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Moby Dick

Aventuras. Drama Nueva adaptación de la novela homónima de Herman Melville. Ahab (Gregory Peck), el capitán del Pequod, un barco ballenero, vive obsesionado por dar caza a Moby Dick, la gran ballena blanca que le arrancó una pierna y lo llenó de odio y sed de venganza. Por esta razón, consagra su vida a navegar incansablemente por los siete mares con el fin de capturar a su presa. (FILMAFFINITY)
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Críticas 46
Críticas ordenadas por utilidad
2 de diciembre de 2010
6 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
La locura como vehículo para alcanzar el fin de las obsesiones, para poder descansar, para poder dormir. La locura contagiosa que arrastra y convence, que precipita a los humanos, como si de bisontes se tratara hacia guerras, abismos o misiones imposibles. Ahab es el orate de verbo flamígero y mirada taladrante que se autoproclama elegido para derrotar al diablo de los mares, un engendro mitad montaña nevada, mitad ballena que responde al nombre de Moby Dyck.

El escritor americano, Herman Melville, escribió su obra más conocida en 1851 y conocedor como era del mundo marino quiso contarnos, en clave de pesca, el enfrentamiento entre dos males: el que viene de fuera: monstruoso por desconocido; y el que está en nuestra cabeza: un pulpo gris con más miedos que tentáculos.
Para adaptar al cine esta novela, repleta de reflexiones éticas y filosóficas, John Huston contó con la impagable ayuda de Ray Bradbury autor, entre otras cosas, de Crónicas Marcianas y Fahrenheit 451.

La película, que cuenta con un apocalíptico monólogo, desde un imponente púlpito, que realza la admirable excentricidad del profeta Orson Welles; transmite, además de espeluznantes mensajes, sensaciones de libertad y ansias de navegar con el viento y el salitre azotándote la cara. Hay momentos, cuando ves a Ismael respirando a pleno pulmón, que no te importaría ser uno más en ese barco ballenero y gritar desde lo más alto del velamen, aunque no te den el doblón de oro:
-"¡Por allí resopla!"
Sinhué
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13 de noviembre de 2016
5 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
El gran realizador norteamericano John Huston es quizá el mejor cineasta que adaptó cinematográficamente grandes obras y novelas literarias al celuloide. El halcón maltés, El tesoro de la sierra madre, reflejos en un ojo dorado, son ejemplos y lecciones de cine y guionismo, de cómo recrear la literatura en el séptimo arte. Huston es un cineasta dotado de una envidiable técnica cinematográfica basada en el carácter de sus personajes que se vuelven arquetipos, héroes anónimos o antihéroes que luchan contra sus propios demonios para vencerlos de modo implacable y épico. Su estilo está basado en una narración tradicional pero inyectándole valores míticos, legendarios, donde la grandeza humana nace de la autenticidad y el valor de enfrentarse a una realidad apabullante, no exenta de odios, rencores y fracasos. Su cine es poderoso en fuerza dramática y emocional. Es uno de los grandes directores en la recreación de atmósferas tormentosas, densas y profundas y en el ritmo narrativo, virtuoso y dinámico, Basada en la clásica novela de Hermann Melville, y en colaboración, con un extraordinario y sublime guión, del gran escritor de ciencia ficcion Ray Bradbury, la cinta es simbólica: la lucha del hombre contra la naturaleza, contra sí mismo. Grandiosa por el heroísmo y el tesón de un hombre por rescatar su orgullo, no exento de soberbia y resentimiento y con una maravillosa banda sonora, narra la obsesión, odio y locura de un capitán de barco llamado Ahab por un gran cetáceo blanco, Moby Dick, quien le arrancó una pierna en el pasado, y de la cual quiere vengarse a todo costa. En este loco afán de encontrar, destruir y matar al monstruo, no descansará y lo llevará al sacrificio inútil de sí mismo, de su tripulación y de su barco.
VICTOR MANUEL ROMERO CERVANTES
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3 de marzo de 2011
5 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
Primera adaptación (si no me equivoco) del clásico literario de Herman Melville, considerada por muchos la mejor que jamás se ha hecho.

John Huston fue un director que, pese a dirigir bastantes películas, podría tener como nota media final una bastante elevada, lo cual es complicado. La mayoría de sus películas eran de nivel medio-alto y de repente, te soltaba una obra legendaria. Aquí tenemos una de las del primer apartado, que vive, entre otras cosas, de una puesta en escena y una fotografía soberanas, pero que encuentra su punto álgido en las escenas de la caza de ballenas, rodadas con un ritmo impresionante pero al mismo tiempo con la precisión necesaria para no perdernos detalle, cosa de la que también es muy culpable su gran montaje. El guión, que por lo que he leido por internet, cambia algunas cosas necesarias en la transición novela-película (yo aún no la he terminado, pero si he visto varias cosas notablemente distintas), tiene la fuerza suficiente para crear una atmósfera marinera genial.

Gregory Peck, como siempre, fabuloso. Su caracterización me parece soberbia (teniendo en cuenta que era mitad de los 50 cuando se rodó) y el fantástico actor actúo como el clásico lobo de mar que todos tenemos en mente cuando escuchamos la expresión. A partir de Gregoy Peck, está una larga lista de secundarios, unos más acertados que otros. Lo mejor, es que los más importantes en pantalla (sobretodo Basehart) están a un nivel altísimo. Con papeles tan bien definidos, incluso la actuación ligera del niño (no sé como se llama, perdón) es acertada y da la impresión de no poder hacerse de otra forma.

Resumiendo, que es gerundio: adaptación de una de las novelas más famosas de la historia de la humanidad, con el riesgo que eso conlleva, que en manos de John Huston y con la fuerza de Gregory Peck, logró no solo salir airosa sino convertirse en una película necesaria en toda filmoteca. Tal vez su mayor error sea la presentación de la gran ballena más como un monstruo marino (estilo Leviathan) en lugar de como un gran cetáceo. Un dato: las escenas de la caza del "monstruo" fueron rodadas en Las Palmas.
Grijander
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17 de febrero de 2012
5 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
Resulta cuanto menos curioso que una novela relativamente larga (800 páginas) se solvente en una película de dos horas, realmente una versión minuciosa de Moby Dick se iría a las 3 horas fácilmente, a mi juicio es una gran película, las escenas de las luchas contra las ballenas están muy conseguidas, la sensación de agobio y de estrechez en el Pequod y las tempestades tres cuartos de lo mismo.

Cuando me propuse ver la película, alimentando mi fantasía por juntar Melville, Huston y Peck imaginaba quizás algo mejor, como dije, en el aspecto técnico, para tratarse de una película que va a cumplir 60 años no hay ningún pero posible.

Los únicas pegas que le encuentro son en los recortes de la novela hechos para simplificar la trama, el casting y el poco tratamiento que se hace de los temas filosóficos del trasfondo de la novela, desde la lealtad a un capitán enloquecido, la lucha eterna del hombre por dominar los elementos, el ansía destructiva de este, la búsqueda de una vida mejor (no olvidemos que los balleneros no son pescadores normales), la visión que hoy en día tendríamos de un oficio como este, mientras que la película se centra en la lucha contra la naturaleza que el desquiciado Ahab mantiene contra su enemigo, que responde con la misma ferocidad y odio como el que descargan sobre ella.

El principal pero es la ausencia de a mi juicio el segundo personaje más importante de la novela, el sombrío y misterioso Fedallah, el arponero especialmente traído por Ahab (que no sé porque en la película doblada llaman Acab) que ocupa buena parte del libro, surgiendo de la oscuridad sin que nadie supiera de su existencia hasta la primera aparición de Moby Dick y que en la película directamente ni existe.

El reparto me extraña porque Ismael me parece excesivamente mayor (en la novela es poco más que un muchacho) y Ahab es un capitán terco, obstinado y cercano a la vejez, o cuanto menos a la sesentena y no Gregoy Peck, que por mucho que le pusieran cicatrices y la pata de marfil seguía teniendo los cuarenta recién cumplidos aparte que por mucho que queramos, se hace difícil encontrar en la bonhomía de Peck rasgos de la crueldad e impasividad de Acab. Quiqueg aparte de ser un tirillas de dos metros es más blanco que la leche desnatada a pesar de los muchos tatuajes polinesios que le dibujan, ya que al menos los demás arponeros cumplen con su procedencia, no usar un Quiqueg medianamente maorí o samoano es otro pequeño sacrilegio.

Pero con todo y con esto, respetando las canas que le han crecido a la película hay que tener en cuenta las dificultades de rodaje y las limitaciones de metraje que impone una obra como la de Melville y más cuando en nuestros días asistimos a continuas versiones amigas de los telefilmes y de los bajo presupuestos de obras que harían retorcerse a sus propios creadores.
MirzaDzomba
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18 de agosto de 2016
4 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Cuando leí "Moby Dick" hubo ocasiones en las que estuve tentado de saltarme muchas páginas que no hacían avanzar la acción. No lo hice, porque todas esas digresiones contribuían a la monumentalidad de la novela. Sin embargo, una adaptación cinematográfica tenía que prescindir necesariamente de todo ese material. Pero a lo que no se podía renunciar era a su variedad de registros y de implicaciones. Por ello, el admonitorio sermón que lanza Welles casi al principio de la película evidencia el trasfondo religioso (o moral, animistas en un barco fletado por cuáqueros) que recorre toda la obra. Entre los que atienden al sermón (en la secuencia cinematográfica) encontramos al inocente Ismael y a Starbuck, primer oficial del Pequod, pero no al capitán Ahab. El propio Ismael y Queequeg reciben una advertencia más explícita cuando se disponen a embarcar.
Como el Jonás del sermón, el capitán Ahab desafía a Dios y consigue contagiar su locura a toda la tripulación, a excepción de Starbuck, último baluarte de la razón (o del temor de Dios), que acabará abdicando. Las alocuciones de Ahab a sus hombres tienen un aire de ceremonia religiosa, de conjura alucinada, de ansia de autodestrucción. Ahab adquiere una dimensión demoniaca y, a diferencia de Jonás, no ceja en su desafío, para dar cumplimiento a lo que ha sido profetizado. Podría hacerse una lectura en clave ecologista, pero me parece que es más obvia la religiosa (o moral). En cualquier caso, es otra muestra de aventura inútil de las que Huston tiene un amplio catálogo.
La película tiene algunos muy buenos momentos y otros más convencionales. Peck hace una esforzada caracterización. A veces convence y otras menos. Sin duda, le faltaban años. Sin embargo, Basehart estaba un poco talludito para Ismael. James Robertson Justice da prestancia de lord inglés a Queequeg. Lo que en los 50 era una caracterización exótica ahora nos resulta, como mucho, pintoresca. Lo que sigue impresionando (por lo menos a mí) es la secuencia del enfrentamiento final con la ballena. Esta revisión no me ha hecho variar el recuerdo que tenía de ella: una película apreciable pero no de las mejores de Huston. Ni de las peores.
iñaki
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