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Complot para la paz

6,6
139
Documental Narra por vez primera la aventura secreta del empresario francés Jean-Yves Ollivier, quien consiguió en los años 80 involucrar a una serie de líderes políticos y altos cargos de diferentes ejércitos y servicios secretos para sembrar la semilla de un diálogo de paz regional que condujo a la liberación de Mandela. (FILMAFFINITY)
Críticas 4
Críticas ordenadas por utilidad
3 de diciembre de 2013
7 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
En la vida, como en el juego, nos toca jugar con las cartas que tenemos disponibles y no con las que nos gustaría. Con un símil parecido, arranca la historia de Jean-Yves Ollivier, un señor francés mayor, locuaz, tocado con unos tirantes de indescriptibles estampados.

Ollivier, nacido en Argelia, exiliado tras la guerra, dice conocer “el drama que supone que dos comunidades vivan separadas la una de la otra y se odien”. Así, cuando viaja a Sudáfrica, su convicción le lleva a actuar ante la deriva de un país abocado a la tragedia. Este comerciante con contactos en las altas esferas, urde una trama con el fin de socavar el atolladero insostenible del Apartheid, participando en una conspiración para liberar a Mandela.
El documental dista de ser una lección exhaustiva de historia. Su ritmo recuerda más a un thriller de ficción que a Shoah. Imágenes de archivo nos introducen en el contexto del apartheid, la parte más cruda y pesarosa, para a continuación dejar paso a una ágil trama política.

Los entrevistados -líderes políticos, altos cargos militares, agentes de servicios secretos- ofrecen con sus distintas visiones un retrato fidedigno de la situación, e incluso alguna opinión contrapuesta que da al asunto una jugosa ambigüedad. No obstante, mientras Winnie Mandela considera al protagonista un visionario, para el líder del ANC (Congreso Nacional Africano) Thabo Mbeki, no merece ninguna simpatía.

Con el trato dado a la historia, desgranando hábilmente una trama en la que caben espías, cubanos o intercambios de prisioneros, consigue que al llegar el desenlace, no por conocido, deje de resultar emocionante.

No deja de recordarme a otros estupendos documentales recientes: el archiconocido Searching for Sugar man (con Sudáfrica de fondo) o Anvil (el de la banda de heavy canadiense), en los que se redime a sus protagonistas del olvido, y en los que sus autores supieron crear sendos retratos humanos de gran valía.

Quizás algún día se haga justicia a otros olvidados: los ocho agentes del CNI caídos en Irak, su lugar de trabajo habitual, donde informaron ANTES del ingreso de España en la guerra de dos puntos vitales: EEUU invadió Irak para evitar que vendiesen todo su petroleo a Francia, y de la no existencia de armas de destrucción masiva. Agentes que debieron quedarse perplejos al asistir a la adhesión de su país al cotarro, y que fueron asesinados en represalia, al creerlos cómplices de un gobierno que los había condenado.

“Mandela tuvo un sueño, igual que Martin Luther King, y se irá de este mundo sin verlo hecho realidad. Por eso es nuestro deber continuar con ese sueño, que se lleve a cabo.”
Jean-Yves Ollivier.

Empezó y acabó con un juego de cartas. Un hombre solitario en la habitación, cuyos actos dejaron huella indeleble en la historia. Los aplausos quedan para los títeres ávidos de poder y gloria.
Lucio Minucio
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5 de diciembre de 2013
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Por mucho que determinadas películas y determinados telediarios hayan querido convencernos de lo contrario, el mundo en el que vivimos ha sido siempre (y cada día que pasa, dicha realidad es más constatable) un tablero inmenso en el que intervienen infinidad de jugadores. Están, por supuesto, las grandes estrellas, los participantes que cuentan con más medios y/o talento en favor de su causa. Están los nombres que capitalizan buena parte de la atención de todos aquellos que siguen -o sufren- la partida, pero ninguno de sus actos puede entenderse del todo sin haber entendido antes el papel desarrollado por los secundarios... incluso por aquellos que a simple vista no aparenten ser más que figurantes. Para seguir con el ejemplo (y los que lo hayan probado alguna vez lo entenderán), nadie se ha proclamado jamás vencedor en el Risk sin haberse antes apoyado en uno, o dos, o tres... aliados eventuales, los mismos que se ven obligados a recoger todas sus fichas antes de lo que seguramente tenían previsto.

En el teatro las cosas funcionan más o menos igual. Las ovaciones se las llevan los intérpretes, a veces incluso los dramaturgos, pero es extraña la ocasión en que alguien (ya sea de dentro o de fuera del espectáculo) tiene la deferencia de acordarse de aquellos que permanecen al margen de la luz de los focos. Sin ellos la función no hubiera sido posible, sin embargo, como nadie les ve (se supone que es por esto) se quedan en la misma casilla donde empezaron: en la del olvido. Asimismo, la historia está construida a base de pedazos, esto sí, de la carne más selecta. Guerras, tratados y bodorrios, acontecimientos todos ellos, y para bien o para mal, memorables. Trascendentes y protagonizados por héroes y villanos. Un ejemplo, el de uno de los periodos más bochornosos de la historia de la humanidad: el apartheid.

En los libros de texto, wikipedias y documentos deportivos aparecerán, en letras mayúsculas, los nombres de P.W. Botha, Frederik De Klerk y, por supuesto, el de Nelson Mandela. A partir de este triángulo de composición isósceles, podrá tenerse una idea más, pero sobre todo ''menos'', acertada del traumático proceso por el que recientemente pasó tanto Sudáfrica como el resto del mundo, testigo mayormente sordomudo de todo lo acaecido. Lo importante es que la imagen obtenida carecerá de los matices y (a esto vamos) del resto de personajes que determinaron el curso de los eventos. Uno de ellos fue el empresario franco-argelino (hablando de realidades poliédricas) Jean-Yves Ollivier, cuyos conocimientos y contactos cosechados a lo largo de años comerciando con materias primas en el continente africano, fueron determinantes a la hora de decantar la balanza a favor de unos derechos humanos y una justicia olvidados (sino pisoteados) hasta aquel entonces.

Esto es, precisamente, 'Plot For Peace', el fin del apartheid contado a través del testimonio de los atores (mejor ''actorazos'') secundarios... y del tramoyista que preparó el escenario. Y es que el olvido (colectivo, se entiende) no tiene por qué ser debido a la falta de relevancia (¿o acaso hemos decidido volver a ignorar el recuerdo de Juan ''Garbo'' Pujol?). En este sentido, este documental dirigido por Mandy Jacobson y por el madrileño Carlos Agulló es esclavo de su principal virtud. Esto es, un compromiso total con la historia bien desmenuzada que se convierte, como no podía ser de otra manera, en un rompecabezas de dificilísima resolución. Porque el apartheid no sólo se cebó -directamente- con la población sudafricana, sino con casi todos los países vecinos, en lo que acabó convirtiéndose en un mapa (por no decir ''polvorín'') demacrado por la peor herencia imperialista.

En la década de los ochenta, el África austral estaba a punto de estallar, y la onda expansiva de su explosión podía llegar a ser mucho más destructiva de lo que algunos querían ver. Otros, como Jean-Yves Ollivier se horrorizaban al vislumbrar un escenario mucho más devastado(r) y, dicho sea de paso, probable. Es por esto que, echando mano de sus propios medios y otras vías alternativas, puso en marcha un complot político que supuestamente (y aquí tocó cruzar los dedos) repercutiría en un bien común al que parecía que demasiada poca gente estaba prestando atención. Más allá de las -incómodas- ambigüedades localizables en las motivaciones de este inesperado salvador, 'Plot For Peace' se centra en tratar de transmitir al espectador la complejidad de esta realidad histórica a menudo demasiado simplificada. La tentación de caer en comparaciones apriorísticas está ahí, pero la radiografía de personaje a lo Barbet Schroeder (véase la dedicada al esquizofrénicamente fascinante Jacques Vergès en la imprescindible 'El abogado del terror') queda si acaso en manos del consumidor.

En las labores a las que realmente se dedican Jacobson & Agulló, y siempre sobre el papel, pocos motivos hay para atacar a la película... la lástima es que en el poco metraje concedido, sea demasiado fácil perderse en el mar de nombres, nacionalidades e intereses cruzados. Está todo ahí, sí, pero desgraciadamente en una sala de cine no puede recurrirse a los botones de ''Pausa'' y/o ''Rebobinar''. A pesar de ello, se impone la buena presentación del producto, que conjuga correctamente el material de archivo con las entrevistas con los implicados, así como el buen aprovechamiento de ese aroma inconfundible que desprenden los mejores thrillers políticos, es decir, aquellos que huelen a -compleja- realidad. Los autores no hacen trampas al solitario, sino que además muestran hacer alarde de las mejores virtudes de su protagonista. Y es que si a Jean-Yves Ollivier le tocó lidiar con el ''Gran Cocodrilo'', a ellos dos les ha tocado roer (y lo han hecho con mucha dignidad) un hueso si cabe más duro: un relato terrorífico en su naturaleza y en su estructura.
reporter
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15 de diciembre de 2013
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
El azar ha querido que su muerte coincida con el estreno en España de “Complot para la paz”, película documental realizada por Carlos Angulló y Mandy Jacobson, que relata una historia desconocida pero determinante para el fin del apartheid en Sudáfrica. Su protagonista, Jean-Yves Ollivier, es un empresario francés de origen argelino que actuó como mediador político en la sombra en la guerra poco fría que se libraba en el cono sur africano. Su objetivo: conseguir la liberación de Mandela y con ello propiciar la caída del régimen racista.

El film tiene todos los ingredientes de un muy buen documental: una historia novedosa, una temática interesante y emotiva, entrevistas a los personajes más relevantes de la época, extenso material de archivo, y un montaje atractivo que le da el tono de thriller político.

Una de las cosas que llaman la atención en la historia es la particular motivación de su protagonista. Al principio, Ollivier relata su experiencia traumática de destierro junto a su familia cuando Argelia logra su independencia en 1962. Así es como observa el apartheid de los ochenta, a través de la mirada del colono desengañado:

“En 1981, visitar Sudáfrica era como visitar otro planeta. Me pregunté cómo era que los blancos no se daban cuenta de que, a menos que todo cambiase y aceptasen compartir su país con los negros, se dirigían hacia el desastre”.

No se trata de una visión basada en un criterio de justicia, puede que sí haya algo de humanitarismo, pero ante todo es pragmática: para la sostenibilidad del país y la región. Un detalle importante que menciona de pasada Ollivier cuando habla de la situación de bloqueo internacional que vive el régimen, es que se fija en Sudáfrica en primera instancia por los negocios que se plantea hacer allí. Habrá quien piense que el objetivo de la convivencia “pacífica” es loable en sí mismo, sin importar quienes la promuevan ni lo que venga después. Y tienen parte de razón: el fin del apartheid, del racismo oficial, es un triunfo en sí mismo. ¿Pero fue la transición a la democracia tan ejemplar? ¿los que abanderaron la paz trajeron también la justicia? Lo cierto es que a día de hoy las desigualdades económicas y sociales continúan siendo enormes, pese a la reducción notable de la pobreza absoluta y la institucionalización de la igualdad política. Con el fin del apartheid Sudáfrica se abrió al libre mercado y pronto se establecieron nuevas élites económicas cuya dinámica natural es perpetuar la situación de miseria de las clases desfavorecidas. Otro día hablaremos más de la importancia clave de las “transiciones políticas” y su representación en el cine. Pero el “complot” de Jean-Yves Ollivier no llega tan lejos (al menos en la película), termina con el éxito, con la liberación de Mandela y la extinción del régimen.

Precisamente, la condición de héroe atribuida al benévolo empresario francés me parece exagerada. “LA historia jamás contada” reza un lema promocional, o “la voluntad de una sola persona puede cambiar el mundo”, que reconoce el codirector español como uno de los mensajes principales de la película. Esta apariencia grandilocuente, favorecida por el carisma de su personaje central, impregna todo el metraje y lo hace emocionante. Sin duda su mediación fue esencial, como atestiguan los entrevistados. Pero ni es “la” historia – como si fuera la única verdad-, ni en este caso el empeño de uno solo posibilitó el cambio. Agrandar la figura de Ollivier conlleva el riesgo de construir el relato paternalista (por no decir colonialista) del extranjero filántropo, blanco y rico que con savoir faire viene a poner paz en África meridional. La realidad es que fueron muchos los actores y circunstancias que intervinieron de manera decisiva en la transición a la democracia; destacando por supuesto el liderazgo de Mandela, que lo convirtió en símbolo de esta lucha.

http://gerardomartinsilva.wordpress.com/
martin
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26 de julio de 2014
2 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Documental con excelente pulso, gran sentido del thriller y un montaje notable.
Como ejercicio puramente cinematográfico merece su reconocimiento, ahora bien, como relato estratégico-político habría que definir bien el papel de su protagonista, Jean-Yves Ollivier.
Un empresario francoalgerino que se involucra personalmente en una cruzada para la paz en Africa. ¿Por qué? ¿qué mueve a este señor a luchar con tanta intensidad para la caída del régimen Apartheid jugándose la vida?
Si se trata de actos nacidos de su afán por las libertades de los pueblos solo cabe el aplauso y habría que reconocer su labor. Pero si esto responde a motivos económicos y/o ególatras supondría una terrible decepción.
En cualquier caso, solo por las imágenes de la época, el documental merece la pena
Andrew Zimmerman
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