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España España · Madrid
Críticas de GVD
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Críticas 91
Críticas ordenadas por fecha (desc.)
5
3 de marzo de 2013
17 de 21 usuarios han encontrado esta crítica útil
Se abre un archivo.

Se nos presentan, en planos paralelos, tres elementos:

A. un individuo húngaro, inmigrante en un país sudamericano cuya situación le es indiferente y que sueña con volver a su patria.

B. ese país, en plena crisis y con el pueblo echado a la calle pidiendo la vuelta de una figura salvadora.

C. un poder en la sombra, que está realizando un casting para una misión.

Para tejer el guion, Borau y Drove modelan personajes arquetípicos: el antihéroe cínico y desgradable, la "femme fatale" con peluca rubia, ese Mefistófeles al que da vida un viscoso y espléndido Burgess Meredith... Y, cómo no, en forma de política tela de araña, predomina el fatalismo al más puro estilo cine negro.

Sorprende su rodaje en Madrid, al parecer en lugares muy reconocibles, cuando la impresión que da en todo momento es de país sudamericano. Sin embargo, a pesar de este eficaz aprovechamiento de recursos, la sensación de lugar cinematográfico no se consigue.

Si bien el guion, muy sólido, daba pie a grandes posibilidades atmosféricas, una realización plana y televisiva las acaba frustrando. La película acaba siendo más boceto de grandes intenciones que verdadero dibujo.

Con todo, el contraste del calor de la ciudad con el frío del aeropuerto donde tiene lugar la resolución final está muy conseguido. Los puntos de fuga y las figuras geométricas inundan los encuadres, acorde con la matemática de los intereses privados que se impone en la película.

La misión se cumple: sin individuo, no hay país. En otras palabras: sin A. no hay B. Y por pura y fría lógica el poder de C. está a salvo.

Se cierra el archivo.

[Texto publicado en el boletín nº3/2013 del cineclub macguffin]
GVD
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8
22 de enero de 2013
20 de 20 usuarios han encontrado esta crítica útil
En una escena de "Remando al viento", Percy B. Shelley recibe como regalo de cumpleaños un catalejo para observar las estrellas. Al apuntar al cielo y mirar a través de él, la imagen que le devuelve es la del rostro de Mary. Turbado, huye despavorido y Polidori sale tras él para consolarle:

- Tranquilo, sólo era una pesadilla.
- ¡Pero estoy despierto!
- Nunca estamos despiertos.

Gonzalo Suárez zambulle a sus personajes históricos en un sueño romántico de creación en principio vital y desenfadada. Un sueño de espectaculares planos pictóricos, de música hermosa y envolvente, y de palabras rebosantes de ingenio. La atmósfera gélida del prólogo nos anuncia, sin embargo, un recorrido más hondo y terrible.

Iniciamos una navegación que nos llevará, en caída libre, hacia los abismos de la ficción. Por el camino, el sol desaparecerá poco a poco y la oscuridad ocupará su espacio. Suicidios, accidentes, enfermedades, tempestades... La muerte en definitiva, por ponerle un nombre verosímil, irá devastando todos los proyectos terrenales de una forma sistemática e implacable que no puede sino responder a una lógica insondable y febril. La lógica de un monstruo.

El acierto clave de la película reside en huir de la mitificación de sus protagonistas y emplearlos como herramientas para su genial argumento, dando lugar así a una creación independiente. No se limita a un simple biopic. "Remando al viento" vive más allá de sus fuentes, al igual que Frankenstein vive más allá de Mary Shelley.

Cuando el trayecto finaliza y el frío ya reinante se convierte en hielo, el proceso creativo ha concluido. Atrás quedan ríos y mares, y los autores, mortales, quedan condenados a vagar en el océano. En ese horror solitario es cuando emerge la emoción de la belleza.


[Texto publicado en el boletín inaugural del cineclub macguffin]
GVD
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6
2 de diciembre de 2011
90 de 106 usuarios han encontrado esta crítica útil
Por primera vez, un Cronenberg desconocido toma la contención por bandera. Se ajusta, como aplicado artesano, a un guión de perfecto acabado literario y de narrativa fluida, que regala personajes que funcionan por sí mismos y no por el nombre de los mitos, a lo que Cronenberg responde con actores que interpretan y no sólo se disfrazan. El estilo es delicado, con imágenes cuidadas y pulcras. La película busca combinar lo biográfico, con máximo decoro por las figuras, con lo romántico, apostando por un tono sentido y liviano.

Cronenberg consigue que la película pase como si se descorriese un velo. Y en esa aparente virtud, encuentro su mayor limitación.

Nunca fue especialidad de Cronenberg el dotar de vida al plano, el lograr oxigenarlo y que el espectador respire con él. En su cine, suelo encontrar la imagen encorsetada, y esta vez no es una excepción, pero lo que siempre ha sido su mayor talento, el de la atmósfera febril, aquí ha sido (voluntariamente) descartado. ¿Dónde está la carnalidad y el sexo que tanto pregona su temática? ¿Dónde se transmiten las dudas y el tormento moral de Jung? Desde luego, para mí Keira Knightley no pone lo primero, ni Cronenberg lo segundo.

Entiendo que la película quiera tomar la vía psicológica antes que la atmosférica, pero -exceptuando escenas como aquella en la que Knightley confiesa sus vivencias o el test/interrogatorio por palabras a la mujer- la intensidad se diluye en el fluir del relato. Los sueños, donde la psicología de los personajes podría tener más vida, se limitan a ser piezas del engranaje narrativo. Y quizá por ese respeto por el nombre de los personajes, que sin duda los hace creíbles, pero inevitablemente distantes, también me quedo fuera de la historia de amor, puntal definitivo de la película.

Conste que la apuesta de Cronenberg por la contención me parece mucho más arriesgada que si hubiese optado por el desmelene habitual, y le ha salido una obra muy agradable de ver, pero mi sensibilidad encaja mejor con un tratamiento de la mente más visceral: la descomposición sexual de “Lilith” de Rossen, la paranoia atmosférica de Polanski, la violencia psicológica de Bergman o la zambullida en los infiernos de Lynch.

Los trayectos en cine no han de ser horizontales, de izquierda a derecha, sino verticales, de fuera hacia dentro.
GVD
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9
9 de octubre de 2011
37 de 46 usuarios han encontrado esta crítica útil
La quedada será en un bar cerca de la Filmoteca, pongamos a las 17:30. Las instrucciones para los que ya han estado son claras, y tendrán que transmitírselas a los nuevos: cuanto menos equipaje mejor, y quedan prohibidos brújula y reloj; si tratas de encontrarte, te perderás. Cuidado con las trampas racionales, pues nos podrán expulsar. La línea a seguir será mente cerrada y poros abiertos.

Lástima que en la Zona los caminos no sean rectos.

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Ya estamos. Todo es como lo recordaba. Dejamos el ocre de la realidad por el verde acuoso del paisaje con niebla. Tras ésta, la casa donde está la habitación: nuestro destino. El envoltorio sonoro está poblado de pájaros, de agua y vida, pero también de frecuencias extrañas. Ruidos que sugieren presencias ajenas a la naturaleza pero no a la Zona, un orden oculto que vigila todo cuanto pasa aquí. Tira una tuerca; la excursión ha comenzado.

Nos encontramos con múltiples rastros humanos. Coches y tanques decrépitos, jeringuillas, estampitas, anotaciones, palabra y verborrea. Oímos el eco constante de ciencias y letras enfrentadas, echando un pulso mientras la fe llora, desconsolada, rezando para que la habitación conceda ese deseo que dé esperanza a un mundo que ya no la tiene. Ahora bien, no se cumplirá el deseo que elijamos, sino el que realmente queremos, nuestro más íntimo y quizá oculto. Abriremos la puerta a nosotros mismos... Si nos atrevemos. Hasta aquí la emoción intelectual del viaje (¡era una trampa!), vamos con la emoción corporal, que es la que en verdad me interesa. Tira otra tuerca.

Para permanecer en la Zona tendrán que sacrificarse tesis y moralejas. Si lo conseguimos, la cabeza nos mostrará un campo y polígono industrial rusos, pero el cuerpo habitará en un lugar transformado, por meteorito de genio, en milagro. Se extenderán los túneles, los espacios se dislocarán y el tiempo dejará su trono. Quedará una lógica secreta que no podremos comprender, tan sólo respetar. Última tuerca.

El umbral de la habitación está ya frente a nosotros. El fin de todo esto, la razón última de tanto esfuerzo. A sólo unos pasos. Mente y cuerpo no se pueden contener y piden a coro un clímax de emoción, un sentido. Algo.

Y, de repente, lluvia.

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De vuelta al bar, al ocre. Hemos venido por el mismo sitio de la ida, pero ya no es el mismo sitio. Las 20:11. El cansancio es desproporcionado, tanto para los que entraron como para los que no. De premio, una coda. Se confirma la petición de esperanza, de ilusión que nos salve a todos. Nos piden que creamos. ¿En Dios? ¿En la humanidad? No lo sé, pero yo lo tengo claro.

Yo creo en la Zona.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
GVD
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10
9 de septiembre de 2011
26 de 27 usuarios han encontrado esta crítica útil
La relación entre cine y realidad puede dar como fruto dos opciones: que el uno trate de ceñirse a la otra al máximo, o que, a partir de ella, cree espacios cinematográficos. Si lo primero se consigue, el espectador tendrá la sensación de verosimilitud absoluta, mientras que si es lo segundo éste se encontrará en un mundo nuevo, en cierta medida emparentado con la realidad, pero ajeno a ella.

Rara vez se logra la unión de ambas posibilidades. Y eso es lo que obra Ozu en "La hierba errante".

Desde el primer al último fotograma, se sirve de un estilo que se mantiene invariable y hermoso, un estilo que jamás hace ostentación con el espectador y siempre invitación. La geometría y el color de cada plano permiten intuir esfuerzos enormes en su preparación, y, sin embargo, según van sucediéndose éstos, sólo se observa fluidez y sencillez en su transcurso. Las transiciones de cada escena, lejos de suponer un trámite, están cargadas de belleza, perfectamente coreografiadas. Hojas de periódico, briznas a la luz de una lámpara, el tictac de un reloj, niño y anciano durmiendo... En esos instantes se siente palpitar la vida.

Y el componente humano. Los personajes no aparecen en la escena, sino que ya estaban en ella. La cámara parece sorprenderlos en todo momento, envueltos en pequeñas tramas, tan sencillas como las transiciones, no buscando el estallido sentimental, sino la emoción reposada. Emoción que acaba por inundar.

Cuando vemos esta película nos encontramos en la realidad cotidiana, realidad que sabemos que puede ser disonante, triste y vacía, y que, con el estilo de Ozu, se transforma en un universo armónico, bello y pleno.

Cine y vida se entrelazan de un modo que sólo un genio puede lograr.
GVD
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