La historia oficial

Esta película nos gusta a todos o casi todos los argentinos. El tratamiento del tema es desde los sentimientos de la protagonista, lo cual le viene como anillo al dedo a una excepcional Norma Aleandro que se come la pantalla. Hector Alterio y cada uno de los papeles secundarios también destacan, incluída Analía Castro.

Es un contrasentido enorme que una profesora de historia ignore lo que ocurre en su propio país, por si fuera poco su marido se está enriqueciendo gracias a un ilícito gobierno militar, y la hija adoptada por ambos pertenece a un matrimonio de desaparecidos (pareja asesinada por los militares).

Interesante guión de Aída Bortnik, quien también participó en el guión de la pelicula La Tregua (Renán, 1974) y que supo colaborar en la Revista Humor, acaso la única que en su momento criticó y resistió los embates de un feroz gobierno de facto en la Argentina, con creatividad y valor.

Película necesaria y crítica que nos bliga a tomar conciencia, y que nos muestra con sutileza el tema desaparecidos-dictadura en un país que se esfuerza por olvidar.

Es la historia eso: visión de pasado, presente y futuro. No es un anecdotario.
Y bien puesto que está el título de "La historia oficial".
El pasado, encarnado en su suegro anarquista, que no se resiste a que la historia la escriban "los asesinos". Un futuro, cuando su cuñado dice que los chicos pagarán estos crímenes que comentido el gobierno de facto. Y el presente complejo de esa época.
"Señores, esto es una clase de historia. No un debate", dice Aleandro a sus alumnos. Y la película dice todo lo contrario. Una mujer, que como el país, abandonó la postura del no te metas y saliño a torcer su futuro, para ser protagonista de su destino y no testigo de su propia desgracia.
Sin dudas, obra maestra y reveladora.

Resulta complicado ser objetivo tratando este tipo de temas. Puede por otro lado que ese no sea el fin de muchos directores, no sé si de Luis Puenzo, cuando se embarcan en estas historias. Ni siquiera podría asegurar que la condición de objetividad, si es ella misma alcanzable, dote a una obra artística de más calidad que una creación basada en el testimonio y la primera persona. Y es más, si objetivo es poner una cámara delante de un hecho, ¿como hacemos para que esa misma cámara filme "objetivamente" los pensamientos, inquietudes, credos, dudas y convicciones de una persona?

Este tipo de preguntas no necesitan en realidad respuestas tras el visionado de La historia oficial. Simplemente porque el espectador llega a comprender con facilidad la inocencia de la multiplicidad de puntos de vista que ante un mismo hecho demuestran los distintos personajes. ¿Acaso podemos nosotros ser jueces cuando la propia protagonista no sabe como declararse a sí misma? Evidentemente la tentación de juzgar es lícita, pero lo que Luis Puenzo creo que nos pide es que simplemente observemos, que no es poco, y aceptemos la existencia de esos diversos puntos de vista y la evolución a lo largo del metraje de los mismos. Y en ese sentido, la obra es sublime. En otros muchos como en el ritmo, la estructura de guión, etc... permitanme que sí juzgue e incluso decrete la incondicional. Eso sí, se conmuta la pena por los servicios a la sociedad y al ser humano que este tipo de obras prestan.

Creo, como en la mayoría de películas que suelo valorar, que cuando el director trabaja bien el guión y cuida su películas conseguimos ver buen cine. El drama va in crescendo a medida que lo va haciendo en la protagonista. No nos muestra de manera exagerada y gratuita el tema central del relato, sino que va dejando que de los fantásticos diálogos del guión el espectador pueda ir componiendo el puzzle, pueda desentramar quién es cada quién, de donde vienen las personas, sus razones... Por lo demás es admirable lo sencillo, claro y profundo del cine argentino, un ejemplo de que, sin grandes presupuestos, se puede crear una pequeña obra de arte

No me queda más que quitarme el sombrero ante la descomunal actuación de Norma Aleandro que junto al resto de magníficas interpretaciones destacando la de un no menos genial Héctor Alterio, inquietante e intenso. Parece increíble que su hijo tenga esa cara de niño bueno.

Luis Puenzo logra aunar la crítica y drama de modo que se complementen en lugar de estorbarse logrando una película redonda.

Redonda pese a no darle demasiada importancia a la estetica, esa falta de alardes técnicos la hacen al tiempo más realista y cercana, una película de personajes en toda regla con algunas escenas sublimes como la de la terrible confesión de Chunchuna Villafañe, la comida en casa de los abuelos o la escena final, de esas que te dejan pegado a la butaca.