El repostero de Berlín

El repostero es el tipo más solitario del planeta. Alemán de cara de cartón, hermético de manual, no pestañea literalmente para no desvelar su gran secreto, y tiene una obsesión extraña por saber cómo se lo monta su novio con la esposa de este.

Por otra parte tenemos a un mujer que es abandonada por su marido justo antes de que este muera, y cuya vida transcurre entre las cuatro paredes de su casa y de su cafetería. Es un poco más abierta que los judíos de su familia y acepta al alemán yogurín sin muchos reparos.

Este tipo de películas en las que los espectadores sabemos más que los protagonistas dan poco juego. Si estuviese montada de otra manera, y de hecho hay unos flashbacks metidos en un momento en que ya no pintan nada, pues entonces mantendría mejor el interés. Pero cuando ves que ella cae en la trampa del mentiroso que está allí para seguir conectado de alguna manera con su novio intermitente, te tienes que reprimir las ganas de gritar, ¡para, insensata! En cuanto al repostero, si es bisexual lo disimula muy bien. Más bien suena a que le parece muy normal montar todo el circo para colarse en el papel del fallecido sin que se le mueva un pelo.

Sin galletas y escenas de cocina, le sobrarían muchos minutos a la película. Él la conquista a ella con la comida, y a él se lo gana su "suegra" de la misma manera. Lo dicho: todos se empachan de azúcar pero se comen las migajas de un amor tóxico y retorcido a más no poder. Y en cuanto al final, a ella no solo no se le pasa la locura transitoria sino que insiste en colgarse del pasado. Pues qué bien.