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The Yakuza Papers, Vol. 4: Police Tactics

Acción. Drama. Thriller Cuarta entrega de la saga "The Yakuza Papers" de Kinji Fukasaku. En esta ocasión los grupos yakuza se verán cercados por la policía y la prensa, debido a las protestas sociales de ciudadanos de a pie en contra de los altos niveles de violencia callejera que se vivían en ciertas ciudades japonesas durante la década de los 60. (FILMAFFINITY)
Críticas 3
Críticas ordenadas por utilidad
10 de agosto de 2009
6 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
Cuarta entrega de la esencial saga “The Yakuza Papers” que desata los elementos latentes en “Proxy war”, con la guerra entre bandas arrasando Hiroshima y la reacción policial, provocada sobre todo por la proximidad de las olimpiadas de Tokyo en 1964, y ciudadana ante la desquiciada escalada de violencia callejera y la necesidad de mantener las cosas dentro de un orden (curiosamente Fukasaku daría al año siguiente la visión de la misma época desde el punto de vista de la policía en “Cops vs. Thugs” con Bunta Sugawara cambiado de lado pero igual de insobornable). Se extrema el carácter de crónica de sucesos y el tono documentalista con una enumeración constante y vertiginosa de cafradas que ayudan al espectador a no perderse entre la complejidad de las relaciones y la velocidad de las acciones, con la puesta en escena de las escaramuzas callejeras más salvajes jamás vistas (atención a la nariz rebanada), con los actores y la cámara poseídos por una especie de euforia demente que les hace moverse entre espasmos y berridos. Pese a que la cantidad de personajes y peripecias esté en el límite de lo manejable, Fukasaku se arregla para no perder el carril de la historia, equilibrando la calma y la furia y recuperando el pulso vivaz y frenético en el retrato de la época, los clubes, las calles y los tipos, esos “gangsters” de traje y camisa hawaiana, amenazadores y estúpidos, terroríficos y descerebrados, mangoneados por unos jefes mezquinos, cobardes y traicioneros, además de añadir detalles tan sutiles como el sugerido enamoramiento homosexual entre dos de los matones o apuntar (aunque luego no lo desarrolle) algo sobre el papel de la prensa y la figura del “yakuza” como celebridad social. No falta el humor negro, ni la ironía, sobre todo por que tanta matanza no vale para nada tal y como simboliza ese cierre soberbio, una conversación en la cárcel entre el cansado Hirono y Takeda (el estiloso Akira Kobayashi), con un frío que pela y los pies descalzos, reflexionando sobre el cambio de los tiempos y desnudando la miseria y falta de honor al que ha quedado reducido su oficio, todo mostrado con una sencillez y hondura que extirpa cualquier tipo de romanticismo o mitificación.
Adrián Esbilla
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15 de octubre de 2011
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Cuarta entrega de la excepcional pentalogía Yakuza Papers, la cual es una consecuencia directa de los hechos narrados en el anterior episodio. Habrá gente que a estas alturas achacarán a Kinji Fukasaku y a sus guionistas un estilo documental y feista muy poco cinematográfico, nada más lejos de la realidad, lo que realmente consiguió el realizador japonés apoyado por un guión perfectamente documentado y un uso de la violencia que irrumpe de manera tan brutal como si se tratará de la realidad, con una puesta en escena tan caótica, como si la cámara estuviera en manos de los actores, una saga de películas con una complejidad y profundidad que ya quisieran las producciones actuales de Hollywood en 3d. Es en esta parte de la historia en la que Japón empezaba un gran resurgimiento económico y el año de los juegos olímpicos en la que se nos narra a modo de sub-trama que entronca con la historia principal de la serie, la amistad entre un jefe de un pequeño grupo Yakuza y un adolescente criado en una de las destartaladas casas del barrio de la bomba atómica de Hiroshima. Tambien en esta entrega tenemos el fatal reencuentro de una antigua prostituta y su chulo, como si se tratara del mejor cine negro y también es en esta entrega la que se confirma al jefe Uchimoto como una vergüenza para la Yakuza, incapaz de defenderse ante cualquier situación, no así como Yamamori que aprovecha incluso su cobardía, para manipular a sus hombres.
Quizás es este el film que mejor entronca con el anterior y el posterior y último capítulo de una saga que fue un punto y a parte en la historia del cine japonés, con una forma de narrar novelesca, al lado de esta serie casi cualquier película de autor europeo actual parece sosa.
pacozappa
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10 de julio de 2017
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Se alzan las voces de los ciudadanos, descontentos, hartos de la visceral escalada de violencia en las calles de Hiroshima.
Ahora los perros de su submundo no sólo han de enfrentarse entre ellos, sino con las fuerzas policiales que se dedican a perseguirlos. La guerra contra la sociedad ha comenzado...

Seguramente nadie sea capaz de entender el ritmo de trabajo al que fueron sometidos Kinji Fukasaku y Kazuo Kasahara cuando la productora Toei les encargó proseguir adaptando las crónicas sobre el universo de la yakuza del periodista y autor Koichi Iboshi tras el inmenso éxito de taquilla cosechado por una 1.ª parte llamada "Jingi Naki Tatakai". El primero no tuvo tiempo de considerar otro proyecto y sin esperarlo (ni recibir el apoyo de los ejecutivos de la compañía) se vio inmerso en las batallas de los gángsters de la Hiroshima post-2.ª Guerra Mundial.
A Kasahara, que cuando aún no se había terminado de filmar una entrega los de Toei le exigían escribir la siguiente, ya se le estaban empezando a quemar los circuitos y no tardaría en abandonar el barco dejándole la labor a Koji Takada. Los hechos de la 3.ª y la 4.ª entrega se enfocaban en las sangrientas luchas en Hiroshima, que tanto había estado evitando relatar en las anteriores, pero debido a los argumentos tan complicados y enmarañados que acometió se vio obligado a partir la historia en dos películas, de tal modo que "Chojo Sakusen" sigue con lo dejado a medias en "Dairi Senso", sin grandes elipsis temporales.

Nos ubicamos en esos años '60 que, bajo el auspicio de las enormes revueltas por los tratados entre el ministro Kishi y el presidente Eisenhower, han amanecido convulsos, agitados, con los compatriotas nipones ansiosos por la celebración de los Juegos Olímpicos y el drama de ver las calles de las principales ciudades teñidas de la sangre de jóvenes gángsters que se matan sin control por la codicia de sus oyabun, todo ello mientras la economía y la industria viven un gran resurgimiento. Así, Fukasaku y Kasahara desvían por primera vez su mirada hacia el pueblo, para ver qué sucede fuera del hermético microcosmos de la yakuza.
La policía, a la cual se le había negado su participación, se hace con el protagonismo de la historia, si bien sus actos siempre serán insignificantes y ridículos; Fukasaku desangra a las fuerzas del orden de su país, impotentes ante el poder de los señores del submundo. Pero toda la atención recae ahora sobre Shozo y su familia, que vilipendiada cada vez más (por llevarles la contraria y no aliarse con ninguno) se convierte en el blanco de los grandes clanes y de otras familias, como la de Yamamori y Uchimoto, alzados importantes jefes; pero en esta entrega director y guionista cambian sus perspectivas sobre cómo relatar estas crónicas.

Si en la anterior primaba la abundancia de intrigas, encuentros formales y enmarañadas discusiones acerca de las lealtades y las traiciones entre unos y otros, ahora la acción tiene a bien desarrollarse en menos interiores y más exteriores, pues las intenciones son deshacer, y de la forma más febril, visceral y salvaje, los densos cabos que aún estaban atados. Ahora la guerra se debate en menos izakayas, salones y clubs y más a pie de calle, con cada áspero enfrentamiento filmado con el usual frenetismo agobiante del director (reflejo del nervioso ritmo de la producción).
Aunque la atención recaiga sobre Shozo y sus chicos, no se abandona el marco de "película coral", siendo cada individuo un engranaje vital en una trama donde una línea de diálogo perdida es fatal para comprenderla en toda su plenitud. Contemplamos también la insurrección de los shatei y los kyodai contra sus jefes, que operan a sus espaldas y les traicionan, y pequeños personajes como Hayakawa, Takeda, Makihara, Eda o Fujita, cada uno con sus ambiciones, adquieren más protagonismo; incluso Shozo está dispuesto a traicionar sus viejos vínculos y su sentido del honor (algo que nunca había hecho) para ganar en esa guerra tan despojada de moral, fidelidad y rectitud...de los tradicionales códigos yakuza.

Pero lo que más identifica a esta parte es la inclusión de esos ciudadanos exaltados, dispuestos a echarse a la calle para protestar por una seguridad desaparecida desde la capitulación de Japón en la 2.ª Guerra Mundial y la posterior ocupación norteamericana, de esos agentes de policías atados de pies y manos o sobornados que no pueden sino lanzar ahogadas represalias a unos yakuzas ignorantes y orgullosos. De nuevo falla Kasahara al enviar (y muy pronto) a un Shozo cansado y derrotado a las profundidades de una prisión dejando el campo libre a los demás.
Y es que la presencia de Bunta Sugawara irradia tal energía y dureza que uno no puede evitar ver cómo encogen los demás miembros del reparto cuando él está en pantalla; le siguen acompañando unos buenos Akira Kobayashi, Hideo Murota, Shingo Yamashiro, Asao Koike en un papel desgraciadamente desaprovechado y un Hiroki Matsukata magnificado por su rol de Fujita (otro personaje clásico de las "Batallas" arrastrado por su miseria hacia un final trágico, como los de Shoji Yamanaka y Takeshi Kuramoto). En cuanto a mujeres, poco pueden hacer o demostrar en estas películas tan inopinadamente masculinas...

La escalada de violencia del grupo de Shozo acabará en un colofón triste y magistralmente filmado por Fukasaku con éste y Takeda soportando, ambos en sandalias, el frío en un pasillo oscuro de la cárcel donde el primero será encerrado por largos años. Desgraciadamente, su presencia en la entrega final será tan invisible como la del guionista.
Tras la original, "Chojo Sakusen" es la mejor de la saga, con instantes tan brutales como el asesinato en los jardines del balneario o la pelea entre los hombres de Yamamori y Uchimoto, perdidos en la confusión tras la llegada de la policía, haciendo gala Fukasaku una vez más de su sentido del humor negro entre ráfagas de abrasiva violencia.
Chris Jiménez
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