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Las mejores intenciones

Drama. Romance Año 1909. En el transcurso de una huelga general, Henrik, un humilde estudiante de Teología, conoce a una chica de una familia de clase alta a la que todos adoran, sobre todo su padre. Entre ellos nacerá, a pesar de la oposición familiar, una larga historia de amor que encarna la lucha contra el rígido sistema de clases dominante. Se basa en la historia de los padres de Bergman. (FILMAFFINITY)
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Críticas 21
Críticas ordenadas por utilidad
16 de julio de 2008
91 de 109 usuarios han encontrado esta crítica útil
El cine se entreteje misteriosamente con los hilos que gobiernan nuestras vidas.

Yo tenía una novia y nuestra relación estaba agonizando. Fuimos a ver una película de José Luis Cuerda: La marrana. Con semejante título la cosa no podía acabar bien. Al salir del cine, dimos por concluida, para siempre, nuestra afinidad. Y cada uno por su lado.

===

Al cabo de unos meses, me presentaron a la madre de mis hijos. Quedamos para ver Las mejores intenciones, de Bille August, discípulo de Bergman.

Ingmar Bergman no quiso rodar la vida de sus propios padres. Redactó el guión y se hizo a un lado. Con gesto sobrio –la procesión iba por dentro– cedió la dirección a Bille August. El alumno supo merecer la confianza del maestro.

Minicine o microcine o cine infinitesimal. Butacas rojas y sala diminuta. Ahí estábamos los dos mirando la pantalla, mirándonos al bies, como si la proyección se hiciera en varios planos: interno y exterior. Mientras los padres de Ingmar Bergman se despellejaban, yo buscaba alguna frase de película que me ayudara a declararme.

- ¿Quieres pasar el resto de tus días a mi lado?
- No.

Después de tanto tiempo, aún seguimos juntos.

===

O sea que acabé con La marrana... y comencé con Las mejores intenciones.
Servadac
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17 de octubre de 2010
48 de 49 usuarios han encontrado esta crítica útil
Uno de los temas recurrentes de Bergman es la pareja, radiografiada en varias de sus mejores películas. Nadie puede acusarle de proyectar evasivamente en la ficción sus propios conflictos porque son precisamente el material expuesto con desnudez abrumadora. Y por si para profundizar no le bastara agotar lo autobiográfico, indaga en sus puros orígenes: la novela “Las mejores intenciones” (publicada en español por Tusquets, 1998) recrea la década que va desde que sus padres cruzaron la primera mirada de asombro y reconocimiento hasta que Ingmar, el segundo hijo de la pareja, a punto de nacer, hinchaba el vientre de su madre.

Hacia 1990, el cineasta Bergman estaba mayor, y además era para él material muy sensible, pero el autor Bergman escribió el guión majestuoso de una serie televisiva de seis capítulos (la versión para sala la reduce a la mitad) y recomendó que Bille August la dirigiera.
El guión es la total arquitectura del film. La riqueza de la narración, sencilla y esencial, se basa en diálogos construidos con inteligencia suprema, alternados con silencios de igual elocuencia.
La tarea de August opta (o Bergman lo indicó así) por una fina corrección, un ponderado equilibrio, en una tónica de secundamiento eficaz, la idónea. Una ejecución barroca o experimental habría caído en lo excesivo, casi seguro, dada la elevada tensión que de por sí tiene sin tregua la historia, empezando por la escena en la que el joven Henrik Bergman, estudiante de Teología, se presenta al espectador dando muestras de una dureza de corazón y un resentimiento insólitos, al negarse a perdonar a su abuela moribunda. Ese permanente rasgo de carácter lo refleja a la perfección el actor Samuel Fröler. Y el temperamento de Anna Akerblom, tan contrapuesto, lo desarrolla con mayor perfección si cabe Pernilla August, quien durante el rodaje se casó con Bille August (el embarazo filmado por las cámaras es real), y tal vez por eso su presencia en pantalla roza lo maravilloso.

August no pretende emular a Bergman. Por contraste, su estilo parece académico, pero tras esa impresión inicial cabe reconocer bastante mérito en la fotografía y su paisajismo; en la excelente dirección de actores y el manejo del lenguaje de las miradas; en los esmeradísimos interiores y vestuario; en la poesía sutil y escandinava de algunos momentos cercanos a lo mágico. En balance: el servicio leal a la potencia inmensa del guión.

Es imposible contar a fondo la vida de una pareja, su inherente danza de atracción y rechazo, armonía y conflicto, desprendimiento y egoísmo, entrega y prejuicios, tics educativos y genuino impulso amoroso, y no caer en lo romántico o en lo trágico, en lo tempestuoso y excepcional, sino mostrarlo como el dinamismo real de esa pareja, sin aspavientos y con verdad.
Sólo Bergman, con su arrojo artístico ante el abismo de la existencia, puede abrirse en canal en esa cirugía inmisericorde, y abrir también a sus padres, y hacer de ello una obra magna.
Archilupo
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6 de septiembre de 2008
34 de 43 usuarios han encontrado esta crítica útil
Ingmar Bergman redactó el precioso guión de este drama romántico de época que, a mi parecer, es prácticamente para quitarse el sombrero. Bille August contó con uno de los grandes cineastas de todos los tiempos y, entre ambos, compusieron una historia de amor plena de belleza que tiene la capacidad de maravillar, envolver y, más que nada, conmover con esa cualidad delicada y reconocible por cualquiera que se ha enamorado alguna vez, y que ama contra viento y marea, contra los impedimentos, contra los fantasmas interiores y contra los sinsabores de la convivencia.
Bergman regresa a su creatividad sobria, ésa que rezuma realismo hasta el dolor, un realismo que habla de todas las cosas que más nos conciernen. Y Bille August camina junto al gran maestro reverencialmente, con gran cariño hacia su obra conjunta.
La trama no puede ser más convencional. Henrik Bergman, un muchacho de clase humilde que estudia teología para dedicarse a la carrera eclesiástica, se enamora de la hermana de su mejor amigo, y es correspondido. Pero grandes obstáculos se interponen. Por un lado, él tiene un affaire con otra mujer a la que no ama y desea dejarla, y por otro la familia de su buen amigo Ernst y de Anna, su amada, es de clase alta y se opone tajantemente al compromiso entre ambos.
Desde el principio, una intensa chispa de pasión les atraerá irremisiblemente, pero los típicos prejuicios de clases saltan inmediatamente y los padres de Anna se interponen para tratar de desanimar a los jóvenes. Y casi lo consiguen. Tendrán que sufrir una prolongada separación hasta que por fin la obstinación de los mayores dé paso a la aceptación ante lo que no se puede extinguir.
Anna y Henrik construirán su vida juntos en otro lugar, a cuya parroquia él es destinado para ejercer de pastor. La vida en común, los hijos, los problemas cotidianos, las alegrías, la felicidad conyugal, los tiempos adversos, las cesiones mutuas, las desavenencias, el perdón, las difíciles decisiones en común… Todo irá dejando su huella en el paso de los días, a través de ese misterioso, milagroso, mágico, y difícil lazo que guía a las parejas a través de los años. Ese sutil hilo del amor compartido que soporta grandes tensiones y también grandes esperanzas, y que es esa llama del hogar que siempre nos aguarda, que nos espera con su calor y con su contacto cálido. Que es, a fin de cuentas, todo aquello por lo que merece la pena venir a este mundo. Todo aquello por lo que merece la pena estar vivo. Todo aquello que nos da un motivo para luchar hasta el fin.
Un amor que rebasa las barreras del tiempo, de las épocas y de las modas, que es tan universal como el sol que brilla.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Vivoleyendo
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5 de noviembre de 2010
26 de 28 usuarios han encontrado esta crítica útil
En un principio, el tono de "Las mejores intenciones" parece conciliador. Da la impresión de que Bergman pretende plasmar la relación de sus padres de un modo entre romántico y nostálgico, por completo exento de tenebrismos. Así, las discusiones son totalmente inocentes y la confesión de los dos protagonistas de un ramillete de defectos se queda en un mero juego.

Y las miradas (motor indiscutible de la película), como reflejo de todo ello, están cargadas de ilusión. Con ellas, la imagen se vuelve cálida y luminosa.

Sobre esta relación sólo planea, aparentemente, una única sombra: la oposición materna. Este obstáculo no pequeño, externo, es lo que parece separar a los protagonistas de la felicidad absoluta. Una vez salvado, ya sólo queda materializarla. Sin embargo, Bergman abre una grieta inesperada. Para ello se vale de uno de esos diálogos con doble tirabuzón como sólo él puede trazar, pasando imperceptiblemente de una de esas discusiones inocentes a un lanzamiento de cuchillos verbales (con predilección por el "nunca te perdonaré").

En las miradas aparece ahora un poso de resentimiento. Consecuentemente, la imagen se enfría.

Poco a poco, a modo de metrónomo despiadado, y según avanza la convivencia, la película va abriendo la grieta, no externa, sino por completo interna. La dirección de August se ajusta a este cometido como un guante: mecánica y rígida, sin ninguna concesión al adorno ni al espectador, ciñéndose al texto de manera funcional. La música aparece como único y ligero remanso. Mientras tanto, como un martillo pilón, se van acentuando esos defectos que se prometían como un mero juego; crece el "yo, yo, yo". El hielo que inunda el paisaje entra de lleno en la médula de la película.

Las miradas, las pocas veces que se entrecruzan, reflejan una frustración apenas oculta. La imagen se carga de intensidad.

Pero, de repente, August se independiza en el segmento de Petrus. Llega el clímax. La cámara se vuelve ligera, acompasa las intenciones de los personajes, expresadas, cómo no, en forma de miradas. La explosión de la impotencia. La víctima inocente. La cercanía de la tragedia. La gota que colma el vaso.

La imagen es, por fin, puro cine.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
GVD
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8 de junio de 2007
24 de 28 usuarios han encontrado esta crítica útil
Esta es una gran película, la historia que cuenta es de una singularidad cautivadora. Al principio las relaciones entre el teólogo pobre y la culta mujer rica están marcadas por la ceguera del enamoramiento, pero luego se suman más ingredientes a esta sabrosa vivencia de una pareja de enamorados-matrimoniados, como son la pasión que él siente por su profesión o sus creencias cristianas-clericales y la independencia y nivel cultural que ella posee y no puede dejar de lado. ¿Habrá chispas por el roce de esos factores? ¡Ah, contémplenla y descubran la belleza de esta película melancólica, de gran profundidad existencial y ambiente frío de país nórdico-europeo!

Fej Delvahe
Fej Delvahe
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