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Otelo (Othello)

Drama El inmortal texto de William Shakespeare sobre los celos según Orson Welles. (FILMAFFINITY)
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Críticas 24
Críticas ordenadas por utilidad
16 de agosto de 2008
41 de 43 usuarios han encontrado esta crítica útil
Orson Welles –en otro de los episodios de su cíclica lucha contra la escasez– tuvo que rodar esta película como si la cámara fuera la mirada de un personaje observando desde el propio escenario, y no tanto la habitual perspectiva de espectador de platea, anteojos y amplia perspectiva de los recovecos de la secuencia.

Sin duda, esa puesta en escena otorga verosimilitud y cercanía, disimulando en parte las dificultades de la producción. Y lo hace exprimiendo cada esquina, cada hueco, recurriendo a planos cortos entre el gentío que potencian el polvo del camino, las plumas de los sombreros y las sombras, dando dinamismo y grandilocuencia a esos corredores de roca sin más estandartes que las huellas del tiempo sobre la mampostería.

Muchos diálogos, además, fueron añadidos después del rodaje al no poder grabar sonido e imagen a la vez, con lo que se recurrió a colocar en off al personaje o a mostrar al actor de perfil o de espaldas. En todo caso, y pese a los esfuerzos de la hija de Welles por restaurar algo del sonido años más tarde, aún se observan discrepancias importantes entre los gestos y las palabras. De hecho, en ese desesperado intento por arreglar el producto se encontraron diálogos y efectos sonoros grabados en una única pista, con lo que el proceso de restauración y separación fue muy complejo y solo en parte satisfactorio. Los diálogos, así, han quedado “tocados”. Pero también podemos apreciar un ridículo uso de la música en ocasiones, siendo la partitura más un apéndice que un componente del metraje.

Recomiendo –no queda otra– que se fijen en las imágenes y en la estructura de los planos (y no tanto en el juego de equívocos que plantea el guión). La gracia de esta cinta radica en la forma que tiene Welles de sortear la insuficiencia de medios y las adversidades (vestuario que no llegaba a tiempo, rodaje en multitud de escenarios que debían simular una unidad de espacio etc.) mediante una realización que reforzaba el detalle y la composición dramática del plano tratando de ocultar –con imágenes oblicuas de columnas, arcos o rostros– la sospecha de que los escenarios utilizados eran ya lugares más propios de turistas y fotos que de caballeros venecianos y temibles flotas turcas.

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El título de esta opinión es un recuerdo borroso de una conversación de Charlton Heston y Samuel Bronston –comentada, creo, en algún capítulo de 'Qué grande es el cine'– en la que bromeaban acerca de un callejón del decorado de '55 días en Pekín' que, pese a haber sido construido, no ocupó finalmente ni un solo fotograma de la película de Nicholas Ray.
Bloomsday
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5 de agosto de 2006
23 de 24 usuarios han encontrado esta crítica útil
Realización en b/n de Orson Welles, coguionista, coproductor, actor principal y director. El rodaje se realizó en localizaciones de Marruecos, Italia (Roma, Viterbo, Venecia) y en Scalera Studios (Roma). Es la adaptación al cine de la obra de Shakespeare, escrita (1603 c.) tras "Hamlet". Welles se basa en el libreto de la versión operística (1883) de Arrigo Boito. Obtuvo (1952) el Gran Premio del Jurado de Cannes.

La acción tiene lugar en Venecia y Chipre, en los últimos años del XV. Narra la historia de Otelo (Orson Welles), el moro de Venecia, de piel oscura, oficial del ejército, promovido a jefe de las tropas destinadas a la conquista de Chipre. Se enamora de Desdémona (Suzanne Cloutier), hija de Brabancio (Hilton Edwards), con la que se fuga y se casa contra los deseos del padre. Siendo gobernador de Chipre, nombra lugarteniente a Michael Cassio (Michael Laurence), hecho que levanta la envidia de Yago (Micheál MacLiammóir), que decide vengarse suscitando en Otelo dudas sobre la fidelidad de Desdémona y su adulterio con Cassio. Fuera de control, Otelo mata por asfixia a Desdémona. Emilia, esposa de Yago, descubre la mentira del marido, que la mata para evitar que hable, pero Otelo, conocedor de la verdad, enloquece de dolor.

La película abrevia el texto original y construye una narración de gran fuerza, en la que el relato visual entra en competencia con la grandeza de las palabras de Shakespeare. La obra, con 2 interrupciones, consumió 3 años de trabajos, entre 1949 y 1952, y exigió a Welles un gran esfuerzo económico, físico y artístico. La obra, pese a las tensiones del rodaje, presenta un elevado grado de coherencia y fluidez. Se apoya en una escenografía de magnífica factura, obra de Alexander Trauner. Las dificultades aguzaron el ingenio de Welles que dota a la obra de una soberbia atmósfera de opresión, misterio y ensueño. Explora el mundo complejo e insondable del amor humano, las pasiones que engendra, las debilidades que las condicionan, el desorden patológico de los celos incontrolados y la locura de un hombre físicamente fuerte, endurecido por la carrera de las armas, pero psicologicamente frágil. Otelo sabe enfrentarse a la intransigencia y a los prejuicios raciales de Brabancio, pero sucumbre ante el juego de falsas apariencias que Yago crea para engañarle. Son escenas destacadas la del baño turco, la muerte de Desdémona y los planos inicial y final.

La música acompaña con solemnidad, profundidad de sonido y sentido trágico la acción. La fotografía, de estética expresionista, se erige en el protagonista de una narración hecha sobre todo para ser vista. El guión pone en contradicción la fuerza física de Otelo y la fragilidad trágica de su espíritu. La interpretación de Welles y MacLiammóir son excelentes. Destaca la presencia de dos secundarios de lujo: Joseph Cotten (senador) y Jean Fontaine (paje). La dirección hace gala de su gran fuerza creativa.

Film de gran nivel y de gran interés. Muy recomendable.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Miquel
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21 de febrero de 2010
22 de 23 usuarios han encontrado esta crítica útil
Nadie que se interese de verdad por el cine y no me refiero al cine como entretenimiento circunstancial, sino como amor auténtico por este arte, debe dejar escapar la oportunidad de ver siquiera una obra de Orson Welles. La forma que tiene este director de utilizar la cámara como si fuera una pura extensión de su hercúlea voluntad, carece de comparación con cualquier otro director, vivo o muerto.

Cuando se ve una película de Welles, de repente todo el cine que se ve después parece ligeramente desvaído, como un color que se envía a lavar demasiadas veces.

El "Othello" que nos ocupa no es desde luego una adaptación canónica del clásico de Shakespeare. Lo primero, es la transformación perfecta de las reglas del teatro al lenguaje del cine. Nadie recita: todo obtiene una fisicidad casi obscena, ayudada por el constante acercamiento de la cámara a los rostros de los personajes. La cercanía del visor a las facciones de Otelo, Yago y Desdémona acentúan de alguna manera sus rasgos característicos: los celos obsesivos, la ruindad, la pureza. Hay escenas brillantísimas, como aquella en la que Yago envenena la mente del moro con falsas sospechas acerca de la fidelidad de su esposa: en ese momento, la faz de Otelo se refleja en un escudo y oculta la de Yago: metáfora de cómo las palabras del traidor se van infiltrando lentamente en su interior y se transforman en sospechas propias.

La forma en que Welles habla a través de su dirección es asombrosa. Mientras que Murnau era admirable por la forma en que desaparecía todo artificio mientras rodaba de modo que sus películas no parecían tales, en el caso de Welles es todo lo contrario: su personalidad se vuelca de forma absoluta en lo que rueda, cuando ellos luchan, es su sangre la que se derrama, cuando sudan, es su frente la que se empapa. Comunión entre director y película es única.

Curiosamente nunca me interesan mucho lo que cuentan las historias que dirige. No porque no estén bien hiladas o no sean narraciones apasionantes a su manera. Pero con Welles pasa que se impone el cómo al qué y el cómo es tan acojonante que el qué no puede menos que quedar en segundo plano.
Neathara
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30 de julio de 2009
18 de 20 usuarios han encontrado esta crítica útil
A la hora de poner imágenes a Otelo se pueden hacer dos cosas: filmar teatro como hace Burge o adaptar al lenguaje puramente cinematográfico como nos enseña Welles.

El Otelo de Welles no es ni mucho menos perfecta (ya sabemos: casi cuatro años, diferentes localizaciones, actores, productores, técnicos…), pero es sincera porque no busca calcar (a pesar de que su fidelidad con el texto es máxima) sino que pretende hacer cine. El sonido es lo de menos, el Otelo de Welles es imagen, un regocijo visual que no entiende de presupuestos.

La imagen barroca de Welles se comporta como un guante al texto de Shakespeare. Castillos, pasadizos, sombras, polvo, sudor y muchos picados. Si William Shakespeare fuera director de cine se llamaría Orson Welles. No me cabe la menor duda.
Chagolate con churros
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3 de agosto de 2013
11 de 11 usuarios han encontrado esta crítica útil
Nunca mayores dificultades dieron mejor fruto; esa y no otra es la principal conclusión a la que uno llega tras contemplar esta magnífica película. Los verdaderos talentos asoman y deslumbran cualesquiera sean las circunstancias, y Welles es un perfecto ejemplo de ello, pues basta comprobar la enorme calidad de su filmografía, pese a que gran parte de la misma se compone de filmes inconclusos, o cuando menos apresuradamente concluidos.

Así pues, ni siquiera cuatro años caóticos de rodaje (incluyendo quiebras de productores, seis directores de fotografía, penurias económicas sin fin, vestuarios precarios y prestados, exteriores rodados en ocho localizaciones distintas -cuando la historia sólo precisaba de dos- y dudas y defecciones de intérpretes varios) pudieron impedir que Welles llevara a cabo este proyecto que, paradójicamente, tras su reconocimiento en Cannes, fue cayendo en el olvido hasta casi perderse; menos mal que pudo recuperarse gran parte del metraje original y que tras ardua labor de restauración hoy podemos disfrutar del filme.

No merece la pena decir demasiado del argumento, ejemplo magnífico de la tragedia shakesperiana; como suele suceder en ellas hay un malvado sin igual (nadie ha creado malvados mejores -esto es, peores- que Shakespeare) y un variado conjunto de personajes, todos ellos sometidos a sus pasiones, para bien y para mal. Así, la historia se centra en cómo crece la sombra de una duda en la mente de un hombre apasionado (Otelo), aviesamente instigada por otro hombre apasionado (Yago, cuya única pasión es el odio que siente hacia Otelo). El guión adaptado, aunque sometido también a los múltiples avatares que sufrió la realización de la película, capta perfectamente la esencia de la obra, y a pesar de que resume y omite gran parte del texto original, ello no supone un empobrecimiento significativo.

¿Qué decir de los aspectos formales que no se haya dicho tantas veces ya? Welles firma sus obras a través de ellos; por eso siempre surgen quienes opinan, legítimamente, que sus películas tienen algo de narcisistas, y que Welles parece más interesado en mostrarse que en mostrar. Pero también estamos quienes creemos en esta manera de hacer, quienes disfrutamos enormemente con esos ángulos, con esos planos llenos de dramatismo lumínico, con esas firmas, en suma, que como ocurre en este filme, aportan genialidad a lo que ya es genial. En este caso Welles tuvo que planificar la película sobre la marcha, lo que le obligó a filmar las secuencias sin ningún orden, de modo que en algunas ocasiones los diálogos entre los personajes están rodados en distinto tiempo y lugar, siendo preciso montarlo todo después. Dado que carecía de script, Welles tuvo que fiarlo todo a su memoria para poder hacerlo, lo que es, por si solo, toda una proeza mental, y también lo que explica que los planos sean más cortos de lo que es habitual en el cine de este realizador.

Destaquemos la solemnidad de sus imágenes ya desde el prólogo (que enlaza con el epílogo), verdaderamente soberbio, y en este caso con adecuado acompañamiento musical. Igualmente excelentes son las secuencias rodadas en los baños (esta localización, que no aparece en la obra, se debió a las carencias de vestuario, lo que no deja de ser otro hábil recurso), y muy interesante el tratamiento fotográfico del rostro de Otelo, que se nos muestra cada vez más ensombrecido, a medida que las dudas nublan su mente. Por cierto que otro de los grandes milagros de la película es que la sucesión de seis distintos directores de fotografía no hayan perjudicado la unidad estética del filme, que contó además con el buen hacer de Trauner, al cargo del diseño de producción, quien logra hacernos creer que tantos lugares diferentes son solo dos.

Muchas veces despachada como de segunda fila dentro de la filmografía de Welles, Otelo es en mi opinión tan buena como muchos de sus más afamados largos, y aún más digna de mérito teniendo en cuenta las circunstancias de su realización
Quatermain80
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