El último tren de Gun Hill

El último tren de Gun Hill es otro de los excelentes westerns rodados por Jonh Sturges en los años cincuenta. Kirk Douglas en la cima de su carrera y que ya había trabajado con Sturges en Duelo de titanes, protagoniza junto a un inmenso Anthony Quinn este duelo actoral de primera repleto de acción y suspense. Cuenta la historia de un sheriff cuya mujer india es violada y asesinada por dos vaqueros uno de los cuales es el hijo de un poderoso terrateniente amigo personal de dicho sheriff años antes. El conflicto está servido cuando el sheriff acude a Gun Hill para llevarse a los responsables pero se topa con la resistencia del terrateniente que no está dispuesto a que su hijo sea condenado a la horca.

Las películas del oeste son el marco incomparable para filmar historia grandiosas. No sólo por sus hermosos paisajes sino también por la cantidad de conflictos que hubo en dicha época. Muchas son verdaderas obras maestras no del todo reconocidas en su tiempo por la Academia que parecía considerar el western como un género menor. Los cincuenta fueron la época dorada del género y ésta que nos ocupa es uno de los títulos más destacados. La trama incluye situaciones de tensión, suspense y racismo comprimidas en hora y media y dirigidas con tino por el gran John Sturges. Tanto Douglas como Quinn están espléndidos en sus respectivos papeles y ambos tendrán un emocionante duelo final en el clímax de esta apasionante historia.

John Sturges realiza en esta película una más que acertada mezcla entre el thriller, la tragedia y el western.

Como thriller nos trae reminiscencias de su película "Conspiración de silencio" -protagonizada por un magnífico Spencer Tracy en 1955-, donde un hombre se enfrenta en cumplimiento de su deber contra la incomprensión de todo un pueblo que respalda por un motivo u otro al culpable. En este aspecto cabe destacar el hilo narrativo que mantiene la tensión acorralando la situación en la espera dentro de la habitación de un hotel mientras afuera aguardan una veintena de pistolas.

La tragedia se rumia en las entrañas mismas del guión, donde sentimientos ancestrales como la amistad, el amor a los hijos y el amor a una mujer, se entremezclan cuando unos quedan enfrentados a otros por el destino y sirven aquí para un desarrollo más que satisfactorio de los personajes... Así el esposo busca venganza en la justicia y la ley, el padre busca proteger al hijo amado a pesar de saberlo culpable, la mujer se debate entre lo que admira por justo y valeroso (frente a la cobardía del silencio) y un amor turbulento. Todo esto nos deja un bellísimo último plano rodado en travelling de Carolyn Jones con un vestido rojo premonitorio agachada junto a Anthony Quinn mientras Kirk Douglas observa resignado desde el tren que sale lentamente de la estación.

La realización de western, realzado por buenas tomas y una interesante fotografía, poco tiene que envidiar a otros de los de este director como "Duelo de titanes" o "Los siete magníficos"; y se construye un poco a manera y semejanza de la extraordinaria "Sólo ante el peligro" de Fred Zinnemann, como una crónica del momento anunciado que en este caso no tiene su final en el tren de medio día que llegaría a Hadleyville, sino a las nueve de la noche en el último tren que parte de Gun Hill.

Solo ante el peligro a la espera de un Duelo de titanes por una Cicatriz.
La especie humana está compuesta en su inmensa mayoría por chusma, cobarde, mala, sumisa, cruel, estúpida, borrega, abyecta.
Solo hay escasas excepciones, pocas personas fuertes, valientes, con convicciones, capaces de morir por lo que creen y de vivir de verdad, asumiéndolo todo, lo bueno y lo malo, sin miedo, sin ser solo pequeños.
Película que recoge muchos tópicos a modo del western clásico de hondas raíces mitológicas, a saber, padre fuerte, hijo débil y tonto, racismo contra los indios, cacique que aplasta la ley, mujer fronteriza, caballos, duelos y tiros, y los redime y sublima con buen arte, seco, preciso, hondo, doliente, sin alardes ni afeites, buenamente se puede.
KIrk Douglas es el primer titán, perfecto, pleno, omnipotente, tan humano a pesar de su tamaño. Anthony Quinn es su reverso, todo héroe necesita un villano, su complemento perfecto, amigos del alma a los que el destino les juega una broma macabra. Dios tira los dados para pasar el rato y así tortura cruelmente a los pobres humanos. Ella, Carolyn Jones, es una diosa, puta que quiere convertirse en la dueña de todas las tierras matrimonio mediante con el capo dominante, llena de coraje y carácter, recién recuperada de una paliza del sátrapa y enfrentada en la lucha por el poder al hijo menguante, su mirada azul todo lo parte, es el faro moral de esta tragedia jonda, rampante.
El resto es bazofia, corrupción, miseria, barbarie.
Buena película. Convencional, acertada, correcta.
Interpretaciones fabulosas, buen pulso narrativo y precisión de relojero suizo.

Lo del título es para los que no les gustan las del oeste.

Dos individuos (por llamarlos de alguna manera) violan y asesinan a una mujer india que viajaba con su hijo. El marido de la víctima, un sheriff, encuentra en el lugar una silla de montar con unas iniciales que reconoce.

Así comienza una de las películas que me llevaría a una isla desierta. El duelo de interpretación entre Kirk Douglas, el sheriff empeñado en capturar a los asesinos, y Anthony Quinn, el padre de uno de éstos, es fabuloso. Y sin embargo sólo es uno de los alicientes de la película.

Hay acción, intriga, un estupendo guión, te hace pensar y además dejan claro que hay una violación sin mostrarla.

Trata sobre la justicia, el racismo, la importancia de la educación, la necesidad de que impere la ley. Mi momento preferido en el spoiler.

La mujer del sherrif Matt Morgan [K. Douglas] vuelve a casa con su hijo pero en el camino es acosada por dos jóvenes vaqueros que la violan y la matan. La mujer, antes de morir, consigue marcar con un latigazo en la cara a uno de ellos indicándole a su hijo que coja uno de los caballos de los vaqueros y pida auxilio. El sheriff recoge el cadáver de su esposa y por la montura reconoce que el propietario es su amigo Craig Belden [Anthony Quinn], ganadero de la zona, con el que tiene una deuda de gratitud por haberle salvado la vida en una ocasión. El sheriff decide llevar la montura al rancho de Belde y descubre con desagradable sorpresa que el que mató a su mujer es el hijo de su amigo, Rick Belden [Earl Holliman]. Pese a los ruegos de Craig el sheriff, éste quiere llevarse arrestado a los asesinos de su mujer para que sean juzgados y ajusticiados. Nadie le auxiliará en Gun Hill, incluido el sheriff local, porque toda la comarca es propiedad del cacique Belden. Sin embargo, la corista Linda [Carolyn Jones], que ha pasado 10 día en un hospital por la paliza propinada por Belden está dispuesta a ayudar al sheriff, que tiene la suerte de atrapar al hijo del ganadero en el bar y retenerlo 6 horas hasta que pase el último tren de la noche. Este es el tiempo de la larga espera y asedio al hotel donde se ha refugiado el sheriff y de donde piensa salir con el preso. Con un fusil recortado facilitado por Linfa, a la llegada del tren, logra salir del hotel con el preso apuntándole en la barbilla y seguido de todos los hombres de Belden. La presencia inesperada de Lee Smithers [Brian G. Hutton], corresponsable del asesinato de la mujer del sheriff, aceleran los acontecimientos: Lee dispara al sheriff y mata a su amigo, y el sheriff le mata a él y al ganadero Belden que le había retado en el andén de la estación.

Excelente guión, interpretación, montaje y buenísima dirección de un profesional del género en los años 50. Duelo interpretativo entre Douglas y Queen, una vieja amistad enfrentada por un destino fatal que ambos asumen comprendiendo la situación del otro pero enfrentándose al cruel reencuentro. Cine muy sencillo, de valores claros: la defensa de la justicia, de los indios, cumplimiento del deber por encima de las conveniencias sociales. Diálogos cortos pero agresivos e irónico, buena coherencia narrativa y de hombres de palabra.