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Llegada del tren a la estación de La Ciotat (C)

Documental "L'Arrivée d'un train à La Ciotat" es sin duda uno de los filmes más famosos de la historia. La imagen de un tren llegando a una estación, pasando muy cerca de la cámara mientras reduce la velocidad, se convirtió rápidamente en una escena absolutamente icónica de esa curiosidad de reciente invención llamada "cinematógrafo". (FILMAFFINITY)
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Críticas 20
Críticas ordenadas por utilidad
18 de junio de 2011
175 de 192 usuarios han encontrado esta crítica útil
En el principio era el Verbo y el Verbo era en Dios, y el Verbo era Dios...

Después viajamos en un cohete espacial que se incrustó en el ojo de la luna, fuimos víctimas del diabólico doctor Caligari, estábamos tan hambrientos que comimos sin dudar una bota en los yermos de Alaska, fuimos pisoteados en la escalinata de Odessa, mezclamos nuestras lágrimas con las de la Doncella de Orleans al ser testigos de su pasión, caímos de lo alto del Empire State al descubrir que el amor hace más daño que las balas, fuimos recogidos por un pescador llamado Manuel y que tenía un gran parecido con Spencer Tracy, a Dios pusimos por testigo que jamás volveríamos a pasar hambre, soñamos que la noche pasada habíamos vuelto a Manderley, recordamos a Rosebud mientras agonizábamos entre las lujosas sábanas de Xanadu, cantamos la Marsellesa en el Rick's, brindamos por George Bailey, corrimos junto a Orson Welles por las cloacas de Viena, fuimos felices al volver a pisar los verdes campos de Innisfree, como alcaldes suyos que éramos le dimos a Villar del Río la explicación que le debíamos, nos batimos en el barro junto a siete samurais, aprendimos junto a Apu el significado de la canción del camino, jugamos al ajedrez con la mismísima muerte, descubrimos que el patriotismo es el último refugio de los canallas, conseguimos que Kim Novak volviera de entre los muertos, subimos en ascensor con Shirley McLaine, echamos una mano al tute con Viridiana, apuramos un JTS Brown con Eddie Felson "El rápido", HAL 9000 nos cantó una canción infantil al sentir como se iba entregando al olvido, pasamos mucho miedo en los pasillos de la nave comercial Nostromo, besamos a Fredo Corleone con el beso de la muerte y remontamos un río para encontrar al coronel Walter E. Kurtz.

Sí, vivimos muchas vidas y gracias a los Lumiere...
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Talamasca
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10 de junio de 2011
84 de 96 usuarios han encontrado esta crítica útil
He aquí una de esas obras con la que no tengo ninguna duda que los usuarios más se van a rallar a la hora de decidir qué nota otorgarle. Y es que es realmente difícil valorar algo así, que es lo que es, por un lado, y que representa lo que representa, por otro.

Tan fundacional y mítica como inane y nula argumentalmente vista desde la perspectiva actual, siempre que no tomáramos en consideración su enorme importancia en la aceptación del cine(matográfo) a nivel popular y lo que provocó en este sentido en su momento: gritos y pánico generalizado en la sala donde se proyectó por vez primera, donde esos privilegiados primeros espectadores al parecer pensaron -salvo que sea una leyenda urbana y/o un truco publicitario de la época- que iban a morir arrollados por la amenazante locomotora que avanzaba hacia ellos, tal era el nivel de desconocimiento y falta de costumbre (además de una brutal ingenuidad, claro) ante ese asombroso y recién nacido arte, que todavía no era tal.

No tengo ninguna duda de que tendrá numerosos dieces por parte de aquellos que contextualicen a ultranza su condición de icono del primer celuloide, y les dé igual su absoluta falta de interés en sí mismo desde el punto de vista argumental o de realización cinematográfica (un plano estático al fin y la cabo); los habrá también que la puntúen con un uno por aquello de llevar la contraria, dar la nota y/o "transgredir", o por falta de respeto y comprensión hacia el cine mudo y "viejo". Como no me convence ninguna de esas posturas radicales, mi nota es la que es, tomando en consideración todos o casi todos los factores.

Eso sí... ¡Qué grande es el cine! Buena elección, Garci.
Amor Perro
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10 de junio de 2011
43 de 46 usuarios han encontrado esta crítica útil
La llegada del tren a la estación de La Ciotat es un plano absolutamente acojonante. Pocas veces hablo en estos términos, pero, que en 1985 a alguien se le ocurriera colocar la cámara en ese ángulo, con lo que ello representaba (efectivamente, la llegada de un tren a una estación) es para decirle: Messieurs Lumieres, no sé si ustedes inventaron eso que se llama cine (por ahí andaba Thomas Alva, el amigo americano), pero lo que sí inventaron fue la primera toma perfecta de la historia.

No es colocar la cámara fija como en los otros primeros cortos, porque además desconocían todavía el travelling, no había montaje, porque aún faltaban años por llegar para que en un accidente fortuito de un cameraman, se diese con la primera edición de planos; no sólo es colocar la cámara, sino dónde colocarla. Y en ese sentido cobra especial importancia el qué se cuenta, es decir, el tren cobra un absoluto protagonismo que, con la cámara en otro emplazamiento, quizá hubiera tenido una importancia nimia, tanto como la salida de unos trabajadores de una fábrica.

Puestos en situaciòn, entonces, y nunca mejor dicho, no extraña la reacción de aquellos privilegiadísimos espectadores que tuvieron la fortuna de sentirse arrollados por un tren sin freno (luego se vería que no, que vivirían para contarlo, a sus nietos, cuando ellos ya estuvieran fascinados por el pelo rubio de Marilyn Monroe, y ellas suspirasen por los ojos azules y verdes de Gary Cooper).
cassavetes
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28 de junio de 2011
27 de 30 usuarios han encontrado esta crítica útil
Imaginemos a dos niños que han inventado un artilugio y, en la euforia de la novedad, se ponen a experimentar con él.
Los Lumière eran como esos niños. Tan ilusionados con su nuevo aparato, que se iban a probarlo al primer sitio que se les ocurría, como una estación de tren. Los pasajeros que suben y bajan a los vagones y transitan por el andén parecen extras consumados, dada la naturalidad con la que se mueven delante del objetivo. No sé si la mayoría eran conscientes de que aquella máquina los estaba filmando, o si sabían siquiera para qué servía eso. Pero sí es obvio que se contaron entre los primeros actores amateurs.
Hasta que se fueron desarrollando trucos para añadir efectos especiales, lo cual ampliaba ilimitadamente las posibilidades para no estar restringidos a rodar directamente de la realidad, los hermanos franceses, escudriñando las propiedades y usos del celuloide, acudían a espacios abiertos llenos de gente y registraban algunos metros de película.
Era toda una proeza. Un minuto de imagen en 1896 era algo impagable, milagroso.
Vivoleyendo
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28 de diciembre de 2017
18 de 18 usuarios han encontrado esta crítica útil
28 de diciembre de 1895. En una sala oscura del Grand Café, situado en el número 14 del Boulevard des Capucines de París, los hermanos Lumière (Louis y Auguste), inventores del cinematógrafo, hicieron una exhibición de las películas que habían rodado: era la primera proyección comercial de la historia del cine.

'Llegada del tren a la estación de La Ciotat' se proyectó varios días después –La primera fue 'Salida de los obreros de la fábrica'–. La película cuenta con una sola escena, en la que aparece la estación de La Ciotat durante la llegada de un tren. Como en casi toda la filmografía de los hermanos Lumière, la obra recoge un suceso de la vida cotidiana.

La reacción de aquel público ante tal proyección fue de terror: los espectadores, no habituados a visualizar imágenes en movimiento en una pantalla, temieron que el tren, que avanzaba en su dirección, se los llevara por delante. Rápidamente, se convirtió en una escena absolutamente icónica de esa manifestación artística recién estrenada.

Las obras de los hermanos Lumière marcaron el origen del cine y a partir de ahí fue evolucionando hasta convertirse en lo que es hoy en día. El cine tiene ya más de un siglo de vida, pero su poder de fascinación y su capacidad para hacer que una pantalla sea más grande que la vida misma, siguen siendo los mismos.
José Manuel Barba Márquez
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