El marido de la peluquera

Hace dieciocho años Patrice Leconte nos sorprendió con esta inolvidable película. Ayer volví a ver que sigue joven y bella, que la peluquera (Ana Galiena) sigue hermosa y que sigue marchándose a comprar yogures en mitad de la lluvia después de hacer el amor con su marido (Jean Rochefort), que, a su vez, sigue bailando danzas inverosímiles y divertidas.

En ese tiempo nada se ha resentido. Esa atmósfera indefinible, como de paréntesis, de lugar de encuentro de almas diferentes, sigue ahí, cargada de potencia vital y de poesía. La metáfora se nos muestra juvenil y estilizada, las colonias siguen embriagándonos, y la propuesta de fidelidad a ciertos valores se sigue mostrando como un reto moral de una fuerza arrolladora, vigente y reactualizada.

El niño y el adulto siguen siendo un continumm coherente y armónico. Las vidas de los personajes principales, sus presentes y sus pasados, no dichos pero presentidos para nosotros, siguen fluyendo al compás de los mejores latidos de sus corazones.

Si todo eso es verdad, y yo creo que es así, es porque lo que se cuenta y la forma de contarlo representan un magnífico canto a la autenticidad personal y una aplastante muestra de talento cinematográfico.

Porque para que ese amor se conserve tan puro y tan verdadero como lo que tú sientes en ese momento la única solución lógica es el suicidio. Con este argumento que cuesta entender hasta pasado un tiempo de reflexión, que puede variar desde días a meses o años, el espectador se enfrenta a una forma de hacer cine aparentemente simple pero que esconde una profundidad hasta ahora no explorada en lo que respecta a las relaciones amorosas. Muy recomendable para parejas en serie, prefabricadas y sin profundidad, porque las relaciones humanas no son tan simples como parecen.

La idea del film tiene algo de original, es cierto, y Jean Rochefort tiene una gracia especial para bailar la danza del vientre (porque de verdad que no lo hace mal, sólo que con un físico de caracol sin concha como el suyo, pues hace más gracia que otra cosa), pero partiendo de ahí todo lo demás que se dice de él es mentira.

"Le mari de la coiffeuse" no deja de ser una fábula, hecha a voluntad de Leconte, suponemos que para rememorar alguna experiencia pasada, y que resulta un film corto (positivo) pero aún así algo lento (negativo).
Los dos o tres tonos de humor y las escenas de amor surrealista no son suficientes para ganarse toda la fama que tuvo, que por tanto deberemos considerar injusta.

Desde luego, Leconte las tiene mejores (las que directamente son comedias y no enmascaran un drama en otra supuesta cosa).

La verdad es que "El marido de la peluquera" me ha dejado algo desconcertada, es una película que no tiene término medio, de ésas que o las aborreces y desearías que ardieran en el infierno o las amas y las pones en un altar. Yo aún no sé por qué opción decantarme, porque no me ha parecido una maravilla pero tampoco me ha parecido un bodrio insufrible. Creo que no se puede tomar esta película demasiado en serio, creo que el director ha intentado hacer de ella una fábula sobre un amor imposible y, la verdad es que a mí me ha llegado a tocar la fibra sensible. A mí también me aterroriza la soledad, el saber que todo tiene un final, que tanta felicidad no es posible, que cuando la pasión desaparezca, porque desaparecerá más pronto que tarde, no aguantaré que mi pareja esté conmigo por rutina, pena o ternura y éso es ni más ni menos lo que siente Matilde, la peluquera interpretada por la romana Anna Galiena con una sensualidad que desborda la pantalla. Su marido, el que la idolatra, el que la desea, el que vive por y para ella en las cuatro paredes de su peluquería es el veterano Jean Rochefort, quién me ha conquistado con su mirada y su sonrisa. La música compuesta por Michael Nyman es maravillosa y las canciones árabes con las que Antoine le baila a su peluquera me hacen trasladarme a otro lugar. Si esta película inspiró al cantautor canario Pedro Guerra, por algo será ¿verdad?.

El eros y el tánatos, las dos esencias fundamentales del hombre rodadas en celuloide de poesía. El marido de la peluquera tiene la capacidad casi imperceptible de narrar con profundidad toda una vida, sin que apenas nos demos cuenta. Hecha de detalles, de aquellos recuerdos que grabamos sin que sepamos porqué, la película podría pasar por un manual de filosofía que te acaricia el alma. Es imposible que nadie en su sano juicio no se sienta identificado con algunos de los momentos estelares que nos regala este binomio de personajes (los personajes no se pueden entender por sí sólos, ambos son un único personaje) aunque a priori sus actuaciones pudieran parecer distantes. Otro de los grandes logros de la película es la expresividad y la utilización de los silencios para acentuarla, el intimismo logra su máxima expresión en esta película inolvidable, de las marcan en la vida. Por su puesto, no se puede pasar de puntillas por la película sin comentar la deliciosa utilización de la sensualidad como punto de origen de la película y que atrapa al espectador en todo momento, ese erotismo natural, alejado de recursos zafios marca las pautas de una película genial, referente del cine francés, ya por siempre.

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