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Críticas de Adrián Esbilla
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Críticas 93
Críticas ordenadas por fecha (desc.)
3
5 de agosto de 2010
4 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
Mediocre muestra del más que interesante thriller serbio de los 2000, al que desmerece, ya que no supera, cualitativamente, el nivel medio de cualquier subproducto excedentario internacional dirigido al mercado del DVD o a la televisión. Se salva por su intrigante inicio y algún detalle aislado (los uniformes de los tres ejércitos, Yugoslavia, Serbia y Montenegro y Serbia, en el armario del protagonista, por ejemplo) pero malgasta una anécdota argumental no por tópica menos sugestiva y con ciertas posibilidades en el caso de haber sido guiada con algo de músculo. El resultado carece de solidez (con un planificación, iluminación, etc... según patrones totalmente estandarizados) y no va más allá de ser un mixto de “El caso Bourne” y “Memento” aderezado con la expiación de los demonios post-bélicos hasta desaguar en un final directamente vergonzante. Sin sorpresas de ningún tipo, obvia, progresivamente formularia, mal interpretada (a excepción del ubicuo Bogdan Diklic, veterano actor de enormes recursos y exactitud expresiva) y con una banda sonora indigna de un film profesional.
Adrián Esbilla
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6
22 de julio de 2010
19 de 20 usuarios han encontrado esta crítica útil
Resulta llamativo que una película tenga su principal interés y su mayor carencia exactamente en el mismo sitio. En este caso en su estructura narrativa. El estilo impresionista, a base de cuadros dramáticos casi independientes pero interconectados entre si por los personajes, que ya viene dado por la excelente base literaria de la novela de Joseph Wambaugh en la que se basa. El autor, antiguo policía todavía en servicio cuando publicó en 1971 este “Los nuevos centuriones”) y renovador de la novela policial a base de una autenticidad documental que destilaba las enseñanzas de los chicos de la comisaría 87 de Ed McBain para mezclarlas con la nueva percepción que la ficción norteamericana estaba ofreciendo sobre las fuerzas de la ley en un periodo pantanoso de pesimismo vital y dudas morales, plantea un fresco de relaciones alrededor de una serie de novatos que durante cinco años aprenderán lo que es, de verdad, el trabajo policial y como este afecta a sus vidas personales y a su percepción del bien, de la ley y de todo lo demás.
Esto funciona a la perfección sobre el papel, el vértigo de la narración, la multiplicidad de puntos de vista, la repetición de rutinas, el conocimiento y complicidad que el lector establece tanto con los personajes como con su entorno resulta muy difícil de traducir cinematográficamente y aunque Fleischer lo intenta y parcialmente lo consigue (todo lo que atañe al excepcional personaje y actuación de George C. Scott), es, esta misma cualidad de tapiz humano y geográfico lo que hace chirriar un film que se mueve entre la lucidez y el canto al uniforme. Perdido, a veces, en meandros sentimentales, carente de vértigo, indefinido en cierto sentido por culpa de pequeñas historias que no se concretan en algo consistente y en personajes que apuntan valor pero se quedan en eso. Así y todo merece la pena recuperarlo y no le faltan buenos momentos, consistentes actuaciones y una voluntad de no revolcarse en la sordidez sino de buscar una mirada ecuánime, honesta.
Adrián Esbilla
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7
6 de julio de 2010
15 de 16 usuarios han encontrado esta crítica útil
Una de las mejores películas de uno de los directores más injustamente olvidados de su tiempo, Phil Karlson. Maestro del cine más intenso y más barato que adapta en esta ocasión una novela de George Simenon (que desconozco). Un esplendido Richard Conte es un hombre de negocios, antiguo contable del Sindicato del Crimen lastrado por todo tipo de lazos afectivos con el jefe de la organización para la que aún trabajan sus hermanos. Cuando estos fallen en un trabajo, Eddie Rico será reclamado para buscarles. A partir de aquí comienza una carrera frenética hacia la nada, fatalismo americano y culpa de serie-b. Karlson afila un film moral, penetrante y vertiginoso sobre la manipulación, la traición, la maldad y la búsqueda de la redención. Sobre como el pasado se arrastra como una lápida encargada por anticipado.
Violenta (incluyendo un sorprendente disparo en el cráneo), demoledora y abrasiva. Tanto que casi se le puede perdonar su pactista final (imposible eludirlo en la época por otra parte), un reducto de esperanza instantánea, tanto para el espectador, saturado de tanta amargura, como para el propio protagonista, inductor de la muerte de todos aquellos a los que intentaba salvar.
Adrián Esbilla
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6
6 de julio de 2010
9 de 9 usuarios han encontrado esta crítica útil
Un perfecto ejemplo del cine político de la convulsa Italia de los años de plomo y la "estrategia de la tensión" de la mano de un Marco Bellochio que destripa minuciosamente el funcionamiento de una prensa corrupta en proceso de putrefacción moral, fijándose en los entresijos de la manipulación realizados, no desde la grosería ideológica que se desactiva a si misma al caer prácticamente en la parodia, sino de la sutileza de una carcoma cerebral vestida de orden intachable. Así el asesinato y violación de una joven será instrumentalizada mediante la fabricación de un culpable “ad hoc”, transformando lo circunstancial y plausible en verdad inquebrantable y perfecta.
Mediante una estética que se acoge a un estilo verista (con un cierto abuso del material de archivo), que se pretende urgente y fiero pero termina por resultar plano, casi televisivo. Pese a que la dirección ofrezca poco en cuanto a puesta en escena y planificación –la parición de Volontè directamente desde la oscuridad en el tramo final, la cruda conversación con su esposa, la transición que muestra en crimen real y la estupenda panorámica que sigue el intento de huida de la muchacha- la escritura lo compensa, esquivando en lo posible la tentación del didactismo y acogiéndose a la presentación de unos personajes siempre ambiguos. En ese sentido es ejemplar y memorable el protagonista que compone con su intensidad habitual el gran Gian Maria Volontè, un personaje tortuoso y siniestro, extrañamente lúcido.
Lástima que a Bellochio no le alcance el talento porque entre manos tenía la posibilidad de realizar su “El estrangulador de Boston”, un fresco de un momento, de una sociedad, a través de sus crímenes. Los físicos y los éticos.
Adrián Esbilla
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6
6 de julio de 2010
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
“Bloody Territories”, sin ser en absoluto un film memorable, tiene un doble interés, por una parte la garantía de diversión, ritmo y estilo que supone el cine del Yasuharu Hasebe de los 60 y primeros 70, cuando era uno de los realizadores abanderados del cambio estilístico emprendido por la Nikkatsu a mediados de los 60. Por otra la oportunidad de encontrar un género, el “yakuza eiga” en este caso, justo en su momento de cambio, debatiendose entre romper los últimos lazos con el “ninkyo eiga” y su concepción romántica del fuera de la ley, o lanzarse al abismo que a mordiscos estaba a punto de abrir el nuevo “jitsuroku eiga”, las películas basadas en la crónica negra con las que Kenji Fukasaku y la Toei cambiarían el género de arriba a abajo.
En esta encrucijada histórica radica lo más interesante de una cinta en absoluto despreciable por si misma, pero sobre la que pesa demasiado esta indefinición. Algo a lo que no es ajeno el carácter de vehículo para el cambio de imagen de un progresivamente endurecido Akira Kobayashi, aquí el último yakuza con código en un universo crepuscular.
Por lo demás una historia farragosa de clanes enfrentados que narra la conversión del crimen organizado en asociaciones empresariales. Tocada por un desmayo de ritmo en la parte central que Hasebe sortea con su poderoso estilo visual y apurando un desaforado sentido del melodramatismo que desembocará en un tercio final, este si, apoteósico. Haciendo cumbre en el enfrentamiento a cuchillo y traiciones que aprovecha espléndidamente el decorado de la oficina y las escaleras de un enorme edificio moderno en contraste directo con un climax nocturno y callejero que mezcla la sangre con el agua.
Adrián Esbilla
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