Cuando todo está perdido

Fui a ver esta película porque soy aficionado a los temas náuticos y a la vela, y me aburrí.
Para empezar, Robert Redford, el admirado y carismático actor de otros tiempos, sigue empeñándose en representar papeles de acción para cincuentones en forma, pero a sus setenta y siete años la cosa no funciona, a pesar de cuidarse, de la cirugía y de su estupenda cabellera teñida. El resultado es una falta de expresividad que resta tensión y credibilidad al drama, y unos movimientos de anciano que inciden en lo mismo. Parece más bien un viejo pasmado que se quedó dormido en el yate de sus nietos y despertó en medio del mar. Por contra, en algunas situaciones estelares dentro del agua, recuerda a Popeye después de su ración de espinacas.
En cuanto a la parte documental, la marinera, la película también hace aguas. Ya desde el principio las acciones del protagonista son inadecuadas, perdiendo el tiempo en lo secundario sin atender la urgencia de lo principal, olvidándose de cerrar el tambucho en pleno temporal, cuando una ola de popa puede inundar el barco en pocos segundos (y no digamos si vuelca), haciendo un uso ridículo del sextante, amarrando la balsa al yate y desentendiéndose, y otras muchas cosas menos llamativas, incluido que el yate no parece preparado para una navegación de altura en solitario.

En definitiva, esta es una película marinera con un único personaje, sin el aliciente de una interpretación vital y creíble, y sin suficiente rigor en los aspectos náuticos, lo que la hace a mi juicio, aburrida y poco interesante.

Después de varios años fuera de la pantalla grande, dedicado a sus proyectos del festival sundance, Robert Redford vuelve a sus orígenes actorales con All is lost, una cinta donde literalmente todo el peso de mantener la atención del espectador recae en este septuagenario icono, y lo más curioso, es que lo logra...
Parecerá increíble que no mas de una docena de palabras sea todo el dialogo de esta película, de allí que el trabajo de dirección merezca un reconocimiento, combinado con una excelente fotografía y una adecuada aunque muy minimalista banda sonora. Los únicos fallos que pudiera encontrarle a esta aventura marina y de supervivencia, es la impasibilidad casi estoica del personaje ante las situaciones que se enfrenta, creo que el mas paciente de los hombres hubiera jartado un discurso de groserías, maldiciones, lamentos o comentarios absurdos con la única finalidad de oír su voz….pero no el capitán Redford, del que solo oímos un fuuuuuck a mitad de metraje , aun así cuando todo está perdido merece el visionado como un referente mas de las “solo movies” que se han vuelto populares en la última década.
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Manual de pasos a seguir en caso de accidente naútico; ausencia total de cualquier tipo de emotividad o expresión que denote algo más que un seguir el procedimiento en caso de naufragio. Una única localización, un inmenso-aterrador-hermoso mar de fondo, cámara estática-centrada en un Robert Redford protagonista con ofensiva cara de poker que no transmite nada, nula expresión de cualquier tipo de emoción o sentimiento más allá de una inquietante calma y tranquilidad que llega a ofender, cansar. Estar al borde de la muerte, la peor de las situaciones posibles imaginadas, ver escapar las oportunidades de salvación, inutilidad de cada paso dado ante un destino empeñado en jugártela..., todo ello exhibido con una inexpresividad, un sinfín de movimientos robotizados, todos ellos muy apropiados y lógicos pero que evitan cualquier tipo de afinidad, enganche o interés permanente en nuestro experto superviviente por no saber expresar la inevitable desesperación, frustración y locura -pérdida probable de una racionalidad apagada- propias de situaciones tan extremas y caóticamente incontrolables. Película muy técnica en su actuar, articulada en todo su formato, un sosiego y serenidad en el proceder que no levanta pasiones ni entusiasmo; muestra unas ganas por vivir, energía inagotable de superación de las dificultades sin el resultado esperado, falta del rendimiento deseado pues en el camino pierde al espectador por no sentir al personaje, por no palpar su interior, su esencia más desesperada, sólo observar un exterior que no dice mucho más que los pasos a seguir en caso de catástrofe marítima. Quiero sentir la vida, el roce de la muerte!!!, no ser una observadora externa, inmóvil e inerte. Quiero involucrarme, participar de su milagrosa aventura pero para ello debe dejarme entrar, abrir las puertas de su espíritu, de sus emociones y mostrarse al mundo, a un público deseoso de sentirle y vivir su tormentosa experiencia.

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Segunda película de J.C. Chandor, luego de la sobresaliente ópera prima “Margin Call”. En esta oportunidad repite como guionista en una historia muy minimalista. Robert Redford, es simplemente un hombre. Un hombre del que no conocemos antecedentes, solamente podemos aventurar algunas cosas al observar la carta que escribe al inicio, suponemos a sus seres queridos, y el mismo velero en el que viaja, que puede dar una aproximación sobre su situación económica. De igual forma, ningunos de estos datos parece relevante en la aventura de Chandor. El hombre descubre en un momento que el casco de su velero se ha agrietado tras la colisión con un contenedor a la deriva. A partir de ese momento, seremos testigos de todos los esfuerzos de nuestro personaje por mantenerse a flote, inicialmente resguardando su velero y todos los objetos materiales que guarda con mucho celo, hasta que sólo le quede resguardar su propia vida. Y esta es una de las pequeñas reflexiones de toda esta travesía, el desapego de lo material y en lo que pensamos cuando todo está perdido y sólo nos queda nuestro cuerpo y nuestra alma, nosotros mismos. ¿Siempre somos lo último en lo que pensamos alrededor de nuestra vida? ¿Cuántas cosas materiales y sin importancia se encuentran ocupando actualmente los primeros lugares de nuestra lista de preferencia? Esta y muchas otras reflexiones nos acechan, cuando vivimos en carne propia el drama de Redford, gracias a su excelente actuación, quién durante todo el metraje me parece natural y creible. Y vaya miradas que lanza, en las que te hace sentir toda su desesperación y resginación. Él es la película y lo que la mantiene a flote durante 106 minutos. Y por supuesto, también el trabajo de J.C. Chandor tras la cámara, crea tensión y emoción durante todo el filme, manteniéndonos en vilo y con los ojos pegados a la pantalla, esperando ver lo que pasará con el navegante y la buena banda sonora también cumple un papel vital en el desarrollo del filme. Aunque algunos dicen que Chandor no se arriesgó con su segundo filme, yo creo que al contrario si lo hizo, con una historia que claramente desafía e irrespeta muchas de las bases del cine. Pero en mi opinión, sale bien librado y sigue posicionándose como una de los realizadores más interesantes y en ascenso del cine americano.

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Redford en el mar. Silencio; sólo el mar habla. Y juega, a veces, a un juego cruel.

Así (dirán muchos) es la naturaleza.

Pero no es tan simple. Este no es el cuento del gato jugando con el ratón; es el cuento de un hombre ocupado en sobrevivir.

Y ahí precisamente reside el fallo o el acierto (como casi siempre, depende del punto de vista con el que se mire) de la película.

J. C. Chandor desprecia (voluntariamente) el análisis de la complejidad humana en situación crítica, para centrarse en un discurso lineal que (sólo) exhibe la mecánica de una batalla que (esta vez sí) el ratón sabe perdida.

Y Redford comprende perfectamente este planteamiento (es verdad que la experiencia es un grado) y trabaja con toda la frialdad que le exige un papel basado (casi totalmente) en lógica automática.

Pero, claro, esta es otra manera de ver las cosas, tan válida como cualquier otra, con lo que, entre Redford y Chandor, tejen una historia curiosa que, aunque bastante desapasionada, mantiene interesado al espectador, cuyas preguntas son sólo respondidas por el silencio.

En resumen: interesante.