Combustión espontánea
4,8
431
Terror. Ciencia ficción. Thriller
Un joven descubre que sus padres habían sido utilizados en un experimento con armas atómicas, poco antes de que él naciera, y que los resultados han tenido algunos efectos inesperados sobre él. (FILMAFFINITY)
6 de septiembre de 2014
6 de septiembre de 2014
11 de 12 usuarios han encontrado esta crítica útil
Tobe Hooper es un director bastante irregular que por 1990 ya estaba bastante devaluado, pero a día de hoy sus películas han quedado casi como entrañables. Combustión espontánea es otro ejemplo más de una película que bien podría haber pasado por un capítulo de Cuentos Asombrosos o En Los Límites de la Realidad, pero que Tob Hooper se encargó de convertir en una película de larga duración.
Es una película que transcurre entre la mediocridad y la serie B, en un buen sentido, y es que es bastante entretenida. Sin embargo, de todas las películas del género, Combustión Espontánea merece la pena únicamente por su principio y su final. LA historia se desarrolla en unos niveles de oscuridad quizá poco esperados a pesar de que todavía era pronto para otorgarnos uno de esos finales sorpresa que tan rara vez vemos en películas comerciales de la época.
Combustión Espontánea... ¿de qué puede ir? Es lo primero que me pregunté al verla. ¿Cómo era posible sacar una película de una hora y media de duración de algo tan concreto y puntual como la combustión espontánea? Tenía verdadera curiosidad por saber cómo iba a conseguir Tob Hooper aguantar el ritmo de algo así, y la verdad es que la película en ese aspecto no defrauda en absoluto.
Probablemente una de las películas más infravaloradas del cineasta, aunque su tufo a relato de terror barato no se lo quita nadie.
Es una película que transcurre entre la mediocridad y la serie B, en un buen sentido, y es que es bastante entretenida. Sin embargo, de todas las películas del género, Combustión Espontánea merece la pena únicamente por su principio y su final. LA historia se desarrolla en unos niveles de oscuridad quizá poco esperados a pesar de que todavía era pronto para otorgarnos uno de esos finales sorpresa que tan rara vez vemos en películas comerciales de la época.
Combustión Espontánea... ¿de qué puede ir? Es lo primero que me pregunté al verla. ¿Cómo era posible sacar una película de una hora y media de duración de algo tan concreto y puntual como la combustión espontánea? Tenía verdadera curiosidad por saber cómo iba a conseguir Tob Hooper aguantar el ritmo de algo así, y la verdad es que la película en ese aspecto no defrauda en absoluto.
Probablemente una de las películas más infravaloradas del cineasta, aunque su tufo a relato de terror barato no se lo quita nadie.
2 de noviembre de 2010
2 de noviembre de 2010
7 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
Sam (Brad Dourif) es un maestro de escuela cuyos padres murieron en un revolucionario, como frustrado, experimento al crear una vacuna contra la radiación. Sam ha heredado la facultad pirotécnica de encender todo lo que toca, y a veces incluso en contra de su voluntad. Cuando se da cuenta de que ha vivido una falsa vida, rodeada por los que le han controlado, desata su furia de lanzallamas convirtiendo en antorcha humana a todo aquel con quien se cruza.
La piroquinésis de origen científico con resultados más o menos catastróficos ya había sido llevado al cine, en formato novela de Stephen King, con “Ojos de Fuego” (Firestarter, 1984), peliculíta que intentaba ampliar la carrera de la niña de “E.T”, Drew Barrymore a unas cotas de público más adulto. Hooper creó un personaje parecido, pero menos inocente y más nervioso que su antecesora rubita con cara de muñeca y ojos de piñón, dispuesto a buscar justicia y venganza. El actor Brad Dourif (el inolvidable Billy Bibbit de “Alguien voló sobre el nido del cuco”) era el indicado para el papel.
No se trata del mejor film de Hooper, ni le ayudó a salir del lastre repercutido en los fracasos de las secuela de “La Matanza de Texas” y la barroca cinta de Ciencia-Ficción “Fuerza Vital” (Lifeforce, 1985). Atención a la breve aparición de John Landis en una traumática escena.
La piroquinésis de origen científico con resultados más o menos catastróficos ya había sido llevado al cine, en formato novela de Stephen King, con “Ojos de Fuego” (Firestarter, 1984), peliculíta que intentaba ampliar la carrera de la niña de “E.T”, Drew Barrymore a unas cotas de público más adulto. Hooper creó un personaje parecido, pero menos inocente y más nervioso que su antecesora rubita con cara de muñeca y ojos de piñón, dispuesto a buscar justicia y venganza. El actor Brad Dourif (el inolvidable Billy Bibbit de “Alguien voló sobre el nido del cuco”) era el indicado para el papel.
No se trata del mejor film de Hooper, ni le ayudó a salir del lastre repercutido en los fracasos de las secuela de “La Matanza de Texas” y la barroca cinta de Ciencia-Ficción “Fuerza Vital” (Lifeforce, 1985). Atención a la breve aparición de John Landis en una traumática escena.
24 de febrero de 2012
24 de febrero de 2012
7 de 9 usuarios han encontrado esta crítica útil
La verdad es que esperaba ver esta película sin muchas pretensiones de ver cine de calidad, con personajes freaks, y un argumento un tanto anodino, pero me sorprendió.
El guión está firmado por el propio Hooper, cosa que no había hecho desde La Matanza de Texas, y aunque la crítica la trata como un proyecto personal discreto de Hooper, inspirada en relatos de Stephen King tipo Firestarter o Carrie dentro del cine fantástico, a mi me ha parecido un argumento interesante. Nunca antes había visto en una película a un tipo - Brad Douriff mas conocido por ponerle la voz a Chucky - con la capacidad de quemar inconscientemente a la gente que le rodea, al haberse visto sometido a una radiación que le transmitieron sus padres, al ser estos probados como cobayas, para una investigación, a favor de conseguir una vacuna contra la radiación nuclear.
Desde mi punto de vista, es una película que hay que ver por ser tan curiosa. Esta claro que le rodea el aura casposo-ochentera de telefilme, y que está hecha con un presupuesto ajustado, pero aún así el ritmo de la película es acertado, hay escenas bastante cómicas, y los efectos especiales son muy decentes para la epóca. Sin desperdicio.
El guión está firmado por el propio Hooper, cosa que no había hecho desde La Matanza de Texas, y aunque la crítica la trata como un proyecto personal discreto de Hooper, inspirada en relatos de Stephen King tipo Firestarter o Carrie dentro del cine fantástico, a mi me ha parecido un argumento interesante. Nunca antes había visto en una película a un tipo - Brad Douriff mas conocido por ponerle la voz a Chucky - con la capacidad de quemar inconscientemente a la gente que le rodea, al haberse visto sometido a una radiación que le transmitieron sus padres, al ser estos probados como cobayas, para una investigación, a favor de conseguir una vacuna contra la radiación nuclear.
Desde mi punto de vista, es una película que hay que ver por ser tan curiosa. Esta claro que le rodea el aura casposo-ochentera de telefilme, y que está hecha con un presupuesto ajustado, pero aún así el ritmo de la película es acertado, hay escenas bastante cómicas, y los efectos especiales son muy decentes para la epóca. Sin desperdicio.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
- La escena de la conversación telefónica con el locutor de radio que al final acaba ardiendo es de lo mejor del film.
- Los gestos en la cara de Brad Douriff a lo largo de la película estan bien conseguidos.
- Los gestos en la cara de Brad Douriff a lo largo de la película estan bien conseguidos.
2 de junio de 2015
2 de junio de 2015
3 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Título que promete una historia interesante pero que se queda en agua de borrajas, principalmente por culpa de un Tobe Hooper ya metido en una decadencia imparable desde “Invasores de Marte” (1986).
El filme acusa del ritmo de telefilme que Hooper empezó a dar a sus obras desde principios de los noventa. No es de extrañar que cogiera con gusto el medio televisivo para dar rienda suelta a sus historias de terror, ya que parecía haber perdido el fuelle de la creatividad que le llevó a rodar una obra tan espléndida como “Poltergeist” (aunque dicen las malas lenguas que fue Spielberg el “director en la sombra”). Sea como sea, “Combustión espontánea” no resulta un relato que pueda interesar al espectador ávido de emociones fuertes, como es el caso de quien se acerque a una cinta de terror.
La película recoge la idea, o leyenda urbana, de la combustión espontánea: una persona que, sin razón aparente, se consume por el fuego sin saber su origen. Hooper le intenta dar solución y lo expone como una especie de herencia que el personaje de Brad Dourif recibe de sus padres, víctimas de un experimento militar. De esta forma, Dourif sufre las consecuencias del fuego que se genera en uno de sus brazos, convirtiéndolo en una tea viviente.
La premisa del guion no deja de tener potencial para haber hecho, cuanto menos, una entretenida y sangrienta cinta de serie B, pero Hooper se queda en el limbo y tan sólo ofrece algún par de escenas repugnantes en un desarrollo algo desbocado. Brad Dourif, secundario de rostro conocido del fantástico, al menos consigue cierto nivel de credibilidad, aunque no consigue levantar por sí solo todo el conjunto.
Pobre, aunque superior a obras posteriores de Hooper.
El filme acusa del ritmo de telefilme que Hooper empezó a dar a sus obras desde principios de los noventa. No es de extrañar que cogiera con gusto el medio televisivo para dar rienda suelta a sus historias de terror, ya que parecía haber perdido el fuelle de la creatividad que le llevó a rodar una obra tan espléndida como “Poltergeist” (aunque dicen las malas lenguas que fue Spielberg el “director en la sombra”). Sea como sea, “Combustión espontánea” no resulta un relato que pueda interesar al espectador ávido de emociones fuertes, como es el caso de quien se acerque a una cinta de terror.
La película recoge la idea, o leyenda urbana, de la combustión espontánea: una persona que, sin razón aparente, se consume por el fuego sin saber su origen. Hooper le intenta dar solución y lo expone como una especie de herencia que el personaje de Brad Dourif recibe de sus padres, víctimas de un experimento militar. De esta forma, Dourif sufre las consecuencias del fuego que se genera en uno de sus brazos, convirtiéndolo en una tea viviente.
La premisa del guion no deja de tener potencial para haber hecho, cuanto menos, una entretenida y sangrienta cinta de serie B, pero Hooper se queda en el limbo y tan sólo ofrece algún par de escenas repugnantes en un desarrollo algo desbocado. Brad Dourif, secundario de rostro conocido del fantástico, al menos consigue cierto nivel de credibilidad, aunque no consigue levantar por sí solo todo el conjunto.
Pobre, aunque superior a obras posteriores de Hooper.
2 de mayo de 2021
2 de mayo de 2021
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Irónicamente la secuela de su obra maestra (un desastre de proporciones inimaginables) acabó destruyendo la colaboración de Tobe Hooper con Cannon y ya sólo se dedicaría a la televisión. Tras "Cuentos Asombrosos" o "Historias de la Cripta", y superando en el mismo año el divorcio de su primera esposa escribe un guión en poco tiempo y lo arregla Howard Goldberg.
La pega es que de este proyecto se encargan muchos productores y eso acabará afectándolo todo. Sin duda lo expuesto durante ese largo prólogo se revela más interesante que el resto de la película: estamos a mitad de los '50 en una EE.UU. que acaba de salir de la Guerra de Corea y tiene a Eisenhower de presidente, una nación consciente del poder nuclear que posee y de su rápida preocupación por las tensiones de la incipiente Guerra Fría.
Todo este tramo, protagonizado por una joven pareja (Brian y Peggy), lanza una mirada crítica a los experimentos gubernamentales y a la facilidad con la que las fuerzas militares manipulan y abusan de aquellos que incautos se entregan a sus propósitos. Con el nacimiento de un niño el film empieza a virar su sentido y no tardan en zurcirse un incómodo clima de conspiración que perdurará y cuya opacidad irá en aumento; y entonces Hooper nos sacude introduciendo el fenómeno que da nombre a su obra, y que la escora hacia la ciencia-ficción. Seguramente nunca se ha tratado en el cine, por tanto resulta atractivo el que se aplique la tan controvertida combustión espontánea, más propia del esoterismo y las fantasías paranormales que de la explicación científica, a un argumento con doctores inmorales y protagonista perseguido. 35 años más tarde aquel niño, de nombre real David, pasa a tener el rostro de un Brad Dourif melancólico y nervioso que desde el primer momento se ve acorralado por las fuerzas externas; fundamental es, por tanto, que el director nos haga adoptar el punto de vista del personaje y reaccione en tanto que las sorpresas y los desgraciados incidentes acontecen. Mientras los extraños personajes secundarios (una pérfida ex-mujer; el abuelo de ésta, un doctor de prestigio que cuidó de David; médicos que le conocen demasiado bien) ayudan a tensar el ambiente, más opresión se cierne sobre el protagonista.
Así que no parece tan importante el fenómeno de la C.E.H., que Hooper decide respaldar con obsesiones religiosas y psíquicas, como ese clima conspiratorio y agobiante donde las identidades se desdibujan y los engaños conducen la trama hasta poner al límite a David, quien pronto percibe el mal que posee en su interior y cuyo origen reside en la exposición a la bomba nuclear a la cual se sometieron sus desaparecidos padres. Como un joven homólogo del Roger de "Con la Muerte en los Talones", se convierte en presa de una cacería llevada a cabo por los hombres que en cierto modo le crearon (no en vano el nombre con cual le ocultaron es el del proyecto que acabó con sus progenitores) y que ahora desean destruirle.
Cacería que es una versión menos trascendental de "Scanners" (tanto temática como estéticamente, los trabajos de Cronenberg son una gran influencia; ¿es el nombre del protagonista un homenaje a él?) y que cuenta con una presencia femenina (Lisa) que pretenderá ayudarle en todo momento; el mayor hándicap con el cual lidia el director es la mezcolanza de géneros y temas, que va desde una trágica historia de amor y una intriga de oscuros complots hasta convertirse en un desenfrenado y violento relato de fantasía que podría encajar perfectamente en las series en las que Hooper trabajó.
A pesar de algunos callejones sin salida (el más importante: ¿cómo controlar mentalmente un fenómeno que se supone "espontáneo"?) y derivar la historia en el histrionismo más absoluto, éste vuelve a hacer gala de su dominio como creador de formas y atmósferas y, combinando esta destreza con una labor perfecta de dirección artística y fotografía arrolla nuestros sentidos por medio de la fuerza de las imágenes, elevándose a veces el film a la pura abstracción, donde, como en el cine de Argento, Barker o Bava, se unen la intensidad de los colores, la pirotecnia física y la extraña belleza formal dando como resultado algunos instantes catárticos como el incidente en la radio, el enfrentamiento con los policías o el increíble clímax.
Llegado a este punto se debe elogiar a un Dourif más al borde del colapso conforme el fin se aproxima; el actor logra hacernos simpatizar con este personaje, un experimento humano cuyo destino está marcado por la fatalidad, empujado por su locura paranoica y por la de otros y por un don que le devora tanto psicológica como físicamente (aquí es donde realmente hace eco el factor "cronenbergiano"). Inolvidable es contar en el reparto con la presencia de William Prince y los maestros John Landis y André de Toth en impagables papeles...
Pero ni con esas. A casi nadie impresionó Hooper con este film a medio camino de tantos estilos, géneros y temas; en palabras de Dourif, la intromisión de los productores arruinó todo el proyecto, cuyo guión no paraba de caer en torpes modificaciones.
La pega es que de este proyecto se encargan muchos productores y eso acabará afectándolo todo. Sin duda lo expuesto durante ese largo prólogo se revela más interesante que el resto de la película: estamos a mitad de los '50 en una EE.UU. que acaba de salir de la Guerra de Corea y tiene a Eisenhower de presidente, una nación consciente del poder nuclear que posee y de su rápida preocupación por las tensiones de la incipiente Guerra Fría.
Todo este tramo, protagonizado por una joven pareja (Brian y Peggy), lanza una mirada crítica a los experimentos gubernamentales y a la facilidad con la que las fuerzas militares manipulan y abusan de aquellos que incautos se entregan a sus propósitos. Con el nacimiento de un niño el film empieza a virar su sentido y no tardan en zurcirse un incómodo clima de conspiración que perdurará y cuya opacidad irá en aumento; y entonces Hooper nos sacude introduciendo el fenómeno que da nombre a su obra, y que la escora hacia la ciencia-ficción. Seguramente nunca se ha tratado en el cine, por tanto resulta atractivo el que se aplique la tan controvertida combustión espontánea, más propia del esoterismo y las fantasías paranormales que de la explicación científica, a un argumento con doctores inmorales y protagonista perseguido. 35 años más tarde aquel niño, de nombre real David, pasa a tener el rostro de un Brad Dourif melancólico y nervioso que desde el primer momento se ve acorralado por las fuerzas externas; fundamental es, por tanto, que el director nos haga adoptar el punto de vista del personaje y reaccione en tanto que las sorpresas y los desgraciados incidentes acontecen. Mientras los extraños personajes secundarios (una pérfida ex-mujer; el abuelo de ésta, un doctor de prestigio que cuidó de David; médicos que le conocen demasiado bien) ayudan a tensar el ambiente, más opresión se cierne sobre el protagonista.
Así que no parece tan importante el fenómeno de la C.E.H., que Hooper decide respaldar con obsesiones religiosas y psíquicas, como ese clima conspiratorio y agobiante donde las identidades se desdibujan y los engaños conducen la trama hasta poner al límite a David, quien pronto percibe el mal que posee en su interior y cuyo origen reside en la exposición a la bomba nuclear a la cual se sometieron sus desaparecidos padres. Como un joven homólogo del Roger de "Con la Muerte en los Talones", se convierte en presa de una cacería llevada a cabo por los hombres que en cierto modo le crearon (no en vano el nombre con cual le ocultaron es el del proyecto que acabó con sus progenitores) y que ahora desean destruirle.
Cacería que es una versión menos trascendental de "Scanners" (tanto temática como estéticamente, los trabajos de Cronenberg son una gran influencia; ¿es el nombre del protagonista un homenaje a él?) y que cuenta con una presencia femenina (Lisa) que pretenderá ayudarle en todo momento; el mayor hándicap con el cual lidia el director es la mezcolanza de géneros y temas, que va desde una trágica historia de amor y una intriga de oscuros complots hasta convertirse en un desenfrenado y violento relato de fantasía que podría encajar perfectamente en las series en las que Hooper trabajó.
A pesar de algunos callejones sin salida (el más importante: ¿cómo controlar mentalmente un fenómeno que se supone "espontáneo"?) y derivar la historia en el histrionismo más absoluto, éste vuelve a hacer gala de su dominio como creador de formas y atmósferas y, combinando esta destreza con una labor perfecta de dirección artística y fotografía arrolla nuestros sentidos por medio de la fuerza de las imágenes, elevándose a veces el film a la pura abstracción, donde, como en el cine de Argento, Barker o Bava, se unen la intensidad de los colores, la pirotecnia física y la extraña belleza formal dando como resultado algunos instantes catárticos como el incidente en la radio, el enfrentamiento con los policías o el increíble clímax.
Llegado a este punto se debe elogiar a un Dourif más al borde del colapso conforme el fin se aproxima; el actor logra hacernos simpatizar con este personaje, un experimento humano cuyo destino está marcado por la fatalidad, empujado por su locura paranoica y por la de otros y por un don que le devora tanto psicológica como físicamente (aquí es donde realmente hace eco el factor "cronenbergiano"). Inolvidable es contar en el reparto con la presencia de William Prince y los maestros John Landis y André de Toth en impagables papeles...
Pero ni con esas. A casi nadie impresionó Hooper con este film a medio camino de tantos estilos, géneros y temas; en palabras de Dourif, la intromisión de los productores arruinó todo el proyecto, cuyo guión no paraba de caer en torpes modificaciones.
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