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Carta de una desconocida

Romance. Drama Viena, 1900. Stefan Brand, un famoso pianista, recibe una carta de una mujer con la que mantuvo, en el pasado, una relación amorosa que ya no recuerda. Lisa es para él una desconocida, alguien que ha pasado por su vida sin dejar huella. Y, sin embargo, ella sigue apasionadamente enamorada de aquel joven músico que conoció cuando era todavía una adolescente. (FILMAFFINITY)
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Críticas 86
Críticas ordenadas por utilidad
20 de octubre de 2013
4 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
Los renglones de una carta difuminándose, el rostro de una adolescente oculto tras el vidrio de una ventana, la fragancia de una rosa blanca, la melodía que suena en un piano: pocos directores como Max Ophüls reflejaron con tanta delicadeza los sentimientos femeninos en el seno de la alta burguesía europea del siglo XIX. El cineasta alemán llegó a Estados Unidos a principio de los años cuarenta huyendo del fascismo en Europa, tras algunos problemas de adaptación realiza esta pequeña obra maestra cuyos logros visuales – en consonancia con la atípica forma de rodar de un director estilista del detalle, amante de los movimientos circulares de cámara, cultivador del plano largo y elaborado – serían considerados, no obstante, rarezas en el Hollywood de la época.

En “Carta de una desconocida” la mujer es arrebatada de su cotidianidad por un amor que la perturba y enajena, transfigurándola en un ser capaz de los mayores sacrificios; aunque la relación amorosa sea imposible, no obsta para que la pasión adquiera una dimensión redentora, en cuanto implica la toma de conciencia de una dolorosa revelación, donde el azar traza con el destino una sola fuerza en el mapa de las emociones. Basada en un relato de Stefan Zweig, los diálogos están llenos de exquisitos guiños y ambigüedades (Ophüls se encargó del guión junto a Howard Hoch, autor del guión de “Casablanca”). El simbolismo más sutil sobre las diferencias entre la naturaleza amatoria masculina y femenina. Lisa (Joan Fontaine) afirma no entender por qué a los hombres les gusta escalar montañas, una tras otra, en vez de quedarse con la primera que suele ser la más maravillosa.

Cuesta comprender cómo un amor surgido en la adolescencia y basado en la mitificación de un hombre guapo, pianista rico y frívolo, puede condicionar de tal modo la vida entera de una mujer que apenas lo conoce y que dispone de una serie de elementos para defenderse de una pasión tan ciega y destructora. Pero así son las cosas del amor en el romanticismo, así es la pasión que todo lo envuelve y aprisiona sin dejar un resquicio a la razón.

En los estudios Universal se recrearon los paisajes y decorados de esa decadente Viena Imperial llena de romanticismo. El cineasta va descargando suavemente en la retina del espectador, ayudado por cuatro “flash-back” como pilares narrativos, la compleja estructura en la que se mueve Ophüls. Sin embargo, lo más primordial no es la estructura, sino el uso pausado de la cámara y la estupenda fotografía de Franz Planer, que nos muestra un pasado leído tan creíble a los ojos del espectador que las escenas parecen sacadas de la memoria misma del antaño prometedor pianista (Stephan Brand), ahora seductor decadente, que interpreta magistralmente Louis Jourdan. Con una carta llena de melancolía y misterio el cineasta transforma la literatura en cine de muchos quilates.

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Antonio Morales
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6 de agosto de 2015
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Otra apuesta arriesgada de Selznick que vuelve a salir bien para el cinéfilo. Fiel reflejo del vividor machista y engreído al que no le paran las patas a su hora y descuida aquello que más merece la pena.
Con un estética ya muy antigua, Joan Fontaine brilla como pocas veces personificando a tantas mujeres abnegadas que sucumben ante quien no lo merece.
El metraje está ajustado evitando escenas superfluas.
michelrosarex
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12 de septiembre de 2016
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Cinco añitos pasó en el dique seco, del 41 al 46 exiliado en USA, hasta que Max Oppenheimer más conocido como Max Ophüls o Ophuls o Opuls depende cuando y como, pudiera demostrar todo el arte que llevaba dentro. Había triunfado como director teatral y cinematográfico en su Alemania natal y Francia y cuando gracias a Douglas Fairbanks Jr, dirige su primera película en los USA ya tenía otras 18 en su curriculum.
Esta que nos ocupa es la segunda de las solo cuatro que realizó en los USA antes de regresar a Francia en el 50.
Le salió un melodrama romántico por excelencia sobre la exitosa novela de 1927 del mismo título del prolífico escritor Vienés Stefan Zweig, con algunos arreglos acordes a los códigos morales imperantes en el cine de Hollywood de la época y a los musicales del director (el protagonista pasa de ser escritor a músico).
Ophüls borda un entramado barroco de aires teatrales con una puesta en escena para mayor lucimiento de su director artístico y sus constructores escenográficos. Sumemosle la impecable fotografía de Frank Planer y el virtuosismo en la planificación y movimientos de cámara de Ophüls y tenemos una obra maestra.
La Fontaine que produce sin acreditar, no está tan bella como en "Rebeca", pero quien tuvo retuvo y a pesar de ser a sus treinta años, cuatro mayor que Louis Jourdan, ambos cumplen en sus roles y la química funciona con algunas escenas memorables donde, una vez más la puesta en escena y el movimiento de la cámara potencian el no siempre convincente y pasional argumento, hoy aún mas apolillado.
Uno de los aspectos más destacables a mi juicio es como Ophüls y su guionista Howard Koch trasladan en un alarde de sinopsis y elipsis el contenido de la carta mediante los flashbacks. Lo que vemos en imágenes se ciñe a lo que se puede contar en una carta no muy extensa.
Al final el ciclo se cierra brillantemente igual que comienza con algún último subrayado cuestionable. En el amor romántico y en la guerra todo vale.
ELZIETE
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9 de octubre de 2017
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
A finales de los años 40, Max Ophuls rodó su mejor obra: Carta a una desconocida, adaptada a través de la novela de Stefan Zweig que ya había probado suerte en la gran pantalla a través de la cinta "Parece que fue ayer" (John M. Stahl, 1933), muy recomendable por cierto.

Ophuls nos muestra el melodrama en su máximo exponente, y aprovecha la coyuntura para enseñarnos a través de una calidad técnica inigualable, el paisaje social de finales del siglo XX, así como el desenfoque controvertido de las relaciones entre clases. Para ello, cuenta con el excelente dúo caracterizado por Louis Jordan y la ya legendaria y siempre infravalorada Joan Fontaine – poesía andante mientras desciende por las escaleras-, que recuerda mucho al papel que desempeña en Rebecca de Hitchock (1940).

La película tiene tintes de "Breve Encuentro" (David Lean, 1945), pero realiza una ácida crítica a la búsqueda inocente del amor platónico, bajo una grata factura que cuida hasta el más mínimo detalle del largometraje. La nitidez fotográfica, que juega con las luces y sombras según los estados de ánimo que despierta cada escena, se ahogan en los sueños e ilusiones abandonados en las austríacas calles centroeuropeas, reflejadas al más puro estilo del "Tercer Hombre" (Carol Reed, 1949).

Es posible que sea una película destinada a una fría tarde de Otoño mientras las gotas de la lluvia golpean el cristal bajo el calor hogareño. Sin embargo, los grandes amantes del cine disfrutarán al ritmo de los 40 – con una banda sonora típica del género-, sumándose embelesados a no perder detalle de cada enigma por descifrar en la historia que Lisa nos tiene preparada.
Cineaste
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19 de julio de 2019
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
El amor en clave romántica y vienesa fin de siglo. Un pianista con aires de Chopin, una historia digna de Stefan Sweig. Una Joan Fontaine cándida en el amor dulce y venenoso de la adolescencia.
No podemos juzgar con el juicio la tristeza fin de siglo, fin del mundo de la literatura de preguerra. Tampoco de la apocalíptica posguerra en el 46. El fin del mundo es enamorarse de la persona equivocada. La esperanza es redimir al ser amado. La pasión incondicional es en este caso la medicina de ese Louis Jourdan, miserable en su licensioso comportarse. Un talentoso galán que se sirve de su gracia para hacer sucumbir a damas de toda índole recibe una carta que comienza a leer. Es una noche de lluvia, y nuestro artista tras un escarnio recibe la noticia de un reto, un duelo a vida o muerte. Pero antes de someterse al peligro, el miserable maduro decide huir con su fiel sirviente.
Un flashback circular perfecto da paso a una voz en off femenina que narra una historia de amor en una carta. Estamos ante una de las obras más celebradas de Max Olphus y su estilo manierista. Concéntricas escaleras dan lugar a un baile de emociones.
Damos vueltas embriagados mientras suena la orquesta. Una joven cenicienta se enamora de su vecino. Y crece hasta conseguir su efímero sueño. Terceras personas son afectadas por este drama, por esta pasión irremediable. ¿Porqué ha de ser tanta traición a uno mismo enamorarse?.
El vals de la idealización amorosa. ¡Ay, de los que hemos sucumbido a Strauss y ese baile!.
Imagomundisblog
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