nació en los setenta, con películas ya difíciles como La salamandra, y que aquí da una muestra de algunas de sus características: un personaje (el de Bruno Ganz) en un mundo deshumanizado, ajeno, desesperanzado, que encuentra una razón para la ilusión (la chica del bar lisboeta). Ingredientes para un cine no fácil de digerir, que no entra siempre a la primera pero que contiene suficientes atractivos lejanos a los del cine convencional para tenerlos en consideración. Que luego entre o no en ellos el espectador dependerá de que el cine de autor sea lo suficientemente hábil para "venderse".

Y la película cuenta con un aliciente extra para los amantes del actor europeo en general: un Bruno Ganz en su plenitud y precursor de actores posteriores. Y se me ocurre el nombre de Javier Bardem, no sé por qué.
cassavetes
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