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El repostero de Berlín

Drama En Berlín, Oren, un ingeniero constructor israelí, se encapricha del pastelero Thomas. El romance ni siquiera parece haber empezado cuando Thomas descubre que Oren ha muerto en un accidente de coche en Jerusalén. Thomas viaja allí sin saber exactamente qué es lo que está buscando. Descubre que la mujer de Oren, Anat, es propietaria de un café, y esta le ofrece a Thomas un empleo de lo más básico, consistente en limpiar y fregar cacharros. (FILMAFFINITY) [+]
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Críticas 32
Críticas ordenadas por utilidad
16 de junio de 2018
43 de 47 usuarios han encontrado esta crítica útil
“El repostero de Berlín” es el debú en el mundo del largometraje de Ofir Raul Graizer, una coproducción germano- israelí en la que él mismo participa, además de encargarse de su guión. La película sirve de tarjeta de presentación de un creador moderado, tanto en intensidad como en propósitos, y que para tratarse de un primer film, ha salido bien parado. En esta ocasión ha optado por darle un tono casi de docudrama. En líneas generales está llevada con corrección y, sobre todo, a pesar de contar con ciertas elipsis que no nos convencen, posee un par de escenas muy logradas que comentaremos brevemente en la zona del spoiler.

“El repostero de Berlín” es una historia de amor e incomprensión, de verdades y mentiras, cuyo personaje central, el de Thomas, llevado a cabo por un comedido Tim Kalkhof, busca respuestas indagando en la vida personal de otros, algo que sabemos gracias a otras obras, sean literarias o cinematográficas, que es una misión bastante arriesgada y que pueden acarrear consecuencias irremediables.

Como decíamos, el tono elegido por Ofir Raul Graizer era quizás el más acorde, no ya por tratarse de un film de bajo presupuesto, si no porque lo que más le interesaba era mostrar eran las diferencias y similitudes de dos culturas, a priori, que nada tienen que ver entre sí. Su ritmo dramático subyace en un segundo plano casi todo el metraje y el desarrollo de las circunstancias se produce sin intentar crear golpes de efecto, simplemente va fluyendo. Su historia es simple, no es complicada, pero lo que cuenta lo hace desde el conocimiento sin caer tampoco en falsos sentimentalismos.

Dominique Charpentier hace un buen trabajo musical, así como Omri Aloni a la fotografía. Quizás, al menos para mí, el punto fuerte y a la par casi imperceptible, sea el trabajo interpretativo de sus actores, que han seguido al pie de la letra la propuesta de una dirección pausada, que no parsimoniosa. Desde el mencionado Kalkhof a Sarah Adler o Zohar Shtrauss, son trabajos que parecen que nacen de la improvisación, pero no es así. La naturalidad, en este caso, se ha impuesto a cualquier ejercicio de reclamo comercial más común.

No sé si con el paso del tiempo será un film a tener en cuenta por el público o si se verá más bien como un film casi costumbrista de consumo y rápido olvido, pero al menos creo que tiene su mérito y detrás hay un director que puede seguir contándonos historias que nos hagan sentir o reflexionar a determinado tipo de público, no elitista, pero sí al que le guste que le cuenten cosas de manera objetiva.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Maggie Smee
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18 de junio de 2018
37 de 40 usuarios han encontrado esta crítica útil
A veces, cuando leemos la sinopsis de una película tenemos la impresión que su contenido bordea el ridículo o transita la delgada frontera entre lo aceptable y lo inverosímil. Pero luego, cuando visionamos la cinta, nos llevamos una sorpresa al comprobar que estamos asistiendo a un ejercicio de equilibrio entre lo increíble y lo posible, configurando un mundo lleno de recovecos intransitados que nos iluminan recodos brumosos e inexplorados del alma humana, convirtiéndonos en personas más complejas y completas de lo que pudiéramos imaginar. Esto es el caso de este filme germano-israelí que nos adentra en un raro entramado de amores y querencias que nos permite alcanzar la cuadratura del círculo, asistiendo a un relato lleno de sutiles recetas que nos sorprenden a cada paso.

Estamos ante un inusual triángulo amoroso donde el tercer vértice permanece oculto durante el metraje y, sin embargo, está presente durante el paciente y medido horneado que presenciamos. Dos hombres, una mujer y un hombre, un hombre y una mujer. Variaciones sobre un mismo tema que van moldeando una bollería íntima e insondable donde lo más relevante ocurre fuera de campo (un accidente mortal, la discusión de un matrimonio que se resquebraja, la – ¿reconciliación? – improbable de unos enamorados, los numerosos viajes que jalonan el recorrido) pero en todo momento tememos que el paciente equilibrio del apunte o esbozo se interrumpa y malogre por la intransigencia o por los prejuicios o por el fanatismo trasnochado de unos pocos… o de nosotros mismos. Los lugares adquieren así la simbología del refugio, del hogar, de la calidez y del amparo; las personas nos limitamos a ser el vehículo a través del cual se manifiesta el amor.

Quien quiera paladear certezas o verdades absolutas se equivocará de elección. Aquí no asistimos a la enésima copia de lo ya conocido, sino que se nos propone ir amasando unos ingredientes fértiles y novedosos donde debemos desnudarnos con humildad y deferencia de todos nuestros tabúes y convencionalismos para adentrarnos en la espesura de la vida, con sus lamparones, sus yerros, sus embustes y sus suciedades. Quizás no alcancemos a degustar – ni tan siquiera a vislumbrar – la felicidad, pero al menos nos habremos atrevido a emprender un camino que nos hará más sabios o más comprensivos o más respetuosos. No caben soluciones o respuestas sencillas ante problemas complejos: solo nos queda emprender un viaje que quizás nos lleve a Ítaca o quizás al infortunio.

Sarah Adler es una actriz soberbia y en su rostro se entrelazan el desconsuelo y la esperanza. Y el impertérrito semblante de Tim Kalkhof nos proporciona una caja de resonancia admirable donde escrutar la complejidad de la existencia. Exiguos mimbres para una exquisita golosina.
antonalva
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17 de junio de 2018
33 de 36 usuarios han encontrado esta crítica útil
Nos empeñamos en clasificar el mundo y las personas que en él viven según la nacionalidad, el sexo, la religión, el color de la piel, la cultura... Sí, ya sabemos el rollo ese del artículo 2º de la Declaración Universal de DDHH, pero eso está bien para los gobiernos, las administraciones. Mi vida es mía y dispongo mis relaciones como quiero, y bla, bla, bla.

El repostero de Berlín nos enfrenta a muchas divisiones y fronteras que usamos habitualmente, y las pone patas arriba. Cuando dejamos fluir nuestros sentimientos más sinceros y nuestras emociones más espontáneas esas barreras caen. Es entonces cuando podemos comprobar que los afectos, si no están mediatizados por los tópicos y las ideologías, pueden fluir con naturalidad.

La colaboración, el trabajo mutuo, el respeto profundo, la atracción y la admiración son posibles si partimos del velo de la ignorancia —y perdonadme la pedantería, pero toda la película es un excelente ejemplo de la teoría de Rawls—. En cambio, una vez que el fichero se completa, comienzan a actuar los prejuicios y las convenciones sociales más rancias.

La película me ha parecido un hermoso ejercicio cinematográfico y toda una lección de cómo utilizar las imágenes para que comuniquen y narren con absoluta claridad sin tener que recurrir a las palabras. La utilización de la cocina como elemento conductor y simbólico, todo un hallazgo.

Dulce, delicada, tierna, intimista y acogedora, pero sin renunciar a la denuncia y a la dureza de la realidad cotidiana. Por cierto, a muchos críticos les ha sobrado el epílogo. No comparto esa opinión. Me parece que no rebaja un ápice ni la fuerza narrativa ni el compromiso con la historia y, en cambio, aporta esperanza.

Totalmente aconsejable.
Jesús
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19 de julio de 2018
22 de 24 usuarios han encontrado esta crítica útil
Ayer, después de un día tranquilo y de sosiego, decidí ir al cine. Estuve mirando la sinopsis de varias películas de la cartelera, y esta fue la que más me llamó la atención. No se si por la historia de amor, por la repostería, o si por el "morbo" de la relación entre judíos y alemanes. Y la verdad es que salí del cine sorprendido, además de ansioso por degustar gominolas.
El filme está muy bien hecho. Las palabras justas. Los planos interesantes. La interpretación de los actores impecable. El drama que va entrando dulcemente en el alma, y que no deja mal sabor de boca. Me encantó.
Es de esas películas que dicen más de lo que muestran. Cine interesante.
La recomiendo a los amantes de la repostería, y a los del drama sutil.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
poetaservilleta
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17 de junio de 2018
18 de 19 usuarios han encontrado esta crítica útil
Historia complicada, pero que el espectador va asumiendo sin sobresaltos ni dramatismos innecesarios. Los personajes de Thomas y Anat hacen creíble lo que podría parecer poco real. A destacar la interpretación de la actriz Sarah Adler, con esa expresión y esos ojos tan tristes, aceptando la pérdida del ser querido y su situación familiar con resignación pero al tiempo con la determinación y el empeño de salir adelante. El personaje de Thomas nos da una lección magistral, pues ama sin reservas y asume como suyos a los que amaba su gran amor. No hay celos, rencores ni venganzas, solo deseo de estar donde estaba el otro y con quienes estaba, ocupar su puesto en la familia. Lección que ella también aprende al final.
Película muy bonita, sincera y honesta también al tratar el tema de la religión y costumbres judias. a destacar también la fotografía. Muy recomendable, aunque no te gusten las películas de amor
Nora1980
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