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Female Yakuza Tale: Inquisition and Torture

Acción. Drama. Thriller Ocho (Reiko Ike) es una mujer yakuza que se ve involucrada en una trama de tráfico de drogas, cuando investiga una serie de misteriosos asesinatos de mujeres en Tokyo. Pronto se dará cuenta de que detrás de ellos hay un grupo yakuza que explota mujeres obligándolas a transportar la droga en sus vaginas. (FILMAFFINITY)
Críticas 4
Críticas ordenadas por utilidad
25 de febrero de 2009
8 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
Explotation setentera japonesa repleta de sexo, humor verde, violencia exagerada y música funk con toques orientales y ritmos retorcidos a base de sintetizadores.

Cualquier excusa es buena para enseñar cacho en esta película y el sexo supura por todo el metraje. Las escenas de sexo son sutiles hasta cierto punto pero abundantes (con especial predilección por la lamida de pezones). La protagonista es una voyeur de aúpa y hasta hace aparición el sexo interracial, una amplia gama de perversiones que coloca al director de la cinta en el top ten de obsesos sexuales (por detrás de Russ Meyer y Cronenberg, claro).

El guión es confuso y atropellado, una mera excusa para dar rienda suelta a la mente enfermiza del director y para la exhibición de imágenes con una enorme potencia visual.

Una película para empalmaos en toda regla, pero que se disfruta desde el minuto 1.
Tim_Dog
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21 de noviembre de 2008
9 de 11 usuarios han encontrado esta crítica útil
La vagina es algo que parece obsesionar a los nipones, como el tamaño de los pies. De ahí puede nacer el argumento de este exploit lleno de prostíbulos, "mulas" con kimonos, venganzas y libidos desatadas que atiende al nombre de Female Yakuza Tale (olvidemos lo de Inquisición y Tortura). A Ishii sólo le interesa el potencial erótico del material que tiene entre manos; obligado a prescindir de planos explícitos de coños -por conocidas cuestiones culturales- se las apaña para excitar al respetable mediante un amplísimo catálogo de tetas y algunas escenas de humillación light que juegan con el constraste entre belleza y fealdad, poder y sumisión, represión y catarsis.

Todo esto pinta muy bien sobre el papel, pero no cuaja como debiera. Al guión le falta claridad, emoción, ritmo. No es una película aburrida, pero su desarrollo se siente algo arbitrario, indeciso en la presentación de personajes y en el rumbo que debe tomar la historia. Aunque la puesta en escena es creativa y decente, la acción carece de la intensidad que exigía el relato. Ishii, en otras palabras, se encuentra con graves problemas a la hora de modular el impacto dramático del filme. Es una cuestión de credibilidad, de ensayo y confianza. Añado entre sus déficits una ausencia importante de sangre y violencia, reservadas ambas para su tramo final, y un sentido del humor tan extraño como lamentable.

Tampoco parece importar esto demasiado a su director, la verdad. Y quizás sea mejor así: la honestidad es lo primero. El interés de Ishii radica únicamente en hilar una historia mínima que dé pie a un montón de desnudos y algunas escenas de sexo bizarre. En hacer chister verdes (sólo hay uno bueno: el que afecta a la mujer del Gran Tigre y su interés en que no le corten el dedo corazón a su marido) mientras escenifica peleas algo faltas de adrenalina y deja caer todo el peso del filme en la firme desenvoltura de la gran Reiko Ike. Todo desemboca en un clímax final arrebatado que pondría burro a Tarantino, pero no nos hace olvidar que el caos y la reiteración son los motores que han ido moviendo la trama.

En fin, delirante y simpática, pero no una buena película.

Lo mejor: el desmadrado final, pura exploitation de muchísimos kilates.
Lo mejor: su sonrojante sentido del humor.
nachete
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7 de diciembre de 2020
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Muchas vueltas puedes dar a los grandes clásicos de la historia del cine japonés, pero si algo así se pone delante no es posible mirar a otro lado y pasar de largo. Lo mejor es enfangarse, verla de cabo a rabo y explotar de placer por haber llegado aquí y sentir una sincera satisfacción.

Una película así ofrece lo que se espera, es presumiblemente descarada, es propia del término exploitation, es bruta, está realizada sin complejos y no pasa nada por decirlo y estar contento de poder disfrutar de una rareza de este tipo. No es una obra maestra ni falta que hace, de hecho tiene tantos defectos que para más de uno ver algo así será lamentable. Claro, después de ver a Naruse, a Ozu o a Kobayashi, no te pongas "Female Yakuza Tale" (me ahorro lo de Inquisición y tortura); son polos opuestos.

¿Qué se puede destacar de una cosa así?; su ausencia de complejos, la coherencia de inicio a fin y ciertos picos de acción vistosos. Es coherente desde el inicio, sí, porque ya vemos a la protagonista enseñando sus carnes (excepto la entrepierna, eso es tabú, no se ve en ningún momento un desnudo integral frontal) mientras muestra su virtuosismo con la katana, es decir, desde el inicio queda clara que la intención es enseñar carne, violencia y lo demás casi da igual.

Las últimas escenas empalmarían al mismo Tarantino, la brutalidad de las escenografías y momentos concretos de bastante sangre es un manjar delicioso para según qué gustos. Mientras, hasta llegar a esa apoteosis, la historia avanza a trompicones, es fácil no entender según qué cosas y apreciar que el guión por momentos se escribió con desgana. ¿Qué decir del humor?; lamentable; ¿y las escenas de sexo?; pocos lametones de pezones he visto como los de aquí.

Es curioso que la importancia de la vagina sea tan grande en la película y no veamos ni una, pero caramba, he dicho que esto no es una obra maestra ni falta que hace!!! Vamos a recorrer burdeles, espacios mínimos, veremos falanges cercenadas, muchos culos, menos sangre de la que merece y un final bárbaro.

Así que no la recomiendo, no, este es un lugar al que hay que llegar por uno mismo. Y sí, ha sido un placer, un placer de lo más bruto.
Luisito
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22 de mayo de 2021
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Vuelve una heroína expeditiva e impasible para sacudir los cimientos del submundo mafioso y ajusticiar a aquellos que usan su poder para corromper a los débiles.
Si ya la vimos vengando su estirpe ahora se lanzará a una brutal cruzada de vengaza para defender su honra como mujer.

Un regreso más peculiar que satisfactorio. Reiko Ike, estrella indiscutible de las "pinku eiga" que desde finales de los '60 como locos decidieron producir en Toei, dio una lección de coraje, libertad y presencia femenina única a la (también imprescindible, cómo no) Meiko Kaji protagonizando "Furyo Anego-den", versión más radical en su uso de la violencia y el sexo de "Lady Snowblood". El maestro de las formas y la sordidez visual Norifumi Suzuki (cuyas técnicas sin duda heredó de otro Suzuki más conocido) logró un éxito de taquilla y ello influyó para continuar con las hazañas de Ocho Inoshika.
Sin embargo, pese a estar de nuevo Ike, el encargado de esta "Yasagure Anego-den" es Teruo Ishii, otro apasionado de los delirios visuales y los contenidos explícitos, quien se maneja a la perfección en dicho campo aun contando con un argumento escrito por Ikuo Sekimoto y Masahiro Kakefuda sin duda inferior, menos interesante que la obra original y más abierto a las posibilidades caricaturescas. Como también lo es esa apertura de lucha con katanas bajo la lluvia, donde Ike, de una forma totalmente gratuita, va despojándose de sus ropas mientras asesina a un puñado de hombres anónimos.

Una secuencia inicial que imita de muy mala manera a la legendaria con la cual abría "Blind Woman's Curse" (con Ishii tras la cámara y Kaji, espectacular, delante) y que nada tiene que ver con esta historia donde se nos vuelve a lanzar a las fauces de una imprecisa era Meiji y dominada desde sus entrañas por la violencia, la lujuria, la lucha de poder, las drogas y la decadencia debido a la presencia de lo extranjero. Nuestra heroína es arrastrada de manera salvaje a los entresijos de una red de tráfico de droga y mujeres cuyo misterio, pese a que su propósito de visitar Kobe era otro, ha de desvelar.
No está sola en esta hazaña, sino que cuenta con la ayuda de algunos individuos, en principio aleatorios. Así, en lugar de centrarse en las acciones de Ocho, Ishii introduce un catálogo de pintorescos personajes alrededor de los cuales se construyen incógnitas reveladas poco a poco, al igual que las razones que unen sus propósitos, ligados por entero a la venganza, tema por antonomasia de la trama. Personajes en sintonía con la imaginería "pulp" y abiertamente psicotrópica que despliega el cineasta con su usual atrevimiento, haciendo hincapié en el asalto visual por medio de una paleta de colores intensos, donde predomina el rojo (color del sexo y la muerte).

Esferas de trazos estéticos propias de Suzuki (tanto Norifumi como Seijun) donde Ishii se recrea obstinado en la crudeza, lo sucio, en la violencia áspera y grotesca, siempre hacia la mujer (su vagina en especial), haciendo difícil aguantar ciertos instantes, que pueden desgarrar la sensibilidad a más de uno. Ocho, de quien también conocemos una pequeña parte de su pasado (estas escenas son, de lejos, lo mejor del film en términos dramáticos), juega a ser el eje central de un argumento en la que participan y se despellejan una banda de yakuzas, los traficantes de droga y el grupo de mujeres usadas cuales vasijas de transporte sin vida.
Argumento muy apoyado en la presencia, molesta, del humor absurdo y la depravación y una interesante caracterización de las mujeres (fuertes e independientes aun explotadas y expuestas casi todo el tiempo) y los hombres (rastreros, cobardes, salvajes, hipócritas), donde un impagable Ryohei Uchida en la piel de Joji adquiere mayor protagonismo por su conexión con el grupo yakuza del jefe Goda; por desgracia la Yoshimi de Makoto Aikawa, además de ser un patético remedo de la Sasori de Kaji (y de las líderes que ésta interpretó en "Stray Cat Rock"), no tiene una función clara y se dedica a ir y venir sin rumbo fijo.

Que no les engañe el inicio, Ike no es tan protagonista como parece, por mucho que su venganza tenga un peso en la historia, a años luz de la de "Furyo Anego-den", y de ahí su pérdida de carisma. Lo esencial de esta obra recae sobre la bella ilógica de las formas, "kabukianas", y el placer (o sadismo) visual, clave para entender la intención de ciertas secuencias, cuya vibrante composición nos atraviesa las retinas y perturba nuestros sentidos, como la sesión amorosa entre Goda y Ocho (Suzuki la envidiaría haber dirigido), los momentos en el manicomio, que parecen heredados de Kinugasa, o el emblemático clímax al que conduce tanta complejidad.
Punto y aparte en el film, en la carrera de Ishii y en el cine "exploitation" japonés; pocos habrían sabido coordinar los elementos para lograr extraer tal belleza formal de un acto descarnado en un equilibrio perfecto, elevando a la pura abstracción esa concatenación de asesinatos y humillaciones cuya estructura obedece a las modulaciones del arte más que responder a leyes narrativas convencionales. Cual voyeur fascinado por lo excesivo el nipón filma la exposición caótica, visceral y caricaturesca de la violencia entre hombres y mujeres, entre los silbidos de las katanas, los chorros de sangre y la presencia hipnótica de los colores, siendo esencial no sólo sus estilizadas técnicas tras la cámara sino la imaginativa de la dirección artística.

Clímax de locura y delirio lindante con lo fantástico que radicaliza hasta el extremo el de "Tattoed Life" y que mucho gustaría a Tarantino, Miike o Sono. Por desgracia el resto del film no está a la altura de las secuencias finales, seguidas de un epílogo que hay ver para creer.
En ellas se deja claro la importancia de la expresión visual más que la estructura en sí, menos rigurosa que la de la 1.ª parte; en este sentido Suzuki salió mejor parado al saber combinar ambas cosas. Precisamente por su regular éxito, Ike no regresaría en su rol de la heroína.
Chris Jiménez
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