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AdolescenciaMiniserie

Serie de TV. Drama. Thriller Miniserie de TV. 4 episodios. El mundo de una familia se pone patas arriba cuando Jamie Miller, de 13 años, es arrestado y acusado de asesinar a una compañera de clase. Los cargos contra su hijo les obliga a enfrentarse a la peor pesadilla de cualquier padre.
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8
24 de marzo de 2025 2 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Adolescencia es una de esas miniseries que te atrapan por la crudeza de su historia y la verdad emocional que logra transmitir. Lo que en un principio podría parecer una trama más sobre crímenes adolescentes, pronto se convierte en una poderosa reflexión sobre la familia, la incomunicación y el dolor silencioso que provoca una tragedia de este calibre.

Los cuatro episodios, filmados en un único plano secuencia cada uno, consiguen sumergirte sin tregua en la historia, haciéndote partícipe de cada mirada, cada silencio incómodo y cada explosión emocional de los personajes. La cámara, siempre pegada a ellos, aumenta la tensión y la sensación de impotencia ante lo que sucede.

Stephen Graham vuelve a demostrar por qué es uno de los mejores actores británicos de su generación. Su interpretación como el padre roto es desgarradora, especialmente en esos minutos finales tan comentados, donde el guion nos recuerda que a veces no hay respuestas ni redenciones fáciles. Owen Cooper también es toda una revelación; su frialdad, vulnerabilidad y rabia quedan perfectamente retratadas.

Me ha gustado especialmente la valentía de la serie al no explicarlo todo, al confiar en que el espectador es capaz de rellenar los huecos y enfrentarse a preguntas incómodas sobre la adolescencia, la educación y la fragilidad de las relaciones familiares. El guion no subestima en ningún momento a la audiencia.

Quizá le falta algo de desarrollo en la víctima y su entorno, pero entiendo que la serie prefiere centrarse en los Miller y en el efecto dominó que el crimen genera en su núcleo.

En resumen: una miniserie sobria, emocional y técnicamente brillante, que sin duda merece la atención y que invita a la reflexión más allá de su desenlace.
9
25 de marzo de 2025 2 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Ya he visto Adolescencia, la aclamada miniserie de Netflix. No quiero detenerme en detalles del argumento ni profundizar excesivamente en cómo retrata la adolescencia actual. Porque, más allá del núcleo evidente de la historia, considero que su auténtico valor radica en el reflejo que hace de la sociedad en su conjunto.
La premisa parte de un hecho monstruoso: un adolescente, Jamie, criado en un entorno cómodo, con una familia estructurada y unos padres que lo quieren, asesina brutalmente a una compañera de colegio aparentemente sin motivo. Este punto de partida sirve para revelar la profunda desconexión que vivimos con nuestra realidad inmediata, incluso la más cercana. Vivimos en una sociedad aparentemente hiperconectada e hiperinformada, capaces de seguir casi en tiempo real un tornado en Wisconsin o una guerra al otro lado del océano. Sin embargo, permanecemos completamente ajenos a lo que sucede en la habitación contigua, en nuestro propio hogar.
Decía Milan Kundera, en La inmortalidad, que el exceso de información sin filtro, lejos de enriquecernos, genera frustración e impotencia por nuestra incapacidad para controlar lo que recibimos. Nos convertimos en meros espectadores pasivos de realidades que no podemos cambiar, lo que termina aislándonos y anestesiando nuestra empatía. Llegamos al punto donde la tragedia de alguien en otro continente apenas nos conmueve superficialmente, y aún peor, tampoco nos importa realmente lo que le sucede a nuestro vecino inmediato. Por extensión, incluso llegamos a desconocer y descuidar a nuestros seres más cercanos, como muestra crudamente la relación de los padres con su hijo Jamie.
En este sentido, Adolescencia no solo muestra un retrato inquietante del mundo juvenil actual, sino que expone brillantemente nuestra incapacidad contemporánea para conectar auténticamente con quienes nos rodean, cuestionando nuestra presunta cercanía en un mundo saturado de información y conexiones virtuales.
Técnicamente, la serie es maravillosa. Me imagino que orquestar cada capítulo para que se rodara en una sola toma ha debido ser muy exigente, no solo para el director y su equipo técnico, sino también para los actores principales y la legión de extras que intervienen en algunos de los capítulos, especialmente en el segundo. El hecho de filmar cámara en mano, en plano secuencia, imprime un ritmo trepidante que beneficia al desarrollo de la trama y al resultado final. No es solo un recurso estilístico para que el director se luzca demostrando virtuosismo en el manejo de cámara o tiempos. Es también una herramienta necesaria para lograr un objetivo narrativo. Lo cierto es que técnicamente es una auténtica virguería que da sentido al conjunto.
Para que todo funcione como un reloj, como sucede siempre, es necesaria la base de un buen guion. Excelente, en este caso. Como en una obra de teatro, la historia se desarrolla en cuatro actos, ofreciéndonos cada uno un pedazo de la misma desde diferentes enfoques. Todos los personajes tienen complejidad y profundidad, y todos aportan sentido a la historia. No hay nada superfluo ni se introducen macguffins para que la trama avance. Decía Chèjov, cuentista por excelencia, sobre la claridad y concreción de la narración: "Elimina todo lo que no tenga relevancia en la historia. Si dijiste en el primer capítulo que había un rifle colgado en la pared, en el segundo o tercero debe ser descolgado inevitablemente. Si no va a ser disparado, no debería haber sido puesto ahí". Y esto se cumple sin duda en esta narración. Aporta todos los elementos necesarios para implicarte en la historia, a un ritmo que crece continuamente, y deja los espacios suficientes para que tú, como espectador, participes llenando esos huecos con tus propios pensamientos. Te deja reflexionando, tratando de encontrar una explicación al porqué ese joven, en apariencia normal, ha podido cometer un acto tan monstruoso. Te hace partícipe en todo momento. Maravilloso.
Un buen guion, además, ofrece la posibilidad de lucirse a los actores. Es esa perita en dulce que cualquier intérprete desea. Y en este caso, todo el reparto está excelente. Empezando por el joven que encarna a Jamie (Owen Cooper) —parece mentira que este sea su primer papel y que lo desempeñe con tanta maestría siendo tan joven—, pasando por el creador y guionista Stephen Graham, como padre del protagonista, y, en general, todos los actores. Pero, si tuviera que quedarme con una actuación, sería la de Erin Doherty, interpretando a Briony Ariston, la psicóloga clínica que entrevista a Jamie en el magnífico tercer capítulo.
No es solo que me haya gustado mucho esta serie, sino que ha pasado de inmediato al olimpo de mis favoritas de todos los tiempos, no ya como serie, sino como producción cinematográfica y como historia, una historia de las que te tocan la patata y te deja tocado, meditando sobre tu propio mundo, preguntándote hasta que punto, eso que se narra no podría perfectamente ocurrirte a ti.
6
26 de marzo de 2025 2 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
No me ha gustado el rodaje en un plano secuencia, es decir, sin cortes de cámaras, mediante una continuidad total de una escena. en una sola toma, en rodaje continuo. Creo que persigue emular el contenido de las redes generado por ejemplo por youtubers, intagramers etc.. pero convierte según que capítulos en tediosos, sobre todo el capítulo 4. No me gusta. Una serie no es el resultado de un creador de contenido.
Miniserie de 4 capítulos que se sostiene en el buen hacer de los protagonistas. La historia no es muy consistente. Gira en torno a Jamie, un joven de 13 años que es arrestado. Ese es el punto de partida del argumento pero básicamente lo que se enseña son los efectos colaterales que se suceden, en el sistema policial, en los allegados, en el entorno escolar, en los profesionales de la salud etc...
Hemos de agradecer en honor a la verdad no se victimiza al arrestado. También se pasa muy por encima y se huye del drama en el personaje de la víctima.
El primer capítulo pone mucho énfasis en el sistema policial inglés. Es un despliegue demostrando las formas, garantías, métodos y procedimiento. En el segundo capítulo el tema de las escaleras y rampas del centro escolar es muy poco afortunado y contribuye a trasmitir la imagen de laberinto sin sentido. Extrañé las escaleras de Howard en la serie de Harry Potter.
El poner énfasis en la relaciones de redes sociales a día de hoy busca empatizar con el público más jóven pero a mi entender no describe un fenómeno novedoso. Es más de los mismo y para soportar y describir el delirio adolescente valen las redes como otro entorno cualquiera. No se producen por ellas. Se producen "per se" inevitable e independientemente de que sea en redes o en el guateque de las fiestas de verano del pueblo.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
La falta de coherencia
Se trata de una familia perfectamente estructurada, en un entorno consolidado y próspero a la que se releva sorpresiva e invasivamente un miembro chungo. Y lo hace de cero a mil en nada, en segundos. Y eso nunca es así. Que el conocimiento te pille de nuevas puede ocurrir. Todos vivimos en la ignorancia de según que realidades tremendas pero principalmente por ser ajenas a nosotros.
Pero aquí el caso es que se trata de una plácida convivencia hogareña, constante, doméstica y cotidiana, en absoluto nada ajena, en la que es imposible que no se hayan detectado señales. Porque siempre existen y la situación crítica no brota expontáneamente. Es algo que va in crescendo, a no ser que se trate de algo para el individuo mismo que provoque una fatalidad irreversible. Los brotes abruptos suceden pero los indicadores siempre han estado ahí y en la cotidianidad que se refleja en la serie no pueden inadvertirse. Es una incoherencia muy profunda
La excusa de la influencia de las redes es un recurso de los creadores de la serie para contemporizar con el expectador. Las redes están presenten el el ocio de casi la totalidad a día de hoy, entre vulnerables y no y no por eso se provocan tragedias.
¿Como hacer para tener un mal o buen hijo (adulto)?
Es la pregunta del trillón. Es la fórmula magistral que todos ansían al igual que la de la eterna juventud, por ejemplo. Unos dicen de ser severos en la educación, otros complacientes y comprensivos, conceder, prohibir... En absolutamente todos los casos existen familias en las que de entre varios hermanos con el mismo entorno, recursos y educación unos progresan y otros no. Incluso en la adversidad más infame y profunda hay hijos que sorprendentemente salen adelante exitósamente y al contrario, en la mejor de las condiciones y con todos los medios hay familias cuyos hijos no forma ni manera de que progresen adecuadamente....
m m
8
29 de marzo de 2025 2 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Adolescencia es una serie que logra captar la esencia de lo que significa ser joven, con todas las complejidades emocionales, sociales y personales que conlleva esta etapa. Quizás un poco amarillista, aún así la trama está cuidadosamente construida, explorando la identidad, las relaciones familiares y las amistades, desde un punto de vista al que no estamos acostumbrados.

Aunque trata de ser honesta, se centra demasiado en los dramas, en las adversidades y en los problemas entre padres e hijos, dejando muy poco espacio para momentos que trasmitan la alegría de la vida en famila.
El elenco merece una mención especial, ya que las interpretaciones son genuinas y llenas de matices. Cada actor aporta una profundidad que hace que los personajes se sientan cercanos y verídicos, y rodar cada capítulo como un plano secuencia es todo un acierto.
8
31 de marzo de 2025 2 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Desde sus albores, el medio audiovisual ha transitado una senda en la que la mímesis y la estilización se entrelazan en una dialéctica incesante. "Adolescencia", la miniserie británica dirigida con quirúrgica precisión por Philip Barantini, se inscribe en esa tradición, pero lo hace con una audacia inusitada, reconfigurando el andamiaje narrativo contemporáneo y elevándolo a cotas de una verosimilitud casi insoportable. Es superfluo mencionar que es de lo mejor que ha producido Netflix desde su aparición.

El plano secuencia, herramienta predilecta del cine verité y del realismo más exacerbado, es aquí la piedra angular de la propuesta formal. Como si de una pieza de orfebrería se tratase, cada episodio está construido en una única toma, sin cortes perceptibles, dotando a la obra de una inmediatez sofocante que ahoga al espectador en el devenir inexorable de los acontecimientos. Barantini evoca con ello el lirismo claustrofóbico de Sebastian Schipper en "Victoria" y la tensión ininterrumpida de Sam Mendes en "1917", pero sin caer en el virtuosismo estéril. El resultado es una experiencia que anula la distancia entre el espectador y la historia, conduciendo a una implicación emocional casi visceral.

Si el andamiaje técnico deslumbra, el aparato actoral es su complemento indisoluble. Stephen Graham, en el papel del progenitor atrapado en una espiral de autodestrucción, despliega una interpretación que bascula entre la contención y el estallido, cincelando con cada gesto y cada inflexión un retrato desolador de la paternidad fallida. Su trabajo recuerda a las interpretaciones más desgarradoras de Ken Loach, con ecos del realismo social que hizo de "Kes" y "Sorry We Missed You" hitos indelebles del cine británico.

Sin embargo, es Owen Cooper quien irrumpe con una presencia arrolladora. Su encarnación de Jamie es un prodigio de naturalismo, una suerte de hiperrealismo performático que subvierte cualquier expectativa. En su trabajo resuenan los silencios elocuentes de Ewan McGregor en "Trainspotting" y la brutal honestidad de Barry Keoghan en "The Killing of a Sacred Deer". Pero es especialmente en el tercer capítulo donde su actuación alcanza un nivel verdaderamente impresionante: allí, Cooper navega entre la contención y la explosión con una pericia asombrosa, sosteniendo la angustia en cada mirada esquiva, en cada pausa cargada de significado, pero también desatando momentos de furia y desesperación con un realismo estremecedor. Es en esta oscilación entre el hieratismo y la erupción emocional donde radica la singularidad de su interpretación, un ejercicio de precisión absoluta que encuentra su clímax en los instantes más anodinos, donde el silencio pesa como un grito, y en los estallidos, que nunca suenan falsos ni exagerados, sino tan brutales como inevitables. Hasta logra causar miedo y piedad por partes iguales con minutos de diferencia.

En el guion de Jack Thorne resuena la impronta de los grandes cronistas de la adolescencia contemporánea, desde Larry Clark hasta Andrea Arnold. Su pluma disecciona con precisión quirúrgica los estragos de la masculinidad tóxica, el abismo de la incomunicación intergeneracional y la injerencia ubicua de las redes sociales como dispositivo de autoconstrucción y autodestrucción identitaria. No se trata, sin embargo, de un relato panfletario ni de una denuncia maniquea. Su aproximación recuerda al tratamiento crudo y sin adornos de Lynne Ramsay en "We Need to Talk About Kevin", donde la psicología de los personajes se despliega con una sutileza devastadora. Es esta perspectiva la que confiere a "Adolescencia" su potencia dramática, elevándola por encima de las convenciones narrativas del coming-of-age televisivo.

La serie genera una angustia difícil de sacudir. Nos arrastra a una historia tan desgarradora como turbia, en la que la tensión se instala desde el primer minuto y no afloja hasta el final. Como dice Boyero, es fácil devorar sus cuatro extensos capítulos cuando cae la noche, atrapado por una narración hipnótica que no concede respiro. Y aunque cada escena pesa como un yunque y el malestar se instala, es imposible apartar la mirada.

Pero lo más impactante de "Adolescencia" es su negativa a ofrecer respuestas o lecciones morales. No se recrea en la tragedia ni en el morbo, sino que abre interrogantes que siguen sin una respuesta definitiva. En una época donde todo parece requerir una conclusión rápida, donde lo audiovisual está concebido para ser de fácil consumo y digestión instantánea, la serie elige el camino opuesto: enfrenta al espectador con lo incierto, con lo incómodo, con aquello que preferiríamos no ver.

En última instancia, "Adolescencia" es un ejercicio de depuración estilística y emocional, un ejemplo de cómo la técnica, la actuación y la escritura pueden converger en una obra de arte que no solo interpela, sino que sacude. En un panorama saturado de producciones anodinas, la serie se yergue como un monumento a la capacidad del medio televisivo para trascender sus propias limitaciones y erigirse en un artefacto cinematográfico de primer orden.
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