Cuando el hampa dicta su ley

Dirigida por Phil Karlson, el film narra las visicitudes de Fred Morrow (Jeffrey Hunter) un ciudadano que presencia como unos pandilleros capitaneados por un tal "Cowboy" (Dennis Hooper), asesinan a un joven. Su deber de ciudadano le exige denunciar los hechos, sin embargo a partir de aquí comienza su calvario que trastoca su apacible vida.

Argumentalmente no se trata de un film excesivamente novedoso. Sin embargo bajo el tamiz del artesal Karlson, pese a tratarse de una producción modesta, no deja de tener matices interesantes. El más evidente es el contraste entre dos mundo bien diferenciados, el de "Cowboy" y su pandilla, un lugar deprimido, pobre, donde prácticamente impera la ley del más fuerte. Por otro lado el de Morrow, evidente prototipo del "american way life", con su trabajo, su mujer e hijos y su casita pareada con parquing en un barrio tranquilo. Precisamente Morrow presencia el crimen mientras habla por telefóno intentando averiguar los pisos que debe derruir la constructora para la que trabaja.

Otro apunte interesante es el retrato de la banda de "Cowboy" a quienes, pese a explicitamente les detesta, les dedica más metraje. Además del líder, un tipo violento que impone su liderazgo por la fuerza y que no duda en usar la navaja si es necesario, está el "Mago", un tipo hábil pero sin cabeza y fácil de dirigir, el "Muecas" apodo ganado a pulso por su consumo de marihuana, también está "manzana" un joven negro con algo de conciencia y Ruby (Susan Harrison) la voluble novia del jefe de la banda. Karlson les retrata en su ambiente (el garaje donde transforman coches robados), maquinando cómo salir del atolladero en que les ha metido Morrow, y no dudando en hacerle la vida imposible para evitar que testifique.

En este sentido, la policía no es que salga excesivamente bien parada, y en el fondo lo que vemos es como las fuerzas del orden son incapaces de frenar a delincuentes como "cowboy" y su banda, quienes demuestran su capacidad no sólo para burlar a los agentes de la ley, sino incluso evitar el peso de la justicia en los tribunales.

Pese a todo, al film le pierde cierta voluntad ejemplificadora, que se hace evidente con los rótulos del inicio del film, recordando el deber del ciudadano, y ensalzando la figura ciudadanos como Morrow. Sin ser un gran film, Karlson sabe ofrecernos una excelente concisión narrativa, e incluso alguna que otra persecución espectacular que demuestran que tras las cámaras hay alguien que conoce su oficio, tanto en películas grandes como en películas pequeñas.

El agente de la construcción Fred Marlow es testigo del asesinato de un joven a manos de una pandilla de delincuentes. Marlow decide declarar ante el juez pero antes de que llegue el día la pandilla de malhechores no dejará de acosar una y otra vez a Marlow y a su familia.
En esta ocasión pinchó en hueso el excelente director de cine negro Phil karlson. Y ese hueso -aunque el guión también es pobre y previsible- ese hueso, decía, tiene nombre y apellidos: Dennis Hopper. Parece que no se le había pegado mucho del gran James Dean en "Rebelde sin causa" y realiza una interpretación de tipo duro lamentable (gestos patéticos, mirada temerosa, estilo afeminado) Y es que Hopper demuestra aquí que, en aquellos tiempos, los únicos papeles que se le daban bien eran los de joven retraído e inseguro. Las interpretaciones del resto de la pandilla también dejan bastante que desear. Y esto, lamentablemente, es un lastre insalvable para el desarrollo de la película. Karlson no podía hacer mucho más.

Es una película imperfecta, pero con mucho encanto. Lo más valioso está en esas escenas en las que Jeffrey Hunter se encuentra junto a su familia y se siente amenazado: cuando le relata a su mujer lo que ha presenciado y la cámara reencuadra con un travelling su rostro de preocupación, el miedo de los niños cuando rompen el cristal, el momento en que se asoma a la terraza de noche y sientes cómo están acechando o la manera ambigua de mostrar la llegada del policía.

Lo cierto es que, por momentos, se echa en falta que ese tipo de situaciones duren y abunden más, que se explote en mayor medida la tensión y se le saque algo más de partido a la complicada tesitura en la que se encuentra el protagonista. Karlson, en cambio, se aleja de cualquier aproximación psicológica al dilema principal y del cine negro clásico, y dirige una película que tiene que ver más con cualquiera del new american cinema o de la nouvelle vague. Parece que el cine que nace con las nuevas olas por fin se asemeja, en general, al sistema de producción habitual con el que llevaban años trabajando Phil Karlson o Joseph H. Lewis: pocos medios, gusto por exteriores naturales, equipos ligeros, estilo directo, vivo y libre.

Desde la aparición de los créditos iniciales, y apenas unos segundos después de que comience la música y se nos revelen poco a poco aquellos edificios, uno ya augura una de esas películas guiadas por el espíritu de los nuevos cines de la década de los sesenta. El control de los silencios y el valor expresivo que Phil Karlson les otorga durante el metraje, las nuevas líneas argumentales que se abren y los detalles a los que a priori no se prestaría mucha atención (la trama del complejo y humano personaje interpretado por Johnny Nash y la entrañable secuencia junto a su madre), esa banda tan conscientemente caricaturizada y sus peleas, el estilo a la hora de filmar persecuciones en coche, la cantidad de momentos toscos y vivos «au plein air», el uso de la música tan característico y sus cortes abruptos, esa sensación de que la película se va construyendo como si fuese una pieza de jazz y sin comprometerse muy en serio con lo que cuenta… son algunos de los aspectos que llevan a entenderla como un eslabón más de lo que acababa de comenzar Cassavetes en su país y lo que se estaba haciendo en ese momento por Europa.

Sin embargo, aunque ese aire de libertad ya estuviese presente en su filmografía con decisiones que llaman la atención y descolocan tanto como, por ejemplo, el carácter documental del prólogo de un cuarto de hora conducido por el reportero de "The Phenix City Story" —a mi juicio, lo mejor de la película (aunque a muchos les ocurra justo lo contrario), pues justamente por esto el resto termina por notarse algo desdibujada— o la estructura de "Kansas City Confidential" —sujeta al seguimiento de cada uno de los responsables del robo—, por alguna razón no lograba fascinarme del todo como sí lo hacen otros cineastas clásicos de serie B. Supongo que tampoco fue buena idea ver una película de periodistas como "Call Northside 777" no mucho antes que "Scandal Sheet", pero, al menos en mi caso, era inevitable la comparación.

"Key Witness" será ampliamente considerada como una obra menor de Phil Karlson con respecto a todas las anteriores que he citado (y probablemente lo sea), pero a su vez tiene un buen puñado de imágenes que hacen que, al menos a mí, se me quede grabada en la memoria durante bastante tiempo. Por algún motivo, y aun teniendo en cuenta sus imperfecciones, uno la encuentra menos dispersa y con más garra que las demás. Y es una pena que no sea tan conocida como aquellas.

Aunque no es de las mejores del gran y poco reconocido Phil Karlson, es una más que acetable obra, realizada con el fin de concienzar al espectador de la época para que no fuera mudo, ciego y sordo antes los desmanes de los criminales.
Es un grito de atención al ciudadano para que ayude en lo que pueda a la Ley en su lucha contra la escoria que, muchas veces, y ante el temor y cobardía general "del pueblo", campa a sus anchas. Para ello se vale de una historia inventada, pero basada en innumerables hechos cotidianos.
La película está bien realizada, con una sencilla puesta en escena e intérpretes de los llamados "secundarios", incluido el fordiano Jeffrey Hunter, pero que cuenta con un sólido guión y unos creíbles diálogos.
Tal vez algún hecho sea algo difícil de digerir, por lo inverosímil, pero la denuncia es clara y su mensaje diáfano.
En todo momento resulta interesante la historia y es muy entretenida.
Papel destacado para Dennis Hopper, el más malo de la función.

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