La herida luminosa

Desde hace varias semanas ha vuelto “El programa de Garci”, como le conocen sus amigos. En esta ocasión es en una conocida televisión autonómica. Si tienen oportunidad de verlo, no lo duden, háganlo. Podrán ver a un hombre que después de tantos y tantos años en la profesión sigue entusiasmado con el cine como el primer día. Ya les digo que en España no quedan muchos así. O se vuelven estúpidos, o creídos o simplemente les interesa más la política. A en cambio Garci le sigue interesando la cultura, esa palabra carente de contenido para muchos pseudointelectuales de camiseta y pancarta que viven de esto por el morro en la piel de toro.

Con “La herida luminosa”, Garci quiso en su día ser coherente, fijarse un camino y seguir por él. Es la constatación que después de “Canción de cuna” estaba dispuesto a seguir fiel a sí mismo y llevarnos a una España que muchos recuerdan pero que nadie toca con la misma sutileza, clase y objetividad que el madrileño.

Un melodrama muy bueno que si fuera americano, sería tres veces más tonto y tendría tres puntos más de nota en la web, pero como es español y no es de la cuerda “guay”, pues está decapitado.

Resaltar a unos actores en estado de gracia. Un gusto por el detalle en los decorados inmenso, y en definitiva que aunque no sea lo más redondo de Garci, sí es una vez más, esas películas que pacifican el alma, los nervios, y que convierte a las valerianas en LSD en comparación con el deleite de sentir y disfrutar “La herida luminosa”.

Dos notas más. La película está basada en una novela de un autor catalán, y lo más importante su mensaje no es feminista, sino que echa un capote al hombre, en un momento que está siendo empujado al acantilado. Se agradece.

Nota: 6,6.

Efectivamente, esta película habla de una herida luminosa que hay que saber captar. El gran conocimiento de la realidad española de mitad del siglo XX y su magistralidad al saber plasmarlo en una cinta cinematográfica, una vez más deja perplejos a los que le tienen antipatía y nos encanta a los que le profesamos simpatía.

Destaco estas filosóficas palabras del contenido argumental de este film, que dedico a quienes no entienden (¿cómo van a entender si sus prejuicios sobre lo malo y lo bueno están encapsulados ideológicamente?):

«El mundo está lleno de gente buena que no cree lo mismo que tú y que yo.»

Fej Delvahe

La crisis de un matrimonio compuesto por un prestigioso cardiólogo (Fernando Guillén) que tiene una amante y su mujer (Sampietro). Ambos tienen una hija joven (Cayetana Guillén) que se ha metido monja y que padece una misteriosa enfermedad, y es ella quién buscará la reconciliación de los padres, incluso antes que la suya propia con su padre.
De este argumento ya realizó Tulio Demichelli una película en 1956, solo que sustituyendo el personaje de la hija monja por el del hijo sacerdote. "La herida luminosa" es un argumento acorde con el cine del inamovible Garcí: de estilo premioso y cuidados aspectos artísticos, dónde parece faltarle un empujón en algunos momentos para derramar todo lo que quiere decir; un cine ideológicamente conservador, basado en la tolerancia y en las miradas hacia atrás sin ira, llevado al terreno concreto de la película, esto le permite aquí su sempiterno homenaje al cine clásico, también a la radio y las radionovelas, y una reflexión melodramática del perdón, la reconciliación, el alma y el cuerpo, la confección de un confesionario de cine correcto, de buen gusto, incapaz de molestar exacerbadamente a nadie, pero también ineficaz para exacerbar gratamente a nadie. Las magníficas interpretaciones ayudan a la buena consideración final de la película.

Variaciones sobre un folletín.
El culebrón de Jólivud con Roc Judson y Janet Güiman haciendo el gamba entre accidentes, cegueras y amores despelotados.
El despiporre radiofónico español con José Alfonso y cía en las voces de Matilde Conesa y otras sagradas glorias de la España antigua.
El delirio de Garci con monjita, padre felón y madre témpano. Con amantes, soponcios, África a la espera, criadas buenas (tratadas con un condescendiente ternurismo que repatea y rechina o la lucha de clases era otra cosa), quinielas y otras parecidas o sonadas alegrías.
Buena puesta en escena, ambición de estilo, perfeccionismo formal, oscuridad (en busca de luz, contraste buscado), sobriedad y buen hacer. Se deja ver, se aplaude el esmero y la artesanía. Incluso se reconoce el valor de recuperar una historia arcaica y milagrera. Quizás no se aprecie tanto el chirrido, así amenaza, o tal vez bostezo y ganas de sueño, que surgen de juntar una trama desmadrada y muy forzada, cursi, inflada y enfebrecida, un tanto imposible y al límite del ridículo (frontera seguramente sobrepasada de, poco, tapadillo) con un tono de unción Bergmaniano y clerical, ascéticamente espiritual y desmelenadamente rigorista. Mucho más claro: se tensa el sustrato hasta convertirlo en fosfato.

Garci es un maestro contando historias. Su cámara reposada, nada nerviosa, sus planos largos sin prisas y sus primeros planos, dilatados en el tempo al modo Bergman, soportados por grandes actores, junto con su hábil combinación con el manejo oportuno de las elipsis, hacen del carismático director un clásico del cine español. Por esto mismo, está minusvalorado por algunos sectores, al considerarlo conservador y conformista. Sin embargo su cine no tiene nada de apastelado. Fácilmente se confunde la fidelidad al estilo clásico con la falta de originalidad, al no ser agresivo, salido de tono, subrealista o desmadrado, en una época en que cualquiera hace una producción con un "smartphone" (con todos los respetos). A quienes les gusta Truffaud o Eric Rohmer, les gusta Garci. En la película, queda poco de la obra original de Josep Maria Sagarra. El espíritu inicial queda completamente trastocado, pero se perdona. También se perdona la poco creíble negligencia científica del médico protagonista. El trabajo de los actores es excelente. En especial destaca el duelo entre Fernando Guillén y su hija Cayetana, en su papel de monja hermana misionera, totalmente convincente y conmovedora. Buen cine para quien lo sepa apreciar.