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Primavera tardía

Drama Noriko vive con su padre viudo y cuida de él, pero ya va siendo muy mayor para permanecer soltera. Su padre desearía casarla, aunque ello represente su definitiva soledad. Lo malo es que el candidato a matrimonio se casa con la mejor amiga de Noriko. Su tía Masa le presenta a un joven a su pesar. (FILMAFFINITY)
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Críticas 32
Críticas ordenadas por utilidad
15 de junio de 2006
130 de 139 usuarios han encontrado esta crítica útil
Tiene Ozu la extraña virtud de captar algo tan impalpable como, voy a decirlo, la vida.

Sólo puedo definirlo así. Una tenue nostalgia recorre su cine, desecha lo superfluo y se apodera de los fotogramas con sencillez. Con el japonés descubres la melancolía reptando y respirando plácidamente junto al resto de personajes; y con la melancolía aparece el tiempo y con éste, ineluctablemente, la vida.

Algunos cineastas retratan, otros cuentan, otros fascinan, otros muestran, otros conciencian... Ozu “capta” (evidentemente muchos hacen varias cosas a la vez pero es otro tema).

Bellísima composición de planos. Con semejante maestría mover la cámara sería redundante.

Tiene, en mi opinión, algo que ver con maestros como Ford. La capacidad para la concisión, para captar lo elemental sin énfasis, sin hipérboles... La mejor forma (y quizás única) de detener el flujo de nuestro ciclo vital para reflexionar en un canto agridulce a la vida y, más que a la vida, a la tristeza que provoca nuestro sometimiento a ese elemento cruel que es el tiempo. La habilidad del que, más que reconstruir, recapitula. Y ni siquiera es importante que el argumento de la cinta verse sobre esto. Voy más allá del argumento, como hace Ozu y como hacen los grandes directores.

Lamento no poder explicarme mejor.
Bloomsday
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4 de noviembre de 2005
89 de 92 usuarios han encontrado esta crítica útil
Con esta bellísima película Ozu inaugura el ciclo que definitivamente le consagra como uno de los más grandes cineastas de la historia.
Son trece admirables películas —la mayoría, obras maestras—, trece eslabones que avanzan inexorablemente hacia la depuración temática y estilística que identifica el llamado “sistema Ozu”: pequeños dramas domésticos narrados con planos fijos a la altura de un hombre sentado.
El actor y la actriz fetiches de Ozu, Chishu Ryu y Setsuko Hara, son padre e hija en esta Primavera tardía, donde no hay más trama argumental —como sucederá con frecuencia— que la boda de la hija y la consiguiente soledad del progenitor.
Conozco pocas películas que sean capaces de transmitir una intensa emoción desde su inicio mismo, cuando todavía no sabemos nada de los personajes ni la acción propiamente ha arrancado. Me sucede con el prólogo de El hombre que mató a Liberty Valance y también con Primavera tardía; los encuadres, su cadencia rítmica y la música transforman la escena inicial de la ceremonia del té en un mágico instante de profunda emotividad.
Todo se transforma en esta película: un jarrón o una fruta mondada se convierten en algo más de lo que aparentan. Ozu extrae poesía de los detalles más nimios; un trayecto en tren de padre e hija, una excursión en bicicleta de ella con un amigo —moviendo, esta vez sí, la cámara con más elegancia que nunca—, los avatares durante una representación de teatro Nô o el postrero viaje a Kioto de los protagonistas son, entre muchos otros, momentos privilegiados de una obra hermosa y sentida como pocas.
Quim Casals
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5 de septiembre de 2010
39 de 41 usuarios han encontrado esta crítica útil
Yasujiro Ozu, como es habitual en él, nos presenta una película donde el tema central es el miramiento de los mayores por casar a una joven que va camino de la treintena. Ella no se quiere casar por no dejar a su padre solo, y el padre quiere que su hija se case y siga su evolución sin resultar una carga, una rémora en el transcurrir existencial de su descendiente.

Parece ser que en los años treinta-cuarenta del pasado siglo XX casar prontamente, lo antes posible, a una hija que alcanzaba la mayoría de edad, era una obsesión de las familias japonesas con hijas. Ozu incide en esto una y otra vez en sus películas.

Es triste, pero es la ley de la vida, que los padres acaben quedándose solos, dado que los hijos una vez criados deben abandonar el nido paterno-materno y fundar sus propias familias.
Es un aspecto lógico de la vida.

Por más que Noriko, la querida hija del profesor de universidad protagonista de esta película, le ruega a su padre que no intente separarla de él incitándola a casarse, el progenitor insiste por el bien de ella y por su felicidad. Ante el razonamiento del padre que quiere que ella se comprometa matrimonialmente para que así sea más feliz, la hija argumenta con una máxima contundente que quedará en la historia del séptimo arte como una sentencia de oro: «Me niego a creer que el matrimonio pueda hacerme más feliz de lo que soy.»

”El sabor del sake” (Japón 1962), la última película rodada por Ozu, era más o menos parecida a esta “Primavera tardía” —también se le parece en el tema, aunque un pelín menos, el otro filme de Ozu, “Otoño tardío”, Japón 1960—, pero ambos filmes tienen su encanto, su enorme sensibilidad y su gran elaboración merecedora de discernimiento. “Primavera tardía” en blanco y negro y “El sabor del sake” en color, son dos películas muy similares del director Ozu, dos magníficas variantes de un mismo tema.

Además de todo esto, son mencionables los detalles tan llamativos de atención que Ozu expone en sus filmes: siempre la sana y aseada costumbre de quitarse los zapatos en el pórtico de la entrada a las viviendas, siempre la costumbre tranquila de tomar sake, siempre las doblamientos de troncos corporales en señal de respeto ante quien se tenga delante y luego también algunos detalles muy significativos de la posguerra japonesa y el dominio del EE.UU. vencedor en la vida cultural del Japón como por ejemplo un cartel de ruta en la carretera que indica “Beba Coca Cola”.

Fej Delvahe
Fej Delvahe
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24 de marzo de 2009
32 de 32 usuarios han encontrado esta crítica útil
No hay mayor cineasta clásico que Ozu y sin embargo todos sus planos están rodados prácticamente a ras de suelo. Al principio te choca pero luego te das cuenta que nunca están contrapicados. Y es que la vida japonesa se hace en el suelo, y no hay sitio más realista donde colocar la cámara que a la altura del "chabudai".

Nadie mejor que Yasujiro ha reflejado la cultura nipona de después de la Segunda Guerra Mundial. Una sociedad herida y derrotada que tiene que construir todo de nuevo. Y muchas cosas no serán como antes. La modernidad ha llegado y tiene que adaptarse a las ancestrales costumbres japonesas. Y eso se refleja en cada poro de “Primavera Tardía”, que habla con nostalgia de los tiempos pasados, pero siempre con una sonrisa. Con resignación pero sin pesadumbre. Ese es uno de los secretos de este pueblo milenario: el saber mirar para atrás pero sólo para aprender (y comprender) para mejorar en el futuro.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Favio Rossini
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7 de junio de 2008
35 de 41 usuarios han encontrado esta crítica útil
El minimalista Yasujiro Ozu, junto con otros grandes como Kenji Mizoguchi, demostró que en el cine de Japón hay mucho más que artes marciales, samurais, yakuzas y vendettas. Quizás se deba a esos estereotipos que desde pequeños los medios nos suelen inculcar, porque la idea que yo tenía en mi niñez de la industria cinematográfica nipona giraba en torno al kung fu, el karate, las katanas rebanando cuellos y el anime y el manga básicamente violentos, salvo excepciones como “Heidi”, “Marco”, “Candy Candy”, “La flor de los siete colores” y poco más. Incluso tengo inculcado el prejuicio de que todo el cine de Akira Kurosawa es violento, aunque ya me he apercibido de que no es cierto, y me he prometido ver alguna película suya que seguramente no será la explotada “Los siete samurais”.
Cuando he descubierto el universo personal de Ozu y de Mizoguchi, se me han abierto las puertas a lo mejor que el séptimo arte es capaz de producir. Y me parece lamentable que yo antes nunca hubiese oído hablar de estos impecables realizadores.
Las historias de Ozu no se desvían de lo corriente, de lo que podríamos observar si nos introdujéramos en una casa japonesa de mediados del siglo pasado y nos pusiéramos a espiar a sus moradores.
Retratando el universo de la familia, con la sencillez y el acierto a los que muy pocos se dignarían dirigirse en ese afán generalizado de centrarse en temas fantasiosos, adrenalíticos y grandilocuentes, Ozu consigue tomar el atajo más directo hacia la empatía de las personas corrientes que viven dedicadas a sus familias y a sus hogares, personas trabajadoras cuyas metas son las de cualquier miembro de las clases humildes y medias que suelen crecer con los valores de la familia, el sustento y la búsqueda de la felicidad basada en la plenitud que proporciona saberse rodeado de personas a las que se quiere, aunque no se posean grandes riquezas materiales.
Ozu coge su equipo de filmación y lo traslada al interior de hogares japoneses de posguerra. El país considerado más oriental del planeta se recupera de la terrorífica Segunda Guerra Mundial, y la modernidad se va instalando entre las tradiciones. A mí me resulta fascinante, como ya me sucedió en “Cuentos de Tokio”, contemplar la convivencia tan natural entre costumbres ancestrales y adquisiciones occidentales recientes. Tanto le daba al japonés o a la japonesa corriente vestirse con las modas de diario y ceremoniales que se han llevado durante siglos, como ponerse prendas típicamente occidentales.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Vivoleyendo
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