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España España · madrid
Críticas de martin
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Críticas 24
Críticas ordenadas por utilidad
5
1 de marzo de 2017
22 de 27 usuarios han encontrado esta crítica útil
El término “psiconauta” se atribuye al escritor alemán Ernst Jünger, quien lo utilizó en su ensayo Enfoque: drogas y embriaguez (1970) para describir la experiencia con estas sustancias. Se asocia a la exploración de la condición humana a través de la alteración de la conciencia. Nombres como Thomas de Quincey hasta Aldous Huxley, pasando por Baudelaire, han sido considerados cercanos a la psiconáutica. Los “navegantes de la mente” examinan la realidad desde un prisma totalmente alternativo.

Eso es lo que nos proponen Alberto Vázquez y Pedro Rivero en este proyecto de largo recorrido – primero novela gráfica, luego cortometraje animado y finalmente culminado en este largo –, un viaje psicodélico a los males profundos que hieren de muerte a nuestra sociedad. Psiconautas narra la huida del infierno en vida en que se ha convertido el mundo para dos adolescentes, tras una catástrofe ecológica que encarna la más absoluta decadencia de la humanidad. En la fábula, Birdboy es el antihéroe consumido por las drogas como vía de escape y Dinki la que emprende la odisea hacia lo desconocido junto a sus mejores amigos, anhelando que el chico pájaro se les una. Cine de animación para adultos, serio y difícil de digerir.

El escenario insular post-apocalíptico, la metáfora perfecta del desamparo, es presentado en los primeros minutos con extraordinaria limpieza narrativa, sobre todo en comparación con lo que se avecina. Los efectos psicotrópicos se empiezan a percibir en los siguientes compases, con la presentación de los diversos (muchos) personajes. La estructura argumental se sostiene sobre el curso del viaje de los protagonistas, pese a los bandazos a la que es sometida por los flash-backs explicativos y alguna subtrama paralela. Se abordan muchos (demasiados) temas: desde el acoso escolar, la desestructuración familiar o la enfermedad mental; hasta la adicción a las drogas, la obediencia ciega y la lucha más básica por la supervivencia.

El tono de la película – sus diálogos y situaciones – es lo más apartado de convencionalismos, pretendidamente provocador, rocambolesco a veces. A los veinte minutos de película el espectador psiconauta ya está inmerso en plena psicodelia, con consecuencias impredecibles. Puede convertirse en un “mal viaje”, como se conoce en el argot, o provocar desconexión y aburrimiento a un público no especialmente receptivo. Pese a conseguir una atmósfera inquietante (ni un pero, más bien loas, al mundo estético desplegado), no se advierten giros brillantes en la historia – caracteres sorprendentes, parlamentos deslumbrantes, algo que deje huella – que justifiquen tanto aparataje metafórico y tanta voluntad de trascendencia. La sensación inicial de sorpresa se diluye en un universo complejo explicado con insuficiente calidad.

Tal vez las sucesivas adaptaciones y ampliaciones de la trama original que alumbró Vázquez en la novela homónima de 2006 no le han sentado del todo bien a Psiconautas. Puede que la medida adecuada fuera el cortometraje Birdboy, con el que ganaron el Goya en 2012. En cualquier caso, la mirada de Rivero y Vázquez es original y poderosa visualmente, siendo reconocida por la Academia con un nuevo Goya. Parece que cierran ciclo y preparan sus próximos proyectos por separado. Se les esperará con curiosidad y con cautela.

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martin
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6
1 de marzo de 2017
7 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
Fai bei sogni es la nueva película del veterano y venerado director Marco Bellocchio. Basada en la novela autobiográfica del periodista italiano Massimo Gramellini, la historia empieza con la misteriosa muerte de la amada madre en el Turín de 1969. El trauma infantil constituye un hilo conductor en la vida de Massimo, que la película aborda en dos tiempos: infancia y madurez, separados por una enorme elipsis de juventud. La incomprensión del niño, que se enfada con Dios y busca refugio en la pasión por el fútbol y en el consejo de un amigo imaginario sacado de una serie de televisión (Belfagor, para más señas), da paso al adulto desorientado en sus relaciones afectivas que se escuda en su profesionalidad periodística para camuflar la perpetua búsqueda emocional que palíe la ausencia de la madre.

El Bellocchio militante, comprometido, que nos tiene acostumbrados a su mirada particular sobre la sociedad italiana – el de I pugni in tasca (1965), L´ora di religione (2002) – y que se ha aproximado a algunos hitos importantes de su historia – Vincere (2009), Buongiorno, notte (2003) -, ahonda aquí en un tema más íntimo, pero igualmente trascendente en el plano personal, como son las relaciones materno-filiales. La perspectiva psicoanalítica que el director emplea habitualmente en su audaz lenguaje cinematográfico casa perfectamente en esta ocasión. Sin embargo, el excesivo protagonismo de Massimo, interpretado por un solvente Valerio Mastandrea, apenas deja lucirse a otros personajes, como la doctora Elisa (Bérénice Bejo), quien lo intentará ayudar “escuchando su corazón” literal y metafóricamente, como mentan los actores en una entrevista promocional.

Fai bei sogni tiene destellos propios del gran autor que tiene detrás, que sin poses modernas continua dando lecciones de cine. Esa maravillosa escena de amor verdadero y truncado en la que la madre le canta al pequeño Massimo Resta cu´mme (quédate conmigo, en castellano). No obstante, hace muchos años que Bellocchio no ejecuta una película verdaderamente memorable, y esta no se salva. Toda la trama referida al oficio de periodista de Massimo – y son bastantes minutos de metraje – es más bien confusa, incluyendo la escena en la guerra de Sarajevo, cuya lectura simbólica es opinable. El ritmo de la narración tampoco ayuda, y teniendo en cuenta que el film dura algo más de dos horas, se puede hacer largo. Queda la curiosidad de hacer la odiosa comparación con el libro en el que se basa, pero habrá que esperar a la traducción al castellano o preguntar al millón de lectores italianos que lo hicieron best-seller.

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martin
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5
19 de noviembre de 2013
5 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
Si Joan Cutrina hubiera asistido a las clases del ficticio profesor Castro que imaginó Amenábar para su “Tesis”, sin duda habría tomado nota de su cita más famosa: “dar al público lo que quiere ver”. Efectivamente, el cineasta catalán reivindica el cine como industria y el género negro como vehículo propicio para conectar con el espectador. La taquilla dirá si lo ha conseguido.

“Alpha” quiere ser cine negro, pero se queda en cine de acción.

La película hace múltiples referencias al buen cine negro, contemporáneo y norteamericano, para construir una atmósfera lograda. Una Barcelona desarraigada y cosmopolita que alcanza el grado de “no-ciudad”, caracterizada como tablero de juego en el que operan corruptelas policiales, políticas y mafias internacionales.

Se nota la mano de productor ejecutivo en los detalles, contribuyendo a un realismo formal sólido que se sostiene en la estupenda fotografía de Pau Esteve Birba y en un uso adecuado de la banda sonora. Sin ahondar mucho más en cuestiones técnicas, en las cuales me declaro absolutamente profano, sí es llamativo el notable abuso del plano detalle o primerísimo plano, que distrae cuando no resulta directamente molesto.

“Alpha” no esconde su inspiración en el cine de Michael Mann, demuestra ritmo y soltura en las escenas de acción (muy potente la escena del atraco a los narcos), desprendiéndose del eterno complejo del cine español con el tiroteo-espectáculo. Un camino que ya tantearon directores como Calparsoro o Courtois, y sobre el que pisa fuerte el maestro Urbizu.

El problema surge cuando los “homenajes” al estilo del director estadounidense se hacen omnipresentes, opacando una personalidad propia tras la cámara. Los que hayan visto “Heat” - y los amantes del cine negro seguro que la han visto - encontrarán demasiado familiares escenas como la del policía que para al ladrón a un lado de la carretera y lo invita a un café, o la reunión de los atracadores previa al asalto suicida final. Estos y otros guiños sobredimensionados desacreditan la película. Porque ya sabemos que las comparaciones son odiosas, y hay maneras y maneras de honrar un clásico.

Pero lo que más perjudica a la cinta son sus débiles cimientos, el guión: demasiados personajes arquetípicos, sin matices (sí, ya no vale sólo con evitar buenos y malos de toda la vida), que aparecen desequilibrados en escena; diálogos convencionales hasta decir basta; y también algunos giros - o atajos - en la trama pobremente justificados, que dan ganas de apretar el botón imaginario de pausa y gritar ¡¿qué?!. Por no hablar de la ausencia de personajes femeninos de peso: los que interpretan Xènia Tostado y Daniela Blume son meramente testimoniales, y la trama de amor imposible se le queda muy corta a Irene Montalà.

En definitiva, lo más potente de “Alpha” reside en su factura técnica, en su vehemente repertorio de acción, y en el trabajo veraz de Juan Carlos Vellido como capo local y de Adolfo Fernández en el papel de un poli corrupto de la peor calaña. El resto del elenco no brilla, bien por demérito propio o por las razones expresadas más arriba, con la salvedad – tal vez – de Sergi Arola. El mediático chef da rienda suelta (aquí contengo la enorme tentación de la metáfora culinaria) a su vena más rockera en un pequeño pero curioso papel de mecánico conocedor de los bajos fondos barceloneses.

Tal vez, paradójicamente, la experiencia cinematográfica y las reverencias del director lo han traicionado, impidiendo una apreciación más benévola, tal como suele ser natural ante una ópera prima. Pero las intenciones se merecían más.

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martin
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2
1 de marzo de 2017
5 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
13 Horas: los soldados secretos de Bengasi cuenta la historia real del ataque a la sede diplomática temporal de EEUU en la segunda ciudad más importante de Libia, que acabó con la muerte del embajador Christopher Stevens y varios soldados en septiembre de 2012.

En su duodécima película Michael Bay centra su mirada en los soldados secretos del título, un eufemismo para “mercenarios”, aunque sólo se hace referencia a su condición de empleados por el sector privado discretamente en una secuencia. Lo que engrandece a estos guerreros de fortuna es su compromiso con el trabajo y el sacrificio personal que conlleva. La labor consiste en proteger a personal diplomático y analistas de la CIA en una base secreta, es decir, ilegal.

El director norteamericano compone un retrato hagiográfico de estos hombres, elevándolos a la categoría de héroes frente a un sin fin de enemigos sin rostro. Hay dos mensajes evidentes, poco elaborados. Uno de tipo orientalista, racista: occidentales en un ambiente hostil, constantemente amenazados por una gente de cultura extraña. El colofón viene cuando uno de los soldados supervivientes le espeta a un traductor local que se ha jugado la vida con ellos: “tenéis que arreglar vuestro país”, como si los libios fueran los máximos responsables del caos reinante.

El segundo recado es para la administración estadounidense, por el desamparo al que someten a sus ciudadanos en dicho territorio adverso: en lugar de apoyar a sus espías y funcionarios con tropas recurren a seguridad privada, que por muy experta que sea carece de medios suficientes.

Michael Bay aparca por un rato a los robots (volverá con Transformers 5 en 2017) para contar esta historia épica, repleta de tópicos y cursiladas hasta el aburrimiento. Ni las constantes secuencias de acción la salvan. La factura técnica es innegable, como siempre, pero el contenido es directamente bochornoso. En Internet circulan chistes como el de las servilletas donde el director de La isla escribe los guiones de sus películas; o los vídeos en Youtube que parodian tráilers de cualquier género, imaginando cómo sería Up o Star Wars si los hubiera dirigido Bay (pista: explosiones everywhere). Aún así, con bromas y todo, sus producciones suelen ser muy rentables. Lo cuál habla del tipo de entretenimiento que demanda el espectador medio, y de lo bien que funciona una campaña de marketing bien orquestada. 144 minutos. No son 13 horas, pero ya es bastante. Si el respetable consumidor decide acudir al cine en esta ocasión, que no se olvide las palomitas.

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martin
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Complot para la paz
Documental
Sudáfrica2013
6,6
139
Documental
7
15 de diciembre de 2013
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
El azar ha querido que su muerte coincida con el estreno en España de “Complot para la paz”, película documental realizada por Carlos Angulló y Mandy Jacobson, que relata una historia desconocida pero determinante para el fin del apartheid en Sudáfrica. Su protagonista, Jean-Yves Ollivier, es un empresario francés de origen argelino que actuó como mediador político en la sombra en la guerra poco fría que se libraba en el cono sur africano. Su objetivo: conseguir la liberación de Mandela y con ello propiciar la caída del régimen racista.

El film tiene todos los ingredientes de un muy buen documental: una historia novedosa, una temática interesante y emotiva, entrevistas a los personajes más relevantes de la época, extenso material de archivo, y un montaje atractivo que le da el tono de thriller político.

Una de las cosas que llaman la atención en la historia es la particular motivación de su protagonista. Al principio, Ollivier relata su experiencia traumática de destierro junto a su familia cuando Argelia logra su independencia en 1962. Así es como observa el apartheid de los ochenta, a través de la mirada del colono desengañado:

“En 1981, visitar Sudáfrica era como visitar otro planeta. Me pregunté cómo era que los blancos no se daban cuenta de que, a menos que todo cambiase y aceptasen compartir su país con los negros, se dirigían hacia el desastre”.

No se trata de una visión basada en un criterio de justicia, puede que sí haya algo de humanitarismo, pero ante todo es pragmática: para la sostenibilidad del país y la región. Un detalle importante que menciona de pasada Ollivier cuando habla de la situación de bloqueo internacional que vive el régimen, es que se fija en Sudáfrica en primera instancia por los negocios que se plantea hacer allí. Habrá quien piense que el objetivo de la convivencia “pacífica” es loable en sí mismo, sin importar quienes la promuevan ni lo que venga después. Y tienen parte de razón: el fin del apartheid, del racismo oficial, es un triunfo en sí mismo. ¿Pero fue la transición a la democracia tan ejemplar? ¿los que abanderaron la paz trajeron también la justicia? Lo cierto es que a día de hoy las desigualdades económicas y sociales continúan siendo enormes, pese a la reducción notable de la pobreza absoluta y la institucionalización de la igualdad política. Con el fin del apartheid Sudáfrica se abrió al libre mercado y pronto se establecieron nuevas élites económicas cuya dinámica natural es perpetuar la situación de miseria de las clases desfavorecidas. Otro día hablaremos más de la importancia clave de las “transiciones políticas” y su representación en el cine. Pero el “complot” de Jean-Yves Ollivier no llega tan lejos (al menos en la película), termina con el éxito, con la liberación de Mandela y la extinción del régimen.

Precisamente, la condición de héroe atribuida al benévolo empresario francés me parece exagerada. “LA historia jamás contada” reza un lema promocional, o “la voluntad de una sola persona puede cambiar el mundo”, que reconoce el codirector español como uno de los mensajes principales de la película. Esta apariencia grandilocuente, favorecida por el carisma de su personaje central, impregna todo el metraje y lo hace emocionante. Sin duda su mediación fue esencial, como atestiguan los entrevistados. Pero ni es “la” historia – como si fuera la única verdad-, ni en este caso el empeño de uno solo posibilitó el cambio. Agrandar la figura de Ollivier conlleva el riesgo de construir el relato paternalista (por no decir colonialista) del extranjero filántropo, blanco y rico que con savoir faire viene a poner paz en África meridional. La realidad es que fueron muchos los actores y circunstancias que intervinieron de manera decisiva en la transición a la democracia; destacando por supuesto el liderazgo de Mandela, que lo convirtió en símbolo de esta lucha.

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martin
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