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La condena

Drama. Romance Karrer lleva una vida retirada en una población minera. Las tardes las pasa siempre en el bar Titanik, cuyo dueño le propone participar en una operación de contrabando, pero él prefiere cederle ese trabajo al marido de la cantante del bar. (FILMAFFINITY)
Críticas 22
Críticas ordenadas por utilidad
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3
15 de octubre de 2006
34 de 73 usuarios han encontrado esta crítica útil
Métase en una sala de cine x e intente captar el ambiente que le rodea. Después vaya a una filmoteca a ver “Kárhozat” de Béla Tarr. Comprobará horrorizado que salvo cambiando la proyección de una rubia maciza y repleta de silicona hasta el sobaco por ese cine vacuo de arte y ensayo, el ambiente es el mismo: golpes escrotales, palmas de la mano desnutridas y apretadas reventando testículos, subida y bajada de pieles, frenillos fuera de orbita y algún gemido placentero.

Y es que resulta imposible caer en el sopor ante tanto plano secuencia de doce minutos basado en unos lánguidos e interminables travellings. ¡Qué sí! ¡Qué sí! Que la planificación es soberbia de alguno de ellos (la secuencia de la comisaría).
Pero de qué vale rodar un plano secuencia memorable si no estás contando prácticamente nada. ¿Dónde está el truco? ¿Dónde está la narración? ¿Dónde está el arte? ¿El arte de no contar nada? ¿El arte de adulterar y transformar una secuencia de dos minutos en una de diez?

Cada personaje tiene que decir su frase trascendente-filosófica-pedante. Da lo mismo que sea un minero, que la mujer del jefe, que un borracho, que la guardarropa de un club y que un hombre prehistórico que ha permanecido congelado y ha sido revivido en nuestros tiempos.
Con frases del tipo “La niebla inunda cada esquina, penetra en los pulmones y se deposita en tu alma” y recitar el nuevo testamento de memoria estás en el éxtasis del séptimo arte y en el recuerdo del cinéfilo onanista por los siglos de los siglos. Amen.

Porque la historia que nos cuenta Béla Tarr en “Kárhozat” se resume en tres líneas y quince minutos de cine (del real sin imposturas).
En el fondo el relato que nos cuenta Tarr es el mismo que desprende lo que se proyecta en la sala x: el deseo y la incapacidad de aceptar lo que no podemos poseer.
Aunque la pregunta es si el cine de Béla Tarr pertenece a ese cine megalómano-adulterado que se mira demasiado el ombligo. Si en ese supuesto arte cinematográfico que aburre hasta el infinito (como el cine de Tarkovsky o Antonioni) esconde a un genio detrás o a otro oportunista que se dedica a exprimir los rollos de celuloide hasta límites enfermizos, para que veinte personas en una filmoteca alcancen la eyaculación más gratificante de sus vidas.
2
30 de diciembre de 2007
9 de 38 usuarios han encontrado esta crítica útil
Es lo peor, al menos para un espectador: un pastoso bodrio con ínfulas de obra de arte. He aquí todos los vicios de Béla Tarr y ninguna de sus virtudes, presentes en la notable "Armonías...": abuso exageradísimo de los planos secuencia con situaciones reiterativas, mucha lluvia, suciedad, miseria, feísmo a manta; frases compuestas cuales oráculos de la peor literatura sentenciadora...
Bueno, el espectador tiene una posibilidad, abandonar a mitad de metraje, que es lo que hizo el aquí presente, por eso la hago corta: no es justo excederme en análisis cuando salí por peteneras o hice mutis por el foro a buscar desesperadamente un poco de oxígeno. Di unas cuantas vueltas, me tomé un café, fumé medio pitillo y me puse la primera parte de "La edad de la inocencia", ese magno ejercicio de bella elegancia y excitante contención emocional de Scorsese.
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