Pasaron las grullas
18 de enero de 2009
18 de enero de 2009
129 de 130 usuarios han encontrado esta crítica útil
Al triunfar la revolución soviética, Lenin señaló al cine como el arte futuro. Décadas después, cualquier rastro de iniciativa creadora estaba apisonado por Stalin, tras cuya muerte comenzaron síntomas de descongelación.
La película-insignia del rebrote fue ésta de Kalatozov, que en plena Guerra Fría alcanzó distribución en USA.
Tradicional historia de amor y guerra (basada en una obra de teatro de Rozov), cuenta cómo la destrucción bélica incide devastadoramente en la vida sentimental.
En la retaguardia sufre la joven cuyo prometido no envía noticias desde el frente, no se sabe si porque ha muerto. Y también en la retaguardia permanece un pianista librado de la movilización, un tipo de artista insolidario especialmente detestado en la mentalidad soviética. Además de al parasitismo, se dedica a acosar a la novia de su primo.
Hay algo de novedad en desplazar tanto el foco al drama emocional, dejando muy al fondo los acontecimientos propiamente militares, aunque el dilema de las mujeres que intentan mantenerse fieles al novio o esposo soldado, mientras sufren el asedio de dudas y aprovechados, es un tema muy clásico.
Y el final, moldeado ideológicamente, cuando se hace la luz en la conciencia y se revela el alma colectiva que redime todo sufrimiento, no puede ser más ortodoxo.
Pero lo que en esta película destaca es la riqueza y modernidad del lenguaje visual, el dinamismo extraordinario de la cámara (Urusevski), animada sin cesar por un espíritu danzante, coreográfico.
Kalatozov tenía varios oficios en la industria: actor, técnico de laboratorio, operador y montador. Sus primeras obras habían consistido en trabajos de montaje con material de noticiarios, en la línea de un cine documental y propagandístico.
Como si fuera la última oportunidad de plasmar la destreza técnica, los conocimientos y recursos acumulados, hay aquí un aprovechamiento total de la grúa y el travelling, la profundidad de las panorámicas, la viveza incansable de la cámara en mano, en lo que se ha encontrado (vía Festival de Cannes) anticipación de la Nouvelle Vague.
Son muchas las escenas memorables, como la subida a la carrera por la escalera interior de un edificio de pisos, acompañada por la cámara en espiral ascendente; la descripción inicial del amor de los jóvenes, en su vagar por calles geométricas y desiertas como en un ballet constructivista; la huida de la chica en paralelo al tren, dando imágenes troceadas a ritmo de bólido; las carreras frenéticas de ella entre la multitud; el regreso de las tropas en un convoy que entra en un Moscú atestado y jubiloso… Pero, sobre todas, la escena en que, entretejidas a unos árboles que giran, se disparan las visiones de quien al borde de la muerte ve cómo en la pantalla de su conciencia se suceden en vértigo los recuerdos y anhelos esenciales de su vida. Quien haya vivido una experiencia semejante puede reconocer cómo aquí se representa con asombrosa habilidad, como pocas veces en el cine.
La película-insignia del rebrote fue ésta de Kalatozov, que en plena Guerra Fría alcanzó distribución en USA.
Tradicional historia de amor y guerra (basada en una obra de teatro de Rozov), cuenta cómo la destrucción bélica incide devastadoramente en la vida sentimental.
En la retaguardia sufre la joven cuyo prometido no envía noticias desde el frente, no se sabe si porque ha muerto. Y también en la retaguardia permanece un pianista librado de la movilización, un tipo de artista insolidario especialmente detestado en la mentalidad soviética. Además de al parasitismo, se dedica a acosar a la novia de su primo.
Hay algo de novedad en desplazar tanto el foco al drama emocional, dejando muy al fondo los acontecimientos propiamente militares, aunque el dilema de las mujeres que intentan mantenerse fieles al novio o esposo soldado, mientras sufren el asedio de dudas y aprovechados, es un tema muy clásico.
Y el final, moldeado ideológicamente, cuando se hace la luz en la conciencia y se revela el alma colectiva que redime todo sufrimiento, no puede ser más ortodoxo.
Pero lo que en esta película destaca es la riqueza y modernidad del lenguaje visual, el dinamismo extraordinario de la cámara (Urusevski), animada sin cesar por un espíritu danzante, coreográfico.
Kalatozov tenía varios oficios en la industria: actor, técnico de laboratorio, operador y montador. Sus primeras obras habían consistido en trabajos de montaje con material de noticiarios, en la línea de un cine documental y propagandístico.
Como si fuera la última oportunidad de plasmar la destreza técnica, los conocimientos y recursos acumulados, hay aquí un aprovechamiento total de la grúa y el travelling, la profundidad de las panorámicas, la viveza incansable de la cámara en mano, en lo que se ha encontrado (vía Festival de Cannes) anticipación de la Nouvelle Vague.
Son muchas las escenas memorables, como la subida a la carrera por la escalera interior de un edificio de pisos, acompañada por la cámara en espiral ascendente; la descripción inicial del amor de los jóvenes, en su vagar por calles geométricas y desiertas como en un ballet constructivista; la huida de la chica en paralelo al tren, dando imágenes troceadas a ritmo de bólido; las carreras frenéticas de ella entre la multitud; el regreso de las tropas en un convoy que entra en un Moscú atestado y jubiloso… Pero, sobre todas, la escena en que, entretejidas a unos árboles que giran, se disparan las visiones de quien al borde de la muerte ve cómo en la pantalla de su conciencia se suceden en vértigo los recuerdos y anhelos esenciales de su vida. Quien haya vivido una experiencia semejante puede reconocer cómo aquí se representa con asombrosa habilidad, como pocas veces en el cine.
7 de diciembre de 2008
7 de diciembre de 2008
54 de 56 usuarios han encontrado esta crítica útil
El 22 de junio de 1941, un cálido verano dora las calles de Moscú y alarga considerablemente el resplandor del sol.
Verónica y Boris corretean felices, ebrios de juventud y de amor, mirando al cielo y observando la formación en V de una bandada de grullas en su vuelo migratorio. Verónica les canta una canción. Ellas llevan en sus alas la felicidad presente, que durará lo mismo que dure el paso de las aves sobre el cielo de la ciudad.
Porque ese mismo resplandeciente día de verano, que guarda tantas promesas, Alemania declara la guerra a la Unión Soviética. Y entonces el verano se enfría y se ensombrece. La alegría detiene en seco su baile pizpireto y se esfuma.
Los oscuros ojos rasgados de Verónica se pueblan de temor. Boris irá al frente. Se unirá al Ejército Rojo.
Lo apartarán de su lado.
Marchará hacia la destrucción.
Y para ella, la Ardilla (el apodo cariñoso con que él la ha bautizado), comienza el calvario.
La guerra empieza a asolar Moscú, las alarmas de ataque aéreo zumban, la gente corre despavorida a refugiarse en los túneles del metro. Las bombas caen, matando. La vida se transforma en puro miedo, en mera supervivencia tratando de insensibilizar el corazón y los sentidos.
Verónica lo pierde todo. Y Boris no le escribe. Sólo le queda la esperanza.
Y el horror sigue. Y el silencio de Boris. Y la traición forzosa de Verónica a sus sentimientos, que pesará sobre ella como si hubieran cargado el mundo sobre sus hombros…
El virtuosismo de la cámara es inaudito. Vemos cómo el objetivo sigue incansablemente a Verónica a través de muchedumbres, cómo capta unos primeros planos capaces de dejar sin aliento, cómo enfoca desde ángulos audaces, cómo contagia el terror, la desesperación de la muchacha mientras corre sin saber hacia dónde se dirige, cómo es capaz de fundirse con los sentimientos y con los estados de ánimo. La prodigiosa fotografía no sólo es testigo, sino también personaje propio, no mira en silencio, sino que habla con elocuencia y forma parte de Verónica, y también de Boris. Anda junto a ellos, se confabula con su amor, le duele su separación, desaprueba la traición, se compadece, llora lágrimas que resbalan sobre las mejillas suaves de Verónica…
Pero las grullas volverán a sobrevolar Moscú, ajenas a la maldad humana, trayendo esperanza y renovación.
Kalatozov sorprendió con esta hermosa y sublime muestra de cine europeo, con este drama romántico ambientado en tiempos de la Segunda Guerra Mundial bastante desconocido, pero sin lugar a dudas uno de los ejemplos más maravillosos del género romántico-bélico.
Verónica y Boris corretean felices, ebrios de juventud y de amor, mirando al cielo y observando la formación en V de una bandada de grullas en su vuelo migratorio. Verónica les canta una canción. Ellas llevan en sus alas la felicidad presente, que durará lo mismo que dure el paso de las aves sobre el cielo de la ciudad.
Porque ese mismo resplandeciente día de verano, que guarda tantas promesas, Alemania declara la guerra a la Unión Soviética. Y entonces el verano se enfría y se ensombrece. La alegría detiene en seco su baile pizpireto y se esfuma.
Los oscuros ojos rasgados de Verónica se pueblan de temor. Boris irá al frente. Se unirá al Ejército Rojo.
Lo apartarán de su lado.
Marchará hacia la destrucción.
Y para ella, la Ardilla (el apodo cariñoso con que él la ha bautizado), comienza el calvario.
La guerra empieza a asolar Moscú, las alarmas de ataque aéreo zumban, la gente corre despavorida a refugiarse en los túneles del metro. Las bombas caen, matando. La vida se transforma en puro miedo, en mera supervivencia tratando de insensibilizar el corazón y los sentidos.
Verónica lo pierde todo. Y Boris no le escribe. Sólo le queda la esperanza.
Y el horror sigue. Y el silencio de Boris. Y la traición forzosa de Verónica a sus sentimientos, que pesará sobre ella como si hubieran cargado el mundo sobre sus hombros…
El virtuosismo de la cámara es inaudito. Vemos cómo el objetivo sigue incansablemente a Verónica a través de muchedumbres, cómo capta unos primeros planos capaces de dejar sin aliento, cómo enfoca desde ángulos audaces, cómo contagia el terror, la desesperación de la muchacha mientras corre sin saber hacia dónde se dirige, cómo es capaz de fundirse con los sentimientos y con los estados de ánimo. La prodigiosa fotografía no sólo es testigo, sino también personaje propio, no mira en silencio, sino que habla con elocuencia y forma parte de Verónica, y también de Boris. Anda junto a ellos, se confabula con su amor, le duele su separación, desaprueba la traición, se compadece, llora lágrimas que resbalan sobre las mejillas suaves de Verónica…
Pero las grullas volverán a sobrevolar Moscú, ajenas a la maldad humana, trayendo esperanza y renovación.
Kalatozov sorprendió con esta hermosa y sublime muestra de cine europeo, con este drama romántico ambientado en tiempos de la Segunda Guerra Mundial bastante desconocido, pero sin lugar a dudas uno de los ejemplos más maravillosos del género romántico-bélico.
19 de octubre de 2009
19 de octubre de 2009
49 de 52 usuarios han encontrado esta crítica útil
Como peli de amor y de guerra ambientada en la gran madre Rusia prefiero “Doctor Zhivago”, la verdad, pero ésta no está mal. Nada mal. Es más, si logramos abstraernos de algunos momentos y algunas situaciones de incuestionable cariz sensiblero y pasteloso, constataremos, sin lugar a dudas, que el saldo resultante a nuestro favor es el de una obra profundamente conmovedora y visualmente prodigiosa. De ahí mis indiscutibles ocho estrellitas.
No voy a redundar, sin embargo, en todos aquellos planos y secuencias de extraordinario interés narrativo o estético que tan espléndidamente nos ha glosado Maese Lupo. Permitidme, empero, que insista en las virtudes melodramáticas de “Cuando pasan las cigüeñas” porque no es frecuente apreciar en una peli rusa un tono trágico y emocional tan intenso. Muy pocas veces podremos ver trasladados a una gran pantalla con tanta convicción todos esos proverbios que nos remiten a la esperanza (‘la esperanza es lo último que se pierde’, ‘el que espera, desespera’) y que, gracias a pelis como la de Kalatozov, dejan de ser meras frases hechas para convertirse en verdaderos actos de fe a prueba de bombas. Pero no sólo eso. Politiqueo al margen, el desenlace de esta peli es uno de los más tristes y preciosos que recuerdo y la interpretación de su bellísima protagonista, francamente sobrecogedora.
Una excelente oportunidad, en suma, para evaluar la sensibilidad estética y emocional de cada uno. Y si hasta un tocho como yo es capaz de sentir y apreciar ciertas cosas, es que la peli merece la pena. Palabra.
No voy a redundar, sin embargo, en todos aquellos planos y secuencias de extraordinario interés narrativo o estético que tan espléndidamente nos ha glosado Maese Lupo. Permitidme, empero, que insista en las virtudes melodramáticas de “Cuando pasan las cigüeñas” porque no es frecuente apreciar en una peli rusa un tono trágico y emocional tan intenso. Muy pocas veces podremos ver trasladados a una gran pantalla con tanta convicción todos esos proverbios que nos remiten a la esperanza (‘la esperanza es lo último que se pierde’, ‘el que espera, desespera’) y que, gracias a pelis como la de Kalatozov, dejan de ser meras frases hechas para convertirse en verdaderos actos de fe a prueba de bombas. Pero no sólo eso. Politiqueo al margen, el desenlace de esta peli es uno de los más tristes y preciosos que recuerdo y la interpretación de su bellísima protagonista, francamente sobrecogedora.
Una excelente oportunidad, en suma, para evaluar la sensibilidad estética y emocional de cada uno. Y si hasta un tocho como yo es capaz de sentir y apreciar ciertas cosas, es que la peli merece la pena. Palabra.
2 de octubre de 2008
2 de octubre de 2008
44 de 46 usuarios han encontrado esta crítica útil
Es el film ruso más significativo entre los producidos a raíz de la desestalinización de la URSS. Realizado por el veterano Mijaíl Kalatozov (1903-1973), de 54 años, fue escrito por Viktor Rozov, que adapta su obra de teatro “Vyechno Zhivye” (Eternamente vivos) (1954). Se rueda en escenarios reales de Moscú y en estudio. Gana la Palma de oro y obtiene una mención especial (actriz, Samojlova) en Cannes. Producido por M. Kalatozov para Misfilm, se estrena el 12-X-1957 (URSS).
La acción dramática tiene lugar en Moscú y en el frente occidental entre la primavera de 1941 y la de 1945. El ejército nazi invade la URSS en junio de 1941 y la guerra en Europa concluye en mayo de 1945. Verónica (Samojlova) y Boris (Batalov) son dos jóvenes novios moscovitas profundamente enamorados, cuando Boris es llamado a filas para combatir en el frente. Los padres de Verónica mueren durante un bombardeo de la ciudad. Es acogida en su casa por los padres de Boris, donde viven la abuela y el sobrino Mark (Shvorin). Verónica, de unos 20 años, es alegre, vitalista, impulsiva y apasionada. Boris tiene 25 años, trabaja en una fábrica, es optimista y confía en si mismo. Mark, primo de Boris, estudia y toca el piano y se libra del alistamiento militar por razones oscuras.
El film suma drama, romance y guerra. Desarrolla una azarosa historia de amor de una pareja joven que se ve separada por la guerra. El film muestra los efectos de la separación desde el punto de vista de Boris y, más extensamente, desde el de Verónica, cuya soledad se ve agravada por la muerte inesperada de sus padres, el acoso de Mark, el avance de los nazis sobre Moscú, el traslado a Siberia, su nuevo trabajo y, de modo especial, por la falta de noticias y cartas de Boris. Al servicio de la descripción del drama interior de Verónica, el realizador hace uso de una banda sonora vibrante, intensa y de resonancias trágicas; de una fotografía expresionista, de planos torcidos, espacios oscuros y sombríos; y de una gran expresividad de la mirada y el rostro de la chica. Añade una estremecedora escena en la que las imágenes de dos hechos simultáneos permiten al autor explicar, con emoción a penas contenida, lo que piensa y siente la protagonista.
Es la segunda película soviética que gana la Palma de oro de Cannes. Se distribuye ampliamente en EEUU y Europa, donde obtiene un éxito notable de crítica y taquilla. Hace un uso reiterado y elegante de la elipsis, con la ayuda de la que se refiere a la derrota rusa en el frente occidental, la crueldad y brutalidad de la guerra, la violación de una mujer, la existencia de un mercado negro en Moscú, la corrupción política, la acción de desaprensivos que se benefician de la guerra, el nacimiento del pequeño Boris, la llegada de la primavera y, con ella, de nuevas esperanzas.
La acción dramática tiene lugar en Moscú y en el frente occidental entre la primavera de 1941 y la de 1945. El ejército nazi invade la URSS en junio de 1941 y la guerra en Europa concluye en mayo de 1945. Verónica (Samojlova) y Boris (Batalov) son dos jóvenes novios moscovitas profundamente enamorados, cuando Boris es llamado a filas para combatir en el frente. Los padres de Verónica mueren durante un bombardeo de la ciudad. Es acogida en su casa por los padres de Boris, donde viven la abuela y el sobrino Mark (Shvorin). Verónica, de unos 20 años, es alegre, vitalista, impulsiva y apasionada. Boris tiene 25 años, trabaja en una fábrica, es optimista y confía en si mismo. Mark, primo de Boris, estudia y toca el piano y se libra del alistamiento militar por razones oscuras.
El film suma drama, romance y guerra. Desarrolla una azarosa historia de amor de una pareja joven que se ve separada por la guerra. El film muestra los efectos de la separación desde el punto de vista de Boris y, más extensamente, desde el de Verónica, cuya soledad se ve agravada por la muerte inesperada de sus padres, el acoso de Mark, el avance de los nazis sobre Moscú, el traslado a Siberia, su nuevo trabajo y, de modo especial, por la falta de noticias y cartas de Boris. Al servicio de la descripción del drama interior de Verónica, el realizador hace uso de una banda sonora vibrante, intensa y de resonancias trágicas; de una fotografía expresionista, de planos torcidos, espacios oscuros y sombríos; y de una gran expresividad de la mirada y el rostro de la chica. Añade una estremecedora escena en la que las imágenes de dos hechos simultáneos permiten al autor explicar, con emoción a penas contenida, lo que piensa y siente la protagonista.
Es la segunda película soviética que gana la Palma de oro de Cannes. Se distribuye ampliamente en EEUU y Europa, donde obtiene un éxito notable de crítica y taquilla. Hace un uso reiterado y elegante de la elipsis, con la ayuda de la que se refiere a la derrota rusa en el frente occidental, la crueldad y brutalidad de la guerra, la violación de una mujer, la existencia de un mercado negro en Moscú, la corrupción política, la acción de desaprensivos que se benefician de la guerra, el nacimiento del pequeño Boris, la llegada de la primavera y, con ella, de nuevas esperanzas.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
El título en español (francés e italiano) habla de cigüeñas, cuando debería hablar de grullas. Éstas cruzan el cielo de Moscú en abril/mayo de cada año, para volver a emigrar a la llegada del otoño (octubre/noviembre). Rostov escribe su obra de teatro durante la IIGM, pero no la puede estrenar hasta 1954 (después de la muerte de Stalin en 1953) por problemas de censura. Son escenas memorables la frustrada despedida de Verónica y Boris, la tremenda secuencia de la violación, el ensueño de Boris bajo los brezos, el regreso de los soldados, el encuentro con el soldado que lleva la fotografía de Boris, etc.
La música, del gran compositor Moisei Vainberg, ofrece una banda sonora que genera sentimientos de intensa emotividad, sensaciones sobrecogedoras y ecos dramáticos. Combina solos de piano y composiciones orquestales. Particularmente destacada es la conjunción de un concierto para piano, el silbido del viento y las explosiones del bombardeo aéreo en la escena de la violación. La fotografía, de Sergei Urusevsky, en B/N, presenta una narración visual de gran belleza plástica, tratada con una cámara voluptuosa, caprichosa y sensible. Se sirve de una estética expresionista con toques de neorrealismo italiano e insertos formalmente surrealistas (sueños, ensueños y ensoñaciones). Con la ayuda de la grúa, crea planos picados y contrapicados, planos torcidos e inclinados, encuadres bajos y elevados, barridos y travellings, primeros planos inquisitivos y diversos virtuosismos, en un recital visual muy grato de seguir y digno de admirar.
La música, del gran compositor Moisei Vainberg, ofrece una banda sonora que genera sentimientos de intensa emotividad, sensaciones sobrecogedoras y ecos dramáticos. Combina solos de piano y composiciones orquestales. Particularmente destacada es la conjunción de un concierto para piano, el silbido del viento y las explosiones del bombardeo aéreo en la escena de la violación. La fotografía, de Sergei Urusevsky, en B/N, presenta una narración visual de gran belleza plástica, tratada con una cámara voluptuosa, caprichosa y sensible. Se sirve de una estética expresionista con toques de neorrealismo italiano e insertos formalmente surrealistas (sueños, ensueños y ensoñaciones). Con la ayuda de la grúa, crea planos picados y contrapicados, planos torcidos e inclinados, encuadres bajos y elevados, barridos y travellings, primeros planos inquisitivos y diversos virtuosismos, en un recital visual muy grato de seguir y digno de admirar.
5 de septiembre de 2010
5 de septiembre de 2010
36 de 44 usuarios han encontrado esta crítica útil
La ardilla roja o común es una especie de roedor esciuroformo de la família Sciuridae. Éstas se aparean a finales de invierno y en verano. Por tanto, el roedor que ahora observamos -al cual llamaremos Verónica- no está en época de celos. Durante la primavera, Verónica desarrolla su actividad junto a su nuevo macho moscovita -Boris-. Ambos corretean por sus calles, se persiguen entre los árboles de los jardines públicos, disfrutan de la libertad que poseen...de momento.
Un stop. Miran al cielo. Una bandada de grullas sobrevuela sus cabezas. Las grullas son aves tranquilas. Necesitan paz en el hábitat en que viven. Se van...
Boris ha ido a recolectar comida para un invierno que se prevé duro. Mientras, un nuevo macho intenta cortejar a Verónica, por el momento, sin éxito. Nuestra ardilla es fuerte en sus convicciones. Quiere a su macho, ya que este le surte de todos los frutos, semillas y cortezas que ella necesita.
Un stop. Miran al cielo. Una bandada de grullas sobrevuela sus cabezas. Las grullas son aves tranquilas. Necesitan paz en el hábitat en que viven. Se van...
Boris ha ido a recolectar comida para un invierno que se prevé duro. Mientras, un nuevo macho intenta cortejar a Verónica, por el momento, sin éxito. Nuestra ardilla es fuerte en sus convicciones. Quiere a su macho, ya que este le surte de todos los frutos, semillas y cortezas que ella necesita.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
Otra especie de ardillas -del género Tamias- se adentran en el hábitat moscovita con la clara intención de rebañar la mayor cantidad de bellotas posible. Es la guerra. La ardilla Boris es reclutada -en su caso, voluntariamente- para defender a las Sciuridae. Verónica sale a despedirle.
Todo el pueblo ardillil sale a victorear a sus defensores, pues de ellos depende el que puedan sobrevivir durante el invierno. Verónica está entre ellos. Pero, ¡oh!, esto no nos lo esperábamos. Parece que una cámara ha salido a cazar y se ha encontrado con un jugoso festín. Las demás ardillas, presas del miedo, restan inmóviles, la cámara se acerca, juega con ellas. Parece que ha fijado un objetivo: Verónica. Sigue sus pasos, vaya donde vaya. Realza la elegancia de sus movimientos, hace que luzca el brillo de sus ojos, la acecha incesantemente, tras hileras e hileras de ardillas.
Boris ya se ha ido. La crudeza de la guerra deja a Verónica sin sus padres. No tiene dónde ir. Los padres de Boris la acojen como hija. A ésta no le llegan noticias de su macho. El correo por paloma no funciona. El tiempo sigue pasando. Finalmente, el macho que intentó cortejarla, acaba consiguiéndolo.
Durante esta época, Boris, cae en el fragor de la batalla.
Las palomas no llegan y Verónica sigue pensando en Boris, a pesar de que ahora debe aparearse con su nuevo macho. La cámara la sigue acechando, como si de amor a primera vista se tratara.
Parece que la guerra está acabando. Muchas ardillas están volviendo a sus hogares. Parece que la recolecta podrá llevarse a cabo. Una ardilla que compartió tronco-árbol en las trincheras junto a Boris hace llegar a Verónica la mala notícia. Ella no puede ni quiere creerlo.
Finalmente toda la tropa ardillil que luchó para la supervivencia de sus congéneres vuelve, victoriosa, ante miles de ardillas rebosantes de alegría. Verónica, que sigue sin creer que su macho ha muerto, corre entre la multitud, en su búsqueda. La cámara, omnipresente, no deja de perseguirla. No la pierde de vista ni un momento. Entre ardi-encuentros, Verónica persigue con su mirada a los combatientes que vuelven. Se encuentra a un viejo amigo, también compañero de Boris en el tronco-árbol. Éste le entrega unas jugosas bellotas, como regalo de bienvenida. Afirma que Boris ha muerto.
Entre la alegría generalizada, entre saltos, jolgorio, un alboroto tremendo de reencuentros felices, Verónica está destrozada. Sus peores vaticinios se han cumplido. Camina, triste, entre famílias enteras de ardillas. Mira al suelo, llorando. En un momento de lucidez, empatiza con las demás ardillas, y, resignada y vencida, regala bellotas a las felices parejas que se va encontrando.
Las grullas vuelven a sobrevolar sus cabezas...
Todo el pueblo ardillil sale a victorear a sus defensores, pues de ellos depende el que puedan sobrevivir durante el invierno. Verónica está entre ellos. Pero, ¡oh!, esto no nos lo esperábamos. Parece que una cámara ha salido a cazar y se ha encontrado con un jugoso festín. Las demás ardillas, presas del miedo, restan inmóviles, la cámara se acerca, juega con ellas. Parece que ha fijado un objetivo: Verónica. Sigue sus pasos, vaya donde vaya. Realza la elegancia de sus movimientos, hace que luzca el brillo de sus ojos, la acecha incesantemente, tras hileras e hileras de ardillas.
Boris ya se ha ido. La crudeza de la guerra deja a Verónica sin sus padres. No tiene dónde ir. Los padres de Boris la acojen como hija. A ésta no le llegan noticias de su macho. El correo por paloma no funciona. El tiempo sigue pasando. Finalmente, el macho que intentó cortejarla, acaba consiguiéndolo.
Durante esta época, Boris, cae en el fragor de la batalla.
Las palomas no llegan y Verónica sigue pensando en Boris, a pesar de que ahora debe aparearse con su nuevo macho. La cámara la sigue acechando, como si de amor a primera vista se tratara.
Parece que la guerra está acabando. Muchas ardillas están volviendo a sus hogares. Parece que la recolecta podrá llevarse a cabo. Una ardilla que compartió tronco-árbol en las trincheras junto a Boris hace llegar a Verónica la mala notícia. Ella no puede ni quiere creerlo.
Finalmente toda la tropa ardillil que luchó para la supervivencia de sus congéneres vuelve, victoriosa, ante miles de ardillas rebosantes de alegría. Verónica, que sigue sin creer que su macho ha muerto, corre entre la multitud, en su búsqueda. La cámara, omnipresente, no deja de perseguirla. No la pierde de vista ni un momento. Entre ardi-encuentros, Verónica persigue con su mirada a los combatientes que vuelven. Se encuentra a un viejo amigo, también compañero de Boris en el tronco-árbol. Éste le entrega unas jugosas bellotas, como regalo de bienvenida. Afirma que Boris ha muerto.
Entre la alegría generalizada, entre saltos, jolgorio, un alboroto tremendo de reencuentros felices, Verónica está destrozada. Sus peores vaticinios se han cumplido. Camina, triste, entre famílias enteras de ardillas. Mira al suelo, llorando. En un momento de lucidez, empatiza con las demás ardillas, y, resignada y vencida, regala bellotas a las felices parejas que se va encontrando.
Las grullas vuelven a sobrevolar sus cabezas...
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