Picnic en Hanging Rock
6.8
5,086
Intriga. Drama
El día de San Valentín de 1900, las estudiantes de la Escuela Appleyard van de excursión a Hanging Rock, una región australiana montañosa. A lo largo del día se producen una serie de fenómenos sobrenaturales: el tiempo se detiene, estudiantes y maestras pierden el conocimiento y tres chicas y una profesora desaparecen. (FILMAFFINITY)
18 de junio de 2021
18 de junio de 2021
4 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
Un cuento de hadas, de misterio (sin solución) y de terror gótico a plena luz del día, combinando inquietud y belleza a partes iguales. E inmejorable carta de presentación de un cineasta primerizo, cuyo eco resuena en gente como Lynch y la Coppola.
Gran ojo para captar la naturaleza salvaje australiana, tan peculiar. Notable conjunción con lo musical (si acaso chirría un poco el soniquete electrónico del momento). Cada imagen, cada movimiento de cámara, parece primorosamente escogido (ciertos recursos videocliperos quedan hasta bien) tanto para plantear el mcguffin como para definir a los futuros implicados en el drama que está por llegar (maestras, fuerzas del orden, testigos… y un pueblo entero).
El lugar en cuestión es una “zona” que respira, con vida y reglas propias, donde el tiempo permanece inmóvil y un paisaje prehistórico parece engullirlo todo. Esto recuerda al realismo mágico, tan propio de tierras ajenas a lo europeo, donde lo natural, lo cotidiano, puede convertirse fácilmente en extraordinario, como si otros mundos muy antiguos, remotos, estuviera por descubrir y aguardase a la vuelta de la esquina.
El puritanismo, la confianza en la razón cartesiana, en jerarquías y disciplina, queda en nada ante los instintos más atávicos (dos mundos que chocan y contrastan vivamente, lo habitual en Weir).
Gran ojo para captar la naturaleza salvaje australiana, tan peculiar. Notable conjunción con lo musical (si acaso chirría un poco el soniquete electrónico del momento). Cada imagen, cada movimiento de cámara, parece primorosamente escogido (ciertos recursos videocliperos quedan hasta bien) tanto para plantear el mcguffin como para definir a los futuros implicados en el drama que está por llegar (maestras, fuerzas del orden, testigos… y un pueblo entero).
El lugar en cuestión es una “zona” que respira, con vida y reglas propias, donde el tiempo permanece inmóvil y un paisaje prehistórico parece engullirlo todo. Esto recuerda al realismo mágico, tan propio de tierras ajenas a lo europeo, donde lo natural, lo cotidiano, puede convertirse fácilmente en extraordinario, como si otros mundos muy antiguos, remotos, estuviera por descubrir y aguardase a la vuelta de la esquina.
El puritanismo, la confianza en la razón cartesiana, en jerarquías y disciplina, queda en nada ante los instintos más atávicos (dos mundos que chocan y contrastan vivamente, lo habitual en Weir).
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
Nada que añadir sobre una media hora inicial que es atmósfera pura y dura, ejercicio de estilo sublime, magistral anuncio de compresas... historia del cine, sin más.
Lo que sigue a partir de ahí (aunque volvamos a Hanging Rock intermitentemente) es la meticulosa disección de una sociedad y de las consecuencias de un hecho trágico, terrible y que nos deja impotentes, que obsesiona, que cambia las vidas de todos (nada será igual… ni siquiera para una de las chicas al volver del “otro lado”, ya adulta y vestida de rojo).
La desaparición tiene algo de ritual, de sacrificio pagano (San Valentín, año 1900, - el último año del siglo XIX-) donde una suerte de inocencia perversa despierta en unas adolescentes guiadas por un raro instinto (¿sexual?), como volcanes dormidos pero que empiezan a despertar, a dejar la infancia atrás (los demás sigue un camino similar, como la directora; de antipática bruja a mujer vulnerable cuyas certezas se desmoronan). Más de un enigma hay, incluso, como lo de los dos hermanos, a un paso el uno del otro… y sin saberlo (lo cual resulta fatal). Y desigualdades fundadas en lo económico (la situación de los huérfanos), pero que pueden anularse gracias a una sana camaradería masculina (entre el joven amo y el criado).
Lo que sigue a partir de ahí (aunque volvamos a Hanging Rock intermitentemente) es la meticulosa disección de una sociedad y de las consecuencias de un hecho trágico, terrible y que nos deja impotentes, que obsesiona, que cambia las vidas de todos (nada será igual… ni siquiera para una de las chicas al volver del “otro lado”, ya adulta y vestida de rojo).
La desaparición tiene algo de ritual, de sacrificio pagano (San Valentín, año 1900, - el último año del siglo XIX-) donde una suerte de inocencia perversa despierta en unas adolescentes guiadas por un raro instinto (¿sexual?), como volcanes dormidos pero que empiezan a despertar, a dejar la infancia atrás (los demás sigue un camino similar, como la directora; de antipática bruja a mujer vulnerable cuyas certezas se desmoronan). Más de un enigma hay, incluso, como lo de los dos hermanos, a un paso el uno del otro… y sin saberlo (lo cual resulta fatal). Y desigualdades fundadas en lo económico (la situación de los huérfanos), pero que pueden anularse gracias a una sana camaradería masculina (entre el joven amo y el criado).
1 de octubre de 2024
1 de octubre de 2024
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
"Lo que vemos y lo que somos, no es más que un sueño dentro de un sueño."
Con esta cita de Edgar Allan Poe se abre "Picnic en Hanging Rock". Un sueño dentro de un sueño; esa fue la estrategia con la que Peter Weir logró convertir en un éxito comercial a esta película (pieza fundamental en la denominada "nueva ola" del cine australiano). Basada en la novela homónima (también de temática ficticia) de Joan Lindsay, los responsables del filme usaron la misma táctica que la autora de la obra literaria para captar la atención: jugar con la ambigua exposición narrativa de un suceso supuestamente acaecido en la realidad el día de San Valentín de 1900 en la formación rocosa llamada Hanging Rock, y cuya resolución nunca llegaremos a conocer. A excepción de la fecha y el lugar, el resto de los personajes, sucesos e incluso algunas localizaciones, nunca existieron fuera de la historia novelada por Lindsay y llevada a la pantalla por Weir con el beneplácito de la autora.
La estrategia logró funcionar, tanto para el libro como para la película, y ambos se convirtieron en clásicos del misterio en sus respectivos medios; pero a diferencia de la novela, en la cual Lindsay jugó con la ambigüedad del texto sin esclarecer nunca que se tratase de un suceso real, en la producción cinematográfica decidieron iniciar la película con el anuncio de que lo que se vería en pantalla estaba basado en un suceso real. Este hecho llevó a que la película lograse un objetivo más allá de sus méritos cinematográficos, que fue el de expandir al público el fenómeno de la leyenda de las desapariciones de Hanging Rock.
Por todo esto se generó un movimiento de investigación para explicar los hechos en los que se recurrió desde OVNIs extraterrestres a fuerzas telúricas sobrenaturales, aunque la investigación periodística y de archivo concluyó en que estos hechos no se correspondían a nada ocurrido en la realidad, ni en cuanto a fechas, sucesos, personas, ni determinados lugares. Pero el rótulo inicial inserto en la película logró surtir el efecto deseado y fue una gran pericia por parte de sus responsables. Tanto es así que aún hoy en día solemos encontrarnos en reseñas, críticas y sinopsis de la película la premisa de que se basa en un hecho real; cosa del todo errónea y de la que nos podemos cerciorar con una investigación nada exhaustiva.
"Picnic en Hangig Rock" es un logro cinematográfico con excelsas virtudes como película, destacando sobre todo quizá su atmósfera, en la que Peter Weir se apoya con la ayuda de la labor de fotografía de Russell Boyd y la música de Bruce Smeaton para el desarrollo narrativo del misterio fruto de la mente de Joan Lindsay. Pero más allá de su legado en el aspecto técnico y plástico (de palpable influencia en películas como "Las Vírgenes Suicidas"), no podemos despreciar su otro legado como fenómeno social y publicitario al emplear un artificio que juega con la ambigüedad (o directamente el engaño) en la exposición de la obra y con la capacidad interpretativa y la credulidad del espectador (truco del que se aprovecharían otros más adelante como Sidney J. Furie en "El Ente", y que lo llevarían un paso más allá los responsables de la promoción de "El Proyecto de la Bruja de Blair"), motivo por el cual se agrandaría más su leyenda.
Con esta cita de Edgar Allan Poe se abre "Picnic en Hanging Rock". Un sueño dentro de un sueño; esa fue la estrategia con la que Peter Weir logró convertir en un éxito comercial a esta película (pieza fundamental en la denominada "nueva ola" del cine australiano). Basada en la novela homónima (también de temática ficticia) de Joan Lindsay, los responsables del filme usaron la misma táctica que la autora de la obra literaria para captar la atención: jugar con la ambigua exposición narrativa de un suceso supuestamente acaecido en la realidad el día de San Valentín de 1900 en la formación rocosa llamada Hanging Rock, y cuya resolución nunca llegaremos a conocer. A excepción de la fecha y el lugar, el resto de los personajes, sucesos e incluso algunas localizaciones, nunca existieron fuera de la historia novelada por Lindsay y llevada a la pantalla por Weir con el beneplácito de la autora.
La estrategia logró funcionar, tanto para el libro como para la película, y ambos se convirtieron en clásicos del misterio en sus respectivos medios; pero a diferencia de la novela, en la cual Lindsay jugó con la ambigüedad del texto sin esclarecer nunca que se tratase de un suceso real, en la producción cinematográfica decidieron iniciar la película con el anuncio de que lo que se vería en pantalla estaba basado en un suceso real. Este hecho llevó a que la película lograse un objetivo más allá de sus méritos cinematográficos, que fue el de expandir al público el fenómeno de la leyenda de las desapariciones de Hanging Rock.
Por todo esto se generó un movimiento de investigación para explicar los hechos en los que se recurrió desde OVNIs extraterrestres a fuerzas telúricas sobrenaturales, aunque la investigación periodística y de archivo concluyó en que estos hechos no se correspondían a nada ocurrido en la realidad, ni en cuanto a fechas, sucesos, personas, ni determinados lugares. Pero el rótulo inicial inserto en la película logró surtir el efecto deseado y fue una gran pericia por parte de sus responsables. Tanto es así que aún hoy en día solemos encontrarnos en reseñas, críticas y sinopsis de la película la premisa de que se basa en un hecho real; cosa del todo errónea y de la que nos podemos cerciorar con una investigación nada exhaustiva.
"Picnic en Hangig Rock" es un logro cinematográfico con excelsas virtudes como película, destacando sobre todo quizá su atmósfera, en la que Peter Weir se apoya con la ayuda de la labor de fotografía de Russell Boyd y la música de Bruce Smeaton para el desarrollo narrativo del misterio fruto de la mente de Joan Lindsay. Pero más allá de su legado en el aspecto técnico y plástico (de palpable influencia en películas como "Las Vírgenes Suicidas"), no podemos despreciar su otro legado como fenómeno social y publicitario al emplear un artificio que juega con la ambigüedad (o directamente el engaño) en la exposición de la obra y con la capacidad interpretativa y la credulidad del espectador (truco del que se aprovecharían otros más adelante como Sidney J. Furie en "El Ente", y que lo llevarían un paso más allá los responsables de la promoción de "El Proyecto de la Bruja de Blair"), motivo por el cual se agrandaría más su leyenda.
29 de noviembre de 2012
29 de noviembre de 2012
13 de 24 usuarios han encontrado esta crítica útil
Otra película más de Peter Weir sobrevalorada. Sinceramente es una película de interés CERO, elevado a cero, o sea ¿doble cero? Bueno ahora en serio, es una película flojísima. Empezó despertando cierta intriga en mí, sobre todo por el misterio que envuelve la historia y el hecho de si es real o no. Pero la película avanza y el tiempo parece detenerse y lleva una hora y ya se te ha ido el interés porque parece que llevas viéndola tres y es cuando miras el reloj y te das cuenta de lo que queda todavía para que se termine y empiezas a resoplar. Lo peor es que cuando por fin termina y ya estás medio sobado, pero has hecho esfuerzos por aguantar despierto a ver qué pasa al final, te das cuenta de que en realidad, NO HA PASADO NADA. No hay explicaciones, las situaciones cada vez se vuelven más ilógicas y más estúpidas y tú te quedas con cara de idiota, por haber perdido una vez más un valioso tiempo tragándote otro truño infumable. La verdad es que no me dio ni frío ni calor, es una película que perfectamente se puede olvidar a los dos minutos de haberla visto, porque en sí no vale para nada, no tiene nada destacable, aunque sí que te puede servir muy bien para que te entre la morriña y echarte un sueñecito. De hecho desde aquí os recomiendo muy encarecidamente, si se os ocurre enfrentarse a su visionado y os entra el sueño (que será lo más probable) no hagáis como yo y lo aguantéis por miedo a perderos algo, directamente dejaros llevar y dormir plácidamente os puedo asegurar que no os perderéis nada y en cambio ganaréis un profundo sueño, que eso nunca viene mal. Y sino leeros directamente la historia en alguna reseña web que es mucho más interesante que tragarse este inmenso ladrillo.
12 de septiembre de 2008
12 de septiembre de 2008
4 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
Segundo film de la primera etapa australiana de Peter Weir es este fresco a caballo entre el romanticismo y el fantástico. Basándose en una novela de Joan Lindsay que a su vez se documentó sobre unas extrañas desapariciones acontecidas en el sur de Australia el día de San Valentín de 1900, Weir equilibra perfectamente un relato tan sorprendentemente sobrenatural como poético. Su resultado es un triste y a la vez bellísimo réquiem sobre la belleza emanada del misterio.
Nadie sabe lo que ocurrió exactamente. Tres estudiantes y una de las profesoras del internado victoriano de Appleyard desaparecieron sin dejar rastro ese mediodía del día de los enamorados. Las niñas, seducidas por la poesía y entregadas a la belleza de la vasta formación geológica de Hanging Rock se escudriñan en sus galerías para no regresar nunca más. Hanging Rock es su jardín del Edén en donde su llegada una de ellas vatinica: "Ha estado un millón de años esperando por nosotras". Y, efectivamente, después de comer la tarta de San Valentín (y con el añadido perverso de que las hormigas se harán con el resto) las valientes adolescentes ponen su imaginación en práctica y desaparecen. En su busqueda, una de las institutrizes del colegio también desaparece. La investigación no ha hecho más que empezar, pero a Peter Weir no le interesa en absoluto adentrarnos en las pesquisas sobre su desconocido paradero sinó lanzarnos directamente una crítica sobre la inestabilidad de la influencia victoriana en las antípodas de lo silvestre y salvaje. Así pues, el misterio nos lleva al drama por las consecuencias que supuso a las instituciones coloniales ante la impotencia de no desvelar los hechos y sí caer en la desgracia de no afrontarlos. La directora del centro incapaz de asumir la veracidad de los hechos y con su autoridad puesta en entredicho va cayendo progresivamente en el alcohol; así como una de las niñas incapaz de asumir la desaparición de una de sus compañeras de poesía y canciones. El recuerdo de lo bello queda en las imágenes de una de las chicas despidiéndose de una de las profesoras antes de adentrarse en tan fatídica roca. De lo bello a lo estremecedor bastando con cruzar un pequeño riachuelo.
El choque de civilizaciones o la intervención del hombre frente a ambientes hostiles fue un nexo en la filmografía de la primera etapa de Weir, influenciada más tarde en sus films americanos como "Único Testigo", "El Club de los Poetas Muertos" (que, de hecho, recoge muchos frutos de "Picnic at Hanging Rock") e incluso "El Show de Truman".
Nadie sabe lo que ocurrió exactamente. Tres estudiantes y una de las profesoras del internado victoriano de Appleyard desaparecieron sin dejar rastro ese mediodía del día de los enamorados. Las niñas, seducidas por la poesía y entregadas a la belleza de la vasta formación geológica de Hanging Rock se escudriñan en sus galerías para no regresar nunca más. Hanging Rock es su jardín del Edén en donde su llegada una de ellas vatinica: "Ha estado un millón de años esperando por nosotras". Y, efectivamente, después de comer la tarta de San Valentín (y con el añadido perverso de que las hormigas se harán con el resto) las valientes adolescentes ponen su imaginación en práctica y desaparecen. En su busqueda, una de las institutrizes del colegio también desaparece. La investigación no ha hecho más que empezar, pero a Peter Weir no le interesa en absoluto adentrarnos en las pesquisas sobre su desconocido paradero sinó lanzarnos directamente una crítica sobre la inestabilidad de la influencia victoriana en las antípodas de lo silvestre y salvaje. Así pues, el misterio nos lleva al drama por las consecuencias que supuso a las instituciones coloniales ante la impotencia de no desvelar los hechos y sí caer en la desgracia de no afrontarlos. La directora del centro incapaz de asumir la veracidad de los hechos y con su autoridad puesta en entredicho va cayendo progresivamente en el alcohol; así como una de las niñas incapaz de asumir la desaparición de una de sus compañeras de poesía y canciones. El recuerdo de lo bello queda en las imágenes de una de las chicas despidiéndose de una de las profesoras antes de adentrarse en tan fatídica roca. De lo bello a lo estremecedor bastando con cruzar un pequeño riachuelo.
El choque de civilizaciones o la intervención del hombre frente a ambientes hostiles fue un nexo en la filmografía de la primera etapa de Weir, influenciada más tarde en sus films americanos como "Único Testigo", "El Club de los Poetas Muertos" (que, de hecho, recoge muchos frutos de "Picnic at Hanging Rock") e incluso "El Show de Truman".
7 de abril de 2010
7 de abril de 2010
4 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
La devoción por el espíritu setentero me lleva en parte a puntuar como buena esta peculiar peli de Peter Weir, realizador de más que correcta trayectoria.
Deliberadamente poética, quizás su mayor defecto resida en sus ínfulas líricas, por momentos un poco cargantes.
Por otro lado es una magnífica recreación de unos hechos reales o novelados, da absolutamente igual, que engancha con su maravillosa ambientación, excelente música, buenas interpretaciones y estilo hipnótico (si tienes sueño o resaca mejor que no la veas) muy propio de los cuentos de hadas, porque eso es lo que es al fin y al cabo, la historia de unas hadas que... y ya no digo más. Hay que imaginárselo prácticamente todo, ahí radica gran parte de su encanto.
Cine fantástico y de misterio, pero sutil, sensual, enigmático y etéreo. Nada que ver con la mayoría del cine de género actual, y esa es una de las buenas razones para ver esta cinta, que es buena muestra del arte singular de una década realmente prodigiosa.
Deliberadamente poética, quizás su mayor defecto resida en sus ínfulas líricas, por momentos un poco cargantes.
Por otro lado es una magnífica recreación de unos hechos reales o novelados, da absolutamente igual, que engancha con su maravillosa ambientación, excelente música, buenas interpretaciones y estilo hipnótico (si tienes sueño o resaca mejor que no la veas) muy propio de los cuentos de hadas, porque eso es lo que es al fin y al cabo, la historia de unas hadas que... y ya no digo más. Hay que imaginárselo prácticamente todo, ahí radica gran parte de su encanto.
Cine fantástico y de misterio, pero sutil, sensual, enigmático y etéreo. Nada que ver con la mayoría del cine de género actual, y esa es una de las buenas razones para ver esta cinta, que es buena muestra del arte singular de una década realmente prodigiosa.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
La conclusión que esperamos que nos sirvan en bandeja es inexistente, por lo tanto lo importante es el desenlace que cada uno hemos estado fabulando en nuestra mente, las cábalas que hacemos durante el visionado y hacia donde nos llevan, o no, las claves y pistas que nos muestran fugazmente, y que quizás son sólo espejismos... esa es la ambigua solución.
Pero tengamos claro que ni la autora del libro ni Peter Weir tienen ni pajolera idea de lo que les pasó finalmenete a las chicas y no debemos reprochar su ignorancia, como espectador me gusta que me dejen fantasear con las posibles interpretaciones y desenlaces y no me expliquen el "porqué de todo absolutamente y me aten todos los cabos que si no no me entero de nada y puntúo esta película como una basura porque tengo la imaginación de una garrapata".
La experiencia de las chavalas es claramente mística, pero no de una espiritualidad cristiana, más bien hace pensar que todo tiene que ver con las creencias de los aborígenes, que tienen su fundamento en la ensoñación, estado en el que caen estas muchachas al adentrarse en Hanging Rock, lugar de poder de los indígenas australianos comparable a las colinas de las hadas de nuestro lado del mundo.
Pero tengamos claro que ni la autora del libro ni Peter Weir tienen ni pajolera idea de lo que les pasó finalmenete a las chicas y no debemos reprochar su ignorancia, como espectador me gusta que me dejen fantasear con las posibles interpretaciones y desenlaces y no me expliquen el "porqué de todo absolutamente y me aten todos los cabos que si no no me entero de nada y puntúo esta película como una basura porque tengo la imaginación de una garrapata".
La experiencia de las chavalas es claramente mística, pero no de una espiritualidad cristiana, más bien hace pensar que todo tiene que ver con las creencias de los aborígenes, que tienen su fundamento en la ensoñación, estado en el que caen estas muchachas al adentrarse en Hanging Rock, lugar de poder de los indígenas australianos comparable a las colinas de las hadas de nuestro lado del mundo.
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