Don Quintín el amargao

Sainete original de C. Arniches y de A. Estremera que en forma de adaptación a la pantalla bajo la dirección del debutante L. Marquina no alcanza el nivel deseado.
La falta de pulso narrativo y cierta pose acartonada en la interpretación de los protagonistas resta viveza a la película y se echa de menos el fino sentido del humor que la obra original posee.

Curiosidad cinematográfica estrenada en 1935 que invita a releer el texto impreso del comediógrafo alicantino.

Con Luis Buñuel como jefe de producción a lo Irving Thalberg, y dicen que también como director en la sombra, aunque sin querer figurar en los créditos ni como lo uno ni como lo otro, el poco hábil Luis Marquina dirige este primer ejemplo de la línea de cine comercial e industrialmente bien asentado, a imagen del sistema de estudios estadounidense, que pretendía impulsar el empresario Urgoiti. Hoy en día, la película tiene un cierto valor documental precisamente por ese particular, a lo que se suma el baño nostálgico en la lejana España de preguerra que su visionado supone. Además, el ingenio de Arniches se deja sentir en algunos de los diálogos, así como la tradición cómica teatral que inspira a todos los intérpretes (simplones y exagerados, como si siguieran con la precaución de gesticular y remarcar cada palabra para que los de la última fila del teatro no se pierdan nada). Cinematográficamente y pese a la intervención que pudiera tener un Buñuel sin más interés en el proyecto que el puramente crematístico, no es más que una confesión de la inutilidad y la falta de experiencia y de cualquier noción sobre el arte de la imagen en movimiento que caracterizaba al mundillo del espectáculo español de la época. La historia es un melodrama de esposa inocente acusada de adulterio y de hija perdida y vuelta a recobrar que en el teatro servía de excusa para algunas cancioncillas de zarzuelas, algunos diálogos chispeantes y algunas cuantas gansadas. Es curioso que, más tarde, en México y con el mismo título, Luis Buñuel hiciera una película buena (no de las mejores de su filmografía, ni mucho menos, pero claramente interesante) con actores poco magistrales y siguiendo el argumento teatral de Arniches tan de cerca como en ésta, aunque con otras perspectivas industriales. Lo de la torpeza artística de la industria cinematográfica española, que jamás ha conseguido sintonizar duraderamente con el talento artístico y profesional ni sustentar movimientos de cine de autor a semejanza de los de otros países europeos, tiene, por lo que se ve aquí, fecha de nacimiento.

Interesante es ver a gente de época, y ver una historia bastante moderna para su época. Claro está que España vivía la II República y fue una época bastante más liberal que seguramente vivimos hoy en día. Aunque tiene muchos enfoques machistas y de violencia de género que lo normalizan como si fuese el pan de cada día.

La frase que más me ha marcado ha sido: "Ya que no pude salvar a la madre (que se ve moribunda en la cama y ya le da la espalda) me ocuparé de la hija". Ha sido un zasca brutal, porque estaba la madre ahí.... que poco tacto.

Pues idas y venidas, y del típico gruñón equivocado, como se ablanda.

No pasa de ser un sainete, más cercano a una obra teatral que a un largometraje en el cine, en el que nos representan la vida de un acaudalado hombre de negocios perseguido por la tristeza y la mala virgen que hace el hombre cada vez que la vida le da un traspiés, y todo en el ambiente más castizo de las calles de Madrid en los últimos años de la República.

Película con un alto contenido de machismo, algo que era muy habitual en la época, con la figura de la mujer lo más parecido a un adorno, y con frases tan testimoniales, como “las mujeres solo estáis para remendar calcetines”.

La obra tiene sus momentos de humor, más que de drama, y se puede ver sin problemas, sin tener en cuenta que las actuaciones y los movimientos en pantalla de los actores no son demasiado ortodoxos, con interpretaciones exageradas, tanto en movimientos como en el diálogo, donde predomina un acento chulapo y guasón, típico de la capital de España y que no molesta en absoluto. Un 4.