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España España · Madrid
Críticas de Morelli
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Críticas 10
Críticas ordenadas por utilidad
7
8 de enero de 2011
78 de 97 usuarios han encontrado esta crítica útil
El cine dentro del cine, bien contado, siempre cautiva.
Que hacer cine es contar una historia a pesar de la misma historia, los actores, los personajes y de cualquiera que se meta por medio, es algo inherente desde el primer fotograma de la película. Se masacra en nombre del cine igual que se masacró al indio en nombre de dios. Es la hipocresía que justifica todo daño en virtud de un destino superior, una verdad mayor y un mensaje universal, que redimirá y conmoverá a todos los que vean el resultado final, incluso a aquellos a los que se ha hecho la puñeta mientras se creaba el maravilloso mensaje.
Como decían los profes tras darte una ostia: Ya me lo agradecerás cuando seas mayor.
La historia, entrelazada de finas capas de realidad ficcionada y ficción histórica, que se va tornando real a medida que los indios se sublevan en su guerra del agua, está medida, sin exageraciones, para crearte un nudo imposible en el estómago. Los ensayos de los actores que hacen de actores, su idealismo cínico, las comilonas después de rodar masacres, la épica banda sonora de Alberto Iglesias. Todo se empasta y se imbrica con delicadeza bajo el mando de una directora de actores como hay pocas. La película no deja hueco para que no entiendas de lo que va y no hay despiste posible en este intento de atemporalizar la sumisión y la sublevación.
Podría ser una obra de arte pero ahí llegan, para variar, los diez minutos finales.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Morelli
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8
14 de enero de 2011
80 de 105 usuarios han encontrado esta crítica útil
Sheldon es a Leonard lo que Homer a Bart en los Simpsom. El gran lanzamiento del personaje de Bart, acompañado del merchandising y su frase favorita ( “Multiplícate por cero” ¿Se acuerda alguien?) duraron lo que le tardó al niño en crecer la sombra de su padre. Diseñado para justificar cómo se tiene un hijo gamberro, Homer, de tan vulgar, se volvió más gamberro que su hijo, dibujando uno de los arquetipos humanos más interesantes desde Ignatius J. Reilly.
Sheldon es la mina de Big Bang. Nace como comparsa nerd, personaje gracioso que acompaña y alivia la tensión sexual entre Penny y Leonard. Pero esto dura sólo hasta que el inmaduro pedante crece y se come la serie y a su compañero. Y lo que es peor, le roba a su pareja.
Porque Sheldon y Penny son la pareja. En las escenas juntos, el hiper irritante y orgulloso científico muestra el niño malcriado que nunca ha dejado de ser, intentando chantajear a una mamá Penny, que, de rubia tonta pasa a convertirse en un arma cargada de intuición y respuestas cortantes como cuchillos. Ella es la única que le pone en su sitio, el contrapunto esencial para todo nerd, que no encuentra en el resto de personajes, rendidos a su dictadura mucho antes incluso de haber empezado el primer capítulo.
Con Sheldon y Penny la serie ha encontrado la válvula de escape que le permita rendir más de un par de temporadas, que es lo que habitualmente tarda en desgastarse la tensión sexual. Y es que entre ellos existe ternura, rivalidad y dependencia; de ella para medirse en él, y de él, tocando insistentemente en su puerta, penny, knock, penny, knock, para cualquier cosa.
Leonard mira, explica, justifica y hace que hace pero hace tiempo que da vueltas por la casa intentando no molestar a los protagonistas. Podrán acostarse un día de estos, pero yo me saltaré el capítulo.
Morelli
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8
29 de diciembre de 2011
53 de 58 usuarios han encontrado esta crítica útil
Kaurismäki es como ese pariente gruñón y cascarrabias al que al final terminas por tomar cariño. Su cara de palo te hace reír y descubres en él una dulzura que tiene tanto de la ingenuidad de los malos de aquellos cuentos escolares. Tras la fina capa de adustez de los personajes se entrevé una diversión sin fin tras el telón. Algo en todos ellos trata de decirte, por favor, sonríe tú, a mí no me dejan…
En sus fábulas, los lugares comunes se evitan con una escena desconcertante, un diálogo absurdo, un almendro que florece o un Little John embutido en cuero que regresa al barrio. Y así te va contando la historia que quiere, lejos de la pedagogía, porque quizá, ese alejamiento de la realidad sea el fin último de su discurso.

Es decir, la realidad es lo que tú quieras inventarte.

Salimos del cine con una pequeña sonrisa. El mundo es feo sólo si no sabes cómo contarlo.
Morelli
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Restrepo
Documental
Estados Unidos2010
6,3
1.892
Documental
7
24 de abril de 2011
46 de 51 usuarios han encontrado esta crítica útil
Siempre me queda la duda de cuál es la intención de los americanos cuando se retratan a sí mismos. Si Restrepo pretende un dibujo de la guerra, no lo consigue. No hay invasores ni invadidos, no es la lógica de la película. No se traza el camino que conduce a una simple reflexión: aquellos que viven abajo, en las casas, son los moradores legítimos de un terreno que han habitado por siempre, y la triste trampa de la carretera ni interesa ni vale como excusa.

Restrepo persigue otra cosa. Filmada con un derroche de metraje y precisión, primeros planos a ras de matojo, casquillos en el zapato y balas silbando por encima de nuestras cabezas, nos pone la guerra al lado y los pelos de punta. Anticipada por los protagonistas desde la distancia (física, no emocional), la empatía con los imberbes jóvenes hormonados se hace inevitable al tiempo que estos disparan al aire contra un enemigo absoluto e invisible que jamás aparece frente a la cámara. Es el mal contra su pequeño mundo en la colina. Sin embargo, ese mismo sentimiento se desmorona como un saco vacío cuando aparecen las mujeres (por cierto, sin burka) y los niños quemados junto a los muertos civiles aplastados por un helicóptero dentro de su casa. Hay cinco de ellos, “casualmente” todos varones, pero creemos intuir que una de las niñas que el padre sostiene en brazos está inerme. Vemos al soldado iniciando la cura de gasas que suponemos milagrosas, quizá un antibiótico. Nadie los evacúa, no volveremos a saber de ellos. Esto es lo que pasa por colaborar con el talibán por cinco dólares, se nos escapa un tiro y os matamos un niño. Nosotros os construiremos una carretera. Fin del discurso.

El soldado Restrepo, nuestro héroe, es un joven vital y soberbio al que mandarías callar la boca si viajara borracho a tu lado en un tren. Dice esas cosas que dicen los americanos y aquí no entendemos y muere por su patria. Su recompensa: el recuerdo de los suyos en la atalaya. Al otro lado está la vaca, a la que, por fin, vemos degollar en los títulos de crédito bajo risas. Representa la distancia entre dos mundos condenados a no entenderse. ¿De quién es la vaca, la tierra, la razón? ¿Cuánto valen? Invadir un país y querer caer bien es como ir de putas y pretender que se enamoren de uno: se ríen de ti mientras te roban el dinero. Si Mr Marshall no viajase tan rápido por el mundo, le daría tiempo a oler la vida sin fritanga y entender estas cosas, aprendería, por ejemplo, lo que valen los huesos de una vaca famélica en tiempo de guerra. Eso en este país ya lo sabemos porque, como tantas otras cosas, nos lo contó el maestro Berlanga.
Morelli
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9
11 de febrero de 2012
24 de 25 usuarios han encontrado esta crítica útil
Existen dos maneras de cansar a un caballo. Galope, fundido, galope, fundido y resuello. El espectador valora en cada apagón la elipsis temporal y sabe que el caballo está cansado. Esto dura, en total, 12 segundos. La otra es acompañar, cámara en mano, al caballo durante seis minutos, recorriendo su geografía obsesivamente. La diferencia es que, al minuto 6, el espectador no sólo sabe que el caballo está cansado sino que está tan cansado o más que el caballo.
Si uno es partidario de esta forma de viaje, de la segunda, me refiero, esta película es una buena oportunidad de regocijo y sufrimiento. Los otros compañeros de trayecto son:
Unos violonchelos que entran en bucle y el viento.
En una de esas vueltas del bucle, el arco del violonchelo te invita a entrar y, si aceptas, quedas atrapado en el remolino. Suavemente vas transitando por paisajes repetidos: Vestir a Padre, la patata, Padre, la patata, el pozo, viento, viento, ella.
Una vez acostumbrado al bamboleo de la rutina, comienza el viaje real y te desbarrancas hacia el sumidero. Al fondo está el vacío, la carencia; de medios, de comodidad, de alimento, de líquido, de luz. Y lo que es el fin, de emociones.
Vacío absoluto. Después, la negrura. Eso era todo.
Nietzsche es el anzuelo, aunque no creo que ningún pez entrara en la sala dispuesto a picar.
Morelli
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