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La casa de Jack

Thriller. Drama Estados Unidos, década de 1970. Seguimos a Jack durante un período de 12 años, descubriendo los asesinatos que marcarán su evolución como asesino en serie. La historia se vive desde el punto de vista de Jack, quien considera que cada uno de sus asesinatos es una obra de arte en sí misma. (FILMAFFINITY)
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Críticas 112
Críticas ordenadas por utilidad
21 de febrero de 2019
14 de 21 usuarios han encontrado esta crítica útil
El director Lars von Trier es un alborotador. Sus obras suelen ser perversos mecanismos que causan incomodidad y llevan al espectador hasta los límites de su resistencia o tolerancia – e incluso más allá. Tiene la corrosiva característica de hacerse odioso y meternos el dedo en el ojo (o en nuestra boca) hasta conseguir que desviemos la mirada o se nos revuelvan nuestras tripas hasta provocarnos el vómito. Lo que pudiera tomarse como un ejercicio de fatua hostilidad o un reto insolente a nuestra capacidad de aguante, deviene así en una forma de entender el arte: promover la antipatía visceral como envoltorio para contarnos sus historias, siempre al borde de lo tremendista o de lo excesivo, nunca tomando el camino más cómodo, sino explorando los más áridos recovecos como irrenunciable exigencia narrativa.

Con un estilo moroso, alejado de los apremiantes montajes del cine comercial, nos propone la radiografía de un psicópata irreductible, de un asesino en serie que, bajo la apariencia de un educado y circunspecto ingeniero con veleidades de arquitecto, se siente impelido a desafiar el convencionalismo de un respetable padre de familia y se dedica a matar a diestro y siniestro como si de un mero entretenimiento de caza se tratase. No se nos ahorran los crueles detalles de ninguna de sus hazañas, repletas de sangre, ironía y coincidencias brutales… lo cual le hacen creerse superior a los demás mortales y digno de un destino mejor en el que se cree hasta con fuerza y arrestos de desafiar al averno. No se trata tanto del qué se nos cuenta sino del cómo: Y la textura de los materiales elegidos presagia su propia caída.

No es plato para paladares gazmoños. Tampoco es propicio para estómagos acostumbrados a la sanguinolenta crueldad de la puesta en escena del dolor ajeno como espectáculo vivificante de la perversidad humana (siempre que ésta esté dirigida hacia los demás, pero nunca hacia nosotros mismos). Porque cada golpe, cada disparo, cada crimen se clava en la retina del atónito espectador alucinado, como si de una violación estomagante, repulsiva y atroz se tratase. Nos hace partícipes de unos hechos y unas consecuencias que son inaceptables, que censuramos sin reservas, que ni su incuestionable inteligencia ni su ofensiva capacidad de ironía convierten en soportables. ¿La brutalidad o el sadismo como una de las bellas artes? Con seguridad: No.

Como tibio consuelo queda el inapelable correctivo final. Triste y ofuscado balance para una historia tan repelente como bien trazada, tan aborrecible como irritante. Buen cine que, una vez padecido con horror, permanecerá en el congelador del olvido.
antonalva
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30 de enero de 2019
11 de 15 usuarios han encontrado esta crítica útil
Lars Von Trier fue una de las mentes más potentes del cine internacional y un referente para una servidora a pesar de su sabida misoginia. Sin embargo, Von Trier siempre ha sabido tocarme emocionalmente. Su obra hasta "Anticristo" me ha provocado muy diversas sensaciones y emociones y con su cine he aprendido mucho sobre el mundo y sobre mí.

Lo que ayer fui a ver me dejó helada y con los ojos como platos. No sabía lo que estaba viendo. Una serie de escenas sin sentido, por lo menos para mí, desfilaron ante mis ojos dejándome absolutamente inherte.

Incluso al hacer la crítica de esta película siento una desconexión con mi interior. Las palabras no fluyen como de costumbre, no sé decir las cosas y el estilo es barato. Exactamente lo que me sugiere la peli. Así, y así lo dejo escrito pero con la sensación de no haber dicho absolutamente nada.

Se trata de un asesino en serie que se va cargando a tías al azar y a medida que va pasando el tiempo y va adquiriendo más experiencia, el nivel de crudeza va en aumento. Es como lo que les pasa a los drogadictos, para que el fármaco tenga el mismo efecto tienen que ir aumentando la dosis porque el cuerpo va creando resistencia. Y entonces cae en una serie de errores garrafales que no me aportan absolutamente nada. Es una película desagradable, personalmente lo creo, pero lo es porque encuentro que la violencia expuesta es totalmente gratuita. Para mí no tiene en ningún momento sentido, es ver cómo mata a personas por matar y punto. No hay entre líneas, no hay reflexión, no hay telón de fondo.

Bajo un diálogo de voz en off que no llegué a entender a quien se dirigía, va exponiendo sus asesinatos y va relatando cómo se va sintiendo. Mi mayor conflicto es que en ningún momento veo un deseo de profundizar en el alma del serial killer.
A ver, entiendo que Von Trier a través de Jack me está comunicando que él se ve como un asesino en serie, que es incapaz de empatizar con el resto de seres humanos y que todo lo que vemos de él es fingido. Le importamos una mierda como público y como personas. Hasta ahí bien, no hay problema, lo puedo hasta entender y de alguna manera siempre ha sido así. Nunca me ha importado su misantropía, puedo incluso decir que la  he compartido en ciertos momentos igual que la misoginia igual que tantas otras cosas suyas.

Lo que ocurre en la casa de Jack sin embargo, es inenarrable y vergonzoso. Y que quede claro que no es por las altas dosis de violencia sin más sino porque no tiene sentido, no es una película con la que aprender absolutamente nada. Vacío, lo siento vacío. Ni siquiera me aporta el menor dato sobre los psicópatas ya que para entenderlos hay que indagar y hurgar en el pasado, la familia y Von Trier no lo hace. La casa de Jack es la casa de Lars, un psicópata que se limita a matar pero sin reflexionar absolutamente nada. Es una casa vacía y sin sentido explicada desde una retórica grandilocuente que da más pena que asco.

https://islaburbuja.wordpress.com/
Rododendro
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28 de enero de 2019
10 de 13 usuarios han encontrado esta crítica útil
Aunque los psicópatas han sido un tema bastante tratado en la historia del cine, hasta hora no había visto una película que viajara de manera tan profunda, a la mente de alguien trastornado, alguien desprovisto de empatía, en los que los conceptos del bien y del mal sencillamente no existen, porque lo único que de verdad existe son sus deseos, pulsiones y obsesiones. Von Trier, con su habitual vocación de provocar al espectador, lo hace bajar hasta los últimos círculos del mayor de los infiernos, en una parábola con la divina comedia de Dante, yendo cada vez más abajo. Y lo que es aún más descarnado: comprobando que, en la mayoría de los casos, existe una gran hipocresía en la sociedad, que prefiere mirar hacia otro lado que involucrarse en un problema.

Desde el primer plano, nos sobrecoge el frío planteamiento de esta obra magna, que podría enmarcarse en esa visión curiosa e irreverente que este controvertido director ya adoptó en "Nimphomaniac", y que consiguió turbar a más de un espectador. Si con el sexo esta estructura narrativa era ya problemática, con la muerte, la tortura y el asesinato resulta a veces realmente aberrante. Claro que llega un momento en que toda esta temática, todos estos momentos de salvajismo, crueldad y tortura extrema, llegan a convertirse en meros naipes de un castillo que se va construyendo poco a poco para ir conociendo la personalidad de Jack, un psicópata con Trastorno Obsesivo Compulsivo que desde los años 70, lleva 12 años matando impunemente según sus propias reglas y objetivos, paralelamente a su intención de construirse la casa perfecta, a pié de un lago.

Aunque pudiera resulta incómoda de ver -que lo es-, aunque las imágenes que veamos sean desagradables -que lo son- y que los momentos de extrema crueldad casi nos hagan apartar la vista de la pantalla -que nos lo hacen-, merece la pena seguir viendo este relato, por cuanto es la única vez en toda la historia del cine en que la visión del director se funde con la de este tipo de personajes, desprovista de cualquier condicionante moral, difuminando, cuando no, borrando, todo concepto de moralidad: ahora el horror se va convirtiendo en otras cosas, a base de no existir la empatía, la compasión o los sentimientos. Es la primera vez que nos podríamos asomar realmente a esa mente trastornada, porque nombres como los de Ted Bundy o Normal Bates siempre han estado tamizados por la propia visión de los directores, que muy lícitamente, han situado a estos personajes dentro de una determinada estructura moral y/o social. Pero la genialidad de Von Trier es que su Jack es mostrado tal y cual es, con la inocencia infantil de alguien que hace lo que hace porque cree que es lo único que puede hacer. Y punto. No hay más.

Al igual que se utilizan todo tipo de recursos argumentales para mostrar el salvajismo del personaje, también se utilizan todo tipo de mestizaje visual en el relato, desde dibujos animados a otros elementos incluso humorísticos para que ese viaje a la mente del psicópata se muestre con todas sus aristas, con todos sus mejores (y peores) claroscuros. Por supuesto, que un elemento fundamental en el film es la interpretación del protagonista, con un Matt Dillon que hace el papel de su vida, que ya desde su cadenciosa y doliente voz en off consigue que nos vayamos adentrando dentro de sus propios razonamientos, igual que la hipnótica voz del comienzo de "Europa", que nos va situando dentro de un entorno y emotividad determinados.

Y llegados a este punto, confirmo que no es una película fácil de ver, sobre todo porque cualquier espectador tiene sus propias creencias y estructuras morales. Y muchas de ellas serán zarandeadas -cuando no, destruidas- a lo largo de la proyección. Ahora todo vale para adentrarse en el mundo de la psicopatía porque ¿cómo iba a ser si no? Porque no solo hablamos de violencia: hablamos de crueldad, de tortura, de todo tipo de maltrato y crimen (en el sentido más amplio de la palabra, créanme que tus peores temores estarán representados casi con total seguridad en esta película). Cosas que poca gente puede ver con un estado de ánimo templado, ya que todos nos sentiremos muy tocados con este relato. Pero dentro de toda esta barbarie, de todo este salvajismo carente de emotividad, existe un lirismo y una poesía pocas veces vista en la historia del cine que confirma, una vez más, la genialidad de este director, capaz de elevar al Olimpo del arte la suciedad más profunda del alma humana.

Aunque la (gran) controversia arrope cada fotograma en esta película, hay que hacer justicia y decir que aunque en efecto nos van a hacer viajar a través de un verdadero carnaval de los horrores, también consiguen que nos podamos asomar por primera vez de la manera más real posible a las motivaciones de un psicópata, donde las estructuras morales sencillamente, no existen.
Federico_Casado
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17 de marzo de 2023
10 de 13 usuarios han encontrado esta crítica útil
He leído por ahí que la gente salió de algún festival en mitad de la proyección de esta joya poniendo verde la película porque «A nadie le gusta ver disparar a niños». Discrepo. Una de las cosas que, para mí, marcan la diferencia entre una película honesta y una convencional es que no haya tabús a la hora de ser realistas y sacar los más crudo de la guerra o del crimen, que no suele hacer distinciones por edad o sexo. Pero ha de hacerse con criterio y con buen motivo, no simplemente para escandalizar (o asquear). “La casa de Jack” no es mala porque veamos a asesino matar gente o a cierta gente, sino porque su pornografía sanginaria no aporta nada. Absolutamente, nada. Pero vamos por partes, que estoy adelantando acontecimientos.

Es altamente improbable que, a día de hoy, me meta a director de cine pero, si lo hiciera, hay una cosa que tengo clarísima: si me pongo a hacer un drama o una peli de misterio y en el montaje veo que me está quedando una especie de gigantesco sketch de “La hora chanante” me saltarían todos los warnings y red flags avisando de que eso no es presentable y que debe rehacerse o enviarse a la papelera y destruir las huellas. Termino de ver “En la casa de Jack” y no me queda claro si es que al bueno de Von Triers le falló el detector de truños o si sigue embarcado en ese experimento (el hombre es muy de eso, de experimentos) de averiguar el límite de la crítica, ese punto en el que los periodistas del sector digan basta, acepten la realidad y se nieguen a tragar más de su mierda.

Sinceramente, creo que hay más de lo primero que de lo segundo y, en cierto modo, me alegro: Lars tiene la batalla perdida si trata de que la crítica profesional reconozca que lleva dos o tres películas siendo trolleada y haciendo piruetas argumentales para encontrar sentido a lo que no lo tiene y alabar lo indefendible. Es como querer reconducir a esa gente que llama lealtad a llevar treinta años votando lo mismo y justifican cualquier ocurrencia de sus representantes políticos porque se niegan a aceptar la realidad de llevan varios lustros tirando su voto en unos personajes siniestros que se representan únicamente a ellos mismos. Así las cosas, me parece simplemente que “La casa de Jack” es un mierdolo de los buenos, una broma de mal gusto que busca provocar y, efectivamente, lo consigue: cualquier sensación experimentada que no sea el más puro asco o la repugnancia más elemental hay que hacérsela mirar.

El único mérito que le veo a Triers es que ha condensado en una única obra un argumento que podría firmar el mismísimo David Lynch, con diálogos escritos por Tommy Wiseau y que luego llegara Robert Rodríguez a hacer los arreglos finales. El resultado es una intragable broma de mal gusto, llena de sangre y escenas asquerosamente morbosas con un montaje random e inconexos diálogos salidos de páginas de varios guiones elegidas al azar. Y eso que la idea tampoco es que sea mala, llevarnos a la mente de un psicópata esquizoide, pero que la ejecución provoque carcajadas de puro aburdo en los momentos, supuestamente, más terroríficos no es buena señal.

Tampoco invita al optimismo que Von Triers recicle ideas pasadas, como la de desarrollar la narración a través de diálogos que ya vimos en “Nymphomaniac” o que Von Triers, que nunca ha sido un tío humilde, ya se autohomenajee insertando secuencias de películas previas como si toda su obra formara parte de un plan maestro o como recalcando que todo lo que rueda explica pedazos de la realidad que vivimos. Se percibe falta de imaginación o agotamiento de ideas. El Von Triers de “Dogville” hubiese sido capaz de articular una escenificación metafórica de los Círculos del Infierno de Dante en la tierra en lugar de unos incalificables sketches cutres y unos desvaríos mentales. El único momento en el que puedo intuir algo de su pasada genialidad es en la inclusión (que me extrañaría que fuese casual) de Bruno Ganz, el inolvidable Hitler de “El hundimiento”·en una obra que trata de destilar, sin éxito, la esencia del mal.

Floja de planteamiento y mala de solemnidad en el formato, lo único descatable es el tirón que sigue teniendo para que actores de cierto nivel pierdan el culo por ponerse a sus órdenes. Amigo como es de los desafíos, Von Triers debería embarcarse en un nuevo reto: lograr que la gente aguante hasta el final sus películas. O, como mínimo, que no necesite una ducha mental después.
OsitoF
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27 de diciembre de 2018
15 de 24 usuarios han encontrado esta crítica útil
En cierta ocasión apodé cariñosamente a uno de mis escritores preferidos llamándolo «misántropo barbudo», un gesto desvergonzado en el cual volví a incurrir una y otra vez, siempre con el mayor respeto y con una gran sonrisa entre labios. Dicho sobrenombre también podría llevarlo dignamente aquél provocador que me ha impresionado desde hace varios años, y sobre el cual llegué a escribir alguna vez. Este hombre, quien se ganó por sus declaraciones el calificativo de «persona non grata», ha dispuesto como principio modelador de sus obras, aquél lema suyo donde expresó lo siguiente: «el cine debe ser una piedra en el zapato». Con ello se refería a que, contrario a la perspectiva usual respecto del séptimo arte, este no debería servir solamente como una mera ilusión preparada con el fin de agradar a la multitud, sino mas bien poner el dedo en la llaga, molestar al espectador al punto de obligarlo a prescindir de toda predecible y precedida indiferencia o insensibilidad frente a la ficción, considerando el «mundo real» como ajeno a lo que el espejo muestra claramente.

El uso de ciertas palabras hasta el momento desparramadas no peca de gratuidad, ni fueron elegidas azarosamente… Hablamos de ilusión, de ficción y de espejo, y lo hacemos dentro del contexto de aquél pensamiento que decía: «nuestro tiempo prefiere la imagen a la cosa, la copia al original, la representación a la realidad, la apariencia al ser. Lo que es sagrado para él no es sino la ilusión, pero aquello que es profano es la verdad […] el colmo de la ilusión es también para él el colmo de lo sagrado». Esta disposición de carácter es curiosa: por un lado, como quedó dicho líneas arriba, se pretende que lo expresado o reflejado en las obras de arte muchas veces es extraño a la realidad de «carne y hueso» por todos vivida, y, por el otro, se cree que la única utilidad de la ficción es precisamente alejar a quienes acuden a su claustro de la miseria a su alrededor.

Tampoco ha sido sin fundamento el uso de «ajeno» y «extraño» como sinónimos del «alejamiento» o la frontera infranqueable dispuesta habitualmente entre el arte y lo considerado abstractamente como «real». Pero, sin ahondar en esto, cabe re-calcar que el proyecto de la «persona non grata» llevado a cabo en todas sus obras, haciendo especial énfasis en la más reciente denominada «The House that Jack Built» (2018), es señalar a todos los necios que el arte no es un mero divertimento. Aquello que, en otra época, Platón denigraba de los malos imitadores: limitarse a provocar placer en la multitud en vez de conducirles al Bien, a la Belleza y la Verdad; una y la misma cosa vista de distintos modos. Todo está contenido o implícito, si se quiere, como un germen, en la declaración del protagonista de la historia:

JACK.— el arte es inconmensurablemente más vasto de lo que jamás entenderemos.

Lars Von Trier, el provocador por excelencia de este siglo, a diferencia del mencionado pensador griego, no se contenta con escribir un diálogo sino que lo expresa fílmicamente ―mutatis mutandis―, y, de esta manera, alcanza a un mayor público. Es algo que no le podemos pedir a la antigüedad a riesgo de caer en anacronismos, pues cada autor pertenece de lleno a su tiempo y ninguno puede saltárselo. Pero su propósito es el mismo al fin y al cabo: con su última película ―y con todas las anteriores también― lo que busca es desnudar a la multitud, o, dicho en otros términos, desvelarles de su inocencia hipócrita, desconectarlos de la Matrix, despertarlos a todos de su «sueño dogmático». ¿De qué modo lo hace? Ofreciendo en una historia, es decir, bajo el lenguaje de simulación, una consciencia invertida del mundo y de lo real considerado concretamente. En términos más entendibles: ha puesto un espejo ficticio frente a todos en su total e irónica irreverencia.

El quid de la cuestión es su franqueza cabal, su falta de delicadeza, la ausencia de las «buenas maneras» del manual de Carreño. Carece de los arrullos de una madre o de una amante porque sabe que, ante las cosas auténticamente esenciales, sólo se puede ser radical. Es decir, «atacar el problema por la raíz. Y la raíz, para el hombre, es el hombre mismo». De modo que, bajo la ilusión con la cual raptó a su querido público, no hace sino reflejar el mal, el desastre, el desgarramiento del mundo. Y sin pelos en la lengua expone el síntoma característico de este «estado de cosas»:

JACK.― Odio los diagnósticos que puedes escribir con letras.
VIRGILIO.― Eso no es justo, las letras son claras. Nos cuidan y crean límites entre el bien y el mal, y llevan a la religión.
JACK.― La religión ha arruinado a los seres humanos...

Es necesario hacer la salvedad de que la religión a la que se refiere no es otra que la supersticiosa, que vive de fantasías y llega a morir por ellas. De modo que intenta sacar de la caverna a su público a través de papeles y máscaras instituyendo «un juego y no un juicio» que substituye «el tribunal de la historia» por el «teatro de la historia», para hacerles tomar conciencia del desgarramiento, es decir, de la necesaria consecuencia de los períodos de crisis. Todo esto con el fin de que, como él mismo, se atrevan a cuestionar una realidad general enmohecida.

JACK.― El arte de la ingeniería es, ante todo, la estática. Es decir, que las cosas permanezcan en pie, a pesar de las diversas fuerzas que impacten a los edificios. [...] A menudo digo que el material hace el trabajo.En otras palabras, tiene una especie de voluntad propia. Y al seguirla, el resultado sería de lo más exquisito. [...]
VIRGILIO.― Pero todo eso no tiene ningún interés. Al menos que seas un ingeniero.
JACK.― Soy un ingeniero. Mi madre era de la opinión de que convertirse en ingeniero era la opción más viable desde el punto de vista financiero [...]

(Continúo en la zona de spoiler por falta de espacio...)
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Sebastian Arena
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