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La vida de Oharu, mujer galante

Drama En el Japón del siglo XVII, Oharu, hija de un samurai, es expulsada de la corte de Kioto y condenada al exilio por enamorarse de un criado. Tras la ejecución de su amante, Oharu es obligada por su padre a convertirse en la concubina de un gran señor, al que su esposa no ha podido dar un heredero. para mayor desdicha, después de dar a luz la arrebatan a su hijo y es expulsada de la casa. (FILMAFFINITY)
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Críticas 25
Críticas ordenadas por utilidad
8 de junio de 2011
40 de 41 usuarios han encontrado esta crítica útil
Los temas expuestos en esta película son aquellos que el director trabajaría a lo largo de su carrera: prostitución, opresiones sociales y familiares, el poder corrupto de las jerarquías y los destinos trágicos. A modo de flash-back, Mizoguchi hace un barrido histórico-social a través de la vida de Oharu (impresionante Kinuyo Tanaka que casi sin primeros planos construye de manera emotiva este personaje).

Aunque este trabajo sería la apertura al extranjero de Mizoguchi, aún tendría que pasar un tiempo para que el espectador despistado encontrara en la filmografía de este señor, algo más que la historia de turno. Es complicado no repetirse a la hora de ensalzar cualquier obra de un autor, porque cada trabajo posee unas características comunes que hacen reconocible la autoría de una obra. Oharu no es una excepción y posee todos aquellos ingredientes que la convierten automáticamente en una película de Kenji Mizoguchi: los planos generales, los planos secuencias, la violencia fuera de campo, la música diegética o elipsis prodigiosas.

En una entrevista realizada en 1961, Mizoguchi hablaba sobre el plano-secuencia:

“Al adoptar semejante método no he tenido la más mínima intención de representar un estado estático de una psicología cualquiera. Al contrario, llegué a ello de forma muy espontánea, en mi búsqueda de una expresión más precisa y específica de los momentos de gran intensidad psicológica. En la curva de una escena, si acaba de surgir, con una densidad creciente, un “acorde” psicológico, no puedo cortarlo repentinamente y sin remordimientos: así que intento intensificarlo prolongando la escena el tiempo que sea posible.”

Cahiers du cinéma n.º 116.

Uno de los múltiples ejemplos que encontramos de esos momentos de densidad creciente es cuando Oharu se entera de la muerte de su amado (la condena a muerte fue filmada fuera de campo pero incluso mientras Oharu recibe la noticia de esta muerte por voz de su madre, ella permanece con la cara escondida como dando por sentado que dicha violencia sentimental, igual que la física, tampoco merece ser retratada tan crudamente en pantalla). Oharu sale corriendo al exterior de la casa asiendo una daga con intención de suicidarse. La madre la persigue mientras la cámara las sigue desde arriba. Entran en un bosque de bambúes cuya serenidad contrasta con la agitación que observamos en pantalla. Cuando cae al suelo, la densidad creciente de la escena ya nos ha noqueado.


Pocos minutos antes Mizoguchi había usado un plano-secuencia magistral para retratar la salida de la familia de la ciudad de Kyoto cruzando la cámara por debajo del puente para retratar a los tres integrantes en la otra orilla del río.

(Abróchense los cinturones porque esto continúa).
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Chagolate con churros
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31 de mayo de 2006
34 de 42 usuarios han encontrado esta crítica útil
Más importante que los aspectos técnicos de una película –a los de ésta no se le pueden poner muchos peros–, es el contenido. Con la "Vida de Oharu" viajamos a una época en la que una relación de amor verdadero con alguien de rango inferior sólo suponía el principio de los problemas para una mujer de familia humilde. Era frecuente que el padre vendiera a su guapa hija como concubina sólo por ambición social o como prostituta para pagar sus deudas. Pero lo de Oharu es mala suerte, y ni siquiera podrá disfrutar mucho de los dos hombres buenos que se cruzan en su vida.
Mizoguchi recorre todos los estamentos de una sociedad feudal que no estaba tan lejana, y descubre los trapos sucios de una cultura machista que puede llegar a fascinar a algunos occidentales sólo por su apariencia elegante y disciplinada.

Una película para espíritus maduros y desengañados.
jastarloa
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7 de octubre de 2007
25 de 29 usuarios han encontrado esta crítica útil
Saikaku ichidai onna, o sea, La Vida de Oharu, Mujer Galante, es una Obra Maestra del cine japonés, una Obra Maestra del cine universal dirigida por Kenji Mizoguchi en 1952.

Destaca la sencillez de la exposición de la historia, en la que a través de un largo flahshback conocemos la trayectoria vital de una mujer excepcional. La pertinencia exacta de los travellings y un dominio absoluto de la composición de plano y la profundidad de campo me hacen, desde ya, considerar a Mizoguchi uno de los grandes genios del cine, de una solvencia extrema. También hay que destacar las interpretaciones, que como ya he dicho, impregnan de sentido, con cierta estilización teatral (que no está de más, sino todo lo contrario), cada movimiento corporal, llegando a crear momentos más cercanos a la escultura de grupo o la danza que a lo usual en cine. La sobria, multifacética y soberbia interpretación de la protagonista, Kinuyo Tanaka, casi convierte la película en un bello monólogo silencioso, casi eclipsa todo a su alrededor, a pesar de la solvencia de los secundarios, muy especialmente la de Toshiro Mifune, en un papel brevísimo pero que marca las más de dos horas de metraje. La música también está muy bien utilizada, en correspondencia con el tempo, cadencioso, pero nunca tedioso, del film.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Darth_Fonsu
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13 de junio de 2010
18 de 21 usuarios han encontrado esta crítica útil
Mizoguchi era el retratista de las mujeres expoliadas. Geishas, prostitutas, mal casadas, apaleadas por la mala suerte y caídas en desgracia. Él mismo supo lo que era la pobreza y que vendiesen a su hermana como geisha, así que estaba acostumbrado a mirar a la desgracia a la cara.
Inclinándose muy a menudo hacia las tradiciones japonesas y la Edad Media, trazó con sus pinceles realistas a la par que etéreos el deprimente panorama que restringía a la población femenina a una posición de acusada inferioridad y esclavitud social. Equiparadas a posesiones materiales que se podían comprar, vender y regalar, permanecían sujetas a la caprichosa voluntad de sus dueños, léase sus padres o patriarcas familiares, sus hermanos varones en caso de orfandad, y sus maridos o parejas de concubinato.
El inmutable protocolo de conducta y los requerimientos del espíritu no iban a la par. Ellas no eran libres de sentir a su antojo, ni de elegir. No eran dueñas ni de su cuerpo, ni de su corazón, ni disponían de libre albedrío.
Y aún había más. La misma reprobación severísima que las ataba a perpetuidad las condenaba si comprobaba que se arrastraban por el fango. Después de haberlas despojado de toda su dignidad, de su corazón, de sus personas queridas, de su privacidad, de medios decentes de supervivencia, y de toda posibilidad de redención, todavía tenía la mezquina hipocresía de gritarles: “¡Mujer, cómo has podido caer tan bajo! ¡Quedas maldita por toda la eternidad!”
Y una siente cómo le bulle la sangre al ser espectadora de tanta malignidad disfrazada de falsa decencia. Al ver cómo el palo del castigo cae una vez más sobre la machacada alma y la maltrecha carne de una buena mujer a quien sólo unas poquísimas personas bondadosas y sinceras, un par de ellas a lo sumo, han sabido apreciar y querer. Y no, no eran sus progenitores (demasiado preocupados por el qué dirán, la posición social y el dinero para acordarse de que tienen una hija y no una yegua o todavía menos), quienes no dudan en venderla y prostituirla y aprovecharse de ella.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Vivoleyendo
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21 de diciembre de 2006
14 de 18 usuarios han encontrado esta crítica útil
La vida de Oharu es una vida muy triste, siempre regada de un dramatismo pesado como una losa de granito y llena de desgracias íntimas y personales. Oharu es una mujer atractiva y posiblemente vitalista también pero que pasa de ser una concubina de un señor feudal a ser vendida por su endeudado padre, acabando de arrastrada prostituta. Le da un hijo a ese señor feudal, un hijo al que debe renunciar pues solo la han utilizado como mera hembra paritoria, pero Oharu, mujer galante, sigue conservando todavía en su rostro maltratado, en sus entristecidos ojos y en sus heridas del alma, la amarga dignidad e integridad de saberse derrotada por la vida pero la conciencia, pese a todo, de sentirse viva, aún en su asfixiante soledad y en la prisión de una sociedad estratificada inhumanamente.
Se trata de una excelente película del maestro Mizoguchi, en la época dorada del cine nipón (Ozu, Kurosawa, Kobayashi), una obra poseedora de una triste poesía -la melancolía en estado puro- y de una sensibilidad especiales y propias de un cineasta cabal, sobrio y narrador de historias, para muchos de uno de los más grandes maestros que haya habido en la Historia del Cine. Magníficas interpretaciones en otra de esas películas que se empeñan en descatalogar pero que en su visión resucitan la misma esencia del cine, el arte de contar historias puesto en imágenes.
kafka
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