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Cuando todo está perdido

Aventuras. Drama Durante un viaje en solitario a través del Océano Índico, un hombre (Robert Redford) descubre al despertar que el casco de su velero de 12 metros se ha agrietado tras una colisión con un contenedor que flotaba a la deriva. A pesar de las reparaciones, de su experiencia marinera y de una fuerza física que desafía su edad, a duras penas logra sobrevivir a la tormenta. Pero el sol implacable, la amenaza de los tiburones y el agotamiento de ... [+]
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Críticas 106
Críticas ordenadas por utilidad
25 de febrero de 2014
13 de 14 usuarios han encontrado esta crítica útil
Hay algo en esta película que tiene mucho mérito. J.C. Chandor consigue enganchar al espectador con una historia que conocemos de sobra antes de entrar en la sala. La conocemos porque ya se ha hecho antes, porque nos la han contado en la sinopsis y porque nos la ha chivado el trailer. Y, sin embargo, Chandor (director y guionista) nos mantiene enganchados desde el primer fotograma. Hay agilidad en el manejo de la cámara, hay minuciosidad en los detalles, hay, incluso, originalidad en la manida historia, hay una bella fotografía y, sobre todo, hay un gran Robert Redford. No creo que la edad del personaje ayude a Redford en su composición de este Robinson Crusoe marino. Se trata, en mi opinión, única y exclusivamente, de una extraordinaria interpretación. Una sublime interpretación corporal en la que el rostro se convierte en el diario de a bordo. La cara de Redford no para de transmitir, alcanzando niveles de poesía (el sol se esconde en el horizonte y Redford sonríe) y de mística (secuencia final).
En definitiva, una notable película que termina derrotando los prejuicios del espectador gracias a su sinceridad de intenciones y a su nobleza en el esfuerzo.
el chulucu
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5 de abril de 2015
11 de 13 usuarios han encontrado esta crítica útil
Un pobre hombre sufre toda clase de calamidades acuáticas y desesperantes durante días y días, y de su boca no sale ni un sólo “¡Oh, Dios mío!”. Parece increíble, pero es cierto.

En las pelis americanas de desastres de cualquier tipo, todo el mundo dice constantemente ¡Oh, Dios mío!, y me ponen de los nervios. Pero este hombre no dice ni eso, ni casi nada. Qué tío más callado. Habla menos que en “The Artist”. Al principio oímos su voz en off leyendo una nota. Al cabo de un rato intenta hablar por radio. Mucho tiempo después suelta un discreto ¡mierda!, donde yo hubiese soltado todo tipo de barbaridades de lo más grotesco y blasfemo, y, por último, se desahoga con un sentido “joder” cuando yo ya hubiese roto a llorar hasta la deshidratación mórbida.

Así da gusto. Una peli de aventuras (más bien de desventuras) en la que el prota no da la brasa y sufre en silencio, como si padeciese de hemorroides.

Hay quien asegura que la peli es aburrida, pero será porque le tengan acostumbrado a escuchar un montón de sandeces y aquí las eche de menos. Lo cierto es que esto de ver a un pobre anciano indefenso pasándolas canutas entretiene un montón.
VALDEMAR
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23 de marzo de 2014
9 de 12 usuarios han encontrado esta crítica útil
Está claro que midiendo las cosas por el rasero profesional sería imposible ver cine. Según qué gremio, el policiaco faltaría siempre a la verdad de los hechos, el subgénero de catástrofes sólo sería apto para niños que destruyen construcciones de juguete y las historias meramente románticas no pasarían de ser un pasatiempo edulcorado para sensibleros. Viene esto a cuento de que uno navega y en foros afines a esta afición abundan los comentarios destructivos hacia esta película. Curiosamente la califican de tediosa, aburrida y plana, amén de otras cuestiones técnicas ajenas por completo a cualquier espectador de tierra adentro. Todo porque en “All is lost” el uso de las convenciones, esa tabla de salvación de nuestro inconsciente colectivo, es bastante limitado. Quizás sea eso lo que ha descolocado a muchos: no hay esposas o hijos a los que recordar, vida apacible que añorar o tierra firme que besar. Salvo la voz en off del protagonista, que enlaza con el desenlace, el planteamiento conmueve por su desnudez y sin tener que recurrir a toda esa épica melodramática que, por momentos, desvirtúa filmes como “La tormenta perfecta” o “La fuerza del viento”. Chandor da la espalda a su anterior película (en oficinas, con un reparto coral y el diálogo como artificio) y construye su metáfora sin prisa, ayudado por un Redford que, a pesar del bótox, el tinte y la edad, es capaz de transmitir la sensación de fracaso y pérdida inminentes.

Criticar por absurda la escena en que se afeita es tener los ojos cerrados. La gente se afeita en las trincheras y en situaciones terribles en las que, por necesidad, se abraza lo doméstico como defensa. Se trata de reconstruir lo cotidiano para negar que una situación nos supera. Cierto, el tipo se afeita (como cocina, se toma una copa o seca las panas del suelo), pero su rostro refleja un miedo atávico que comprende el océano y la ruina de su barco. Sucede lo mismo con otras cuestiones relativas a la navegación. Menospreciar la película por endeble es estos aspectos es quedarse en la superficie de las cosas. El mérito de “All is lost” reside en su despojamiento de lo superfluo. No está saturada de efectos digitales ni de flashbacks que nos hagan empatizar con el patrón de un barco viejo y dolorosamente “real”.

Admito que en compañía de otros aguerridos patrones que harían esto o aquello o que reaccionarían de una u otra manera, es fácil mofarse y distanciarse de la película, pero eso no va a convertir a “All is lost” en una mala narración. Al contrario. Su fuerza radica en la soledad del protagonista, en esa mirada de despedida a su querido barco desde la balsa, sin un solo reproche que hacerle, en sus torpezas y en sus aciertos, con ese final entre el sueño y la realidad que nos devuelve a la voz que oímos al principio: el retrato de un hombre solo cuando todo se desmorona a su alrededor.
Simsolo
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28 de agosto de 2016
6 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
Si en su anterior película (Margin Call) 2010, el director J. C. Chandor se basaba en la palabra para construir un melodrama coral sobre la última crisis económica mundial, articulada teatralmente sobre largos y elaborados diálogos, en “Cuando todo está perdido” 2013, por el contrario lo hace alrededor de las imágenes y de un único personaje (Robert Redford) que prácticamente permanece en silencio la mayor parte del relato. Este planteamiento se percibe como minimalista y da pie a todo tipo de interpretaciones abstractas: ni siquiera sabemos el nombre del protagonista, un anciano que navega con su yate, no sabemos de donde viene o hacia donde va, sólo que tiene un accidente al colisionar con un contenedor a la deriva en un ignoto lugar del océano Indico, y que será sólo el inicio de sus desgracias.

Pues aunque ha reparado lo mejor posible el boquete de proa, la radio no le funciona por el agua que anegó la embarcación, impidiéndole lanzar un SOS, y se avecinan tormentas. Ante una situación tan angustiosa nuestro hombre jamás pierde la calma y tranquilamente intenta prepararse para los problemas que se le avecinan, se muestra hierático, sigiloso y decidido a sobreponerse a lo imprevisto. Se encuentra sólo y aislado a merced de una suerte que le es esquiva , enfrentándose al hambre, la sed, el sueño y la desesperanza, a pesar de su pequeño equipo de supervivencia. Nuestro hombre, al parecer experimentado, lucha contra el frío, el miedo y los tiburones.
El cineasta realiza un ejercicio de estilo arriesgado para el espectador actual, poco ávido de bellas imágenes simbólicas o reflexivas sobre el mar y sus peligros, manteniendo la tensión con un sólo personaje y en un limitado escenario, el yate y la balsa de socorro, y todo ello durante los 106 minutos de metraje, me parece toda una hazaña.

De entre las múltiples lecturas podría interpretarse como una digresión sobre los estragos o desajustes del capitalismo, (el hombre naufragando ante un contenedor de cajas de zapatos, (residuo del capitalismo), conociendo el anterior film del cineasta, una metáfora sobre un hombre náufrago haciendo frente (su vida) a un océano dejándole a merced de los elementos (el mundo) afrontando necesidades tan básica como comer y beber (el sustento), y más aún sin recibir solidaridad, pues dos grandes buques le ignoran desgraciadamente, a pesar de las bengalas, sin posibilidad de recibir ayuda. También podría interpretarse por su ambigüedad, siendo uno de los aciertos de la película, pues no subraya ningún sentido metafórico, viéndose sólo como un retrato aventurero e intimista de una odisea en mar abierto, donde la muerte acecha y el dominio y la serenidad es la mejor arma psicológica ante la adversidad.

La cinta tiene otras dos bazas a su favor: la sobriedad de la puesta en escena y el carisma de su protagonista, un Robert Redford sobrio con el rostro plagado de las arrugas de su experiencia en la vida, y en la película como hombre de mar. Unos encuadres muy logrados y unas tormentas excelentemente filmadas. Y lo que la diferencia de la mayoría de este tipo de cintas, es la distancia con la que juzga las penurias del navegante, evitando fáciles momentos sentimentales como recurso dramático que el devenir de la historia no necesita.
Antonio Morales
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17 de octubre de 2019
6 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
La primera hora es profundamente aburrida. La avería en el barco y sus consecuencias no aportan interés porque la manera de resolverlo resulta demasiado convencional.

En el momento que Redford se traslada al bote salvavidas, la supervivencia se nos entrega mucho más creativa, con pequeños actos de ingenio para conseguir agua y otras menudencias que alejan el tedio.

Tal vez vivimos en un mundo de confort y algo tan común y tantas veces visto en el cine, a ciertos espectadores les resulta novedoso... Bien. A mi me gustan las historias rotundas y absorbentes... Lamentablemente para mí, esta no lo fue hasta el último minuto... Cuando todo ya está perdido.
Debo reconocer que Robert Redford, está sobresaliente, pues siempre estuvo dotado de una gran habilidad para elegir papeles adecuados durante las distintas etapas que atravesó, a lo largo de sus más de cincuenta años de profesión.
LEUGIM
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