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La condena

Drama. Romance Karrer lleva una vida retirada en una población minera. Las tardes las pasa siempre en el bar Titanik, cuyo dueño le propone participar en una operación de contrabando, pero él prefiere cederle ese trabajo al marido de la cantante del bar. (FILMAFFINITY)
Críticas 22
Críticas ordenadas por utilidad
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6
21 de julio de 2008
68 de 81 usuarios han encontrado esta crítica útil
Lo he visto, estoy seguro. La cámara se mueve.

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Antes de ponerme a redactar estas líneas, he leído las críticas (cinco, por ahora) que había en FA sobre La condena, todas ellas provechosas.

Alexei: "...no dejé de saborear los largos planos secuencia donde es imposible aburrirse, al menos para mí, porque siempre está pasando algo, o se mueve la cámara o hay montaje interno. La cámara acaricia la escena, siempre inquieta, relajada, exquisita."

Persona: "En los interminables planos-secuencia de Damnation, la cámara se desliza lenta pero inexorablemente..."

Ludovico: "Una película, en suma, para olvidarse de la historia y dedicarse a contemplarla como una sucesión de imágenes en movimiento."

Maldito Bastardo: "Y es que resulta imposible no caer en el sopor ante tanto plano secuencia de doce minutos basado en unos lánguidos e interminables travellings."

horacio: "abuso exageradísimo de los planos secuencia con situaciones reiterativas..."

La conclusión que extraigo es clara: todos ellos, como yo, han observado que la cámara se mueve.

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Plano secuencia: "Secuencia filmada en continuidad, sin corte entre planos, en la que la cámara se desplaza de acuerdo a una meticulosa planificación."

La emoción pura no se alcanza observando el plano secuencia desde fuera. Como en el cuento infantil, la verdadera belleza está en el interior. DELANTE de la cámara.

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Parecidos razonables o excesivos Tarr/Tarkovski

- El perro de Stalker
- La lluvia y su sonido
- Las lentas panorámicas de ida y vuelta
- La composición circular
- La coreografía
- El uso de la parrafada transcendente
- La ceremonia

Pero, ¿y el alma?

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Un amigo escritor citaba, encabezando uno de sus cuentos, el siguiente fragmento de Franz Kafka:

"Cuatro versiones circulan sobre Prometeo (...). Según la cuarta, todos se cansaron de lo que sin motivo había pasado. Los dioses se cansaron, las águilas se cansaron, la misma herida cicatrizó de tedio."

El exceso de agua, en ocasiones, le pone fin al fuego.

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Tras la muerte de Andrei Tarkovski, encuentro varios candidatos a su trono.

Andrei Zvyagintsev
Alexander Sokurov
Béla Tarr

Mi favorito, por ahora, es Theo Angelopoulos.
8
3 de febrero de 2007
42 de 46 usuarios han encontrado esta crítica útil
Dicen que el cine de Béla Tarr es una conjunción entre el de Michelangelo Antonioni y el de Andrei Tarkovsky.
"Devastadora, cautivadora en cada minuto de sus siete horas", dijo Susan Sontag de Sátántangó. "Una genuina obra maestra", dijo CAHIERS DU CINEMA de la misma película. "…un trabajo de brava filmación", "…un inusual, de ensueño y sumamente recomendable evento cinematográfico", dijeron J. Hoberman del VILLAGE VOICE y Jim Jarmusch, respectivamente, de Armonías de Werckmeister. Y de la que ahora me ocupa, TIME OUT dijo: "…dirección absolutamente segura… más impresionante…", y de nuevo J. Hoberman del VILLAGE VOICE, dijo: "…cinematografía impecablemente suntuosa…".
Bien, con esto no quiero dar a entender, ni mucho menos, que lo que estas personas o periódicos digan va a misa, tan sólo quería dejar constancia de comentarios interesantes sobre las películas más importantes de Béla Tarr.
Si Armonías de Werckmeister trataba de la masa, del grupo, La Condena trata de la soledad; de la soledad de un hombre enamorado. Se trata de una obra de cine negro, sobre celos, sobre el amor y sobre la traición de éste. Tenemos a una sombría y bella femme fatale, una hechizante Vali Kerekes que no aparece en los créditos de Filmaffinity. Tenemos a su marido, un hampón del tres al cuarto, y a Karrer. Aquí se cerraría el primer triángulo amoroso. El segundo, mucho más vago, y más interesante, es el que forman la femme fatale, Karrer el protagonista y una vieja venida a menos que intenta salvar a aquél del oscuro amor que tiene hacia Vali.
Si bien aquí lo que importa no es tanto la historia, sino cómo se lleva a cabo, hay que resaltar lo interesante e inteligente de los diálogos, muy literarios, puesto que se basan en un libro de Krasznahorkai. ¿Pedantes?, no me importa lo más mínimo.
El impresionante tándem László Krasznahorkai al guión, junto con Tarr, Míhaly Víg a la música, Gábor Medvigy a la fotografía y Béla Tarr a la dirección vuelven a configurar una obra de arte que si bien queda ensombrecida por Armonías de Werckmeister, no dejé de saborear los largos planos secuencia donde es imposible aburrirse, al menos para mí, porque siempre está pasando algo, o se mueve la cámara o hay montaje interno. La cámara acaricia la escena, siempre inquieta, relajada, exquisita. Lástima que ésta no me llegase a emocionar tanto como lo hizo aquella y que, siendo más corta (sólo dos horas) se me hiciese algo pesada a veces.
Pero las más de las escenas son memorables: la del Titanik Bar, la de la mujer en la niebla, la que abre la película... Béla Tarr es el Caravaggio de la imagen en movimiento, junto con su director de fotografía.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
En una de las últimas escenas, cuando están bailando en una fiesta, y suena la penúltima canción de la película (muy parecida a las de Yann Tiersen), vemos a la vieja venida a menos y a Karrer, contemplando melancólicos a la alegre muchedumbre; dos almas solitarias que cada una quiere al ser equivocado, y que están inexorablemente al margen de la felicidad y desterrados a la soledad. Bien, pues el sentimiento inmenso que sentí al contemplar esta escena créanme si les digo que tardará mucho en desaparecer y en repetirse.
9
10 de abril de 2011
26 de 30 usuarios han encontrado esta crítica útil
No hay que engañar a nadie, esta no es una película para todos los públicos, el que se introduzca en un film como éste ha de haber degustado con deleite la obra de otros genios de la cámara como Tarkovski, Lynch, Angelopoulos o Sokurov. Lo que vemos aquí es un ejercicio de sensibilidad del que sólo parecen capaces los europeos orientales - con esa excepción del siempre inclasificable Lynch -, pero esto no ocurre sólo en el cine, sino también en la literatura. El caldo de cultivo cultural para que obras como ésta sean alumbradas en el gran y variado espacio europeo centro-oriental es más que adecuado y, sin lugar a dudas, es maravilloso poder contar con esa mirada diferente que siempre nos prestan desde allí. En cualquier caso obras como éstas nos muestran que no por casualidad la vocación de Tarr en un principio fue la filosofía, camino abortado por el régimen comunista húngaro allá por los 70 dadas las controvertidas ideas del director que entraban claramente en conflicto con el régimen. En cualquier caso el húngaro se ha resarcido a fondo en el cine.

La pasión de Tarr por Nietzsche no sólo se pone de manifiesto en el hecho de que su última película verse sobre el caballo al que el filósofo alemán abrazó en plena vía pública, en Turín, episodio que acabó con éste en un sanatorio, sino que se pone de manifiesto en "La condena", donde el director húngaro nos ofrece un repaso de algunos de los aspectos de su filosofía, como trataré de mostrar.

En líneas generales la película versa sobre los límites de la libertad humana, mostrándonos al individuo atado por mediación de múltiples lazos a la realidad circundante impidiéndole liberarse de las contradicciones del entorno en que se desenvuelve. Esto empieza a ponerse de manifiesto en el hermoso diálogo del ecuador de la película entre Karrer y la mujer que es objeto de deseo para él. Además, al explicar su relación con una de las mujeres de su vida ("Odiaba que fuera tan ordenada y precisa. Me turbaba la confianza ciega con la que se aferraba a mí") pone de manifiesto uno de los grandes problemas que han dominado el siglo XX y que han dado lugar a la tragedia del hombre contemporáneo: el relativismo que parece estar acabando con la vida propiamente dicha, porque el relativista siente celos por naturaleza hacia todo aquel que es capaz de creer en algo de forma irrevocable, actitud condenada a no entender ni a ser entendida. De la creencia en algo surge el orden, pero ¿puede surgir la vida y la alegría del relativismo?

Sin embargo la contradicción reside en el hecho de que el relativista ansíe con todas sus fuerzas aferrarse a algo, lo cual se pone de manifiesto en la obsesión de Karrer por la mujer a la que ama, en su necesidad por entregarse a ella en cuerpo y alma: "Haría las cosas más despreciables por hacer que me escogieras", le dice.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
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No obstante el protagonista nos muestra que la toma de conciencia en torno a la realidad acaba sumiendo al hombre en la apatía al comprobar que hay una especie de orden inalterable de las cosas (representado por ese teleférico que transporta el carbón de forma constante, en un eterno retorno angustiante que es contemplado por Karrer como un reflejo de la vida misma). Todo esto vuelve al hombre cobarde: lo que le aterra de engendrar descendencia - siempre desde la perspectiva del protagonista - es saber que esa angustia, esa nausea, tendrá una continuidad conformando ese círculo que transcurre en un eterno devenir.

La imagen de Tarr puede parecer pesimista, bien reflejada en ese largo plano secuencia que nos muestra grupos de personas con miradas vacuas a lo largo de una enorme fachada con el lucido carcomido, llegando a parecer que el hombre, en su esencia, se limita a contemplar el transcurrir de los días sin pena ni gloria, sin llegar a encontrar el sentido último de su existencia, dedicada ésta al consumo estéril de sus fuerzas físicas y mentales. Lo que el director parece pretender es mostrar la vida como un continuum espúreo, similar a una canción repetitiva que parece no terminar jamás pero que, como todo, alcanza su término. Encuentro algo vitalista en una película como ésta, que trata de poner al descubierto todas las miserias del hombre. La figura de la mujer madura encargada del guardarropa en el Café Titanic (casi con toda seguridad un homenaje a Ivo Andric en su cuento del mismo nombre) se asemejaría al demonio de Nietzsche que entra por la ventana y formula la idea del eterno retorno: "Esta vida tal como tú la vives y las has vivido tendrás que vivirla todavía otra vez y aún innumerables veces; y se te repetirá cada dolor, cada placer y cada pensamiento". La mujer madura está tratando de advertir al protagonista de sus paso en falso, invitando a hacer de su vida algo diferente. ¿Pero cómo? He ahí el quid de la cuestión. El hombre inventa subterfugios para intentar escapar de la razón que lo atormenta, pero constantemente vuelve a encontrarse con ella, da igual que sea en el fondo de una jarra de cerveza que en los contornos del cuerpo objeto de deseo. Al final, en ese intento infructuoso del hombre por encontrarse a sí mismo no queda nada más que un paisaje devastado.

Y justo eso es lo que nos encontramos al final - con una dura crítica política - cuando vemos la conversión del hombre en lobo para el hombre, siguiendo la máxima hobbesiana. Karrer acude a denunciar a su amigo a la policía, quien le ha arrebatado las atenciones de la mujer que ama, mostrando al Estado totalitario como un ente invasivo sobre la vida social que impide que los hombres resuelvan sus disputas de forma honesta fomentando las divisiones y el oportunismo.
9
21 de enero de 2008
24 de 31 usuarios han encontrado esta crítica útil
Historia extremadamente «literaria» —en el peor sentido del término— y notablemente convencional de aniquilamiento y destrucción entre unos personajes más o menos marginales, de esos que el cine y la literatura del siglo pasado han explotado hasta el aburrimiento y que uno tiene la sensación de haber visto y leído ya en innumerables ocasiones. Cierto que el personaje protagonista, Harrer, tiene su profundidad y su encanto, pero eso no salva a la historia de su tono general harto mediocre. Por su parte, el personaje de la mujer rubia que anda por bares de mala muerte recitando de memoria pasajes de media página de apocalíptica bíblica resulta tan pretencioso, esperpéntico y ridículo que se diría sacado de una película de Win Wenders.

Lo que salva todo esto y justifica la nota que atribuyo a la película es, por supuesto, la capacidad cinematográfica de Béla Tarr, que probablemente es capaz de hacer una película apasionante con cualquier cosa que caiga en sus manos. Tarr está aquí un tanto contagiado —tal vez obligado por el tema— de esa «estética de lo sórdido» que tan progresista pareció a algunos en un principio y que llegaría a convertirse con el tiempo en una manifestación perfectamente académica del arte más oficial de la modernidad en las últimas décadas, pero en cualquier caso la belleza de sus imágenes me parece difícilmente cuestionable. Nadie, desde Tarkovski, había tenido, en mi opinión, tal sentido de la imagen cinematográfica. La secuencia de la canción en el bar, por ejemplo (al cuarto de hora de comenzar la película), es sencillamente inolvidable, y varias más se podrían señalar que no le andan a la zaga.

Una película, en suma, para olvidarse de la historia y dedicarse a contemplarla como una sucesión de imágenes en movimiento. Vista así sería casi una obra maestra; claro que, se podrá decir —y sin duda con razón—, una película también es un guión.

En cualquier caso, Tarr iría depurando su cine para ofrecernos unos años después, en su ascendente trayectoria, la magnífica «Sátántangó» y posteriormente, y sobre todo, esa joya incomparable que es «Armonías de Werckmeister». Es quizás a la luz de esa trayectoria como debe ser valorada «La condena», por lo que significa de anuncio de lo que entonces estaba todavía por venir.
8
5 de junio de 2010
9 de 10 usuarios han encontrado esta crítica útil
Según el director “después del Antiguo Testamento no hay historias nuevas (…) por lo tanto, el argumento es sólo una parte de la película junto a otros elementos como el tempo, el ritmo, los sonidos, la música (…) la gran cuestión es cómo se plasma la historia”. Las películas de Bela Tarr tienen mucha enjundia y es un interesante ejercicio profundizar en el microcosmos de estas almas errante. Hay que ir más allá de los fascinantes planos secuencia (a veces asocio las películas de este director a los cuadros del pintor Chirico; sobre todo evoco su período metafísico con imágenes y atmósferas desoladoras y las asimilo a las escenas minimalistas y oníricas de las películas de B. Tarr). Sí, se ha escrito mucho sobre su puesta en escena en todas su películas, sus planos secuencia, su luz y su contraluz, el tiempo y el espacio, su sentido marcadamente narrativo, etc.... Todo ello sirve a un fin, crear esa melancolía que se aprecia en el film pero sin caer en contenidos simbólicos (para Bela Tarr "sólo se puede registrar las cosas reales").
"La condena", al igual que sus realizaciones posteriores, profundiza claramente en la condición humana. En esta historia nos muestra a un personaje solitario, taciturno y de alma plomiza como el cielo que aparece en al película. Y ahí reside el mundo del director Húngaro: fascinado por la forma estética pero mostrándonos unos seres que cargan una culpa por el simple hecho de ser humanos; infinita tristeza en un mundo sin sentido. Todo ello contado con una belleza estilizada y arrebatadora donde la música, las condiciones climáticas, el sonido, hasta los hieráticos edificios, nos transmiten el estado de ánimo de cada personaje.
El fluir de la existencia, los amores no correspondidos, los anhelos, los fracasos vitales marca todo el film; para muestra un botón: “Créeme, no hay nada como encontrarse mutuamente cuando hay música que reconforta el corazón. Dos manos que se cogen, un pie siente donde pisará el otro. Y le sigue, sin importar dónde le guíe el otro. Porque se cree que cada giro y vaivén será como volar a partir de ahora. Quién sabe. Quizá es volar.”
¿No es es el deseo de todos nosotros por lo menos una vez en la vida?
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