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La heredera

Drama. Romance Año 1849, en Nueva York. Catherine Sloper, una rica heredera, tímida, inocente, poco agraciada y no muy joven, es pretendida por un apuesto joven. Ella se enamora de él apasionadamente, pero su cruel y despótico padre se opone a la boda y amenaza con desheredarla. Adaptación de la novela de Henry James "Washington Square". (FILMAFFINITY)
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Críticas 74
Críticas ordenadas por utilidad
24 de marzo de 2008
43 de 49 usuarios han encontrado esta crítica útil
Film de Williamn Weyler. El guión, de Ruth y August Goetz, adapta la obra teatral "Washingon Square" (1947), escrita por los mismos, basada en la novela del mismo título (1881), de Henry James. Se rueda en Paramount Studios. Nominado a 8 Oscar, gana 4 (actriz, dirección artística, vestuario y música). Producido por W. Wyler, se estrena el 6-X-1949 (EEUU).

La acción tiene lugar en NYC y París, en 1850, con un epílogo posterior. Catherine Sloper (Havilland), hija única, próxima a los 30 años, tímida e inocente, vive con su padre, el doctor Austin Sloper (Richardson), autoritario, frío e incapaz de amar a su hija. Cuando Morris Towsend (Clift), un joven apuesto y sin fortuna, la pide en matrimonio, el padre se opone al enlace.

El film suma los géneros de drama y romance. Desarrolla un relato denso, conplejo y cruel, rica en matices, que sumerge al espectador en un mundo atormentado. Retrata la sociedad acomodada de NY de mediados del XIX, capaz de ocultar bajo la apariencia de formas impecables, sentimientos tempestuosos y obsesiones patológicas. Exhibe una buena construcción de caracteres, que acompaña de un brillante vigor narrativo. Analiza los estados de ánimo de los protagonistas y su evolución a lo largo del tiempo. Deja planteados interrogantes, que el espectador ha de resolver según su interpretación de los hechos. El factor que desencadena y alimenta el drama viene dado por una relación padre/hija, condicionada por la muerte de la madre en el parto, la idealización de la esposa perdida y la obsesiva comparación de la hija con el recuerdo de la esposa.

Cuenta con una extraordinaria interpretación de Havilland y buenas intervenciones de Richardson y Clift. Wyler dispone una excelente puesta en escena, construye una atmósfera densa, inquietante y absorbente, cuida los detalles y entrega uno de sus mejores trabajos. Trata diversos temas, como el amor idealizado, la incapacidad de amar, los recuerdos obsesivos, los prejuicios de clase, la desconfianza, el engaño, etc. No lo dice el film, pero algunos indicios apuntan que el padre, en el fondo de su ánimo, culpabiliza a la hija de la muerte de la madre.

La música, de Aaron Copland, se apoya en una partitura original severa y dramática, de aire vanguardista. Toma el motivo principal, un elegante tema de amor, de la canción "Plaisir d'amour". Añade valses, polkas y otros ritmos de época. La fotogafía, de Leo Tover ("Una mujer en la playa", Renoir, 1947), se sirve de planos largos, un trabajo de cámara pausado y preciso, reflejos en espejos, proyecciones de sombras, primeros y primerísimos planos. Se beneficia de unos decorados amplios y abiertos, una ambientación rigurosa y un vestuario magnífico, de Edith Head. Crea planos de gran emotividad (lento ascenso de la escalera) y de extraordinaria fuerza (plano final).
Miquel
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10 de febrero de 2010
36 de 39 usuarios han encontrado esta crítica útil
Olivia de Havilland deslumbra literalmente en un rol de patito feo que eclosiona pavorosamente. Demostró que era una de las grandes respetables del celuloide, incluso en mi apreciación mejor que su hermana, la rubia Joan Fontaine.
Es obvio que la belleza de una persona tiene un gran componente subjetivo, un componente que depende de diversos y complejos factores. Por ejemplo, alguien que tiene escasa seguridad en sí mismo y en sus encantos y prescinde de la coquetería y del ingenio, verá poca hermosura en su apariencia y así por lo general pueden verlo también los demás. En cambio, si alguien confía en su atractivo sin ser una beldad, y sabe ejercerlo, y además cuenta con ingredientes como la chispa y la simpatía, a los ojos ajenos ganará bastantes puntos. O sea, que en la belleza que uno aparenta tiene que ver el carácter, y no toda es de índole puramente externo. Hay otra clase de guapura que nace de la sonrisa, de la intensidad de la mirada, del fuego del corazón. Y a todo eso hemos de añadir los ojos de quien mira, los gustos personales y los cánones de cada cual.
Los actores, lo buenos actores, son capaces de mimetizarse y parecer bellos en alguna de sus apariciones, o del montón, o hasta feos, si se lo proponen y si se meten en su papel a fondo. Algunas de las figuras del cine han logrado metamorfosis asombrosas, cambios espectaculares de una película a otra. Y eso demuestra más que nunca que la belleza es muy relativa.
Olivia de Havilland muestra una metamorfosis que no por sutil es menos sorprendente. Y no se trata de una transformación física. Es otro tipo de modificación que se advierte en la diferencia, respecto a cómo avanza el personaje, en la postura, en los gestos, en la forma de hablar y de mirar, en la expresión del rostro. Es la diferencia entre una mujer tímida, asustadiza, insegura e ingenua, y otra muy distinta, radicalmente distinta, que sale del huevo en el que había crecido ciega.
Reconozco una interpretación pasmosa en cuanto la veo, y puedo afirmar que la Catherine Sloper de Olivia de Havilland es uno de los roles femeninos más inolvidables de la historia del séptimo arte, situado al nivel de otras estrellas de la época. Olivia consigue, durante buena parte del desarrollo del drama, que la creamos una criatura corrientita, una mosquita muerta, nada de la hermosura y del glamour que derrama en otras películas. Y cómo logra después que la veamos de otro modo, pero es extraño, porque exteriormente sigue siendo la misma. Y al mismo tiempo no lo es. Tal vez porque ha madurado, tal y como las circunstancias la han obligado a madurar.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Vivoleyendo
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19 de junio de 2009
25 de 25 usuarios han encontrado esta crítica útil
"El amor ... Disculpa sin límites, confía sin límites, espera sin límites, soporta sin límites". San Pablo a los Corintios. Y los Corintios "pasapalabra" a Catherine Sloper (Olivia de Havilland) y " de oca a oca" la lectura fue pasando hasta llegar a este que les escribe. Me pongo serio: Maravillosa epístola llenísima de verdad que debería presidir los hogares y la propia vida de quienes se han unido, cualquiera que sea la forma y la religión, por propia voluntad y bajo el signo del amor.

Por ello, estamos del lado de Catherine, indignadísimos ante la falsedad, la hipocresía, el egoísmo, la premeditación y la alevosía de Morris Townsend (Montgomery Cliff) e incluso justificamos a un padre (Ralph Richardson) injustificable y que ha transmitido sus propios tormentos a su única hija heredera de su fortuna. Y repasamos por enésima vez aquella lección que la vida enseña, no en escuelas ni universidades, sino en la especies y la cotidianeidad de la ciega locura de amor.

¡Ay Catheryne! ¡Que presa tan fácil! ¡Ay William Wyler! ¡Que maestro!. De estas, mil y una en la vida, pero en el cine, pocas y tan geniales...no recuerdo. El Oscar a Olivia de Havilland una obligación para la Academia. Si no es fácil darle vida, cuerpo, facciones, ojos y lágrimas a la Catheryne ingenua y engañada, mucho menos lo es encarnar también a la Catheryne con el alma endurecida. Si es que hasta les salió barato a la Academia, un Oscar en lugar de los dos merecidísimos. Los dos para ella, aclaro.

Luego podemos hablar de un Montgomery Cliff de quien, viendo actuaciones como ésta, podemos lamentarnos con propiedad de su corta carrera, de Ralph Richardson al que conocíamos poco y prometemos redescubrir o incluso de Miriam Hopkins, habitual de Wyler, y un tanto acomodada en papeles de tía residente. Pero sobre todo hablaremos de ella, de la ingenua y de la cruel. De esa Catheryne a la que William Wyler hace pasar en poco menos de dos horas por las experiencias de la vida más hermosas y también por las más crueles.

Con una música justamente premiada, un vestuario de época maravilloso, unas interpretaciones sublimes y un tema difícil que pone a prueba tanto al director como a los actores, en mi modesta opinión, la película no hubiese sido ninguna sorpresa si le hubiese arrebatado el Oscar a El político de Robert Rossen, y lo digo habiendo visto y valorado tanto el film como el trabajo genial de Broderick Crawford.

Imprescindible.
FATHER CAPRIO
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8 de agosto de 2006
31 de 38 usuarios han encontrado esta crítica útil
Queda claro que el señor Wyler es el especialista en desarrollar historias de "mujer fatal". Tras haber visto "La loba" y "La carta" con las que quedé grátamente sorprendido, ahora llega el turno de "La heredera", un peliculón donde los haya con un arrebatador desenlace que pone los pelos de punta (literalmente).
La trama de la cinta se desarrolla en el New York de mediados del siglo 19, donde una tímida joven, sensacionalmente interpretada por Olivia de Havilland, y única heredera de la fortuna de su padre, se enamora de un joven vividor, Montgomery Clift, que conoce en un baile. Desde el principio el padre no aprueba la relación por miedo a que su hija sea engañada y utilizada como moneda de cambio por la herencia que legítimamente la corresponde, lo que desencadena tensiones y dudas entre los personajes (...y al espectador).
La historia está desarrollada de una forma sensacional, manteniendo un hilo argumental de tensión progresiva, enganchando totalmente al espectador y llegando al clímax en su justo momento (lo de los pelos de punta). Entonces no te queda otra que quedarte aplanado en el sofá o irte a la cama y recapacitar.
Brillante.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
abelitto
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27 de enero de 2011
23 de 23 usuarios han encontrado esta crítica útil
William Wyler es uno de los GRANDES. Pertenece a ese exclusivo y selecto grupo de directores que todo lo que tocaban lo convertían en oro. Directores que sabían contar historias, hacerlas entretenidas y que nos llegaran al alma.
"La heredera" cuenta la historia de Catherine, hija de un acaudalado y reputado doctor, que comienza a ser cortejada por el apuesto Morris. El padre, que considera a su hija fea, aburrida y sin cualidades, rechaza al joven desde el primer momento porque lo considera un oportunista que sólo busca el dinero de su hija.
Wyler dirige con tiento y elegancia esta reflexiva película. Nos introduce de lleno en la sociedad de la época, una época hipócrita y resentida que arrincona y asfixia a la buena de Catherine. Y es curioso que, cuanto más fea, desmejorada y débil nos la muestra Wyler, más dulce, atractiva y fuerte la vemos nosotros. Es ese el gran mérito del director: Conseguir que amemos lo que hay de invisible en Catherine. Y ese algo invisible traspasa la pantalla y se adormece en nuestro corazón. Y detestamos el proceder del resto de personajes: Su asquerosa superficialidad, su falsa compasión, sus aires paternales y maternales y hasta repudiamos la belleza superficial de las cosas y de las personas.
Guión y diálogos excelentes. Impecable su ambientación y puesta en escena. Soberbia dirección de actores destacando la magistral lección interpretativa que nos ofrece Olivia de Havilland y la encantadora presencia de esa espléndida actriz tan poco reconocida que es Miriam Hopkins.
el chulucu
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