Banda aparte

Bien se podría llamar semejante dispararte Los inútiles. Frases icónicas: has besado alguna vez pregunta un inútil, responde la inútil sí con lengua y luego saca la lengua y el inútil va a por ella. Hasta aquí he llegado con estos inútiles que son mostrados en unos planos donde la cámara se tuvo que quedar pegados a ellos. En fin, los inútiles será del agrado del personal y del mío ya que he visto 5 minutos divididos en dos veces separados en 6 meses y claramente estoy de atar.

A cierta edad, cuando lo cotidiano aburre, hay que reinventarse la vida. Para eso están las novelas y el cine, para que tú te introduzcas y te conviertas en uno de los protagonistas.
Cuando la sangre corre caliente necesitas la acción para refrigerar los impulsos, para que no te queme en las venas. Así son los chicos y chica de "nuestra banda": jóvenes, románticos, aventureros, aficionados, impetuosos y, por tanto, faltos de control.

Todo puede arder, nos cuenta Godard, si en medio de una peligrosa travesura introducimos elementos desestabilizadores: enamoramientos, prisas, burdos familiares. Los juegos, a veces, tienen finales impensables; que se lo pregunten a los Coen, que seguro han visto esta película.

Espléndida para mirar. Blanco y negro luminosos. Música que sale de la fotografía. En fin, que la veas y la disfrutes, porque como diría el propio Godard, ya no se hace cine como ese.

La 'Nouvelle Vague' -'Nueva Ola'-, movimiento cinematográfico al que pertenece 'Banda Aparte', surge a mediados del siglo XX como fenómeno rupturista encabezado por un grupo de críticos de cine de la revista Cahiers du cinéma: Jean-Luc Godard, autor de esta película, además de nombres tan reconocidos como François Truffaut, Jacques Rivette, Eric Rohmer o Claude Chabrol. Todos ellos, en mayor o menor medida, abogaban por un cine de autor, en contra de la progresiva tendencia hacia el cine comercial americano. En ese contexto, sus películas se entienden como un acto de rebeldía experimental, un juego total en el que todo vale; una revolución dentro de la revolución que estaba a punto de estallar a finales de los sesenta.

Pero cincuenta años después, con perspectiva para analizar este cine desenfadado y espontáneo, se antoja complicado pasar por alto los -quizá intencionados- errores de continuidad, o las asincronías incomprensibles en el sonido. Sin embargo, es esta precisamente una de las señas de identidad del movimiento: hacer cine verosímil, cercano, social, con una libertad absoluta tanto en la técnica como en la narración. De hecho, a lo largo de una década, el grupo vomitó un buen puñado de películas baratas y experimentales. Películas que parecen lo que son: Cine inteligente y artesanal (para lo bueno y para lo malo).

La película tiene un nombre y apellido que es Anna Karina, sin lugar a dudas la razón fundamental para ver esta película de Godard. En parte lenta en parte más lenta todavía ni el guión de la película logra rescatar de esa impavidez cinematográfica en que en algunas ocasiones nos tiene acostumbrado este famoso director. Buena fotografía en blanco y negro hay instantes que se ve como un ensayo de teatro donde los actores actúan sin poner toda la carne en el asador. La escena del baile en el café parisino por parte de los tres protagonistas representa con las escenas del coche descapotable tan simbólico en al película un toque especial. Destinada para seguidores embelesados por Anna Karina e incondicionales de Godard, los demás abstenerse.

Corría el año 1964, Godard había finalizado “El desprecio”, una de sus mejores obras, en mi opinión, rodada en color y scope, fue su experiencia mediática con Brigitte Bardot y Fritz Lang en la isla de Capri frente a Nápoles, famosa por sus agrestes y escarpados caminos y su famoso licor “Limonchelo”. La “Nouvell Vague” como movimiento teórico había dejado de existir. Truffaut rodaba “La piel suave” y preparaba el famoso libro entrevista sobre Alfred Hitchcock. La famosa revista “Cahiers du cinéma” se remodelaba, en Octubre de aquel año aparecería el último de los ya míticos cuadernos amarillos.

Godard fue un iconoclasta que siempre levantó acérrimas polémicas a favor y en contra, su cine es el testimonio de una época, una herencia de la cultura occidental cristalizada a través de la cultura francesa. “Banda Aparte” carece del culto y la importancia que los aficionados le damos a otros títulos más conocidos del cineasta como: “Al final de la escapada”, “El desprecio”, “Pierrot el loco” o “Alphaville”, aunque no es menos cierto que “Banda Aparte” debe ocupar su lugar quizás no tan interesante pero necesario. Sobre todo para completar el discurso global y el estilo personal dentro de la sugestiva y radical trayectoria de Godard.

El film define un contexto preciso y una posición del cineasta ante el cine y, por supuesto, ante el mundo del que surgía ese cine. En “Banda Aparte”, Godard regresa a su típica concepción del relato policíaco, en blanco y negro, formato cuadrado, de nuevo en la calle, con abundancia de planos en que los transeúntes miran curiosos a cámara mientras ésta sigue las evoluciones de Odile, Franz y Arthur (Anna Karina, Sami Frey y Claude Brasseur) antes de buscarse problemas con la policía. La película tiene un tono paródico y desenfadado con influencias del cine americano de serie B, los tres se conocen en la academia de Inglés a la que asisten.

La música burlesca desde los títulos de crédito invita más al juego lúdico que a la reflexión, las desventuras de tres jóvenes que rechazan las convenciones sociales reivindicando una libertad mal entendida, desafiando el orden con carreras por el centro del París nocturno, por el museo de “El Louvre” o bailando al son de un rythm´n blues con una coreografía que combina música, baile y palmas. La música de Michel Legrand y la fotografía de Raoul Coutard elevan el tono del film pero sin llegar a la altura de otras obras citadas en esta reseña.