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Críticas 367
Críticas ordenadas por utilidad
Críticas ordenadas por utilidad
7
11 de marzo de 2024
26 de 32 usuarios han encontrado esta crítica útil
No se entiende del todo Dream scenario sin Nicolas Cage, persona, personaje y meme; la santísima trinidad del cine, y es que no solo está divertido y patético a partes iguales, sino que no podría ser otro para contar la historia de un fenómeno viral y de cómo la lógica de estos tiene mucho en común con otro fenómeno, el de la histeria colectiva, las oleadas de indignación en redes sociales y las campañas de descrédito a personalidades públicas a raíz del “me too” o la guerra cultural; distorsión, manipulación, nostalgia de una realidad que se ha convertido en un gran sueño colectivo donde cada uno ve lo que quiere ver.

Un tipo cualquiera se vuelve enormemente popular por motivos absurdos, se vuelve objeto de simpatía e incluso de deseo y obsesión, para a continuación ser defenestrado cruelmente por motivos igual de absurdos e incomprensibles, víctima él mismo de cualquiera de las pesadillas que inspira, en una espiral de paranoia y horror que le convierten en un nuevo Josef K. No hace nada, no ha hecho nada, pero es el centro de todo, y es que es difícil sustraerse y quedarse al margen cuando te ponen en la palestra. Es además la película de un pobre hombre blanco y heterosexual injustamente acusado, con su propia mujer y sus hijas en contra, seguro que es música para los oídos de más de uno. Pero quizá nuestro hombre no sea inocente del todo… y tampoco es que le falte un punto llorón y victimista.

Un poco larga hacia el final, y el gag del sofá quizá un poco fuera de lugar. Un estilo de rasgos documentales y en general bien recreado ese onirismo, sin exceso de artificio o CGI en sus fugas surreales, muy orgánico. Humor negro y ambiente inquietante para un film que esconde un fondo amargo y que no sabes si reírte, llorar o qué... Te acabas decantando claramente por lo segundo. Sobre los sueños literales pero también los de un “loser” acomodado por la rutina y los pájaros en su cabeza (al final ese es el verdadero crimen que comete), que vive de esos sueños de escribir el ansiado libro, los cuales nunca quiso o pudo cumplir, hasta que alguien se los pisotea y se los sabotea. La sátira parece que aborda la cuestión desde esa metáfora o realismo mágico, sin ahondar en cuestiones ideológicas y reivindicativas y más interesada por el fenómeno en sí mismo y su funcionamiento… lógico cuando ambas partes suelen ir a la par en cuanto a enajenación.

Start-ups dirigidas por millenials y hipsters que venden no se sabe muy bien el qué, empresas e instituciones que se suben al carro de lo que está de moda y funciona, pero que tampoco dudan en lavarse las manos y dar la patada cuando se vuelve incómodo. La educación que degenera en terapia, las universidades privadas y la sensibilidad exacerbada de unos jóvenes que no diferencian la realidad de la fantasía, acechados por un enemigo que sólo está en sus cabezas; el viejuno que quiere profundizar, los chavales que sólo están al tanto del momento y la brecha comunicativa y generacional entre ellos.

Biología evolutiva, camuflaje y adaptación al medio, mentes-colmena… paradójicamente el tipo sí que realiza una gran descubrimiento. El influencer como el gurú de nuestro tiempo, distopías que ya están aquí, con la publicidad y sus posibilidades de visibilidad y posicionamiento como la clave que lo mueve todo, hasta el punto de invadir la parcela última de nuestro ser; renuncie usted a todo lo que le incomode… a cambio de unos cuantos anuncios.
25 de abril de 2024
27 de 39 usuarios han encontrado esta crítica útil
No deja de ser esa vieja sci-fi que toma el pulso al presente y radiografía los miedos de una época. Si en otro tiempo fueron los rusos, el comunismo o la amenaza nuclear, ahora es el desmembramiento y fin de la nación americana misma, causado por el odio y la división interna aunque sin entrar mucho en detalles, lo cual incrementa el mal rollo a la vez que hace el conflicto un poco más “universal”, por mucho que las particularidades de EEUU no sean las nuestras ni las de nadie y surjan las tentaciones de pensar en un “qué pasaría” aplicado a otros países.

Se atreve a dejar un poco por los suelos ese imaginario yanki edulcorado con el que nos han atiborrado desde siempre, con Washington, el presidente, la casa blanca… pero aquí el ambiente es más propio de la caída de Berlín que otra cosa, una sensación de apocalipsis, de final de una época y caída de un imperio, que haría llorar como a una niña a Roland Emmerich, a lo largo de un tramo final apoteósico, de una crudeza estética pero sobre todo moral que hasta hace daño y da pena verlo. Lo cual no quita que la película tenga un punto de elegancia visual, de estilización (secuencia casi onírica del incendio), pese al efecto sonoro apabullante de los tiros, recurriendo al montaje y a las canciones con una intención irónica de distanciamiento.

Al final lo que queda es una mirada desengañada, una espiral de muertes y de odio en la que los motivos reales, políticos, ideológicos, quedan enterrados en medio de la confrontación y la pura supervivencia. Y una idea bien clara; lo que venga después no va a ser mucho mejor.

Sobre todo es una película sobre el fotoperiodismo de guerra, sobre el que se plantea un legado que es cíclico, tanto como los conflictos armados, un relevo generacional que sólo se consuma mediante la violencia. Puede ser algo necesario y valiente, un simple trabajo sucio, simple testimonio objetivo, o bien una forma de morbo gratuito. Quienes lo realizan son adictos al riesgo, o tan sólo gente que ha tenido que dejar todo tipo de escrúpulos al margen y hacer callo emocionalmente hablando (si es que esto es humanamente posible o merece siquiera la pena), a la caza de esa imagen icónica que pasará a la posteridad.

La labor de Garland como director se mimetiza con esto, contaminan su propia escritura visual (como dirían en la Caimán) esas instantáneas con un punto “meta”. Además es buen guionista y tira del esquema road movie, siempre eficaz, presentando y matizando a los personajes sin prisas, su evolución, con lo bélico como simple trasfondo de sus andanzas; los perros viejos de vuelta de todo, o bien quienes empiezan a abrirse al mundo, su belleza y su terror, pero mostrando incluso esa extrañeza del conflicto, con todo cayendo y dando paso una gozosa fiesta o dislate colectivo que también forma parte del absurdo y de lo terrible, quizá porque se parece a una respuesta o modo de asimilarlo.

Y es que por mucho dinero que haya, no deja de ser un film de A24 y eso significa que tenemos a alguien joven que es el auténtico protagonista, que experimenta una progresiva deshumanización conforme se adentra en la pesadilla... y sin embargo esto no le destruye; al contrario, le hace encontrar su propia fuerza, un significado a su vida (en un momento dado se verbaliza), por espantoso que pudiera ser. Un concepto bastante genérico, con la riqueza de lo moralmente ambiguo, que con variaciones sirve como base argumental de casi todas las propuestas de la productora, y esta no es una excepción.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
Sobre si falta contexto, explicaciones, justificaciones… Yo creo que sí que lo hay, lo que no hay es exposición directa de todo ello, y sí unas cuantas pistas. Los EEUU se han convertido en un estado autoritario, con el presidente acumulando mandatos, haciendo y deshaciendo a conveniencia. Ha perdido toda legitimidad reprimiendo con dureza las protestas de la población civil. El ejército se ha levantado en armas y esto ha provocado un conflicto armado a gran escala, pero también hay guerrillas y grupos de partisanos que apoyan a un bando o a otro, o bien actúan con total impunidad aprovechando el caos: ¿supremacistas blancos? (tremebunda secuencia, por incómoda, la del Plemons), simples rednecks echados al monte, ¿anarquistas subversivos? (se habla de los “maoístas de Portland”)… y, entendemos, extremismos de todo tipo.
6 de abril de 2024
14 de 18 usuarios han encontrado esta crítica útil
Me cae bien gente (¿gentuza?) como Bertrand Bonello. Alguien de la estirpe de los que no temen realizar malabarismos al borde del desastre, del exceso, si es a cambio de lograr esos hallazgos poéticos, inquietantes, cercanos a lo onírico y a la pesadilla.

Aquí aporta algo a la genealogía de Hitchcock, De Palma y Lynch, pasando por Resnais. Es decir, a esas historias de amor obsesivo y trágico que resuenan y atraviesan épocas y realidades, de amor más soñado que vivido (si es que hay diferencia alguna), en las que se da la confusión, aparecen el trauma y la idealización, el doble, el recuerdo y la identidad hechos pedazos. La imagen como engaño y manipulación, el relato que se adentra en lo gótico y romántico, con augurios de muerte y de finales desdichados.

Combinación de sci-fi distópica con reencarnaciones y existencias pasadas, drama de época sobre los convencionalismos sociales (que sería lo cercano a la base literaria, el relato de Henry James del que parte esto) y un thriller o giallo ambientado en la “jungla” de L. A. donde se hace más patente que nunca esa idea de un animal acechando a su presa... tiene como preámbulo la pantalla verde, la tecnología actual que materializa cualquier quimera, o la hoja en blanco que sirve de soporte a la escritura visual desatada del gabacho.

La “bestia”, la amenaza desconocida o presentimiento de una catástrofe inminente, son mas bien “las” bestias, que en cada momento y lugar adquieren una forma determinada, son el obstáculo para que ese amor nunca llegue a consumarse. El miedo a seguir el instinto, la mentalidad puritana de principios del siglo XX, o bien la superficialidad actual de preservar la juventud a toda costa, cirugía estética mediante, el simulacro de vida glamourosa pero transitoria y la terrorífica deriva del pensamiento “incel”, más alienados que nunca, hasta llegar a la encarnación última y definitiva; la IA, o una necesidad cada vez mayor de eliminar las emociones, las últimas y molestas trazas de una humanidad que se puede extirpar con facilidad.

La distopía hace tiempo que dejó de ser el futuro para ser el presente o incluso el pasado inmediato; crisis, pandemia, la catástrofe consumada. Librarse del peligro de sentir, abrazar lo cómodo y previsible, frente a esos sentimientos turbios que nos humanizan, pero también nos exponen al peligro, al dolor y la incertidumbre. Aquello que la tecnología desarrolla para aniquilar de una vez por todas a la bestia… no es sino la Bestia misma.

La película se llena de reiteraciones, señales, como la paloma a modo de augurio del mal, de situaciones y diálogos que se repiten cual variaciones. Las muñecas y su evolución, desde la ingenua artesanía industrial de los inicios hasta los simulacros más perfectos de seres humanos. La música, desde Madame Butterfly, Schoenberg, con su expresión no mediante la belleza estética sino mediante la visceralidad, la electrónica brutal de discoteca, los ¿karaokes televisados?… y finalmente, una sociedad incapaz de relacionarse ni de sentir sino es a través de la evocación nostálgica; tal vez lo que más duele e interpela del film.

Cambia el formato y el estilo con cada salto temporal, desde la elegancia clásica, los planos-secuencia de 1910, marcados eso sí por cierta discontinuidad y ruptura del eje, hasta la disolución futurista de los espacios, lo frío e impersonal, pasando por las pantallas partidas, video-grabaciones, cámaras de vigilancia, etc. de 2014.

La película la llevan desde luego ellos dos y les permite, por motivos obvios, bastante lucimiento interpretativo, con diálogos en distintos idiomas y un significado especial, una vez más, ahí donde reside la naturaleza del sentimiento; la mirada, inexpresiva, “de muñeca”, o bien horrorizada, que es la clave de todo, como siempre lo ha sido.
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spoiler:
Me quedo con esa secuencia del incendio-inundación que es digna de un James Cameron y en especial con el hackeo del portátil, con unas imágenes surgidas del averno que son homenaje y préstamo, nada menos, de cierto polémico cineasta americano que no me esperaba para nada, sin duda el instante más malrollero. Y se permite algún gag como el del jarrón Ming, pues esto tiene su punto satírico (aunque en mi cine no se reía nadie...).
8 de diciembre de 2023
11 de 13 usuarios han encontrado esta crítica útil
Muy floja, por no decir que es un desastre de principio a fin.

Scott es ese especialista en hacer unas películas que parecen buenas, con determinados planos, cámaras lentas y elecciones musicales que parecen inspiradas, pero sólo eso, lo parecen. Aquí tenemos época, ambientes, escenas de batalla, musicote, pero a poco que nos demos cuenta, no hay por dónde coger nada, de puro flojo, superficial y sin emoción ni poesía alguna que es el resultado.

Crónica de la vida de Napoleón Bonaparte reducida a un resumen rapidito, inconexo y tirando de la Wikipedia, con carteles para que la gente no se pierda... y aún así ni siquiera nos enteramos demasiado del contexto político ni del histórico, pues todo transcurre a lo largo de décadas como podría hacerlo en días. Tratándose de un período de enorme trascendencia y complejidad que supone el origen nada menos que de la Europa moderna, esto daba para toda índole de intrigas cortesanas, juegos de poder, las ideas surgidas de la revolución francesa frente a las de un antiguo régimen que se resiste a desaparecer… pero es que ni siquiera la faceta de gran estratega militar de nuestro hombre queda especialmente retratada.

Es un contar muchas cosas para acabar no acabar contando nada, y la propuesta se agota (y agota a quien la ve) rápido porque no tiene donde rascar; a la hora de metraje ya está visto lo que hay que ver. Cine épico fallido y grandilocuente mezclado con un sainete donde queda todo diluido, incluyendo una interpretación del Phoenix emulando otra vez al Joker que resulta repetitiva y cargante; la figura, entendemos que con afán desmitificador, es la de un fantoche cuya personalidad apenas se desarrolla más allá de una ambición y megalomanía ramplonas, como de un Tony Montana cualquiera, lo cual no es de por sí algo negativo… pero es que cae en el cliché barato en torno al personaje y prácticamente no nos descubre nada nuevo de él, ni tampoco una faceta humana inesperada, derivada de cierto asomo de inseguridad encubierta. Su relación con Josefina viene a ser el hilo conductor, otra buena idea sobre el papel, pero que tampoco está bien plasmada, pues detrás de la relación conflictiva y de daño mutuo que se nos presenta, un poco a lo PTA, más que haber química o misterio alguno, un porqué en sus acciones, sólo hay unas frases y un guion diciendo unas cosas que nos vemos en pantalla.

Se me ocurre ese Talleyrand, figura muy relevante que vendría a ser aquí el brazo más político de Napoleón, o el astuto que suple con sus sutilezas las carencias de quien es pura fuerza bruta, pero en seguida queda olvidado, como todo lo demás, desaparecido en combate. En cuanto a las batallas, hay coincidencia en que son lo más destacable (en especial la del hielo), pese a la estética grisácea que se elige para cada una de ellas. Pero es que incluso la parte de lucir vestuario y escenarios se queda corta ¿Qué clase de coronación es esa, que parece un teatrillo de cuatro mataos? ¿Ese duque de Wellington pretende ser una parodia?
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
La restauración monárquica se omite porque patatas y sólo la intuimos por esa caricatura de rey gañán.

Hay un recrearse en el gore de una manera bastante gratuita (vemos literalmente un caballo reventado de un cañonazo) y en apuntes sexuales inclinados a lo sórdido y patético, lo cual contrasta con la ausencia de desnudos propia de un nuevo código Hays; esto sin embargo no es tanto culpa de la película como del panorama actual del cine.
12 de enero de 2024
9 de 10 usuarios han encontrado esta crítica útil
Ejercicio de terror directo, sangriento y que busca provocar el efecto e incomodar con una representación gráfica del horror sobrenatural, muy física, pese a tratarse de una amenaza abstracta; una “maldad” que flota y se propaga, que está en todas partes y en ninguna y que acaba por ser ese mal que todos llevamos metido dentro y a la espera de la ocasión propicia, que brota de algún lugar infecto en el fondo de la mente pero que está a dos pasos de tomar la vida real.

Sería una de posesiones diabólicas y una de zombis o infecciones, no del todo lograda, pero cuyo éxito se entiende tal vez, no sólo por un puñado de secuencias de impacto, sino por proponer cierta alternativa a una década de “terror elevado”, relamido y elegante en exceso. Y algo tiene que ver la pandemia, el peligro del que no podemos huir por mucho que sigamos unas normas estrictas que conforman la peculiar mitología del “embichado”.

Los personajes son más bien miserables, torpes y poco heroicos, con poco o nada que puedan hacer ante semejante adversario, arrastran un pasado no del todo respetable. Un enemigo interior remueve los malos instintos, juega con ellos, al tiempo que es una Cosa carpenteriana, un horror purulento y deforme que los exterioriza.

Bastante potente la primera mitad, donde vemos por cierto la ineficacia de las instituciones en el campo argentino, los terratenientes que siguen siendo la autoridad (se busca extirpar el mal para que las tierras no pierdan valor, esconderlo bajo la alfombra antes que arrancarlo de raíz)…
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
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Armas de fuego (que reproducen el mal en lugar de alejarlo), luz eléctrica (que en lugar de iluminar acaba por invocar a la bestia), animales… quizá lo podría haber aprovechado mejor, con alguna proximidad a un realismo mágico por la manera tan fácil con que se aceptan los acontecimientos (el nene que acaba de ser testigo de cómo un perro le come la cabeza a su hermanita, y al poco rato está tan tranquilo).

Situaciones muy desmadradas, con gente perdiendo los papeles de una forma no sé si involuntariamente cómica incluso, a lo Peter Jackson, o bien involucrando a niños, a personas discapacitadas, con tal de poner de los nervios al personal. Una marca de culpa imborrable, como derrota última y consumación definitiva y terrenal de esa maldad. La infancia otra vez como máscara que encubre el horror bajo un aspecto inocente, y a partir de aquí, una cinta mucho más convencional, con niños malvados, con su medium, un aparato mágico que parece sacado de la manga… y pierde, creo yo, bastante interés y fuelle.
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