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Los caballos de Dios

Drama Yachine tiene diez años y vive con su familia en Sidi Moumen, un poblado de chabolas de Casablanca. Su madre, Yemma, hace lo que puede por sacar adelante a la familia. Su padre se encuentra en un estado depresivo y de sus tres hermanos uno está en el ejército, otro es prácticamente autista y el tercero, que tiene trece años y se llama Hamid, es el cabecilla del barrio y el protector de Yachine. Cuando Hamid es encarcelado, Yachine se ... [+]
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Críticas 15
Críticas ordenadas por utilidad
26 de octubre de 2012
39 de 46 usuarios han encontrado esta crítica útil
Si no fuera por la existencia de Paradise Now (Hany Abu-Assad - Territorios Palestinos), estupenda película que en el 2005 obligó al lobby judío a movilizarse para que no fuera la ganadora del Óscar a la mejor película de habla no inglesa, esta realización del marroquí Nabil Ayouch, presentada el 25 de Octubre en la Seminci, sería la mejor que yo conozco sobre el tema de los mártires, para unos; terroristas, para otros; y víctimas de las sectas religiosas para el resto.

Cerca de Casablanca existe un gran poblado chabolista en el que entre calles de tierra, tejados de chapa y uralita y vertederos en cada barriada, juegan al fútbol y a perseguirse miles de niños que sueñan con paraísos, más allá del Estrecho, o con jugar en la selección de fútbol. Corren los días de la última década del siglo XX y las míseras circunstancias harán que algunos de los muchachos vayan pasando, orientados por los Hermanos Musulmanes, de las apetencias terrenales a las espirituales. En el horizonte están el 2003 y los atentados de la capital que para algunos resultarán ser muros infranqueables.

Nabil Ayouch hace un gran trabajo, porque al margen del excelente resultado final, su obra está plagada de elementos, cuasi pictóricos, que aportan gran riqueza al conjunto: la mujer pública, la madre, la homosexualidad, el alcohol, el gran atraso cultural e informativo (Yashin, "la Araña Negra", fue un afamado guardameta de la Unión Soviética que se retiró en 1971), el paisaje calcinado por la pobreza, la locura y la imbecilidad.....

Les chevaux de Dieu, según el Corán, son aquellos que están preparados y dispuestos para el sacrificio. Si vieran esta película los jóvenes musulmanes, cosa bastante improbable, ¿se preguntarían porqué los imanes y líderes religiosos no corren a inmolarse en lugar de mandar a muchachos de fácil manipulación al sacrificio?; después de todo ellos predican (igual que nuestros fundamentalistas católicos) que en el más allá se está mejor y no faltan huríes ni verdes praderas para triscar.

Escribo esto antes de conocer el resultado de esta 57 edición pero, por lo visto, ésta es una opción que cuenta con bastantes papeletas para recibir alguna Espiga.
Sinhué
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1 de octubre de 2014
13 de 15 usuarios han encontrado esta crítica útil
La película gira en torno a los atentados que tuvieron lugar en Casablanca en el año 2003 y que se cobraron la vida de varias personas en diferentes lugares de la ciudad, como la Casa de España o un cementerio judío.

La historia se inicia en el barrio de chabolas de Sidi Moumen, una enorme extensión de casas de mala muerte situadas en las afueras de la ciudad. Allí Yachine sueña con imitar al mejor portero de todos los tiempos, la “Araña Negra”, del que incluso toma su nombre. Cuando no juega en los campos de tierra pasa el tiempo con sus amigos y con su hermano Hamid, uno de los chulitos del barrio. Yachine y Hamid viven con su madre, con su padre (que está mentalmente incapacitado) y con su hermano mayor, que está siempre en su propio mundo pegado a una radio. En este ambiente deprimente y sin futuro, Yachine va creciendo y tendrá que enfrentarse al encarcelamiento de su hermano. Cuando Hamid sale de la cárcel vuelve a Sidi Moumen convertido en un islamista radical y, por circunstancias de la vida, arrastra con él a su hermano y a sus amigos.
La película va narrando el proceso de conversión de unos chicos de barrio sin aspiraciones y encerrados en un “bidonville” del que jamás han salido, en unos hombres dispuestos a inmolarse por la promesa de un paraíso.

Me ha parecido una película muy realista, con buenas interpretaciones y un final impresionante, aunque se sepa cómo va a acabar al estar basada en hechos reales. Era curioso ver cómo en numerosas ocasiones se veía una perspectiva aérea de los techos del barrio, como queriendo reflejar la pobreza y la falta de futuro del lugar. También se ve el contraste entre Sidi Moumen y otras zonas de la ciudad repleta de villas o de rascacielos porque aquí, como en otros muchos lugares, una de las cosas que más llaman la atención al aterrizar es el gran contraste entre la riqueza más apabullante y la más profunda pobreza, a veces conviviendo a tan solo unos metros de distancia.

En definitiva, "Los caballos de Dios" me ha parecido una muy buena película sobre el terrorismo y también me ha gustado por mostrar una visión profunda de una realidad muy problemática en Casablanca, la de los niños y jóvenes sin futuro que pueden llegar a tomar caminos muy equivocados en la búsqueda de un sentido a sus vidas.
Guayem
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27 de junio de 2015
5 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
Cabe decir que el medio cinematográfico no solamente sirve para entretener y desconectar de las rutinas y problemas cotidianos; sino que es un poderoso medio por el cual se puede expresar cualquier tema, sirviendo como denuncia social o retratando algún hecho acontecido en la vida real. La película que nos concierne, titulada "Los caballos de Dios" ("Les Chevaux de Dieu" en su título original en francés), que he podido visionar dentro del marco de la 30 edición del maravilloso Festival Internacional Cinema Jove de Valencia, pertenece a ese cine llamado "invisible", y se encarga de realizar un inquietante retrato sobre los atentados de Casablanca en 2003.

La premisa se centra en Yachine, un niño de diez años que vive con su familia en Sidi Moumen, un poblado de chabolas de los alrededores de Casablanca (Marruecos). Su madre, Yemma, hace lo que puede por sacar adelante a la familia. Su padre se encuentra en un estado depresivo y de sus tres hermanos uno está en el ejército, otro es prácticamente autista y el tercero, que tiene trece años y se llama Hamid, es el cabecilla del barrio y el protector de Yachine. Cuando Hamid es encarcelado, Yachine se ocupa de varios trabajillos que le ayudan a escapar del marasmo provocado por la violencia, la miseria y la drogadicción que la rodean. Cuando Hamid sale de la cárcel se ha convertido en un islamista radical y convence a Yachine y a sus amigos para que se unan a sus 'hermanos'. El líder espiritual del grupo, el imán Abou Zoubeir, se encarga de dirigir el prolongado entrenamiento físico y mental de los muchachos, antes de anunciarles que han sido elegidos para convertirse en mártires.

Su director, el francés de origen marroquí Nabil Ayouch, divide el filme en dos partes bien diferenciadas; en primer lugar muestra la infancia de esos niños sumergidos en la pobreza más absoluta, en el que la necesidad imperiosa por sobrevivir les induce a delinquir; y en segundo lugar, se centra en esos niños en su madurez que son reclutados por la Yihad para convertirse en mártires.

Ayouch no justifica a los terroristas ni sus deplorables actos, simple y llanamente se dedica a retratar los hechos tal cual son, bajo un punto de vista nunca tratado (y siempre ignorado). Las ansias de tener una vida digna de esos jóvenes marginados es tan grande, que los líderes yihadistas se aprovechan de ello para reclutarlos con la venia de su Dios, siendo todo ello una vomitiva falacia para darle sentido al sinsentido más absoluto, la barbarie del terrorismo, creando un circulo vicioso entre esos niños y los terroristas; es decir, un círculo que consiste en: Pobreza + Necesidad + Aprendizaje + Mártir, y una vez inmolados, los Imanes buscan nuevos incautos a los que lavar el cerebro para su controvertida causa.

El director dota al filme de un ritmo ágil, sabiendo posicionar de maravilla la cámara, en la que su primera mitad sigue las andanzas de esos niños cámara al hombro, y también destacan esos impresionantes planos picados que muestran las chabolas y la inmundicia de la pobreza; para luego, en su segunda mitad, serenar más la cámara, con planos fijos y pertinentes fundidos a negro; asimismo, su desenlace (pese a que es conocido por todos) está representado de forma apasionante y realmente sobrecogedora. Me ha encantado la manera en la cual Ayouch choca las personalidades de los dos hermanos protagonistas; la rebeldía de Hamid en su niñez colisiona con las buenas maneras de Yachine; no obstante, tras sufrir un desgraciado incidente en el taller donde trabaja (siendo uno de los puntos álgidos del filme), Yachine va perdiendo esa inocencia y en cierto sentido se pasa al lado oscuro, siendo ahora Hamid el que ha abierto los ojos dándose cuenta de la gravedad de la situación.

En síntesis, "Los caballos de Dios", a pesar de que un sector de la crítica la ha tildado de ser simplista, cabe decir que no le hace falta profundizar en el tema para que se te encoja el corazón y te deje el alma hecha añicos, ya que arroja una mirada certera al mundo del terrorismo, a esa visión prácticamente desconocida (y peor aún, ignorada), la de esos ingenuos 'Caballos de Dios' que cita el título.
La Taverna del Mastí
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15 de julio de 2015
4 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
‘Los caballos de Dios’ es una visión honesta y sincera sobre los motivos que llevan a muchos a integrarse en grupos radicales que acabarán perpetrando atentados. Es una crónica sobre los yihadistas que puede valer para cualquier otra adhesión inquebrantable que establecemos los seres humanos con nuestros semejantes, cuando nos acabamos arrimando a aquellos que nos hacen sentir más apreciados. Porque los terroristas no crecen en la tierra ni caen de los árboles, son personas que en su niñez fueron uno más y su forma de ser y las circunstancias les llevaron a tomar unas decisiones que consideraron apropiadas para defender los intereses que creen justos. En la cinta de Nabil Ayouch se nos muestra en primer lugar a unos chavalines que actúan con relativa normalidad, con el hermano mayor haciendo de protector del pequeño y cada uno con sus esperanzas y sueños. Ambos viven en una barriada pobre, lejos de las comodidades y las ventajas de los que están en el centro y esta estratificación territorial se convierte en una estratificación social y personal, convirtiéndolos en los miserables de los que hablaba Victor Hugo en su novela, aquellos que “parecen totalmente depravados, corruptos, viles y odiosos; pero es muy raro que aquellos que hayan llegado tan bajo no hayan sido degradados en el proceso. Además, llega un punto en que los desafortunados y los infames son agrupados, fusionados en un único mundo fatídico. Ellos son los miserables, los parias, los desamparados”.

La violencia siempre engendra violencia, como impulso instintivo de satisfacción inmediata que es. Si algo o alguien nos fastidia (o creemos que lo hace, aunque no sea así) nuestra reacción primaria es devolver el daño, un caldo de cultivo tan simple que ha dado origen a tantas luchas en la historia. Los niños de ‘Los caballos de Dios’ no ven más que violencia en su entorno, la violencia de un mundo que los ningunea y que los convierte en mercancía prescindible, en ratas a las que no les quedará otro remedio que devorarse entre ellas para sobrevivir. Pero entonces descubren la posibilidad de una redención a través de la religión, una fe como un modo de escapar a esa violencia que les rodea y dedicarse a algo más elevado. Unas ideas que parecen buenas, pero que vienen convenientemente matizadas por unos líderes que se sirven de ellas para sus intereses. Esta vez son los líderes religiosos los que los violentan sin que se den cuenta y les impulsan a cometer acciones que pasan a considerar justas y necesarias, como un modo de poner orden en ese mundo que les había despreciado en un principio. Todo ello sin darse cuenta de que se han convertido en carne de cañón, pues los líderes, por supuesto, no se manchan las manos personalmente y observan desde la distancia, prefiriendo la vida terrenal a los placeres que prometen en el Más Allá, a la espera de que lleguen más miserables que buscan redimirse.

‘Los caballos de Dios’ es una estupenda película, narrada con brío y con la suficiente distancia como para ofrecernos un fresco bastante elocuente de las motivaciones que hay detrás de tanta barbarie. Una barbarie que puede surgir de cualquier rincón de nuestro mundo, no es necesario irse muy lejos para observar esas barriadas en las que se siembra el aislamiento y el descontento desde la infancia, germen de posteriores actuaciones contra el sistema que los ha ninguneado. Como la realidad nos ha enseñado, este círculo nunca se detiene y aunque desde Occidente se vendiera como un éxito la ejecución de Osama Bin Laden, luego han venido otros líderes espirituales que han encontrado un filón de pobres diablos a los que convencer de que ellos tienen la verdad de su parte, aunque les cueste la vida y se lleven otras por delante. Por eso resultan tan poderosas las lágrimas del personaje de Jessica Chastain en ‘La noche más oscura’ una vez conseguida su misión, porque no dejan de representar ese “¿Y todo esto para qué?” que dejan este tipo de luchas en las que se batalla por una idea que muchos creen justa, aunque solo sea para dar sentido a una existencia confusa y cruel.
travis braddock
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30 de mayo de 2017
3 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
En el nombre de dios, el compasivo, el misericordiosísimo
1. ¡por los corceles jadeantes
2. Que hacen saltar chispas
3. Atacadores al amanecer
4. En que levantan polvareda
5. Y que irrumpen en las columnas adversarias
6. Que el hombre es ingrato para con su señor
7. Y que el mismo es testigo de ello!
8. Y que es ambicioso en el amor por los bienes terrenales.
9. ¿ignora acaso que cuando los que están en los sepulcros sean resucitados
10. Y sea revelado cuanto encierran los corazones humanos
11. Que en ese día su señor estará bien informado sobre ellos?
(Corán, sura 100)

En esta sura del Corán se basa el título de la cinta del marroquí Nabil Ayouch, que hace también la labor de guionista y es importante, antes de abordar un poco el tema, recordar las palabras del propio director a fin de centrar el asunto en lo importante: «puedo entender cómo unos jóvenes se convierten en kamikazes, pero de cualquier religión», para comentar a continuación que el yihadismo no tiene nada que ver con la fe sino con «cómo transformarla en un instrumento para cambiar la mente de las personas». El filme, pues, en estos momentos convulsos donde parece que el islam tiene la culpa de todos los males del mundo, no habla del Islam, sino del terrorismo y de la manipulación en determinados contextos sociales. Y aquí, Ayouch, lo borda.

Igual que mostrara recientemente Sissako en la escalofriante “Timbuktu” (2014), el yihadismo a las primeras personas que afecta de manera visceral es a los propios musulmanes, sometidos por unos hermanos de religión capaces de los actos más viles en virtud de una interpretación rígida, obtusa y excluyente del Corán. Ya había metido los pies en el fango de manera soberbia el director Hany Abu-Assad con “Paradise now” (2005), aunque dentro del contexto del conflicto palestino-israelí, pero en “Los caballos de Dios” Ayouch da un paso más. Ambas películas comparten una ausencia de sesgo, de actitud maniquea, que las conduce inexorablemente a la imposibilidad de llegar a comprender qué motivación interna lleva a unos jóvenes a inmolarse en nombre de Dios, pero el filme que nos ocupa parte de una metódica verdad que da bastantes pinceladas acerca de dónde y por qué medran las ideas radicales del terrorismo, y la pobreza, la exclusión y la falta de recursos tienen mucho que decir. Baste recordar que de los atentados perpetrados en Europa, casi el 100% han sido llevados a cabo por ciudadanos nacidos en el propio país objeto donde sucedieron los hechos. No eran ni inmigrantes, ni refugiados, ni islamistas que han venido cuatro días a Occidente con el único fin de asesinar a decenas de civiles. Eran personas crecidas y educadas en guetos y arrabales de nuestras ciudades.

Dicen algunos expertos coránicos que, en la sura 100, el término Âdiât no puede referirse a los caballos que corren veloces hacia la yihad, sino probablemente a los camellos que van en peregrinación a los lugares sagrados. El problema surge cuando crees que un atentado suicida también te lleva en peregrinación no ya a los lugares sagrados, sino directamente de cabeza al paraíso. De esto habla “Los caballos de Dios”, de la locura de la que, no obstante, no es imposible escapar o escabullirse, y sería preciso recordar que tanto Bush como Aznar, cristianos de pro, decían hablar con Dios y recibir de él mensajes porque estaban destinados a grandes cosas. Me quedo con el destino elegido por Ayouch. Me gusta más y no da por culo a nadie.
poverello
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