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La última bandera

Drama. Comedia Tres veteranos de la guerra de Vietnam -Doc (Steve Carell), Sal (Bryan Cranston) y Mueller (Laurence Fishburne)- se reúnen en el año 2003 para enterrar a Larry Jr., el hijo de Doc, que ha muerto en combate en su primer año en la guerra de Iraq. (FILMAFFINITY)
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Críticas 17
Críticas ordenadas por utilidad
26 de enero de 2018
14 de 15 usuarios han encontrado esta crítica útil
La crítica a la guerra, a los dirigentes o a las instituciones militares está presente, con algunos argumentos inteligentes, aunque cayendo en la obviedad en ocasiones y con cierta ambigüedad en otras, lo cual tampoco es malo, pues no todo es blanco o negro y plantear un debate más que una crítica feroz es una postura muy válida. Pero sí que supone quedarse sin orientación en determinados aspectos, sin llegar a encontrar una voz o un mensaje claro.

Ese es el mayor problema de La última bandera, su falta de personalidad, algo no muy propio de Linklater. El estilo de la película no tiene nada de particular, al contrario, resulta convencional y correcto. No corre riesgos, ni entrando en críticas excesivamente lacerantes ni con un dramatismo y un dolor exagerado. Es más, incluye toques de comedia que la aligeran y, aunque le restan intensidad, sí que funcionan como metáfora de la necesidad de conciliar el dolor con, en este caso, el humor.

Esos protagonistas, de hecho, son lo más destacado de la cinta, con unos Steve Carell, Bryan Cranston y Laurence Fishbourne más que correctos. Es gracias a su presencia en pantalla que la película se hace llevadera, mas no consiguen evitar que sus dos horas de metraje se hagan un poquito largas por momentos. Y es que, con una narración lineal y sencilla y con una trama que no explota por completo su contenido, es cierto que la película se alarga sin necesidad. No es pesada, en realidad tiene tramos que podríamos considerar muy entretenidos y con bastante emoción, pero sí que podría haberse aprovechado mejor. La historia, el director y los actores lo permitían.

Lo mejor: las interpretaciones protagonistas y algunas licencias cómicas, sobre todo a cargo del personaje de Cranston
Lo peor: que no tenga una personalidad ni estilo propios

Más en http://www.loslunesseriefilos.com/2018/01/cine-critica-la-ultima-bandera-2017-de.html
ddad
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25 de enero de 2018
9 de 12 usuarios han encontrado esta crítica útil
Puede decirse que es una continuación de la película de 1973 de Hal Asby “El Ultimo Deber” protagonizada por Jack Nicholson, basada en la novela de Darryl Ponicsan. Una secuela no oficial de una película de hace 44 años, que retoma los hilos de esa historia que adapto en aquella ocasión Robert Towne (Chinatown) y ahora a sido el director Richard Linklater el encargado de hacer el guion.

Unos veteranos de Vietnam vagan por Estados Unidos recordando el impacto que supuso en sus vidas participar en aquella guerra. Los tres actores están espectaculares. Bryan Cranston es el mas alocado interpreta a Sal, un hombre que regenta un pequeño bar y cuya vida a sido un pequeño desastre. Steve Carrell es Doc un hombre al que la vida no le esta tratando muy bien y Laurence Fishburne que me recordó mucho el personaje que interpreto de joven en “Apocalypse Now”, convertido ahora en sacerdote.

La canción Time Out Of Mind de Dylan juega en los créditos finales con una fuerte melancolía y un gran sentimiento de culpa de esta triste historia que hace que muchas veces se ponga un nudo en la garganta. Pero sabe conjugar algunos buenos momentos de humor por lo que la historia queda perfectamente contada.

La película tiene un gran mensaje antibelicista, pero es admirable como los norteamericanos admiten todos los errores que comete su país en meterse en multitud de guerras lejos de su territorio, pero a la vez tienen un sentimiento patriótico y un respeto por su bandera fuera de toda lógica y mas despues de dejar su vida o la de sus seres queridos en la diferentes contiendas.

Una gran película, muy bien dirigida e interpretada con grandes momentos.
Destino Arrakis.com
videorecord
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26 de febrero de 2018
8 de 10 usuarios han encontrado esta crítica útil
Hal Ashby alumbró en 1973 una de las mejores y más insólitas películas de iniciación de la Historia. El último deber, The Last Detail en su título inglés, identificaba, con tanta sutileza como acidez, la inocencia americana con un personaje white trash retraído, alguien sin más opción que la marina para poder vivir. Un ser incapaz de preguntarse por la distancia que puede existir entre el deber y lo correcto hasta que despierta a la vida en una travesía rumbo al calabozo. Una narración dura en el fondo y cuasi cómica en las formas que tenía en un rezo sectario la guinda a su carácter cáustico.

45 años más tarde, Richard Linklater, uno de los grandes cineastas norteamericanos del presente, toma la creación de Ashby como referencia para plantear una mirada actual a su país. Los elementos de partida están ahí: el viaje, la amistad, la naturaleza dispar de cada protagonista (muy similar al original), el dolor latente bajo una capa de normalidad, la religión… Y, sin embargo, la cinta no podría contener más diferencias. ¿Qué ha cambiado en las últimas cuatro décadas?
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
AlbertoVP
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16 de marzo de 2018
4 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
Son estos años de delirio, con infinidad de realizadores con talento ofreciendo con elevada frecuencia filmes de calidad. Alguno de ellos además, tienen un ritmo de producción propio de las cadenas de montaje fordianas, estrenando filmes como morcillas. Sería el caso, en España, de Álex de la Iglesia. O a nivel internacional, ya desde hace décadas, el del ahora denostado Woody Allen. Pero también desde Norteamérica tenemos otro fundamental nombre propio. Un cronista de esa sociedad, del paso del tiempo y de cómo se vivieron en ella los primeros 2000: Richard Linklater, que vuelve con la tragicomedia de temática bélica La última bandera. He disfrutado sobremanera múltiples películas del tejano, y siempre estoy abierto a seguir disfrutando de su filmografía. Y este filme, tanto por su reparto como por su premisa, me daba buenas vibraciones. Aún habiendo sido ignorada por el público y los académicos. Por ello, tan pronto como Vértigo distribuyó la película por las salas españolas acudí al visionado. Y disfruté como un niño de una película tristemente infravalorada, que superó mis ya de por sí altas expectativas. Una película no exento de acomodamiento, americanadas o un desarrollo libre ajeno a ambiciones, pero simpática, humana y optimista. Cine naturalista y cotidiano cargado de madurez y cuestionamiento.
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Néstor Juez
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29 de marzo de 2018
4 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
De la camaradería al compromiso, Hal Ashby realizaba un retrato a principios de los 70 cuyas connotaciones quedaban diluidas en un espejo humano que el cineasta tendía a sus tres protagonistas, propagando así una duda que también se cernía sobre el espectador y devenía en última instancia como afilada crítica: ¿es antes la amistad o el deber? Cuarenta años más tarde, Richard Linklater recoge el testigo del autor de Harold y Maude para otorgar nuevos matices a aquel testimonio deslizado en El último deber a través de la novela de Darryl Ponicsan, acogiéndose precisamente a la segunda parte de aquella The Last Detail escrita por el de Pensilvania, de título Last Flag Flying —que, como en el film de Ashby, mantiene—.

La última bandera supone así una nueva puesta en escena a través de los personajes creados y desarrollados por Ponicsan, no tanto en aquel humanismo que impregnaba la película de 1973, más bien acogiéndose a un terreno donde la crítica se perfila de un modo mucho más directo, quién sabe si a raíz de esa guerra cada día más politizada, signo del cambio de los tiempos, o sencillamente debido a una situación que se antoja aún más dramática que la propuesta en El último deber.

Linklater no cede sin embargo a ese dramatismo que parece clamar la historia desde un punto de vista sensiblero, y sostiene un pulso entre el tejido más cercano al drama y unos inesperados destellos humorísticos que surgen con naturalidad palpable, e incluso parecen apuntar en clave de homenaje a la obra dirigida por Ashby —hay, de hecho, algún momento bastante similar en cuanto a concepción—. En ese sentido, rodearse de dos intérpretes de estrecha relación con la comedia como Steve Carrell y Bryan Cranston ofrece al cineasta la posibilidad de apaciguar un tono que de todos modos en ningún momento reviste la gravedad a la que sí podrían apuntar las circunstancias de lo relatado. Esa perspectiva permite mantener una distancia que deriva en respeto hacia la situación descrita, pero además lo hace sin necesidad de incurrir en una mesura y reflexión que no parece tener cabida en esa reunión propuesta tantos años más tarde, ni mucho menos en la escenificación de un grado de complicidad que por momentos traspasa la pantalla, como ya sucedía con su predecesora.

La última bandera apunta más a una coyuntura concreta que sirve como eje para indagar en la mentira y el absurdo que promulgan las guerras, estableciendo unas consecuencias que cobran menos importancia de la que cabría esperar ante sus personajes. Así, la tesitura de Doc ante un cuerpo, el de su hijo, convertido en héroe a conveniencia, no se explora tanto desde un punto de vista juicioso —que también— como mediante la asunción de un drama en el que se profundiza sólo hasta ciertos puntos; Linklater huye en ese aspecto de las cicatrices de un pasado al que dedica ciertos apuntes pero no remueve, prefiere dejar como está, dotando de una cierta sutileza que le viene muy bien al conjunto en determinados tramos y eleva lo que se podría extraer de una historia como la expuesta —no sabemos si a efecto del material original, o del prisma del propio cineasta—.

Quizá la virtud del nuevo trabajo del autor de Boyhood, quede en cierto modo empañada por un discurso final que, aunque preparado, conocíamos de antemano, pero ello no enturbia un estimulante ejercicio que probablemente no se encuentre entre lo más destacado de la obra de Linklater, y supone una aproximación más que digna a un terreno por lo general ajeno a su cine más personal, que además manifiesta cierta devoción y respeto por el original —en la mimetización de ciertas secuencias, e incluso en aquel carácter que imprimía Ashby en torno a sus personajes— captando además el extraño reflejo entre dos etapas tan lejanas pero cercanas al mismo tiempo, que guardan consonancias y encuentran el estímulo suficiente como para que La última bandera no caiga en saco roto.


Crítica para www.cinemaldito.com
@CineMaldito
Grandine
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