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España España · Madrid
Críticas de Morelli
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Críticas 10
Críticas ordenadas por fecha (desc.)
9
11 de febrero de 2012
24 de 25 usuarios han encontrado esta crítica útil
Existen dos maneras de cansar a un caballo. Galope, fundido, galope, fundido y resuello. El espectador valora en cada apagón la elipsis temporal y sabe que el caballo está cansado. Esto dura, en total, 12 segundos. La otra es acompañar, cámara en mano, al caballo durante seis minutos, recorriendo su geografía obsesivamente. La diferencia es que, al minuto 6, el espectador no sólo sabe que el caballo está cansado sino que está tan cansado o más que el caballo.
Si uno es partidario de esta forma de viaje, de la segunda, me refiero, esta película es una buena oportunidad de regocijo y sufrimiento. Los otros compañeros de trayecto son:
Unos violonchelos que entran en bucle y el viento.
En una de esas vueltas del bucle, el arco del violonchelo te invita a entrar y, si aceptas, quedas atrapado en el remolino. Suavemente vas transitando por paisajes repetidos: Vestir a Padre, la patata, Padre, la patata, el pozo, viento, viento, ella.
Una vez acostumbrado al bamboleo de la rutina, comienza el viaje real y te desbarrancas hacia el sumidero. Al fondo está el vacío, la carencia; de medios, de comodidad, de alimento, de líquido, de luz. Y lo que es el fin, de emociones.
Vacío absoluto. Después, la negrura. Eso era todo.
Nietzsche es el anzuelo, aunque no creo que ningún pez entrara en la sala dispuesto a picar.
Morelli
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8
29 de diciembre de 2011
53 de 58 usuarios han encontrado esta crítica útil
Kaurismäki es como ese pariente gruñón y cascarrabias al que al final terminas por tomar cariño. Su cara de palo te hace reír y descubres en él una dulzura que tiene tanto de la ingenuidad de los malos de aquellos cuentos escolares. Tras la fina capa de adustez de los personajes se entrevé una diversión sin fin tras el telón. Algo en todos ellos trata de decirte, por favor, sonríe tú, a mí no me dejan…
En sus fábulas, los lugares comunes se evitan con una escena desconcertante, un diálogo absurdo, un almendro que florece o un Little John embutido en cuero que regresa al barrio. Y así te va contando la historia que quiere, lejos de la pedagogía, porque quizá, ese alejamiento de la realidad sea el fin último de su discurso.

Es decir, la realidad es lo que tú quieras inventarte.

Salimos del cine con una pequeña sonrisa. El mundo es feo sólo si no sabes cómo contarlo.
Morelli
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8
18 de diciembre de 2011
12 de 13 usuarios han encontrado esta crítica útil
¿Cómo se entra en una película en la que los personajes no salen de sí mismos?
Cronenberg no toma el camino fácil. Excepto la ligera sobreactuación de nuestra loca masoquista al principio y tres azotes en el culo, todo en esta película está diseñado para aburrir. A base de diálogos herméticos e infranqueables para neófitos, tan fieles a la verdad como las cartas leídas en off, cuesta convencer a nadie para tener ganas de verla.
Pero hete aquí que el mundo de fuera entra por cada poro que el inevitable intimismo permite. Jung se distrae con la comida (en cuanto puede se zampa algo, memorable la escena en que se sirve media bandeja delante de la prolífica familia de su colega), Freud, lo hace con el puro. Cuando Freud sufre su desmayo (dice la leyenda que atribuido a la mala magia de Jung contra él) y su colega se agacha para ayudarle, lo primero que uno piensa es: “busca el puro, ha perdido el puro”.
Hay un perfecto equilibrio escénico en toda esa Zurich retratada con luz de la Costa Azul, el barco de velas rojas, los paseos por los geométricos jardines de Viena, la dicción perfecta de cada personaje, la oscura casa de Freud, plagada de figuritas. Es un apoyo visual sobrio pero eficaz, que equilibra tanta palabra, tanta psique.
De haber sido una película argentina, los personajes se habrían pisado los diálogos entre choricitos y empanadas. De haber sido francesa, habría llovido y el sopor pseudointelectual nos habría desarmado. De haber sido española, las necesidades del guión habrían llevado a los protagonistas a fornicar a ostia limpia al menos siete veces.
Esta peli es muy difícil de hacer sin recurrir a tópicos. Cronenberg los evita y logra atajos imperceptibles para llevarnos de la mano de todos los personajes hasta el final.
La supervivencia dicta que la mayor virtud del pensamiento es abrir la puerta al mundo de fuera para olvidarse de sí mismo.
La única que parece tenerlo claro es la Sra Jung.
Morelli
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10
8 de octubre de 2011
19 de 27 usuarios han encontrado esta crítica útil
En esta película, hay mil otras que ya he visto. Hay un padre autoritario, Caín y Abel, la abnegación de una madre. También hay susurros, el cosmos, entrañas, timbales wagnerianos, amaneceres y dinosaurios.

Te revuelves escéptico un rato en la butaca y dudas.

Entonces la historia empieza. Nace un niño y ya está agarrado a tu estómago. Puede que vinieras a ver a Brad Pitt pero tienes al niño en el estómago:

Deja de comer palomitas

Si no es así, es decir, si ese niño no es tu hijo, por favor:

Vete

No hagas ruido pero vete. Te espera un suplicio.

Esto no es una película, es una experiencia. No se ve, se vive. Y en este estado, es difícil juzgar, analizar, separar el límite de lo excesivo. El mundo se contiene en estos personajes y todos estamos en ellos.

Si lloras y escuchas sollozos, no estás mal, estás bien
Si tienes ganas de amar, no eres cursi, estás bien
Si pierdes la vergüenza y recuperas aquel halo infantil
de querer ser bueno sin hacer daño
Tranquilo, no estás mal
Estás bien

Esa noche no quisimos nada más. Apenas sin hablar, nos fuimos a casa. Nuestra canguro, feliz de vernos llegar antes de tiempo, se despidió azorada. Miramos la puerta cerrada de su cuarto y de madrugada, cuando nuestro pequeño árbol de la vida comenzó a llorar, le llevamos a nuestra cama y nos abrazamos los tres.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Morelli
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Restrepo
Documental
Estados Unidos2010
6,3
1.893
Documental
7
24 de abril de 2011
46 de 51 usuarios han encontrado esta crítica útil
Siempre me queda la duda de cuál es la intención de los americanos cuando se retratan a sí mismos. Si Restrepo pretende un dibujo de la guerra, no lo consigue. No hay invasores ni invadidos, no es la lógica de la película. No se traza el camino que conduce a una simple reflexión: aquellos que viven abajo, en las casas, son los moradores legítimos de un terreno que han habitado por siempre, y la triste trampa de la carretera ni interesa ni vale como excusa.

Restrepo persigue otra cosa. Filmada con un derroche de metraje y precisión, primeros planos a ras de matojo, casquillos en el zapato y balas silbando por encima de nuestras cabezas, nos pone la guerra al lado y los pelos de punta. Anticipada por los protagonistas desde la distancia (física, no emocional), la empatía con los imberbes jóvenes hormonados se hace inevitable al tiempo que estos disparan al aire contra un enemigo absoluto e invisible que jamás aparece frente a la cámara. Es el mal contra su pequeño mundo en la colina. Sin embargo, ese mismo sentimiento se desmorona como un saco vacío cuando aparecen las mujeres (por cierto, sin burka) y los niños quemados junto a los muertos civiles aplastados por un helicóptero dentro de su casa. Hay cinco de ellos, “casualmente” todos varones, pero creemos intuir que una de las niñas que el padre sostiene en brazos está inerme. Vemos al soldado iniciando la cura de gasas que suponemos milagrosas, quizá un antibiótico. Nadie los evacúa, no volveremos a saber de ellos. Esto es lo que pasa por colaborar con el talibán por cinco dólares, se nos escapa un tiro y os matamos un niño. Nosotros os construiremos una carretera. Fin del discurso.

El soldado Restrepo, nuestro héroe, es un joven vital y soberbio al que mandarías callar la boca si viajara borracho a tu lado en un tren. Dice esas cosas que dicen los americanos y aquí no entendemos y muere por su patria. Su recompensa: el recuerdo de los suyos en la atalaya. Al otro lado está la vaca, a la que, por fin, vemos degollar en los títulos de crédito bajo risas. Representa la distancia entre dos mundos condenados a no entenderse. ¿De quién es la vaca, la tierra, la razón? ¿Cuánto valen? Invadir un país y querer caer bien es como ir de putas y pretender que se enamoren de uno: se ríen de ti mientras te roban el dinero. Si Mr Marshall no viajase tan rápido por el mundo, le daría tiempo a oler la vida sin fritanga y entender estas cosas, aprendería, por ejemplo, lo que valen los huesos de una vaca famélica en tiempo de guerra. Eso en este país ya lo sabemos porque, como tantas otras cosas, nos lo contó el maestro Berlanga.
Morelli
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