Fedora

Sin embargo, la verdad no le es revelada hasta el funeral de Fedora. Allí descubre que la actriz, en realidad, era la condesa, y que había sido su hija quien se había hecho pasar por su madre, quien había interpretado el papel de su madre. Por esa razón Fedora nunca se desprendía de sus guantes: las manos habrían sido la piedra de toque de su edad. La Fedora auténtica lo había arriesgado todo por recuperar su juventud, mientras que la postiza, aunque rebosante de juventud, se había desvivido por convertirse en Fedora. El resultado es un monstruo bicéfalo que persigue su propia sombra, que nunca puede disfrutar al mismo tiempo del fruto de la juventud y de la gloria. Una mujer no se suicida arrojándose a las vías del tren; antes bien, para preservar su belleza, se ahoga o se corta las venas. Así se había manifestado la Fedora auténtica. Su siamesa, sin embargo, tenía planes distintos.

Como imagen final, Wilder nos muestra a la Fedora auténtica abandonando, enlutada y en silla de ruedas, la sala donde yace el cadáver de su hija, como si se tratase de la mismísima Parca asediada por los achaques, achaques de los que ni siquiera ella puede librarse. Un guiño sardónico a todos los que pretenden esquivar la vejez y la muerte.

Fedora es una estrella de cine. Una diva incapaz de asumir el paso del tiempo por lo que recurre a la cirugía estética para mantener su rostro bello para siempre. Sin embargo en uno de esos retoques algo falla y queda desfigurada. Utiliza a su hija no reconocida públicamente para que la suplante dado su gran parecido físico. Poco a poco la hija se va trastornando a raíz de un desengaño amoroso y cae en las drogas. Al no superar su adicción y sentirse atrapada en el papel de su madre termina suicidándose.