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El repartidor de hielo

Drama Adaptación de una obra teatral del dramaturgo americano Eugene O'Neill. En una taberna se reúne un grupo de gente desesperada: parásitos, inadaptados, revolucionarios frustrados, alcohólicos y prostitutas que ahogan sus penas en el alcohol y hacen disparatados planes de redención. Sin embargo, la llegada de Hickey (Lee Marvin) los saca de su letargo: él les demuestra que son precisamente sus fantasías las que les impiden vivir en paz ... [+]
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Críticas 7
Críticas ordenadas por utilidad
17 de julio de 2005
26 de 28 usuarios han encontrado esta crítica útil
La American Film Theatre presenta la versión de la obra cumbre d'Eugene O'Neill adaptada por el guionista Thomas Q. Curtiss y dirigida por John Frankenheimer. En la trastienda de un bar se reúnen los componentes de un grupo de alcohólicos, vagos, fracasados, derrotados, radicales e inadaptados, que ahogan sus problemas en la bebida y en la creación de fantasiosos planes de redención. Cuando llega Hickey (Lee Marvin), al que todos esperan en vela, éste con su palabrería y su poder de convicción, les argumenta que las ilusiones y los sueños son el obstáculo que les impide estar en paz con ellos mismos y, por consiguiente, la reinserción en una vida normal. Estas palabras mueven a los atónitos oyentes a dejar de lado sus ilusiones y proyectos (sus castillos en el aire). Las consecuencias se advierten pronto: caen en una situación de postración y desesperación. En una aparición posterior, Hickey defiende la necesidad de que las personas construyan sus castillos en el aire para poder liberarse del sentido de fracaso y de la constatación de la propia ruina personal.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Miquel
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30 de marzo de 2010
23 de 24 usuarios han encontrado esta crítica útil
A principios de los setenta, el productor independiente Ely Landau, quien ya había realizado programas de teatro para televisión, así como producido algunos títulos de cine independiente ("El prestamista" o "Larga jornada hacia la noche", esta última una adaptación de Eugene O'Neill, dirigidas por Sidney Lumet), inició el ambicioso proyecto de adaptar grandes obras teatrales al cine; nacía así el American Film Theatre, del que esta película constituye un soberbio exponente.

Dirigida por John Frankenheimer, y contando con uno de los mejores repartos posibles en aquella época, el filme constituye una fiel adaptación de la obra original de O'Neill, en la que un grupo de fracasados, gandules, revolucionarios frustrados y prostitutas, alcohólicos todos ellos, se reúnen en una taberna a rumiar sus desventuras y a ilusionarse con un futuro mejor, el cual sólo existe en el fondo de sus botellas. La llegada de Hickey, un parroquiano habitual, les despierta de su letargo al enfrentarles con la dura realidad: las fantasías, la necesidad de esperanza y compasión, no son sino frutos de la enorme desesperación en la que viven sumidos, y sin embargo (y esto resulta aún más terrible), esas vanas y etílicas apariencias son lo único que les queda para seguir viviendo.

Más allá del indudable interés que la historia posee, "El repartidor de hielo" tiene la virtud de erigirse en un modélico ejercicio de adaptación de una obra teatral compleja a los modos y maneras propios del arte cinematográfico. Baste decir que toda la acción transcurre en el interior del bar, y que ello obligó a Frankenheimer a trabajar intensamente la puesta en escena, y a planificar con todo cuidado la colocación y los movimientos de las cámaras; todo ello se aprecia en el acertado montaje, que cuenta con planos muy bien compuestos, así como con meritorias panorámicas, zooms e incluso travellings circulares. La fotografía logra transmitir la densa atmósfera de un tugurio, e incluso los matices lumínicos propios de las distintas horas del día.

El guión, que recorta parte de los diálogos originales (la obra tiene una duración de cuatro horas, y la película no llega a tres), está plagado de grandes frases, reflexiones profundas y certeras. En cuanto a las interpretaciones puede afirmarse que son todas buenas, destacando Lee Marvin como Hickey, Frederic March como Harry Hopes, un jovencísimo Jeff Bridges como Parritt, y por encima de todos, un soberbio Robert Ryan, encarnando a Larry Slade. En el rostro devastado de Robert Ryan, en esa mirada triste y desesperanzada que transmiten sus ojos hay un talento interpretativo que roza la genialidad.

Resumiendo, una película magnífica que en palabras de su director constituía la mejor experiencia creativa que hubiera realizado nunca. Sólo por eso, porque Frankenheimer se ha hecho acreedor de la confianza de los aficionados al cine, este filme resulta imprescindible.
Quatermain80
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26 de mayo de 2023
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Esta película solo es recomendable para seguidores del drama estadounidense.

Es lógico que entre los mayores clásicos del gran teatro de Estados Unidos del siglo XX, mientras Tennessee Williams o David Mamet han tenido muchísima suerte con las adaptaciones al cine de sus dramas visuales llenos de puestas en escena exóticas para el espectador de la época que después se convirtieron en clichés, de asesinatos, represión sexual que supura por los poros, con películas rápidas, actores guapos y sus secretos obvios traumáticos.

Las adaptaciones de las obras de Eugene O´neill sobre alcohólicos, prostitutas, "estafadores" y demás parásitos hablando sobre sus sueños y metas fantasiosas, e implícita y filosóficamente sobre la naturaleza del FRACASO, o el sueño americano en diálogos eternos iban a ser un auténtico despropósito: porque no es su medio.
Y casi no se reponen ni en el teatro fuera de Estados Unidos.

No puedes hacer una película de 3 horas con diálogos seudofilosóficos autorreferenciales sobre la vida de los personajes, si no es para seguidores de O,neill. Ha pasado algo parecido con las adaptaciones de Valle Inclán incluso aunque éste era sin embargo muy visual. De hecho, incluso en otros autores que hacen lo mismo se preocupan mucho de la puesta en escena. Aquí es algo simple y desnudo.
Alfonso Marlowe
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1 de agosto de 2021
2 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Esta película la vi en su "corte del director". No me arrepiento de haberme tragado (a lo largo de una semana) sus cuatro horas de metraje.

Esta es una adaptación muy bien realizada del la obra de Eugene O'Neill. Lo más destacable son las excelentes actuaciones de todos los involucrados. A veces parece que sobreactúan, pero es algo que viene bien para amenizar la película, teniendo en cuenta su reducido espacio escénico. Robert Ryan cerró con broche de oro su carrera artística con una actuación de lujo en esta película que sería su última antes de fallecer.

La dirección está genial; no podía esperarse otra cosa del gran Frankenheimer. El montajista reguló bien los tiempos para que no se nos haga pesada. El diseño de producción, con una paleta de colores reducida en donde tienen preponderancia los tonos marrones, logra transmitir a la perfección el tono deprimente y áustero de la obra.

En conclusión, mírala. Y si puedes, mira el corte del director. Es largo, pero no me imagino cómo podrías llegar a congeniar con los personajes y sentir el peso del mensaje si vieras un mero resumen.
Ricardo Fields
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25 de septiembre de 2021
2 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
El problema de esta peli es que es en exceso larga para lo que realmente cuenta. Es una especie de obra de teatro hecha para una cámara de cine, pero sin el arte para recortar y condensarla. Y el cine no es lo mismo que el teatro. El cine exige condensar las ideas, ponerlas de un modo más grafico... no cansar al personal con 3 horas de "lo mismo".

Así que la peli se sustenta en una idea bastante interesante, pero que tarda en exceso en arrancar (40-50' para empezar a contarnos "algo"), y tarda demasiado en "cerrar" (casi 3 horas), con el punto negativo de que no tiene apenas un "desarrollo" ni "clímax", pues en su parte intermedia es tan lenta y sosa que el interés inicial se va desvaneciendo gradualmente.

Esta manera de enfrentar el asunto hace que el espectador se aburra y desista de entrar en lo que se quiere contar, cosa que por otro lado, no cuenta demasiado bien. El guión es demasiado pedante y se pierde en disquisiciones filosóficas poco maduradas, por lo que el conjunto se queda en algo impostado e irreal. Al final la "SOLUCIÓN" no entra en el corazón del espectador, pues ni siquiera es capaz de mostrar un efecto real en el corazón de los personajes. Los defectos de esta obra quedan muy de manifiesto cuando se compara con una obra maestra (esta sí, verdadera) como "12 hombres sin piedad". Podríamos decir que son similares en su concepción (un sitio cerrado donde lo que se dice es lo que prima sobra la escenografía), pero una película no tiene nada que que ver con la otra. La segunda es cine con mayúsculas, con atención y misericordia por el espectador, con genio y figura, con un guión madurado que no cae en necedades filosóficas ni se diluye en mil disquisiciones, y que permite ir desgranando la "verdad" al espectador... en tanto la primera queda descabezada y deshilvanada por un montaje (y un guión) demasiado al servicio de su propio ombligo, y sin fuerza real en los intestinos. Es una "aparente verdad" que, exceptuando su empuje inicial, termina diluida y alargada hasta la náusea. Nunca queda como algo convincente, ni el guión ni el director ni los actores parecen ser capaces de trasladar una "fe auténtica" en esa "aparente verdad". Es una peli que termina hastiando al espectador.

Con esto quiero decir que, bien condensada y montada, quizás hubiera subido muchos enteros.
Una pena.

Amor y paz.
En Resumidas Cuentas
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