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El prisionero

Drama. Thriller Después de la II Guerra mundial (1939-1945), un cardenal (Alec Guinness) es acusado de haber traicionado a su patria. Es un hombre de carácter y voluntad férrea. Su interrogador (Jack Hawkins), un hombre benevolente en apariencia, recurre primero a la amabilidad para hacerlo hablar, pero acaba sirviéndose de pruebas falsas, trucos sucios y diversas formas de crueldad para conseguir su objetivo. Sin embargo, parece que nada consigue ... [+]
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Críticas 11
Críticas ordenadas por utilidad
19 de mayo de 2012
4 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
La imaginación para inventar métodos de tortura no tiene límites. Cuando se quiere sacar a un infeliz no la verdad, que casi nunca interesa cuando se acusa en falso, sino lo que los verdugos quieren oír (en un sistema totalitario que persigue a supuestos culpables de rebelión y disidencia), cualquier medio es lícito. El dolor físico suele soltar la lengua; los torturados dicen todo lo que se les obliga a declarar. El sufrimiento extremo es una coacción muy eficaz; no hay muchos que se resistan. Pero hay excepciones, poquitas. Algunos no cantan ni aunque les frían en aceite, o mueren antes de haber dicho una palabra porque a los flageladores se les ha ido la mano. Los métodos físicos no siempre son eficaces.
Los verdugos más letales son los que machacan la mente sin necesidad de machacar el cuerpo con potros de tormento. Son esos que parecen amables, controlados, empáticos, comprensivos, educados. Que emplean las palabras con las artes de un cirujano que secciona la carne en el lugar exacto. Saben encontrar el punto flaco del edificio mental de su víctima e inyectar un veneno potente. Pueden coger a una persona inocente y convencerla de que es culpable. Cambiarla como un calcetín al que se le da la vuelta.
En la novela “1984” el misterioso O'Brien, miembro importante del Partido, establece una curiosa empatía con el rebelde Smith. La presa se siente atraída hacia el cazador, y el cazador hacia la presa. Smith intuye que todo es inútil, pero aún así de alguna descabellada manera sabe que le gustaría que O'Brien y él fueran amigos, si uno no fuese el sabueso y el otro una rata de alcantarilla que puede ser aplastada cuando al Partido se le antoje. Incluso así le gusta pensar que son una improbable clase de amigos. O'Brien le comprende. Se ha metido en su pensamiento de tal forma que no hay un solo detalle inadvertido de su vida, no hay un paso que Smith pueda dar sin que el otro lo conozca ya de antemano. Pero a O'Brien no le interesa destruir el cuerpo de su adversario, destrozarlo para arrancarle por la fuerza confesiones que en realidad no quiere decir. La envoltura es lo de menos. El verdugo desea que su pelele se transforme hasta el fondo del alma, que crea de verdad lo que su captor le dicte que crea. Como está embebido hasta la médula de la fe en el Partido (es un auténtico creyente no religioso, un fanático muy inteligente), para él la rebeldía de Smith es una enfermedad del espíritu que se puede curar. Por eso no lo odia, incluso a su retorcida manera le tiene aprecio, lo considera un enfermo mental al que hay que compadecer y tratar, sin escatimar en medios, para que al final entre al redil y se libre de su mal. No hay mayor triunfo para el torturador de mentes que lavar por completo un cerebro desafiante, rendir una voluntad y lograr que ésta acepte de corazón ir por el “buen camino”. Qué orgulloso se sentirá de haber “salvado” a un alma descarriada.
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Vivoleyendo
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3 de enero de 2013
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Dos hechos reales motivaron esta palpitante historia, escrita primero para el teatro y después como guión cinematográfico por Bridget Boland: el primero, el caso del croata Aloysius Stepinac, arzobispo en Zagreb en tiempos de la Segunda Guerra Mundial, de orientación fascista y decidido colaborador del régimen genocida de Ante Pavelic. Tras la guerra, la policía lo detuvo acusado de colaboracionista con las potencias invasoras y por sus bendiciones al régimen Ustashi. El 11 de octubre de 1946, fue declarado culpable de alta traición y crímenes de guerra, y lo condenaron a 16 años de cárcel, pero en un gesto de reconciliación, Tito lo liberaría cinco años después. El libro del historiador y exsacerdote católico Viktor Novak “Magnum Crimen”, hace fiel recuento de estos hechos. Ahora, gracias a las muy particulares gestiones de Juan Pablo II, Stepinac es otro santo.

El segundo caso con el que puede relacionarse “EL PRISIONERO”, es el del cardenal húngaro, József Mindszenty, un ferviente anticomunista detenido en 1948, a quien mediante presiones psicológicas, se trató de que abdicara de su cargo en la iglesia. Fue liberado tiempo después de haber sostenido un arresto domiciliario y se dedicó a viajar por todo el mundo.

Pero, es evidente que el propósito del libro no es denunciar uno u otro caso, pues sus personajes no tienen nombre, solo profesiones, y la historia no está ambientada en ningún país en particular. Creo más bien que, la estimable señora Boland, se ha inspirado en hechos como estos para centrarse en algo mucho más relevante que se sustenta en una corta frase que expresa el cardenal: “No juzgues el sacerdocio por el sacerdote”, lo que equivaldría a agregar: No juzgues al militarismo por el militar, ni al comunismo por su representante…

Con esta sabia afirmación, se denuncia al fanatismo, se hace oposición a la estigmatización o el asesinato indiscriminado de sacerdotes en cualquier régimen político, se está en contra del antimilitarismo per se o del anticomunismo recalcitrante… Por esto, lo que vemos en el filme, psicológico hasta la médula, es un poderoso ejercicio donde la mente humana es el eje central. Y la veremos en su capacidad de resistir, de manipular, de conspirar, de destruir… pero también en su fragilidad, y sobre todo en su esencia amorosa y compasiva. Por esto, no conseguimos repudiar al cardenal por más cierto que pueda ser aquello por lo que se le acusa, vemos con consideración al psiquiatra cuando se compadece de su víctima y cuando promete no usar con él drogas ni tortura física. Y sentimos, casi que amor por el jefe de la guardia (reconocimiento al cálido actor Wilfrid Lawson), cuando vemos el trato afable y comprensivo con el que trata a su prisionero.

Con maestría en su debut cinematográfico, Peter Glenville logra un duelo de inteligencias en el que, Alec Guinness y Jack Hawkins, en un magnífico tour de force, abonan grandes recursos para mostrar como la mente puede servir poderosamente al mal, y como también puede revestirse de bondad y compasión, la cual es sin duda su funcionalidad más excelsa.

Un filme impecable.
Luis Guillermo Cardona
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27 de agosto de 2015
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Leo que aquí se han buscado varios correlatos históricos al argumento de la película. Todos bien traídos: los cardenales Wysincsky (Polonia) y Mindsenscky (Hungría), o el sacerdote de Zagreb al que se refiere otra crítica… Aunque son casos diferentes, y ninguno coincide exactamente con el guión de «El prisionero», la relación entre ellos y «El Prisionero» es clara. Basta leer «El telón de acero», de Anne Applebaum, para comprender el terrible trasfondo histórico de la película.
Personalemente, tras ver «El Prisionero» por segunda vez, no he podido evitar recordar «Bajo sospecha» (Stephen Hopkins, 2000). El duelo Freeman–Hackman de esa película casi parece una segunda edición (peor aderezada, pero igualmente bien interpretada) de este maravilloso duelo Guiness–Hawkings. Para llevar a la pantalla un guión basado únicamente en el diálogo interrogador–interrogado hacen falta actores de una altura excepcional. Y, en ambas películas, los actores dan la talla con creces, ofreciéndonos lo mejor del teatro y lo mejor del cine.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
jfreyba
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19 de diciembre de 2008
2 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Bueno, esta es mi primera crítica. Me ha sorprendido que no hubiera ningún comentario sobre esta película, a la que yo considero obra maestra en cuanto a la temática y de muy buena calidad en lo que a técnica se refiere.
Las caracterizaciones de Guiness (cardenal) y Hawkins (psiquiatra) son absolutamente creíbles y contundentes, por no decir sobervias. El argumento está muy bien llevado aderezado con una fotografía bastante correcta. En ningún momento se pierde el hilo argumental de la película, con escenas que sobren o con excesivas reiteraciones. Aparte de esto, el ritmo del film va in crescendo hasta el final.
Glenville realiza aquí un elaborado trabajo en el que intenta retratar la naturaleza del alma humana. Decía Epicteto que no hay acontecmientos buenos y malos, solo interpretaciones positivas y negativas de aquellos. Continuo en el spoiler...
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Larry287
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7 de diciembre de 2021
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El Prisionero es una película que no se comprende a no ser que se tengan unas nociones básicas del contexto histórico, político y geográfico que refleja, en concreto sobre los años posteriores a la Segunda Guerra Mundial en los países de régimen comunista, unos años en los que aún se permitían las manifestaciones externas de fe, pero al mismo tiempo eran perseguidas con el objeto de ser integradas en el aparato propagandístico del Estado. Cuestiones como los totalitarismos políticos y las dictaduras de izquierda (que hoy solo perviven de manera relevante en China y Corea del Norte) se mezclan con una institución eclesial también diferente de la actual, cuando aún ejercía una fuerte influencia sobre los Estados y sus políticas. De la misma manera, el influjo de la psicología conductista queda muy reflejado en la película, siendo utilizada como instrumento de tortura. Se trata de una corriente que vivía por aquellos años su época gloriosa antes de que Noam Chomsky introdujera en esta disciplina los mecanismos neurocognitivos en 1957, dándole un golpe de gracia a una corriente que ya no volvería a levantar cabeza. Conocer estas visiones contrapuestas de la psicología ayudan también a una mejor comprensión del film, así como la lectura de 1984, escrita por George Orwell en 1949 (5 años antes que la película) y que refleja el tema de los totalitarismos y del control del Estado de manera magistral.

La película está basada en la vida del cardenal húngaro József Mindszenty, declarado venerable el 18 de febrero de 2019, al reconocer el Vaticano el ejercicio heroico de las virtudes que se recogen de manera no biográfica en la película. El propio cardenal, liberado de la prisión unos años después del estreno del film, afirmó que la cinta no reflejaba la crueldad de los calabozos húngaros, considerando que se había centrado demasiado en los aspectos psicológicos de la tortura ocultando los físicos, que fueron aplicados de manera conjunta.

A nivel interpretativo la película de Peter Glenville es un duelo colosal entre Sir Alec Guinness (el cardenal) y Jack Hawkins (su interrogador). El primero estereotipa a un hombre religioso de convicciones profundas y férreas, mientras que el segundo aparece como un hombre sin escrúpulos que hace de la mentira un arte, siendo un hombre al servicio del Estado y de sus intereses. En el fondo se trata del choque frontal de dos ideologías enfrentadas e irreconciliables, en un momento histórico en el que las personas eran menos importantes que las instituciones que representaban.

A lo largo de 91 minutos asistimos a un interrogatorio que atraviesa diversas fases, pasando del "por las buenas" al "por las malas" de manera gradual, llegando al clímax de la tortura emocional. ¿Cuánto está dispuesto a soportar un ser humano incomunicado sin saber si lo que le dicen es verdad o mentira?, ¿En qué momento se fractura su voluntad?, ¿Es posible doblegar a alguien totalmente o esa victoria es fruto de malas artes y no puede ser contabilizada como tal?...
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
jaime salado
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