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La historia del camello que llora

Documental Documental ficcionado sobre una familia de pastores nómadas mongoles a los que les nace un camello albino que su madre rechaza. (FILMAFFINITY)
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Críticas 27
Críticas ordenadas por utilidad
1 de marzo de 2015
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Ingen Numsil (La historia del Camello que llora, 2003) se trata de una película independiente, coproducida entre Alemania y Mongolia y que cuenta una historia atractiva y apasionante, a pesar de que a priori puede parecer una aventura un tanto extraña. El filme tiene la intención de mostrarnos la vida cotidiana y el modus vivendi de una tradicional familia rural de Mongolia, que vive prácticamente en el nomadismo. Los beneficios vienen en gran parte de la lana que consiguen de sus camellos, animales a los que cuidan. En realidad, los primeros compases de la película no son más que el relato día a día de una familia rural, y el director no oculta ningún tipo de detalle en esta reconstrucción, desde el baño de los más jóvenes de la familia, hasta la singular relación entre los campesinos y los camellos.

La película no tiene un aire romántico ni cae en absurdos clichés. Ciertamente el retrato se ajusta a la realidad, y no adultera la historia en ningún momento. Es cierto que hay algunas secuencias que pretenden buscar una cierta estética, pero nunca rompen el discurso verosímil del relato, como es el caso de la escenas que nos muestran los paisajes (las famosas estepas mongolas) que tienen como marco de vida nuestros protagonistas.

Así pues, la película no tiene una narrativa convencional, aunque los dos directores de la película nos presentan un eje que será el que hará desarrollar la historia, como es el nacimiento de una pequeña cría de camello. Esta cría, parece ser repudiada por su propia madre, lo que generará un discurso sobre el que se cimenta gran parte de la película. Por otra parte, la cría de camello tiene un evidente paralelo con el propio hijo de la familia. El filme explora el crecimiento y la adaptación de los más pequeños, algo que puede soprender en algunos momentos al espectador occidental, como por ejemplo cuando hacia el final del filme los miembros adultos de la familia mandan a los dos muchachos jóvenes (uno de ellos ni siquiera es un adolescente) a encargarse de ciertos negocios. Al igual que vemos el proceso de maduración de los muchachos, simultáneamente transcurre con los propios animales.

Además, hay que decir que el filme es muy singular. Lo generalmente habitual en un documental de estas características habría sido la utilización de la Voz en off, que habría detallado totalmente las acciones que protagonizan nuestros personajes. Sin embargo, que el filme funciona, lo demuestra el hecho de que los directores han prescindido totalmente de este recurso, y sin embargo el filme es perfectamente entendible para cualquiera. Sólo con las imágenes y el montaje somos capaces de entender lo que nos han querido transmitir los directores. Lenguaje prácticamente mudo, que apenas queda interrumpido por algún diálogo aislado o por la secuencia en la que se práctica una especia de ritual mágico acompañado de la música autóctona, que alcanza las más altas cotas de todo el filme.

La Historia del Camello que llora no es sólo la de un retrato fidedigno o verosímil sobre una comunidad nómada de Mongolia. Es evidente que los directores del filme, Byambasuren Davaa y Luigi Falorni buscan desarrollar un debate, más allá de la radiografía más costumbrista y etnológica. Para muestra tenemos el final del filme, que no deja de ser el subrayado evidente (pero justificado, por ser la conclusión y al haber evitado el lenguaje hablado), cuando nuestros protagonistas mongoles acaban colocando una antena para poder ver la televisión. En efecto, constantemente podemos intuir en la película un discurso que gira en torno a la globalización. Y lo que nos demuestra el filme, es que esta ha llegado a todos los rincones del mundo, incluidos los más inhóspitos, como podrían ser las estepas de Mongolia (no ya la capital, Ulán Bator, que no aparece en el filme en ningún momento). Incluso la pureza de un mundo como el de estos pastores nómadas ha quedado contaminada con la pátina de la globalización. Y es que en efecto, los pastores conocen la televisión y como funciona, e incluso el hijo de la familia quiere tener una de ellas en su casa, para poder compararse con los demás niños a los que ha visto con el aparato. Por no hablar de los pequeños detalles que introduce el filme, como la radio que tiene el padre o la gorra de Adidas con la que viste el mismo niño (Uno no puede dejar de preguntarse como habrá llegado la gorra hasta allí). El filme analiza a la perfección (y sin la intención de hacer hincapié en ningún momento) en la extraña mezcolanza que existe entre el modo de vida tradicional de esos pastores nómadas, y la del capitalismo. Una dicotomía que se establece en el propio país de Mongolia, entre la gente que vive en la urbe, la capital de Ulán Bator, y el resto de habitantes, que prácticamente son nómadas.

https://neokunst.wordpress.com/2015/03/01/la-historia-del-camello-que-llora-2003/
Kyrios
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22 de enero de 2017
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Si estás aburrido de ver películas con personajes estúpidos, graciosillos sin gracia, magos de pacotilla, niñatos haciendo bullying o héroes cantamañanas salvando al género humano, te recomiendo que te sumerjas en esta película, no te arrepentirás.Cine de verdad, sin artificios pero con alma. Si comienzas a poner en duda que el cine es el séptimo arte, esta es tu vacuna. La historia de una madre camella que rechaza a su bebé recién nacido y los esfuerzos de sus dueños para reconducir la situación. El desierto de Gobi, sus atardeceres anaranjados, la familia que sobrevive anclada en esa frontera imprecisa entre el pasado nómada y la modernidad, los camellos que miran al horizonte con melancolía a la espera de que los ciervos les devuelvan sus cuernos, la música de las esferas recomponiendo el orden natural de las cosas. Sí, señor, esto es cine de verdad. Que alguien haya escrito por ahí que se aburrió viendo esto escapa a mi capacidad de comprensión. Película muy inteligente y muy bien llevada, que nunca decae y mantiene el interés desde el primer instante.
Cristermo
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1 de marzo de 2024
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Vi, una vez más, “Ingen Numsil” (“Die Geschichte vom weinenden Kamel”, “The Story of the Weeping Camel” o, en español, “La historia del camello que llora”, 2003), un documental mongol, con toques de drama, dirigido y escrito por Byambasuren Davaa y Luigi Falorni. La música es mérito de Marcel Leniz, Marc Riedinger y Choigiw Sangidorj, y la fotografía de Luigi Falorni y Juliane Gregor (aplausos a todos). La obra trata sobre un camello albino que es rechazado por su madre, de forma tal que sus humanos, una familia de pastores nómadas del sur de Mongolia (desierto de Gobi), recurren a un músico tradicional para realizar un ritual musical, repitiendo la palabra HOOS –que es el sonido propio para los camellos–, que la motive a aceptar a su cría; de lo contrario, esta moriría. Esta cinta fue muy reconocida en los festivales del 2004. Logró muchas nominaciones y premiaciones, que dan cuenta de su calidad estética y de la profundidad del drama narrado, a un punto tal que la considero una película de culto dentro de su género, una de esas obras que un amante del séptimo arte no puede dejar de ver.
No quiero centrarme mucho en los aspectos estéticos, pues brillan por sí solos. La fotografía es maravillosa y la ambientación impecable. ¿Y qué la hace tan magnífica? Su sencillez. Este documental le apuesta, con mucho éxito, a una fórmula que, en casi todos los casos, en el cine comercial, llevaría al fracaso: la sencillez que rodea tanto la narración como la imagen, y justo por ello logra transmitir sentimientos básicos que se desprenden de las acciones más primarias del ser humano en su cotidianidad (resalto estas palabras: sencillez, emociones primarias y cotidianidad). Recuerdo la primera vez que la vi, en una sala de teatro española, justo en el 2004. Todos los espectadores que pude ver estaban llorando con las escenas más tristes (como las del rechazo a la cría) y alegres cuando las cosas al parecer mejoran. ¿Cómo es que esta obra, sin mayores artilugios narrativos, sin grandes giros en la trama, sin muchas pretensiones técnicas y con actores naturales logra conmover tanto al auditorio? Esta es la enseñanza de este documental: la sencillez que rodea los sentimientos más básicos de la cotidianidad de cualquier ser humano; pero sumado a un elemento que, en nuestros tiempos, incrementa el drama: el medio para la transmisión de las emociones son los animales (especialmente los que, culturalmente, consideramos cercanos, prójimos o de respeto; de alguna manera, nuestra humanidad, nuestra empatía, se siente hoy día más fuerte en relación con nuestras mascotas, con los animales domesticados (como los camellos de esta obra), con los animales que luchan por sobrevivir ante la contaminación humana, etc., que con el otro.
Y justo aquí es que la cinta me puso a reflexionar: ¿nos sentimos más empáticos con una historia centrada en un animal domesticado sufriendo que con una basada en una persona triste? La respuesta es muy compleja, tiene muchas variables y bemoles. Sin embargo, si se me permite generalizar, la respuesta es un sí. Esto se debe a muchos factores, pero me centraré en tres. En primer lugar, los animales domesticados nos dan todo sin esperar mayor cosa a cambio; esta entrega casi que total e incondicionada nos permite estar con ellos sin la desconfianza que le tenemos al prójimo; es decir, se nos presentan como seres sintientes que demandan protección y cuidados, pero que no generan en nosotros el miedo a ser engañados o traicionados. En segundo lugar, sabemos, por nuestra experiencia, que el otro perfectamente puede disociar sus palabras de sus acciones, sus emociones de sus hechos, decir que nos aprecia para actuar de forma contraria, por lo que le achacamos, no sin razón, la posibilidad de manipulación, incluso cuando expresa emociones, que nos pone alertas; en cambio, le adjudicamos al animal domesticado una originalidad y simpleza en sus razones para actuar justo porque no es, potencialmente, una amenaza (obviamente, no hablo de todos los animales ni de todas las experiencias posibles con ellos, pues nuestra reacción no es homogénea ni empática con todos por igual, ambigüedad que denuncia, en varios casos, el ecologismo). Todo lo anterior incentiva nuestra confianza hacia el animal, que se conecta con nuestra desconfianza a las personas que, si se sale de control, puede llegar a cuestionar una de las bases de la humanidad: la empatía hacia el otro. En tercer lugar, en la actualidad el dolor humano, tantas veces reproducido por todos los medios, se nos está volviendo banal, común, se está normalizando; en cambio, el dolor o la tristeza de un animal que nos es cercano nos conmueve en demasía pues se convierte, cualitativamente hablando, en una excepcionalidad que exige nuestro rechazo contundente. Y se podrían dar aún más razones. No obstante, a lo que quiero llegar es que no es necesariamente malo ni perverso esta mayor empatía a ciertos animales (por lo menos a los más cercanos a nuestra cotidianidad) que a los seres humanos. Bien podría pensarse que una forma de humanizar y mejorar los niveles empáticos del ser humano pasa por la convivencia formativa, especialmente desde temprana edad, con animales. En este caso, los animales domesticados podrían servir para humanizar al individuo; aunque, reitero, estoy haciendo reflexiones amplias, pues el espacio no me permite ir más allá. Así, espero, que esta cinta humanice, sensibilice al espectador, para que de esta manera esté mejor dispuesto al encuentro con el otro. ¿Será esto posible?
En conclusión, esta cinta conmueve a cualquiera, y se torna un poema magnífico gracias a su sencillez en la exposición de los sentimientos básicos de toda persona en su cotidianidad, como lo es el amor. Según Luigi Falorni, uno de los directores, este documental es “la prueba evidente de que nadie puede vivir son amor”. .
Andres Botero
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3 de abril de 2006
5 de 11 usuarios han encontrado esta crítica útil
Todo un regalo para los que disfrutamos la película-documental tranquila y costumbrista. La historia está muy bien llevada y la ambientación de la película te atrapa enseguida. Los "actores", como no podía ser de otra manera, naturales y convincentes en su quehacer diario.

El final, mágico y emocionante, deja la sonrisa grabada en el espectador y las ganas de no ir el lunes a la oficina...
Adso
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11 de junio de 2007
2 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
¿Soy muy insensible porque creo que la película estaría mucho mejor si durara una hora menos? La historia es bonita y llena de verdad, pero me molestan algo algo estos documentales donde se pretende esconder la guionización pero se adivinan a poco que mires, secuencias artificiales.
Germán
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