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La historia del camello que llora

Documental Documental ficcionado sobre una familia de pastores nómadas mongoles a los que les nace un camello albino que su madre rechaza. (FILMAFFINITY)
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Críticas 27
Críticas ordenadas por utilidad
21 de julio de 2007
52 de 52 usuarios han encontrado esta crítica útil
Para nuestra mentalidad occidental -especialmente, la ibérica-, que tiene como meta vital la consecución de un piso en propiedad y “vive al ritmo del crecimiento de su hipoteca”, La historia del camello que llora nos enfrenta a una realidad bastante más exótica. Asistimos al espectáculo de la sencillez, con la pura subsistencia como coreografía, protagonizado por unos seres -humanos y animales- envueltos de una innata dignidad.
En el desierto de Gobi, una camella no acepta a su cría recién nacida. Gran problema. Este suceso es el pretexto para hacer discurrir ante nuestros ojos la vida cotidiana de un familia mongola que alberga cuatro generaciones, y poder observar cómo influyen los nuevos tiempos, la inevitable globalización que se solapa con rituales mágicos -o no tan mágicos- donde la música es empleada como agente resolutivo. Éste, es un documental con formato de ficción: contiene introducción, nudo y desenlace. Sus creadores, Byambasuren Davaa y Luigi Farloni lo realizaron como proyecto de la Escuela de Cine de Munich cuando eran estudiantes de Dirección. Davaa nació en Mongolia en 1971 y pertenece a la primera generación sedentaria de su familia. Por eso la película es un documento auténtico, aunque tal vez muestre una visión demasiado dulce de un tipo de vida tan dura. En cualquier caso, la obra respira amor hacia una forma de existencia primigenia que se debate, a su vez, por querer saber del resto del mundo, como demuestra el anhelo de los más jóvenes que fantasean con la posibilidad de tener una televisión. La reivindicación modernizadora que asumen la nuevas generaciones de nómadas mongoles, mahoríes en Nueva Zelanda (como vimos en Whale Rider), u otras tribus de África o Suramérica, provoca un delicado proceso donde lo deseable sería conservar el patrimonio cultural ancestral y aprovechar la calidad de vida del siglo XXI; poder seleccionar aquéllo del mundo desarrollado que realmente sirva para vivir mejor y no sólo para consumir más.
La encantadora familia protagonista vive en el desierto de Gobi, los vecinos más próximos suelen estar a unos 50 km. Tienen 60 camellos y unas 300 ovejas y cabras. El rodaje se desarrolló a lo largo de 23 días en marzo de 2002, época de la paridera de los camellos. No obstante, por la frescura y complicidad de los protagonistas con la cámara se intuyen muchas más días previos de convivencia de los autores con esta familia y sus animales. La película es más que un documento etnográfico, es un poema elegíaco, una despedida. Tal vez, por eso lloran los camellos.
la28
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25 de noviembre de 2005
27 de 36 usuarios han encontrado esta crítica útil
Habrán oído ustedes que el siglo LXX aC se produjo una Revolución Neolítica y el siglo XVIII dC una Revolución Industrial (con la primera descubrimos la agricultura y nos volvimos sedentarios y con la segunda descubrimos la producción a saco en fábricas y abandonamos el trabajo artesanal... y luego la humanidad fue feliz y comió perdices).
Pero esto es sólo la una visión eurocentrísta del universo que ignora las tribus de frikis que en pleno siglo XXI dC siguen yendo de nómadas por la vida y subsisten casi exclusivamente con lo que producen ellos mismos.

Ser tan autosuficiente implica prescindir de lo más básico como podría ser un bidet o la conexión a internet y yo no se lo desearía ni al peor de mis enemigos (bueno, sí, a una ex mía que era muy pija sí que se lo desearía, pero eso no tiene nada que ver).
Sin embargo, estar cómodamente sentado en una butaca, y poder observar -sin que te entre arena en los zapatos- a una familia de mongoles que se pasa la vida recogiendo ramitas por el Desierto del Gobi y cuidando sus piojosos rebaños, la verdad es que es un gustazo.
Además sale un niño con mucho salero que convence a sus viejos para que instalen una antena parabólica más grande que la tienda de campaña dónde viven, y eso llega al corazón de cualquier persona con un mínimo de sensibilidad.

Hablamos pues de un reposado y hermoso reportage sin trucos ni voz en off, mucho menos cursi de lo que podría temerse, y que está arrasando en varios festivales de cine (seguramente por la sorpresa que supone que el camello del título no sea un traficante de drogas sinó un animal muy simpático que está todo el rato moviendo los morros como si masticase).
Casi da ganas de abandonarlo todo y unirse a los nómadas aunque sólo sea por los paisajes y la tranquilidad, pero eso de vivir sin bidet...

Nota: un notable
Listocomics Puntocom
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15 de junio de 2006
21 de 27 usuarios han encontrado esta crítica útil
En uno de los lugares más recónditos e inhóspitos del planeta, en medio del mazacote que es el continente más inmenso del globo, florece milagrosamente la vida, tanto la humana como la animal. Uno de los atractivos del documental es que muestra fielmente cómo se adaptan éstos a un lugar tan austero y elemental como el desierto de Gobi, en Mongolia.

Para mí, una de las mejores bazas de la película es su exquisita fotografía, que por sí sola ya merece su visionado. También posee una carga importante de ternura, que corre a cargo de los adorables camellos; son a la vez protagonistas del argumento y personajes de fondo, ya que se integran perfectamente en el paisaje, formando un todo armónico y bello. Por otra parte, se transmiten algunas ideas quizá más implícitas, como la afirmación de que es posible (y no tan mala) una vida en comunidad que, en la actualidad, se adapte al entorno y sea respetuosa con el medio, como queda plasmado en uno de los rituales que realizan estas personas para con la naturaleza, y que refleja una forma de pensar aparentemente arcaica pero en realidad más evolucionada que la "civilizada" occidental.

Por último merece mención especial el desenlace, en mi opinión lo mejor del film, donde la trama concluye de una forma hermosa. Perfecta conjunción entre imágenes y música para un bello final. Y será verdad que la música amansa a las fieras...
art7
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28 de enero de 2007
16 de 19 usuarios han encontrado esta crítica útil
No apta para mentes impacientes. 'La historia del camello que llora', por su exotismo, sencillez y autenticidad, hace recordar a los documentales épicos y hermosos que se filmaron en los inicios del género (Nanook, el esquimal; Robert J. Flaherty, 1922). Es una ventana abierta a una realidad singular, que absorbe por su atracción mística, romántica y desconocida. Un edificante trabajo envuelto en un halo de poesía y pausado sentimentalismo.
Dravot
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24 de febrero de 2006
14 de 15 usuarios han encontrado esta crítica útil
La virtud del cine documental es la de mostrar al espectador el mundo tal como es, sin artificios ni trucos, “La Historia del Camello que Llora” es un buen ejemplo de ello aunque en determinados momentos sus imágenes escapen de la racionalidad para el mundo en que vivimos.

El mérito de esta producción no radica únicamente en la obligatoria improvisación y en el manejo de actores no profesionales, condiciones que son inherentes a otros muchos documentales, sino en trabajar en las duras condiciones climáticas que ofrece el indómito desierto del Gobi a todo ser vivo y sobre todo en mostrar al espectador escenas inéditas, condicionadas en todo momento por el imprevisible comportamiento de la naturaleza, desde el inusual nacimiento de una cría albina de camello y su rechazo por la madre hasta la mágica escena final del ritual musical en la que todo el equipo de producción consigue una sublime recompensa a su gran trabajo cinematográfico.
Sertorio
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