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El caballo de Turín

Drama Libremente inspirada en un episodio que marca el fin de la carrera del filósofo Friedrich Nietzsche. El 3 de enero de 1889, en la plaza Alberto de Turín, Nietzsche se lanzó llorando al cuello de un caballo agotado y maltratado por su cochero y, después, se desmayó. Desde entonces, dejó de escribir y se hundió en la locura y el mutismo. En una atmósfera preapocalíptica, se nos muestra la vida del cochero, su hija y el viejo caballo. (FILMAFFINITY) [+]
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Críticas 89
Críticas ordenadas por utilidad
19 de enero de 2012
32 de 40 usuarios han encontrado esta crítica útil
Tremenda película que alabo desde mi pobre ignorancia de no saber apreciar las películas con este ritmo lento como es debido, aun así me maravilla la simpleza de realizar una película contundente y envolvente, que es capaz de inducirte unos sentimientos de angustia y desazón. Ese viento infinito que no deja de sonar, ese continuado sin sentido de la vida.
Me alegra que me haya gustado tanto, pero se debe en exclusiva al pedazo de director y fotografía ya que la película tiene un resumen fácil que relato en el spoiler.
Bueno la única canción también merece una mención especial ya que ayuda y de que manera.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Denia
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11 de febrero de 2012
24 de 25 usuarios han encontrado esta crítica útil
Existen dos maneras de cansar a un caballo. Galope, fundido, galope, fundido y resuello. El espectador valora en cada apagón la elipsis temporal y sabe que el caballo está cansado. Esto dura, en total, 12 segundos. La otra es acompañar, cámara en mano, al caballo durante seis minutos, recorriendo su geografía obsesivamente. La diferencia es que, al minuto 6, el espectador no sólo sabe que el caballo está cansado sino que está tan cansado o más que el caballo.
Si uno es partidario de esta forma de viaje, de la segunda, me refiero, esta película es una buena oportunidad de regocijo y sufrimiento. Los otros compañeros de trayecto son:
Unos violonchelos que entran en bucle y el viento.
En una de esas vueltas del bucle, el arco del violonchelo te invita a entrar y, si aceptas, quedas atrapado en el remolino. Suavemente vas transitando por paisajes repetidos: Vestir a Padre, la patata, Padre, la patata, el pozo, viento, viento, ella.
Una vez acostumbrado al bamboleo de la rutina, comienza el viaje real y te desbarrancas hacia el sumidero. Al fondo está el vacío, la carencia; de medios, de comodidad, de alimento, de líquido, de luz. Y lo que es el fin, de emociones.
Vacío absoluto. Después, la negrura. Eso era todo.
Nietzsche es el anzuelo, aunque no creo que ningún pez entrara en la sala dispuesto a picar.
Morelli
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28 de octubre de 2012
35 de 48 usuarios han encontrado esta crítica útil
En esta ocasión, el cliché de que "o se ama o se odia" pega bastante, no hay más que ver los comentarios para ver lo polarizante que resulta esta película: o la consideran una obra maestra absoluta o un ladrillo.
Aún reconociendo la belleza de su fotografía, la fuerza de determinados momentos e imágenes (el vagabudo que monologa, los gitanos, el libro demoníaco, el viento) y el atrevimiento de rodar algo como esto, tengo que admitir que soy del segundo bando, y quisera poder leer mentes para saber la verdadera opinión de algunos de los "fans". Como casi todo está dicho ya, sólo voy a hacer unos cuantos apuntes.

Entiendo que el objetivo de la constante repetición de acciones es mostrar el peso de la vida y su minotonía, etc, pero esto me supone dos quejas: en primer lugar, es pretencioso, porque no creo que ni la vida del granjero turinés más pobre la tierra sea así de completamente repetitiva. Desde luego la vida del propio director, siendo un cineasta, con su desarrllo creativo, sus viajes, su lectura y escritura de guiones, etc. debe de ser mucho más interesante y variada que esta que nos retrata. Y en segundo lugar, es arbitraria. ¿Por qué dos horas y media? ¿Por qué no 40? ¿Por qué no una? En su intento de mostrar la implacable monotonía, nos muestra las mismas acciones tiempo real repetidas mil veces. El problema es que el espectador, que desgraciadamente posee ese órgano llamado cerebro, a la segunda vez ya ha captado que esto se va a repetir mucho, así que, ¿qué tal hacer un poco de uso de la elipsis y ahorrarnos lo que ya sabemos?

Si vamos a ser totalmente rigurosos, señor Tarr, quiero el minuto a minuto de las 12 horas de vigilia, y si eso es absurdo e irrealizable, entonces ahórranos los que ya sabemos y no nos encasquetes dos horas y media cuando esto lo podrías contar en una hora. O menos. Lo cual haría ganar mcuhos puntos a la película, sacando a flote sus cualidades positivas, que las tiene.

La banda sonora parece concebida para aplastar todavía más al espectador. Un leitmotiv de unos dos minutos repetido sin absolutamente NINGUNA variación a lo largo de casi todo el metraje. El compositor verdaderamente se ganó su sueldo.

Una curiosidad: en los títulos de crédito descubrí que en esta película estaba involucrado Lázslò Krasznahorkai, un escritor húngaro autor de Guerra y guerra, un tremendo libro con bastantes paralelismos con esta película que sin embargo sale mejor parado. Igual de árido, difícil de leer, con un tema similar sobre la degradación del mundo, y con una estructura de capítulos largos compuestos de una sola frase llena de comas, al estilo de los planos secuencia interminables de esta peli. Sin embargo, pese a lo difícil de este libro, posee de personajes con entidad, tiene una verdadera trama compleja y rica en matices y es bastnte desolador pero de una forma honrada, no avasallando al espectador con la nada, como aquí, sino abrumándole con cosas muy reales.

Para más inri, posee un increíble final postmodernista, que no voy a revelar, que traspasa las páginas del libro y desemboca en la misma vida real. Se perciben los paralelismos con esta película, pero francamente no puedo entender cómo después de un libro tan complejo la satisface colaborar en un guión tan raquítico.
Hugo
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6 de diciembre de 2011
28 de 36 usuarios han encontrado esta crítica útil
Sigo un poco la línea de la excelente crítica de Ludovico, con quien coincido punto por punto. No obstante me veo en la necesidad de escribir con el fin de profundizar un poco más en algunas las claves esenciales para la comprensión de un film donde Béla Tarr se deja todo, exprimiendo unos elementos que, en un primer momento, parecerían ofrecer más bien poco. Sin embargo estamos ante lo que comúnmente se tiene por representante de la genialidad, alguien que sabe transmitir una circunstancia concreta de manera completamente descarnada, cepillando la historia a contrapelo -como diría Walter Benjamin. Así, por medio de toda una serie de símbolos y metáforas, el director húngaro compone una gigantesca alegoría de la crisis de la modernidad que se lleva por delante las mismas bases sobre las que se sustenta el mundo y que, simbólicamente, alcanza su máxima expresión en el descenso a la locura de Nietzsche.

Efectivamente, aquél que había anunciado la muerte de Dios se reconciliará consigo mismo en un último momento estelar. Éste tomará la única salida posible ante la evidencia del desamparo del ser humano tras el derrumbe del dosel sagrado que servía de sustento al cosmos europeo: la locura. La otra alternativa quizás fuera el suicidio y, según los cánones de la mitología del Viejo Continente, habría sido tanto más heroico, pero el hecho de que Nietzsche acabara sus días en la más absoluta ignorancia y silencio es una muestra del grado de clarividencia alcanzado por su pensamiento. De ahí sus famosas últimas palabras: "Soy un estúpido", que no son más que su testamento. Él, el profeta de la buena nueva, Zaratustra, toma conciencia de la imposibilidad de liberar al hombre y decide acabar con todo, adoptar una mirada atemporal, cargada de sufrimiento, plenamente consciente de éste, de esas que no dan la razón ni a unos ni a otros: la mirada de la extrema cordura.

El caballo, símbolo de libertad paradójico allá donde los hayan por los siglos de implacable doma a la que ha sido sometida por el hombre, decide revelarse contra el hombre que lo subyuga. En un último embate del propio Nietzsche contra el filósofo que abrió las puertas de la razón, esa temible partera de monstruos, así, el alemán abrazó al escuálido caballo negro, no tanto por el dolor causado por el maltrato al animal como por el daño irreparable que el hombre se hacía a sí mismo al ser incapaz de asumir su libertad. El abrazo al caballo es un abrazo a la libertad, un intento por frenar ese camino diario desde la miseria al reino de los cielos. La persistencia del petreo Volker Spengler, similar a una estatua de Miguel Ángel, es un monumento a la naturaleza del hombre, paradójicamente tirano y víctima a un mismo tiempo. Sin embargo, aunque la porta en su interior y lo rodea por doquier, el ser humano es incapaz de observar su propia tragedia, el por qué de ese sin sentido, del desplome del cielo sobre su cabeza.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
davilochi
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16 de febrero de 2012
22 de 24 usuarios han encontrado esta crítica útil
Si el propio Béla Tarr afirma que la película nació en 1985, cuando László Krasznahorkai (responsable del guión) escribió un relato acerca de la anécdota entre Nietzsche y el caballo que abrazó después de contemplar el maltrato infligido por su cochero, negando por agotamiento el seguir andando, es lógico quedarse bloqueado a la hora de emitir un juicio mínimamente sensato tras terminar de ver The Turin Horse (¿necesitará la humanidad 20 años para entenderla?), película que intenta despejar la pregunta que planteó László en 1985; de Nietzsche sabemos que la resaca de ese episodio derivó en la pérdida del habla y la razón hasta el último de sus días, pero ¿y qué pasó con el caballo?

Y ahí empieza la película, con probablemente la secuencia más poderosa que haya visto en mi vida. todo el drama que cabe en el mundo contenido en un plano secuencia de cinco minutos sostenido por una banda sonora apocalíptica (Myhály Vig que estás en los cielos), una fotografía asoladora (Fred Kelemen santificado sea tu nombre), con las estereotipias afines a los animales vencidos por el horror (el balanceo de la cabeza, el rumiar estéril de las correas, el galope mortecino) y el viento, sí, el mismo que se lleva las palabras pero no los hechos, de ahí que azote con violencia inmisericorde durante las dos horas y media que dura la agonía de la humanidad.

A partir de ahí Béla Tarr y su mujer Ágnes Hranitzky destruyen en seis días lo que dios creó en ese mismo tiempo, y lo hacen sin azúcar y sin sal más allá del aderezo de las patatas, el recuerdo de la fertilidad de la tierra cuando la humanidad trataba con cariño el arado. Convirtiendo la cámara en un taladro que percute repetidamente las bases de la moral y la ética que deberían otorgarle a la humanidad los parámetros correctos para moverse con franqueza y honestidad por ese mundo que nos han regalado, y que, día a día, aniquilamos sin pararnos a pensar qué coño va a pasar cuando lo hayamos destruido. Y aquí recupero un texto de Nietzsche que leí ayer al meterme en cama de "Así habló Zaratustra": "si tuviéseis más fé en la vida, os abandonariais menos al momento. ¡pero no tenéis bastante valor interior para la espera ni tampoco para la pereza!". Nietzsche empatizó con un caballo porque no entendía cómo el ser humano, con todo el intelecto que se le presupone, no es capaz de entender la libertad de aquellos que le rodean, sean animales, como en este caso, o humanos como en el rudo comportamiento que el padre regala a su hija, al caballo, a los gitanos o así mismo, al fin y al cabo la violencia empleada en pelar, romper y devorar las patatas no es más que una proyección de la frustración del que se ha perdido en la ignorancia de su yo.

(sigo en spoiler por falta de espacio)
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árbore
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