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Una familia de Tokio

Drama El viejo Shukichi Hirayama (Hashizume) y su esposa Tomiko (Yoshiyuki) viven en una pequeña isla. Aunque no les gusta la vida urbana, van a Tokio a pasar unos días con sus hijos. El mayor (Masahiko Nishimura) dirige un hospital; la mediana (Tomoko Nakajima) es dueña de un salón de belleza, y el pequeño (Satoshi Tsumabuki) trabaja en el teatro. Remake de "Cuentos de Tokio" de Yasujiro Ozu. (FILMAFFINITY)
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Críticas 36
Críticas ordenadas por utilidad
23 de octubre de 2013
39 de 43 usuarios han encontrado esta crítica útil
Parece que se ha puesto de moda en Japón eso de hacer remakes, y no sólo de películas antiguas de su filmografía –Hara-kiri: Muerte de un samurái, remake de Harakiri, de Masaki Kobayashi-, sino también de películas norteamericanas más o menos recientes –Unforgiven, remake de Sin Perdón, por ejemplo-. Ahora, previo paso por la Seminci de Valladolid, podremos ver en nuestro país Una familia de Tokio, revisión moderna de la gran –y atemporal- Cuentos de Tokio, de Yasujiro Ozu.

Yôji Yamada (El ocaso del samurai), debía saber del reto al que se enfrentaba al hacer esta película, al igual que lo sabría Takashi Miike al realizar Hara-Kiri: Muerte de un samurái -quien resultó bien parado en cuanto a críticas, finalmente-. En ambos casos nos encontramos ante dos películas (las originales) consideradas obras maestras, no ya dentro de la cinematografía japonesa, sino a nivel mundial, por lo que va a ser un reto, también, para el que suscribe, realizar esta crítica intentando mantenerme al margen de comparaciones.

Una familia de Tokio trata sobre una pareja de ancianos que viaja a Tokio para visitar durante una semana a sus hijos, ni más ni menos. Como suele ser habitual en este tipo de cine, el ritmo de la película es tranquilo y la puesta en escena elegante y natural sin excesos. La dirección es sobria y clásica, por lo que no presenta grandes cambios con respecto a la original. Cuenta una historia contada antes, pero emociona de igual forma, por su universalidad, y las relaciones paterno-filiales están mostradas de manera realista y veraz, sin necesidad de melodramas ni de gritos.

No es una película intimista (ni pesimista), y puede que películas como Dejad paso al mañana nos resulten más cercanas, pero hay cosas que son universales, y la familia es una de ellas, por lo que es una película recomendada para cualquiera, sin duda; no juzga a ningún miembro de ella ni tampoco lo justifica (más de lo que se podrían justificar ellos mismos), pero deja poso, porque ya se sabe que es más fácil ver la paja en el ojo ajeno que la viga en el tuyo propio.

Por otra parte, el único cambio real en el argumento con respecto a la original es su gran acierto. La aparición del hijo menor de la pareja de ancianos, cuya vida es más desastrosa que la de sus hermanos, permite que la película ahonde en los problemas actuales de Japón. Mientras en Cuentos de tokio Japón se enfrentaba a la pérdida de identidad y a la occidentalización por parte de los Estados Unidos y sufría las consecuencias de la Segunda Guerra Mundial, en Una familia de Tokio los japoneses llevan años viviendo una crisis económica de prosperidad sin crecimiento, o crecimiento cero, a la que se suma la crisis mundial actual, y la consecuente actitud vital de algunos jóvenes adultos, por no mencionar la catástrofe ocurrida en Fukushima.

Finalmente, lo que queda es un bonito homenaje a Cuentos de Tokio y a esos padres imperfectos que, como Barkley y Lucy Cooper (Dejad paso al mañana), Shukishi y Tomi Hirayama (Cuentos de Tokio), Kyohei y Toshiko Yokoyama (Still Walking) o Shukichi y Tomiko Hirayama (Una familia de Tokio), no hacen más que ver cuál es el legado que dejan; las victorias, los fracasos, las decepciones y las alegrías que se obtienen al criar a unos hijos y verlos madurar e independizarse con el pasar de los años.
Fendor
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28 de diciembre de 2013
18 de 22 usuarios han encontrado esta crítica útil
Hermosa película japonesa, llena de vitalidad y enjundia, de profundidad y paz, de tanto desapego como gratitud, de claroscuros, aristas, asperezas y bondades, como en cualquier familia, como en la vida misma de cada cual. El máximo logro de esta sencilla crónica familiar es que – pese a las peculiaridades culturales y las particularidades geográficas – todos nos podemos sentir reflejados y todos observamos comportamientos y actitudes más que reconocibles y que nos remiten a la intimidad entrañable u hostil del seno familiar.

Son casi dos horas y media de metraje pero resulta pasmoso que si bien el ritmo es pausado, parsimonioso y hasta ceremonial, el tiempo apenas se hace sentir y nos sorprende que – sin solución de continuidad – la película concluya como llegada a un fin de trayecto inesperado y abrupto, dejando ganas de más, de no abandonar a esa familia (que no es ni modélica, ni particularmente interesante), de conocer más detalles y más vericuetos, de acompañar el día a día de cada uno de sus componentes, como impulsados por la constancia y el ronroneo de los latidos del corazón.

Más allá de que se trate de la recreación de una de las obras maestras más imperecederas de la historia del cine – la excelsa “Cuentos de Tokio” de Yasujirô Ozu, que a su vez era una recreación de una gran película yanqui “Dejad paso al mañana” del injustamente menospreciado Leo McCarey – esta película (que no hace olvidar a sus predecesoras pero es muy digna continuadora) ofrece un retrato incisivo, caleidoscópico, agudo, detallista y entrañable de los vínculos familiares, sobre todo cuando los progenitores se acercan a la ancianidad y todo parece abocado hacia un desenlace si no fatal, en todo caso larga y lentamente enunciado y anunciado…

El vetusto director japonés Yôji Yamada nos ofrece a sus 82 animosas primaveras un primoroso relato que oscila entre el homenaje y la más sincera intimidad e introversión. Su tono recuerda en algo a su gran obra “El ocaso del samurái” (2002), en la que ofrecía el retrato del fin de una época a punto de disolverse, entre la nostalgia y el homenaje. Siendo la estética y la dinámica muy diferentes, el enfoque resulta similar: canto por lo que ha sido, himno de alabanza por la belleza de las pequeñas cosas, gratitud por el amor que se ha profesado, sentido abandono de lo que no pudo ser…

Gran obra, llena de emoción, verdad y hondura, muy recomendable y plenamente satisfactoria.
antonalva
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17 de octubre de 2014
15 de 17 usuarios han encontrado esta crítica útil
Remake aceptable, los hay peores. Un vistazo rápido y sencillo a la vida, con las preocupaciones diarias de una familia, obrera y trabajadora, de clase media. Una evocación a la vida, simple, la de vivir el día a día, con sus momentos, buenos o malos, pero dentro del gran conjunto, el de la sociedad, que marca caminos y senderos, aunque como todo, con un futuro aún por decidir.

La historia se centra en dos ancianos que van a visitar a sus hijos, y ven como estos se han hecho camino en la sociedad, y como ellos, han envejecido y comprenden qué incluso las cosas más sencillas son ahora las que aman. Pero como en todo buen viaje, la felicidad no es perpetua, y aparece el drama, lógico, y la forma de afrontarlo, normal, pero como en todo drama, siempre afloran los caracteres menos imaginados.

Buena música qué sobresale cuando debe, cuidados escenarios para volverla más atractiva, y dura fotografía que muestra lo rudo y lo hermoso, sin tapujos, la urbe en movimiento y aséptica, en cambio el campo todo lleno de tranquilidad y dulce. Todos elementos que ayudan aún más si cabe al propio film y a su realización, e impacto.

En fin, me consiguió sacar un par de lágrimas, sólo por ello, merece la pena.
Ranxomare
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25 de noviembre de 2013
13 de 14 usuarios han encontrado esta crítica útil
Se abre la película con un sencillo pero relajante encuadre que ya transmite el sosiego, la frescura y las sensaciones positivas que el conjunto de la cinta será capaz de mantener a lo largo de su duración. En ese mismo momento, en ese primer segundo, ya me siento atrapado por este remake de Yôji Yamada, homenaje al largo firmado por Yasujiro Ozu en 1953, Cuentos de Tokio -una de las películas mejor valoradas de la historia-, y que retrata la vida cotidiana de una familia durante la estancia temporal de los abuelos en la ciudad japonesa que da nombre a esta cinta.

Un anciano matrimonio (maravillosos Isao Hashizume y Kazuko Yoshiyuki) que afronta con ilusión la aventura de viajar desde un resguardado pueblo a la inmensidad de la gran ciudad para ver a sus hijos, que parecen rifarse la tarea de cuidar a sus padres mientras éstos asumen la situación con tranquilidad y sin renunciar a una sonrisa permanente en sus rostros, como siendo conscientes de que son dos trastos incómodos a los que no se les puede encontrar una ubicación concreta.

El abanico de personajes que conforma esta historia de historias está mayoritariamente compuesto por roles que desprenden una tremenda simpatía, gente que rebosa ternura, que da lecciones sobre cómo afrontar la vida y sus situaciones más amargas, que recuerdan la importancia de los pequeños detalles para valorar el mundo en el que vivimos. Y todo ello sin pretensiones filosóficas, con absoluta naturalidad. También sirven para denunciar actitudes egoístas e hipócritas como las de algún que otro despreciable papel que aparece en pantalla, inmerso en la inmundicia moral de ese tipo de personas que siempre están diciendo cómo hacer las cosas, para después ellos no dar ejemplo y lavarse las manos cuando se requiere su ayuda o simplemente, su atención.

Se ve reflejada la decadencia de nuestra sociedad a través de la pérdida de afecto y respeto por los mayores, la desvinculación progresiva de nuestra generación con la familia. Pero como en toda bonita historia hay un halo de esperanza, y este es uno de esos cuentos directos al corazón que al llegar al final te hace abrir los ojos, asomar una sonrisa y decirte a ti mismo, con la sensación de haber descubierto el acertijo: así que esto era lo que me querían decir... Para llegar a ello, atravesaremos pasajes que van desde lo simpático hasta lo desgarrador, siempre manteniéndose el guión en un nivel sensato, coherente y nada pretencioso.

Se agradece enormemente que te sientes para disfrutar una película y al final hagas algo más que eso: ser testigo de una historia que en realidad es una llamada de atención general a nuestra sociedad, que recuerda que si queremos mejorar como personas debemos contar con otras personas, que el egoísmo no conduce a nada y necesitamos solidaridad. Pero no de esa que viene acompañada por un ánimo de redención: ésta debe salir directamente de nuestro interior, y para ello primero debemos comprender el trasfondo del asunto, explorarnos a nosotros mismos. Una historia de Tokio puede ser un buen empujón para ello.
Sandro Fiorito
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15 de octubre de 2013
12 de 13 usuarios han encontrado esta crítica útil
Nunca he estado en Japón, no tengo amigos japoneses, y si me preguntasen por un director japonés reconocido, solo os sabría nombrar al maestro Kurosawa, es decir, que tengo un conocimiento cultural japonés más bien mediocre, por no decir nulo. Sin embargo, es tal la honestidad con la que está relatada este cuento, que no es necesario saber donde está situada Japón en el mapa para sentirse sobrecogido por una cultura que en nada se parece a la nuestra. Es en esta honestidad donde encuentro la gran virtud de esta película, que a pesar de describir los miembros de una familia con unos valores culturales tan distantes a los nuestros, pasan por sentimientos de culpabilidad, orgullo, miedo, egoísmo y amor, como los de cualquier otro ser humano.

Una familia de Tokio es una película donde no hay una historia palpable, pero en la que la profundidad de los personajes y la serenidad y sencillez con la que se desarrollan los acontecimientos entre los miembros de la familia está tan lograda, que sin ser ni parecerse a un nipón, comprendes el porqué de su realidad, y el papel tan importante que juegan las tradiciones y costumbres culturales en ella.

El ritmo y puesta en escena de la película están en total armonía con el desarrollo de los acontecimientos; una introducción de casi una hora (en mi opinión necesaria) asentando bien los roles y realidades de cada uno de los personajes, constantes planos generales desde fuera de las habitaciones transmitiéndonos esas sensaciones de escasez de espacio tan característico de las viviendas en Tokio (una sensación de auténtico agobio), y un final sin prisa, donde los mensajes y lecciones que quiere comunicar Yamada, se van desvelando poco a poco, con detalle y sutileza.

En definitiva, estamos hablando de una película hecha con mucho corazón y sabiduría, una sabiduría basada en el buen “savoir faire” de un director que lleva muchos años dedicándose a esto ( o por lo menos eso me dijeron en el cine antes de que empezase la película) y que a sabido crear, bueno perdón, recrear una gran película basándose en los cánones de su propia cultura, la sencillez, la paciencia y la honestidad sin dejar de lado el machismo, el orgullo y la frialdad.

P.D: Cuando se dispongan a disfrutar de este viaje, recuerden que lo importante no es el destino (ni la velocidad, por que vais a ir a 70 por autopista), sino el camino recorrido, y los paisajes vislumbrados.
Bonjonboby
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