Una mujer para dos
1933 

7.3
2,760
Romance. Comedia
George Curtis, pintor, y Tom Chambers, autor teatral, que comparten un piso en París, conocen en el tren que se dirige a esta ciudad a Gilda Farrell, americana como ellos y dibujante publicitaria. Ambos se enamoran inmediatamente de ella y, como Gilda es incapaz de decidirse por uno, deciden vivir un 'menage à trois'. (FILMAFFINITY)
23 de febrero de 2009
23 de febrero de 2009
7 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
Design for Living, sin llegar a la altura de To be or not to be (Ser o No Ser/ 1.942), The shop around the Corner (El Bazar de las Sorpresas/ 1940) o de Heaven Can Wait (El Diablo Dijo No/ 1.943), es una gran película de uno de los grandes directores de la historia del cine Ernst Lubitsch. Sus comedias son de lo mejor que uno puede ver en cine y los guiones con los que trabaja siempre son inteligentes, depurados y afinados. Esas obras maestras que Lubitsch nos ha regalado y que, por desgracia, se terminaron cuando el corazón no le aguantó más mientras trabajaba, tienen su punto culminante con To be or not to be (Ser o No Ser/ 1.942) en la que realiza una sátira del régimen nazi, régimen que le quitaría a Lubitsch la nacionalidad alemana en el año 1.935.
En este caso la comedia se sitúa entre un trío de personajes bohemios cuya moralidad sería tan escandalosa para la época que la película tuvo serios problemas con la censura norteamericana (no olvidemos que Lubitsch se fue a vivir a Hollywood en el año 1.922). Escandalosas debieron ser para el momento algunas escenas en las que un joven pero ya consagrado Gary Cooper/George Curtis, junto a Fredric March/Thomas Chambers, enamoraban a dúo junto a Miriam Hopkins en su papel de Gilda Farrell.
Parece increíble que en esos años se pudiese escribir y dirigir una obra tan actual y tan feminista. Porque toda la pieza gira alrededor del personaje de Miriam Hopkins/Gilda Farrell. En un mundo todavía dominado por los dictados morales de los hombres, Lubitsch nos enseña con la naturalidad de una fresca comedia, que no ocurre nada por incorporar a las mujeres a los mismos patrones de comportamiento que los hombres han soportado durante siglos.
El cine ha ayudado a lo largo de su, todavía corta historia, a derrotar estereotipos. Las gentes del cine, en general, se han destacado por ofrecer siempre una línea crítica (piénsese en la actitud de muchos directores y actores frente a la guerra de Iraq o frente a la caza de brujas del maccarthismo de los años 50) con el poder establecido.
Design for Living, además de ofrecernos una deliciosa comedia con un grandioso Fredric March que vivió su época dorada en la década de los 30, nos permite realizar un ejercicio de tolerancia porque los personajes no aparecen como depravados u obscenos, sino todo lo contrario, son inteligentes, realizan sus sueños artísticos con éxito y asumen su situación con la normalidad que desearíamos que tuvieran todos los seres humanos frente al diferente o el extraño.
Hoy son muchos los que llaman al presente siglo el siglo de los valores femeninos y eso es algo que Lubitsch ya entrevió en el año 1.933.
Lo mejor: La valentía de una apuesta feminista y progresista realizada con suma inteligencia.
Lo peor: Pesa el origen del guión con un ritmo un tanto teatral.
Imprescindible
En este caso la comedia se sitúa entre un trío de personajes bohemios cuya moralidad sería tan escandalosa para la época que la película tuvo serios problemas con la censura norteamericana (no olvidemos que Lubitsch se fue a vivir a Hollywood en el año 1.922). Escandalosas debieron ser para el momento algunas escenas en las que un joven pero ya consagrado Gary Cooper/George Curtis, junto a Fredric March/Thomas Chambers, enamoraban a dúo junto a Miriam Hopkins en su papel de Gilda Farrell.
Parece increíble que en esos años se pudiese escribir y dirigir una obra tan actual y tan feminista. Porque toda la pieza gira alrededor del personaje de Miriam Hopkins/Gilda Farrell. En un mundo todavía dominado por los dictados morales de los hombres, Lubitsch nos enseña con la naturalidad de una fresca comedia, que no ocurre nada por incorporar a las mujeres a los mismos patrones de comportamiento que los hombres han soportado durante siglos.
El cine ha ayudado a lo largo de su, todavía corta historia, a derrotar estereotipos. Las gentes del cine, en general, se han destacado por ofrecer siempre una línea crítica (piénsese en la actitud de muchos directores y actores frente a la guerra de Iraq o frente a la caza de brujas del maccarthismo de los años 50) con el poder establecido.
Design for Living, además de ofrecernos una deliciosa comedia con un grandioso Fredric March que vivió su época dorada en la década de los 30, nos permite realizar un ejercicio de tolerancia porque los personajes no aparecen como depravados u obscenos, sino todo lo contrario, son inteligentes, realizan sus sueños artísticos con éxito y asumen su situación con la normalidad que desearíamos que tuvieran todos los seres humanos frente al diferente o el extraño.
Hoy son muchos los que llaman al presente siglo el siglo de los valores femeninos y eso es algo que Lubitsch ya entrevió en el año 1.933.
Lo mejor: La valentía de una apuesta feminista y progresista realizada con suma inteligencia.
Lo peor: Pesa el origen del guión con un ritmo un tanto teatral.
Imprescindible
16 de septiembre de 2009
16 de septiembre de 2009
7 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
Cuando en 1933 España preparaba el diseño de su vida en común mediante la inminente Guerra Civil y tras la victoria de Franco los valores del nacionalcatolicismo teñían de negro los vestidos, bajaban las faldas y el pecado se enseñoreaba del mundo, Lubitsch optaba por la libertad en el amor -no confundir con el amor libre- y el derecho a elegir con quién estar, cómo y cuándo, con un par. Además, le concedía a la mujer la primacía en la elección, profesando una vez más por ella una fiel predilección en la guerra de los sexos: Atractiva, inteligente, dinámica, libre de prejucios, dueña de su destino. Comparadla con el torpe perrote que somos los hombres en sus películas. Así es la mujer para Lubitsch. Lubitsch es un feminista que bebe Dom Pérignon. Los cuervos oscuros siempre se han cernido sobre la carne, pero hete aquí que este zorro vestido de pingüino demuestra que siendo uno inteligente y elegante -que no son virtudes conexas o derivadas en absoluto- no hay catón que le enmiende la plana ni tijera que sirva para otra cosa que para la papiroflexia. Diálogos chispeantes de ingenio, la confianza en que el público no es masa abotargada, elipsis para que revolotee la imaginación a la énesima potencia, desayuno en esmoquin, la bohemia cuando todavía había vanguardias, empresarios ufanos a punto de sentir el vértigo de la crisis del 29, pacto de caballeros antes de que la II Guerra Mundial los declarase en peligro de extinción, la amistad contra el amor, la infidelidad contra la traición, el amor es amistad, el amor es fuente creativa, "¿qué se hizieron las damas, sus tocados e vestidos, sus olores? ¿Qué se hizieron las llamas de los fuegos encendidos d'amadores? ¿Qué se hizo aquel trovar, las músicas acordadas que tañían? ¿Qué se hizo aquel dançar, aquellas ropas chapadas que traían?". Que al menos permanezca imperecedera la fama.
14 de agosto de 2010
14 de agosto de 2010
7 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
Otra agradable comedia de este gran director alemán en la que Gary COOPER y Fredrich MARCH componen a un dúo de bohemios, uno pintor y el otro escritor, que se enamoran de Gilda (Miriam HOPKINS), una suerte de musa y Pigmalion para ambos. De cuando un triángulo es algo más que estar enamorado a dos sin que los vértices se desestabilicen; bueno sólo un poco al principio. Sigue imperando en la trama el lenguaje de las puertas y sus deliciosos gags como, por ejemplo, ante la pregunta de un sirviente: “LA SEÑORA ¿LES ESPERA?". "NO, LA SEÑORA NO NOS ESPERA, PERO NOS AMA, SUEÑA CON NOSOTROS Y NOS AÑORA". Y así todo el rato; un placer.
A partir de la obra de Nöel COWARD Y con un final muy progre :)))
A partir de la obra de Nöel COWARD Y con un final muy progre :)))
3 de marzo de 2009
3 de marzo de 2009
6 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
Así rezaba un cartel en el despacho donde Billy Wilder, pupilo del alemán, escribía todos sus guiones. Cuando se atascaba en alguna escena solo tenía que echar un vistazo a la frase para que Ernst le trajera la inspiración y la escena quedara cuadrada.
"Una mujer para dos" es un claro ejemplo de lo que Wilder buscaba. Cuadrar cada escena al milimetro, cada dialogo cómico a su debido ritmo para dar tiempo a la carcajada del público, frases utilizadas como leit-motiv de la película y que van y vuelven durante el trancurso de la historia, etc.... Wilder aprendió bien la lección y lo utilizaría en cada uno de sus films.
Respecto a la dirección no es una de sus mejores cintas, a lo que no ayuda que sea una adaptación teatral de una obra de éxito, quedando las escenas demasiado planas. Aún así ya utilizaba su genial juego de puertas, que repetiría a lo largo de toda su filmografía. ¿O acaso hay algo que cree más intriga que una puerta cerrada? Lubitsch jugaba constantemente con esto. Sabía que lo que mostraba en pantalla era tan importante como lo que no mostraba.
Tuvo suerte de que el Código Hays no empezara hasta un año después porque el ménage à trois que se marca el trio protagonista hubiera provocado un ataque de corazón a los censores. Aunque ya se hubiera inventado algo Ernst, que para algo era todo un profesional del esquive.
"Una mujer para dos" es un claro ejemplo de lo que Wilder buscaba. Cuadrar cada escena al milimetro, cada dialogo cómico a su debido ritmo para dar tiempo a la carcajada del público, frases utilizadas como leit-motiv de la película y que van y vuelven durante el trancurso de la historia, etc.... Wilder aprendió bien la lección y lo utilizaría en cada uno de sus films.
Respecto a la dirección no es una de sus mejores cintas, a lo que no ayuda que sea una adaptación teatral de una obra de éxito, quedando las escenas demasiado planas. Aún así ya utilizaba su genial juego de puertas, que repetiría a lo largo de toda su filmografía. ¿O acaso hay algo que cree más intriga que una puerta cerrada? Lubitsch jugaba constantemente con esto. Sabía que lo que mostraba en pantalla era tan importante como lo que no mostraba.
Tuvo suerte de que el Código Hays no empezara hasta un año después porque el ménage à trois que se marca el trio protagonista hubiera provocado un ataque de corazón a los censores. Aunque ya se hubiera inventado algo Ernst, que para algo era todo un profesional del esquive.
3 de agosto de 2015
3 de agosto de 2015
5 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
Aunque no goza de la fama de “Ser o no ser” o “Ninotchka”, no tenga la enjundia y el lustre de “La octava mujer de Barba Azul” o “Un ladrón en la alcoba”, quizás sea “Una mujer para dos”, la película más modesta de su etapa americana, la de un reparto más restringido (prácticamente el cuarteto protagonista), la de acción más escueta y desposeída de argumentos afluentes, y sin embargo en su recatada humildad que tantas veces la hace pasar inadvertida, “Una mujer para dos” contiene, enteras y quintaesenciadas, las obsesiones que pueblan el universo creativo de Ernst Lubitsch, también los recursos formales que le otorgaron indiscutiblemente el cetro de rey de la comedia.
El tema que presta su aliento a la trama es, como siempre en el cineasta, el amor. Un amor al que se accede, después de abolir ciertas trabas sociales, después de infringir ciertos tabúes que convierten el enamoramiento en una jocosa peripecia. Gilda Farrell (Miriam Hopkins), joven publicista de la agencia regentada por Max Plunkett (Edward Everett Horton), coincide en el vagón de tercera clase de un tren que la conduce hasta París con una pareja de artistas bohemios, Tom Chambers (Frederic March) y George Curtis (Gary Cooper), que sestean indolentemente, con los pies encaramados en el asiento que Gilda ocupa. Aprovechando el sueño displicente de ambos, Gilda esboza en su cuaderno una caricatura de los dos compañeros de viaje, con quienes intimará jocosamente antes de llegar al destino común.
Pronto sabremos que Chambers es autor de comedias que nunca han llegado a estrenarse, y que Curtis pinta retratos irónicos, como una Lady Godiva en bicicleta que Gilda vitupera amablemente. Después de haberse lanzado unas cuantas pullas inofensivas, ya habrá brotado entre los tres una indisoluble camaradería a la que pondrá coto el inoportuno Plunkett, jefe y amigo de Gilda, que la espera en el andén de la estación, haciendo gala de una amabilidad sospechosa. Basada en una obra de Noel Coward “Design for living” y adaptada por el gran Ben Hecht, la película de Lubitsch es un prodigio de audacia para su época en la forma tan elegante de abordar un autentico “menage à trois”.
Es la emoción de la insolencia, es la fascinación por lo prohibido, el adulterio sibilino, el inconfesable pecado banalizado con un descaro apabullante y asombroso. El nuevo rol femenino, muy adelantado a su tiempo, expresa una filosofía de la vida golosa y risueña, que no puede resignarse a elegir. Los detalles en el cine de Lubitsch son decisivos para comprender su humor irónico y mordaz: las ingeniosas elipsis, el juego con las puertas en las que los protagonistas entran y salen, los diálogos afilados, los insertos, la subversión sexual, “el pacto de caballeros” que sacrifica el amor a cambio de una difícil convivencia consagrada al ejercicio del arte. Es poner el lenguaje cinematográfico en primer plano, sin que el espectador abdique de su inteligencia. La genuina sofisticación de la puesta en escena es encantadora y brillante, es el humor burbujeante, espumeante sobre el brillo superficial de la vida, para revelar, que al fin y al cabo, nada tiene importancia. Es el famoso “Toque Lubitsch”, el arte de un enamorado de la vida y de las cosas, que alcanza el grado supremo de la universalidad.
El tema que presta su aliento a la trama es, como siempre en el cineasta, el amor. Un amor al que se accede, después de abolir ciertas trabas sociales, después de infringir ciertos tabúes que convierten el enamoramiento en una jocosa peripecia. Gilda Farrell (Miriam Hopkins), joven publicista de la agencia regentada por Max Plunkett (Edward Everett Horton), coincide en el vagón de tercera clase de un tren que la conduce hasta París con una pareja de artistas bohemios, Tom Chambers (Frederic March) y George Curtis (Gary Cooper), que sestean indolentemente, con los pies encaramados en el asiento que Gilda ocupa. Aprovechando el sueño displicente de ambos, Gilda esboza en su cuaderno una caricatura de los dos compañeros de viaje, con quienes intimará jocosamente antes de llegar al destino común.
Pronto sabremos que Chambers es autor de comedias que nunca han llegado a estrenarse, y que Curtis pinta retratos irónicos, como una Lady Godiva en bicicleta que Gilda vitupera amablemente. Después de haberse lanzado unas cuantas pullas inofensivas, ya habrá brotado entre los tres una indisoluble camaradería a la que pondrá coto el inoportuno Plunkett, jefe y amigo de Gilda, que la espera en el andén de la estación, haciendo gala de una amabilidad sospechosa. Basada en una obra de Noel Coward “Design for living” y adaptada por el gran Ben Hecht, la película de Lubitsch es un prodigio de audacia para su época en la forma tan elegante de abordar un autentico “menage à trois”.
Es la emoción de la insolencia, es la fascinación por lo prohibido, el adulterio sibilino, el inconfesable pecado banalizado con un descaro apabullante y asombroso. El nuevo rol femenino, muy adelantado a su tiempo, expresa una filosofía de la vida golosa y risueña, que no puede resignarse a elegir. Los detalles en el cine de Lubitsch son decisivos para comprender su humor irónico y mordaz: las ingeniosas elipsis, el juego con las puertas en las que los protagonistas entran y salen, los diálogos afilados, los insertos, la subversión sexual, “el pacto de caballeros” que sacrifica el amor a cambio de una difícil convivencia consagrada al ejercicio del arte. Es poner el lenguaje cinematográfico en primer plano, sin que el espectador abdique de su inteligencia. La genuina sofisticación de la puesta en escena es encantadora y brillante, es el humor burbujeante, espumeante sobre el brillo superficial de la vida, para revelar, que al fin y al cabo, nada tiene importancia. Es el famoso “Toque Lubitsch”, el arte de un enamorado de la vida y de las cosas, que alcanza el grado supremo de la universalidad.
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