Haz click aquí para copiar la URL

Una familia de Tokio

Drama El viejo Shukichi Hirayama (Hashizume) y su esposa Tomiko (Yoshiyuki) viven en una pequeña isla. Aunque no les gusta la vida urbana, van a Tokio a pasar unos días con sus hijos. El mayor (Masahiko Nishimura) dirige un hospital; la mediana (Tomoko Nakajima) es dueña de un salón de belleza, y el pequeño (Satoshi Tsumabuki) trabaja en el teatro. Remake de "Cuentos de Tokio" de Yasujiro Ozu. (FILMAFFINITY)
<< 1 2 3 4 5 8 >>
Críticas 36
Críticas ordenadas por utilidad
11 de noviembre de 2013
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
‘Una familia de Tokio’ pertenece a esa rama del cine que no está para sorprender ni para dejar alucinados a todos. Es de esas historias que va poco a poco, paso a paso presentándonos a una familia, un grupo de personajes con lazos sanguíneos que lo único que pretenden es mostrarnos sus vidas, sus quehaceres diarios, sus relaciones personales, sus miedos, sus esperanzas, sus anhelos y sus sueños. Yamada, cual pintor realista, se arma con pincel y paleta y comienza a dar las primeras pinceladas a un cuadro al que le dedica mucho tiempo. Lo pinta con calma, intentando no cometer errores, y dibuja perfectamente el contorno de lo que será una fotografía casi perfecta. En sus trazos Yamada huye de la sensiblería, de los giros extraños y de manchurrones que puedan estropear el lienzo, y nos presenta la historia y sus personajes tal cual son, con sus virtudes y defectos, pero lo mejor es que deja un pequeño espacio al “autorretrato”, un lugar donde el espectador puede verse reflejado, como si de una pintura viva se tratase.
Abandonando las metáforas pictóricas, podemos decir que en Yamada la familia es un tema recurrente, así como lo fue en Ozu. Para ello, el japonés se rodea de un reparto magnífico, un grupo de actores que consiguen hacernos creer que, efectivamente, existen fuertes lazos entre ellos, y que sus relaciones van más allá de la simple representación en una gran pantalla. Consiguen enamorarnos, ponernos furiosos, llegar a tener un sentimiento de odio hacia ellos o simplemente emocionarnos hasta el punto de la lágrima, y es que, como en toda familia, el drama siempre está servido. Uno de los mayores fuertes de ‘Una familia de Tokio’ es, por eso, su reparto, que consigue un trabajo, tanto interno (entre ellos) como externo (hacia el espectador) brillante. En realidad, su fuerte es el conjunto en sí, ya que el reparto sin su director y sin esta historia que cuenta, y viceversa, no llegaría a la grandeza que, esperemos, consigue. Efectivamente, Yôji Yamada realiza un trabajo espléndido, quizás un poco largo (motivo que lastrará el visionado de gran número de espectadores), pero grandioso. En su labor es capaz de pasar de una visión de conjunto a un trazo sobre la individualidad de cada uno de los miembros de esta familia sin darnos casi cuenta, y consigue un final redondo que (creo) no dejará a nadie sin reacción.

Para aquellos que quieran disfrutar de una historia de verdad y descubrir el verdadero significado de la palabra familia
Lo mejor: Un reparto de lujo, una historia preciosa y una dirección brillante
Lo peor: No todos los espectadores sabrán sacar todo lo bueno que hay en ella
Kosti
¿Te ha resultado interesante y/o útil esta crítica?
5 de diciembre de 2013
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
La recientemente galardonada con la espiga de oro en la pasada edición de la Seminci, la última película del consagrado director Yôji Yamada tiene, además, muchos otros alicientes que hacen de su propuesta de obligada visión. Presentada en el 63ª Festival de cine de Berlín junto a la remasterización digital de Cuentos de Tokio de Yasujiro Ozu, Una familia de Tokio supone un bello homenaje del aprendiz a su mentor, con doble celebración detrás: la del 60º aniversario de Cuentos de Tokio y la de 50 años de carrera de Yôji Yamada. Y es que la carrera de Ozu y Yamada ha estado muy ligada, pues ambos coincidieron en los legendarios estudios Shochiku, donde Yamada puedo aprender de primera mano el arte de contar historias del maestro Ozu.
Ahora, el aprendiz hecho ya maestro, presenta Una familia de Tokio como sólo él podría haberla hecho, con sumo respeto a la original pero aportando a su vez su sello y la visión moderna de un Tokio que ya poco se asemeja al de hace 60 años. En cambio, el mensaje universal que nos dejó Ozu sigue intacto, lo que hace de la película de Yamada un ejemplo a seguir a la hora de hacer remakes.

Yamada es un director prolífico, con 81 películas a sus espaldas, que se dio a conocer en Japón con la saga Tora-san, una de las series más longevas del mundo. El reconocimiento internacional le llegó a través de su “trilogía del samurái” formada por El Ocaso del Samurái, The Hidden Blade y Love & Honor; las cuales le supusieron participar en varios festivales como Berlín y hasta una nominación a los Oscar. Tras Kabei: nuestra madre y About her brother se le concedió la Berlinale Kamera por reconocimiento a su carrera. Este año también presentó su trabajo en Berlín, un festival que tiene especial cariño por Yamada.

Una familia de Tokio sigue el mismo argumento que Cuentos de Tokio, narrando el viaje de una pareja de ancianos que van a visitar a sus hijos a la capital, pero que éstos, con el estrés de la vida en Tokio, apenas pueden estar con sus padres. Muchas de las situaciones y diálogos son muy similares a la obra de Ozu, aunque tiene algunos matices que más tarde comentaremos.
Esta sencilla historia encierra detrás todo un estudio de la familia y, por extensión, de la vida, a través de detalles cotidianos y sin apelar a discursos de ningún tipo. Una visión a través de tres generaciones (niños, padres y ancianos) y cómo la vida moderna les afecta a cada uno (la falta de tiempo, las motivaciones, el egoísmo, la vejez...)

Pese a ser un homenaje, Una familia de Tokio cuenta con ciertos cambios con respecto a Cuentos de Tokio que hacen que su mensaje sea atractivo pese a haber visto ya el film de Ozu, sobre todo en referente al personaje de Noriko, que en clásico de Yasujiro era una viuda y aquí es la novia del menor de los hijos, desconocida por todos. La relación entre Noriko y la anciana Tomiko cobra mayor fuerza y emotividad. De hecho, los ancianos Isao Hashizume y Kazuko Yoshiyuki no tienen nada que envidiar a Chishu Ryu y Chiyeko Higashiyama, creando unos personajes entrañables. Yamada por su parte crea situaciones cómicas que hacen más llevadero el ritmo, que aunque sea pausado nunca se hace lento gracias a su estructuras y sobre todo a sus personajes con los que empatizamos rápidamente, especialmente con Shoji, el pequeño de los tres hermanos.

La gran maestría técnica de Yamada hace que la cámara capture la esencia de las emociones sin interponerse a la historia que cuenta, de forma que apreciemos la majestuosa dirección sin ser conscientes que hay alguien detrás grabando todo, dando vida propia al relato.
El mejor calificativo que se me ocurre para la película es profundamente humana. Humana desde el amor del que fue aprendiz a su gran maestro. Humana para homenajear sin caer en la simple copia, aportando vida propia. Humana por relatar la vida con viveza, con detalles y sin discursos moralizadores. Humana por usar la técnica al servicio de la historia y no como recreación de su talento. Humana porque todo ser humano debería verla.
Dragondave
¿Te ha resultado interesante y/o útil esta crítica?
9 de abril de 2014
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Hace sesenta años, Yasujiro Ozu alcanzaba la perfección con “Cuentos de Tokio”. Ahora, su discípulo y compatriota Yôji Yamada hace lo propio con "Una familia de Tokio”. Cuentan la misma historia, y ambas lo hacen con la misma delicadeza y hondura humanista, con la misma mirada nostálgica -pero no triste, aunque parezca paradójico- hacia una tradición que se fue, con el mismo temor a que la modernidad agoste la vida familiar. Lo que Yamada realiza es un remake y un homenaje al maestro Ozu, pero no una copia carente de personalidad o de sentimiento propio, y por eso cualquier comparación resultaría injusta y superficial. En realidad, parece que la historia se repite y que un matrimonio anciano vuelve a viajar a Tokio para encontrarse con sus tres hijos. Allí descubrirán que los tiempos han cambiado, que las múltiples ocupaciones les convierten en una carga, que el final de sus días de acerca. Pero también conocerán a la entrañable Noriko que, con cariño y espíritu de servicio, aporta paz y esperanza en ese mundo de vértigo que parece olvidarse de ser feliz.

Es un viaje a Tokio y también a una humanidad en peligro, contemplada sin prisas y con toda la comprensión de unos ancianos que no exigen nada a la vida y que se contentan con un poco de afecto. Es un auténtico viaje de despedida hecho desde el corazón y desde la sencillez del maestro Ozu, con una estética y una sensibilidad que Yamada hereda para goce del espectador. No faltan los momentos para la emoción, aunque toda ella es un regalo aquilatado y templado por la sabiduría, pausado y sin estridencias ni artificios. Yamada imprime a la cinta el sello de lo auténtico y de lo sincero, con personajes cercanos a los que comprende y quiere -aunque no en la misma medida-, con un matizado dibujo de caracteres realizado con finura y elegancia. Las interpretaciones están a la altura del modelo clásico, y el espectador siente con ellos que vamos demasiado deprisa por la vida, que no percibimos la belleza de lo natural, que la familia está amenazada en Tokio y en sus antípodas.

La cinta goza, por otra parte, de un ritmo y tempo apropiados para la contemplación. Se equivocaría quien pensara que carece de ritmo o que es aburrida. Ciertamente no hay persecuciones ni peleas, pero recoge con fuerza y sutileza todo lo que sucede en el alma de sus personajes y en el de una sociedad... que avanza sin rumbo. Lo que hace Yamada, en definitiva, es invitarnos a conocer a la familia de Shukichi Hirayama y Tomiko, a participar de sus preocupaciones y de sus consuelos, a darnos un poco de esperanza... porque siempre queda un rescoldo de humanidad y siempre habrá una Noriko para recordarlo. Su carácter de remake no impidió que alcanzase un elogio unánime entre la crítica presente en la última Seminci, ni que recibiera merecidamente la Espiga de Oro como mejor película. Sesenta años después, vemos que desde Japón llega a un nuevo milagro de cine y una invitación a aprender a ver el cine y la vida.
La mirada de Ulises
¿Te ha resultado interesante y/o útil esta crítica?
23 de septiembre de 2014
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Estamos ante una película doblemente conmemorativa, ya que se presenta 60 años después del estreno del film original al que copia, "Cuentos de Tokio" (Tôkyô monogatari, 1953), de Yasujirô Ozu, y 50 años después de la muerte de Ozu, en 1963. La propuesta de Yamada es así muy fácil y muy difícil al mismo tiempo. Muy fácil, porque rehacer una película con el prestigio crítico y la calidad de "Cuentos de Tokio" es garantizar para tu película un eco de crítica y público, de antemano, que de otro modo sería más difícil conseguir. Muy difícil, porque el film de Ozu posee un enorme prestigio entre la crítica -excesivo, en mi modesta opinión-, por lo que lo más fácil que podía pasar es lo que ha pasado, que la crítica internacional alabe esta obra y a la vez la desprecie, considerando que "Cuentos de Tokio" es un film imposible de superar -hay gente para la que es una de las mejores películas de la historia del cine-, y que lo que ha firmado Yamada sirve, al menos, para hacer que las nuevas generaciones de cinéfilos redescubran o descubran el cine de Ozu, el maestro del estilo trascendental, vía Paul Schrader.

A mí, la verdad, la película de Yamada me ha gustado mucho, creo que más que la de Ozu, aunque suene a herejía. Yamada quita la sequedad y solemnidad del film de Ozu y le da una gran fuerza a la historia. Si se comparan estas dos películas, a primera vista resultan muy parecidas, como si Japón y la sociedad japonesa no hubieran cambiado casi en 60 años. Ambas películas cuentan tragedias familiares y personales posteriores a tragedias colectivas: la Segunda Guerra Mundial en la versión de Ozu; el terremoto y el maremoto de 2011, junto al desastre nuclear de Fukushima, en la versión de Yamada. Hay, con todo, interesantes diferencias, centradas sobre todo en el hijo bueno y en su novia. En vez del balneario de Atami, la hija mala manda a sus padres a un hotel en Yokohama, pero esa diferencia es más secundaria.

Si el espectador ve esta película sin prejuicios, aunque haya visto "Cuentos de Tokio", se encontrará con una gran película. Y eso es lo importante.
Pedro Triguero_Lizana
¿Te ha resultado interesante y/o útil esta crítica?
22 de noviembre de 2013
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
El director japonés de 82 años (es de la misma generación que Clint Eastwood) nos trae su propio homenaje de Cuentos de Tokio (la mejor película de la historia según la encuesta que se hizo el año pasado a diferentes directores y expertos de cine), la obra más conocida de Yasujiro Ozu, posiblemente uno de los mentores de Yamada. Esta versión nos cuenta la historia de un matrimonio anciano que viaja a Tokio (ellos son de una isla en Hiroshima) para visitar a sus tres hijos. Estos quieren que sus padres disfruten en la ciudad, pero están muy ocupados con sus trabajos y no pueden ocuparse de ellos.

Una familia de Tokio no es una copia de la cinta de Ozu, más bien se complementan una con la otra. Yamada ha sido muy hábil y ha conseguido hacer una película con su toque personal pero con el alma que también se encuentra en Cuentos de Tokio. Aunque algunas de las situaciones y diálogos sean muy parecidos (o incluso alguno idéntico), al intentar retratar el Japón de hoy también ha supuesto hacer algunos cambios a la historia clásica. La modificación más clara se encuentra en Noriko: en la obra de Ozu era la viuda de una de los hijos, muerto durante la guerra; en cambio, en esta versión más moderna, ella es la pareja del hijo menor, quien tiene una vida menos convencional pero tiene más afecto y estima que los otros hijos.

Parece muy difícil hacer una actualización de una obra maestra clásica como la de Ozu y que los resultados sean buenos; pero Yamada lo ha conseguido, creando un diálogo entre las dos películas, separadas por 60 años. Al tratarse del Japón actual, mucho más moderno, los problemas estarán relacionados con el tren bala, cenas con cubiertos occidentales, luces de neón... Pero las problemáticas familiares son las mismas. A pesar de la brecha generacional y el paso del tiempo, de las mejoras tecnológicas de Japón, la esencia de los conflictos son los mismos: la diferencia entre las expectativas de las personas y la realidad, entre el amor que se da y el que se recibe, la confrontación entre la urbe y el mundo rural (recordar que el matrimonio anciano ha vivido toda la vida en el pueblo)... Pero también una llamada a vivir la vida en plenitud.

Para conseguir que el espectador pueda sentir las mismas emociones que sus personajes, Yamada usa una mirada totalmente transparente. Es decir, solo usa las palabras y las expresiones de sus personajes; sin artilugios ni efectos. Es en estos discursos honestos y sinceros, sin manierismos ni falsos aires, como el público puede sentir a flor de piel la felicidad de Tomiko, la preocupación de Noriko o el orgullo del hijo grande. La banda sonora (otra perla creada por Joe Hisaishi, uno de los compositores japoneses más conocidos) también ayuda mucho a añadir emoción a las escenas, tanto si son momentos felices como tristes; el director hace uso de la música en cualquier tipo de situaciones.

Al tratarse de una película de personajes, Yamada utiliza mayoritariamente primeros planos o planos medios, ya que lo importante son sus expresiones (gestos, miradas...). Alguna vez también se usa el plano general, pero principalmente es porque son escenas con toda la familia reunida o, a veces, para mostrar la soledad de alguno de los protagonistas. Como empezó haciendo Ozu, y otros japoneses lo utilizaron más tarde, la cámara muchas veces está un poco baja, a media altura, para coger la visión japonesa, es decir, se trata del punto donde están los ojos cuando los nipones están arrodillados en la ceremonia del té. Otro recurso que utiliza Yamada (que también era común en el director clásico japonés) es jugar con los marcos de las puertas para rodear los encuadres, de esta forma el público tiene la sensación de estar observando la historia pero en situación de espectador, como si estuviera espiando todo lo que pasa.

Para los que no hayan visto nunca Cuentos de Tokio, después de visualizar el homenaje de Yamada, tendrán muchas ganas de ver la gran obra clásica japonesa. Por otra banda, los que en su momento la vieron, Una familia de Tokio hará que se vuelvan a emocionar, recordando aquellas emociones tan puras que Ozu les hizo sentir la primera vez.
Ferran Cano
¿Te ha resultado interesante y/o útil esta crítica?
<< 1 2 3 4 5 8 >>
Cancelar
Limpiar
Aplicar
  • Filters & Sorts
    You can change filter options and sorts from here
    arrow